viernes, 5 de noviembre de 2010

Un mazazo terrible por Elías Quinteros

UN MAZAZO TERRIBLE

Elías Quinnteros

Murió. Esa es la verdad, la verdad despiadada. Su vida se apagó de repente, en un instante. Y, tras la brevedad de ese instante tan breve, la noticia de su fallecimiento, al igual que un mazazo terrible, golpeó a millones de argentinos sin ninguna compasión. Con toda franqueza, nadie puede afirmar si murió antes de tiempo o si, en cambio, murió en el momento oportuno. Del mismo modo, nadie puede aseverar si el hecho de creer en la existencia de un momento ideal para la llegada de la muerte, algo que distingue a muchas personas, constituye una ingenuidad o no. Sólo podemos decir que se fue, que se marchó de improviso y que se alejó para siempre del mundo de los vivos. Seguramente, a esta altura de los acontecimientos, ya debe hallarse con Juan Domingo y con María Eva. Después de todo, honró su memoria al sacar a la Argentina del «Infierno», al realizar una labor extraordinaria a favor de la unidad continental y al devolver la dignidad, la esperanza y la alegría a millones de hombres y mujeres que habían perdido las ganas de vivir. Hizo mucho, más de lo que muchos esperaban. Y, al proceder de esta manera, conquistó el corazón de su pueblo: un pueblo que, según las constancias de la historia, no lamenta la muerte de cualquiera.

Sólo los necios y, por lo tanto, los que no aceptan lo evidente, pueden dudar de la sinceridad de las personas que llenaron la Plaza de Mayo en la noche del miércoles maldito; de las que esperaron en la calle, durante horas y horas, con un estoicismo admirable, para ingresar por unos instantes en la Galería de los Patriotas Latinoamericanos; de las que pasaron por delante del féretro que contenía al ex presidente, como las aguas inacabables y constantes de un río de dolor, sin otra finalidad que la de despedir al «pingüino» que había partido; y de las que acompañaron el paso del cortejo fúnebre, desde la Casa Rosada hasta el Aeroparque, bajo una lluvia intensa, fría y persistente que descendía sobre la ciudad acentuando el abatimiento de un viernes gris y triste. Unicamente, los representantes de la necedad más increíble e inquietante pueden decir que desconocen el significado de esos ojos enrojecidos por el llanto que decían todo sin decir nada; o que desconocen el significado de esas bocas que mordían el silencio, que hablaban con una voz quebrada, que cantaban, que exteriorizaban su apoyo a la presidenta y que agradecían a Néstor el otorgamiento de una jubilación, la percepción de la Asignación Universal por Hijo, la obtención de un empleo o, simplemente, la posibilidad de comer, entre otros beneficios; o que desconocen el significado de esas manos que saludaban con timidez, que arrojaban un beso, que hacían la «v» de la victoria y que, al adoptar el aspecto de un puño, se elevaban en el aire con una actitud desafiante; o que desconocen el significado de esos brazos abiertos y extendidos que trataban de tocar las maderas del cajón y de rodear el cuerpo de Cristina.

Aunque resulte desconcertante, injusto e inadmisible, quien hizo que millones rieran, creyeran, soñaran, lucharan y, por último, lloraran en forma desconsolada, ya no se encuentra aquí, entre nosotros. Ahora, Cristina —la mujer que perdió al compañero de su vida, la madre que perdió al padre de sus hijos y la presidenta que perdió al socio de su proyecto político—, debe demostrar a todos que la profundización del modelo es posible a pesar de la ausencia de Néstor: su inspirador. Y, mientras lo hace, debe contener el llanto. Este, para su desgracia, es un lujo que no está a su alcance. Y, por otra parte, también es un rasgo de debilidad que puede desmoralizar a propios y alegrar a extraños. En el momento más doloroso su existencia, de acuerdo a su confesión pública, debe ser fuerte, tan fuerte como una leona que protege a su manada, sin descuidar el movimiento de los buitres y las hienas que miran desde lejos.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Dueño de una pasión o de cómo abrir una ventana hacia Nuestra América Latina por Carla Wainsztok

Dueño de una pasión o de cómo abrir una ventana hacia Nuestra América Latina

Carla Wainsztok

Preguntaréis: Y dónde están las lilas?
Y la metafísica cubierta de amapolas?
Y la lluvia que a menudo golpeaba
sus palabras llenándolas de agujeros y pájaros?
Pablo Neruda

Ha muerto un soñador de la Patria Grande. Ha muerto un constructor de Nuestra América Latina. Hemos leído mucho y muy bueno sobre la figura de Néstor Kirchner.

Por nuestra parte, en estos párrafos queremos destacar dos hechos que para nosotros son actos pedagógicos-culturales. Nos referimos a la orden de bajar el cuadro de los genocidas y al “entierro del ALCA”.

Respecto al primero diremos que para poder conmovernos con la inauguración de la Galería de los Patriotas latinoamericanos, durante los festejos del Bicentenario, era necesario descolgar con anterioridad el cuadro de los asesinos del pueblo. Era imposible que la Galería de los Patriotas latinoamericanos naciera y conviviera con esos otros retratos. Galería con la cual nos hemos vuelto a conmover por estos días, cuando nosotros, cuando el pueblo, saluda, despide al compañero Néstor.

En relación al “entierro del ALCA” recordemos corrían los primeros días de noviembre de 2005. En Mar del Plata se realizaba la IV Cumbre de las Américas, pero también se realizaba en paralelo la Cumbre de los Pueblos. No la cumbre de la gente. Es que había llegado para América Latina, la hora de los Pueblos. ¿Cómo no recordar el acto en el estadio de Mar del Plata? dónde el presidente Chávez afirmaba ¡¡¡alca, alca al carajo!!! y era parte de la comitiva el cocalero Evo Morales ¿cómo no recordar la llegada del tren de la contra cumbre?

Pero también es necesario rememorar que 29 países estaban a favor del ALCA y que el presidente de México Fox era un aliado imprescindible del Imperio. Sólo cinco países estaban en contra, los integrantes del MERCOSUR y Venezuela.

Néstor le dijo durante la Cumbre, en la cara a Míster Bush “No nos vengan aquí a patotear” y puso como eje central de la Cumbre el tema del empleo, del empleo digno. Del empleo no sólo como un fin económico, sino del trabajo como constructor de identidades, de formaciones culturales.

Es que no se trataba simplemente de ponerle límites a la expoliación económica, el fin del ALCA partía de una concepción pedagógica y cultural propia. Un pensamiento apropiado, un contar con lo nuestro, un contar con nuestras historias de pueblos hermanados. El fin del ALCA es el producto de la descolonización pedagógica.

Hasta ese momento, desde mayo de 2003 un frescor se introducía por las hendijas de las ventanas de nuestras clases, pero a partir del 4 y 5 de noviembre un viento sureño ingresaba a nuestras aulas. Como ese viento que despide a Néstor por estos días en la Ciudad de Buenos Aires.

Es cierto en las clases no suele haber aplausos. Y al tratarse de espacios cotidianos tampoco suele haber grandes reconocimientos. Entonces una a veces se pregunta y hoy se vuelve a preguntar por la eficacia política de esta forma de intervención que es trabajar en un aula. Es que a veces las luces del “centro” enceguecen pero creo que la clave no es pensar en una sola clase, en una sola aula. Hay que construir miles y miles de clases sobre las historias de Nuestra América, sobre las pedagogías latinas, sobre las sociologías indoamericanas. Y esta es una gran batalla cultural a dar.

De todos los testimonios que hemos leído en estos días queremos destacar fundamentalmente por su belleza y, por su simpleza el de dos presidentes de la Patria Grande. Nos referimos a las palabras de Evo Morales y Hugo Chávez.

Evo afirma: “Me quedé huérfano, siento que perdí a un hermano mayor, a mi padre, a un amigo, a todos juntos. Siento que toda América Latina quedó huérfana del hermano Néstor, que fue el primer presidente de todo el continente, él me enseñó con el ejemplo que los latinoamericanos no somos el patio trasero de ningún imperio”.

Por su parte Chávez nos recuerda el texto de José Martí, escrito en 1881 sobre Cecilio Acosta, tengo el texto junto a mi mano, permítanme citarlo un poco más allá del parafraseo del comandante” Ha muerto un justo (…) Llorarlo fuera poco. Estudiar sus virtudes e imitarlas es el único homenaje grato a las grandes naturalezas digno de ellas. Trabajó en hacer hombres: se le dará con gozo con serlo ¡ Qué desconsuelo, ver morir en lo más recio de la faena a tan gran trabajador! Sus manos, hechas a manejar los tiempos, eran capaces de crearlos (…) Quería hacer la América próspera, y no enteca: dueña de sus destinos” .

Ha muerto el dueño de una pasión, la pasión por contribuir a la construcción de la Patria Grande.

Con él se va una parte de nuestras historias, todavía nos quedan los amores, los compañeros, los sueños, los libros por escribir y las miles y miles de aulas donde se narren las historias de Nuestra América, las pedagogías latinas y, las sociologías indoamericanas.

lunes, 25 de octubre de 2010

La palabra y la memoria por Elías Quinteros

LA PALABRA Y LA MEMORIA


Elías Quinteros

Algunos individuos que se presentan como intelectuales suelen afirmar que actúan con objetividad y, por sobre todo, con independencia cada vez que realizan su trabajo. Pero, no dicen la verdad. Según el sentido estricto de dicha afirmación, estos exponentes de la intelectualidad actual sólo proceden independientemente respecto del gobierno y, por efecto transitivo, de los sectores y de las personas que merecen el rótulo de oficialistas. En otras palabras, no se comportan de un modo similar respecto de los medios informativos que les pagan para que ejerzan un periodismo independiente en una sociedad que necesita una dosis diaria de noticias frescas a fin de satisfacer en forma momentánea su adicción informativa. Tales medios, por el hecho de constituir emprendimientos que persiguen un fin de lucro, tienen intereses económicos, posiciones políticas que tienden a la defensa de esos intereses y prácticas discursivas que, por su parte, tienden a la justificación de esas posiciones. A su vez, los intelectuales que trabajan para ellos, de un modo permanente u ocasional, reproducen día a día lo esencial de cada uno de sus discursos. Al comportarse de esta manera, algo que no resulta sorprendente, no sólo avalan la conducta de un conjunto de empresas que dominan el campo de las informaciones. También apoyan los actos de todos los que son defendidos por dichas empresas. Estos opinólogos —seres que perdieron el rumbo al escuchar el canto de las sirenas o que, por el contrario, no llegaron al tal extremo porque nunca avanzaron por un sendero recto y firme—, prestan una parte fundamental de su ser al medio informativo que contrata sus servicios y, en especial, a las productoras gráficas, radiales o televisivas que se relacionan con el mismo. Algunos facilitan temporalmente su mano; otros, su voz; otros, su voz y su rostro; y el resto, las tres cosas. En muchos casos, esa gentileza incluye la entrega de una porción del alma: una porción que es retenida por la empresa contratante y que, por lo tanto, sólo es recuperada en contadas ocasiones. Por desgracia, esa circunstancia, la del pacto con el Diablo, no es percibida en la mayoría de los casos por la generalidad del público. Y, así, quienes efectúan ese acto de desprendimiento tan extraordinario humanizan, intencionadamente o no, la imagen de las empresas que abonan sus salarios; reducen la distancia que existe entre ellas y la gente; y, en definitiva, presentan la realidad con un criterio que contempla los intereses de sus patrones y obtiene la aceptación de sus televidentes, sus oyentes o sus lectores sin mayores inconvenientes.

Su desempeño como difusores de un pensamiento que apoya a los medios y critica al gobierno los coloca automáticamente en el campo de la oposición. Desde este sitio, realizan el trabajo sucio que es evitado por los que no manchan sus manos con tareas vergonzosas. Y, en consecuencia, justifican lo que es injustificable. Legitiman lo que es ilegítimo. Y defienden lo que es indefendible. Sus apreciaciones —mezcla de destellos inteligentes, picardías oportunas y sentidos comunes—, conforman un respaldo para los legisladores que tratan de usufructuar los beneficios de una mayoría que no existe en el Congreso Nacional con el objeto de bloquear las iniciativas de la bancada oficialista; para los jueces que tratan de entorpecer el funcionamiento del gobierno por medio de pronunciamientos que son revocados en instancias superiores a raíz de su manifiesta improcedencia; y para los políticos que tratan de monopolizar la atención de las cámaras, al igual que las vedettes que despotrican en los programas televisivos de chimentos, con el propósito de obtener un poco de publicidad y atención. El hecho de formar parte de la intelectualidad, una condición superlativa en algunos ámbitos de la sociedad argentina, les permite opinar sobre todo: política, economía, arte, deporte, etc. Y, lo que es más peligroso, les permite crucificar a cualquiera con una impunidad absoluta o casi absoluta. Indefectiblemente, todos enarbolan la garantía constitucional de la libertad de expresión cuando abordan un tema, aunque eso implique la ejecución de una labor que es llevada a cabo con ligereza o falta de ecuanimidad. Pero, ninguno recuerda esa libertad cuando algunos de sus colegas pierden sus empleos y, en consecuencia, también pierden la posibilidad de expresarse libremente por una decisión injusta de sus empleadores. Del mismo modo, todos levantan el fantasma de la censura cuando alguien cuestiona sus opiniones y, en especial, cuando alguien de la esfera oficial procede de esa manera. Pero, ninguno retoma esta cuestión cuando algunos de sus pares pierden la oportunidad de opinar sin ataduras y, con ello, también pierden la posibilidad de hablar o escribir según sus convicciones, por una prohibición de los que tienen el poder para echarlos o para perjudicarlos laboralmente, aunque ese perjuicio no involucre un despido o una suspensión.

Quienes despotrican contra el gobierno nacional, como si ese ejercicio configurase un mérito en sí mismo, olvidan la gravedad de la crisis política, económica y social que afectó a la Argentina en las postrimerías del año 2001 y, por ende, el corralito, los cacerolazos, la ola de saqueos, la declaración del estado de sitio, la represión policial del 19 y el 20 de diciembre, la caída de Fernando de la Rúa, la sucesión vertiginosa de cuatro presidentes, la interrupción del pago de la deuda externa, la devaluación monetaria y la sensación de caos generalizado que alimentaba el fantasma de la guerra civil y la balcanización. Tal olvido, que es intencional en muchas oportunidades, ayuda a construir una imagen de la realidad que, por la circunstancia de ser falsa, no refleja el origen verdadero de los males que opacan algunos aspectos del presente. Por esta razón, nadie puede explicar los acontecimientos actuales, es decir, las causas, el desarrollo y las consecuencias de dichos acontecimientos con las limitaciones que derivan de la proximidad temporal y espacial que existe entre ellos y nosotros, sin pensar en el modelo económico y cultural que alcanzó su consolidación durante el período histórico que coincidió con la administración menemista; sin pensar en el clima de autoritarismo, corrupción, frivolidad e impunidad que posibilitó la consolidación y la expansión de ese modelo; y sin pensar en el contexto nacional e internacional que constituyó el trasfondo y, en ocasiones, el responsable de la aparición, la permanencia y la difusión de algunas manifestaciones de ese clima; entre otros aspectos. Asimismo, nadie puede explicar el origen, la evolución y los efectos de ese modelo, de ese clima y de ese contexto y, además, el resto de las cuestiones que se relacionaron con los mismos de un modo directo o indirecto, sin considerar lo que aconteció con anterioridad. Esto significa que, a pesar de los que suponen lo contrario, nada puede ser explicado acabadamente sin considerar lo que precedió al objeto de nuestra explicación ya que la adopción de una actitud opuesta provocaría la pérdida de una parte de su sentido.

La memoria, cabe tenerlo presente, no se reduce a la preservación de hechos y fechas o, expresado de otra manera, al ordenamiento de un conjunto de acontecimientos según un criterio temporal y a la conservación de ese ordenamiento para que el olvido no borre total o parcialmente los acontecimientos que lo componen, ni altere total o parcialmente la relación que existe entre los mismos. Afortunadamente, es más que eso. Y, por tal motivo, también comprende la elaboración de un método que permita la interpretación de los hechos que forman parte del pasado; el encuentro de un sentido que posibilite la explicación de esos hechos de una forma que resulte creíble y que, por ende, erradique la presencia de la casualidad como responsable de su desarrollo; y la construcción de un relato que incluya la vida de cada uno en un plano que, al ser más amplio que el cotidiano, complete el panorama de su identidad. Y esto es algo que debe ser destacado. Después de todo, las sociedades que pierden su memoria, al igual que las personas que sufren ese percance, se desprenden de un fragmento de su identidad con cada vestigio de su pasado que se desvanece en el aire, sin dejar ninguna huella. Y, con ello, se despojan de aquello que las convierte en algo único y que, por esa misma razón, las distingue de las demás. Una sociedad sin memoria es una sociedad sin historia, sin leyendas que describan el tiempo de sus orígenes, sin cantos que eternicen las proezas de sus héroes, sin relatos que expliquen el sentido de sus victorias y sus derrotas colectivas. Es algo que existe sin una razón específica. No es como un árbol que hunde sus raíces en la tierra y, por lo tanto, enfrenta los huracanes con valentía y confianza. Es como una hoja que, tras apartarse de su rama, vuela con la brisa, de un sitio para el otro, sin un rumbo fijo. Pero, la memoria puede ser afectada de dos maneras diferentes: puede desaparecer poco a poco por obra del olvido o, en cambio, por obra de otra que ocupe su lugar. En el primer caso, nos encontramos ante una caja que está vacía. Y, en el segundo, nos hallamos ante una que contiene una falsificación. En ambos, a pesar de las apariencias, el resultado es el mismo: la desaparición de la memoria y, en consecuencia, de la cuota de verdad que yace en ella.

Si analizamos los documentos históricos que existen en los ámbitos públicos y privados; si recorremos los textos que, en algunos casos, aluden a esos documentos y, en otros, a los hechos que los inspiraron; y si estudiamos las ideas, las acciones y la vida en general de las personas que, al defender los intereses nacionales y populares, contribuyeron a la formación de un pensamiento argentino; podemos advertir que la denominada historia oficial, por el hecho de responder a los intereses de la oligarquía nativa y de los exponentes extranjeros que se asociaron con ella, ocultó o modificó los aspectos del pasado que no concordaban con sus lineamientos. La necesidad de legitimar el presente requirió, además de la disimulación de los males extremos y de la justificación de los males indisimulables, la construcción de un relato convincente con el propósito de evidenciar dos cuestiones fundamentales: la inconveniencia de implementar medidas que contrastasen con las adoptadas en el pasado, ante situaciones similares o parecidas; y, en simultáneo, la obligación de acatar el orden vigente, de creer en la efectividad de las medidas instrumentadas con el objeto de enfrentar los problemas existentes, de apoyar tales medidas sin ninguna clase de cuestionamiento y, por último, de aceptar la inexorabilidad de los males que no pueden ser eliminados o atenuados, mediante las medidas instrumentadas al efecto. Dicha actitud condujo a una adulteración de los tiempos idos. Y, por esa razón, algunos artífices de nuestra historia fueron condenados a sufrir los efectos del olvido y, acto seguido, a desaparecer de los discursos y los textos oficiales. Otros, que no podían sufrir esa condena porque su desaparición de la memoria colectiva podía dejar un vacío inexplicable fueron convertidos en seres que merecían el odio o el desprecio generalizado. Y otros, que no podían ser escondidos ni denigrados porque su grandeza era conocida y reconocida por todos fueron transformados en los defensores de una maraña de ideas que, en realidad, chocaban con las que habían regido cada uno de sus actos. Esta forma de proceder con relación a los que edificaron nuestro país negó el bronce y el mármol a muchos que lo merecían. Y, en cambio, destinó esos elementos al enaltecimiento de individuos que, en verdad, se habían destacado por la ruindad y, en algunos supuestos, por la criminalidad de sus acciones. Poco a poco, quienes percibieron la necesidad de modificar el pasado y quienes aceptaron esa modificación al creer en la veracidad de la misma, como consecuencia de su desconocimiento y su ingenuidad, consiguieron que algunos personajes que actuaron en contra de los intereses que favorecían al conjunto de la sociedad y que, por tal motivo, promovieron, posibilitaron, implementaron o consintieron la represión de los individuos, los grupos y los sectores que reaccionaron contra las medidas que afectaban dichos intereses, quedasen inmortalizados en la designación de una escuela, un hospital, una plaza, una calle u otro sitio público.

Según lo expuesto, todo intento de explicar el pasado desde una posición reaccionaria, que represente una prolongación de la línea de pensamiento analizada, demanda como paso previo e inevitable la alteración de ese pasado, con el objeto de exhibir una imagen del mismo que legitime las opiniones de los que observan la realidad desde esa posición. Acorde con el propósito de evitar una contradicción entre lo que es y lo que fue, contradicción que invalidaría lo dicho en el hoy con lo hecho en el ayer, el responsable de tal pretensión reescribe el relato histórico que recrea la época aludida y, al hacerlo, incurre en el dominio de la memoria con la intención de modificarla. Mas, esto no alcanza. No es suficiente. El texto ya no tiene la fuerza de los que fueron escritos en otros momentos. La historia oficial ya no rige de un modo absoluto. Irónicamente, los que pensaron que el bronce y el mármol garantizaban la eternidad incurrieron en un error de cálculo que merece la calificación de lamentable. Como consecuencia de dicho error, cualquiera puede advertir que, en líneas generales, los que andan por las calles no reparan en los monumentos de los parques, las plazas y los paseos públicos: esas muestras de metal oxidado, piedras erosionadas y superficies cubiertas por el estiércol de las palomas que yacen tras los barrotes de una reja para que nadie tenga la tentación de robarlos, destruirlos o arruinarlos con escritos y dibujos obscenos; que los que asisten a los establecimientos educativos, desde los que pertenecen a la actividad privada hasta los que corresponden a la actividad pública, no retienen los datos que constan en los manuales de historia más allá de la fecha de sus exámenes o, en su defecto, del día de su graduación; y que, en concordancia con los casos precedentes, los que consumen el producto de los medios de comunicación escrita, radial y televisiva no priorizan las publicaciones ni las emisiones que aluden a temas históricos, según la óptica y la modalidad tradicionales. Hoy, quienes vaciaron la historia son las víctimas principales de ese vaciamiento. Por eso, aprovechos la ocasión. No permitamos que pase a nuestro lado. Y empezemos a llenar dicho vacío con palabras que tengan la virtud de recuperar el pasado y preservar la memoria, desde una posición que no implique una falsa independencia.

martes, 12 de octubre de 2010

Manuelita Saenz: la coronela


Carla Wainsztok


I: Introducción

Las mujeres y los hombres somos sujetos históricos, esto quiere decir que nos planteamos el problema de nuestra identidad. La identidad es una tarea, nosotros y nosotras nos hacemos, nos creamos, nos realizamos, nos ponemos y si no nos ponemos como sujetos, “nos ponen” como objetos. Por ello somos nosotros los que debemos elegir que hacer con nuestras vidas, sino elegimos nosotros, nos convertimos en el predicado no en el sujeto.

Por todo ello la identidad es un problema, ¿Quiénes somos? ¿Qué somos? Y somos ni más ni menos que memoria, futuro y presente. Muchas veces se ha intentando desde los diferentes lugares de poder, romper el puente entre nuestra historia y nuestros sueños de una Patria Grande. Pero las mujeres y los hombres resistimos a los embates de la historia oficial y buscamos por distintos caminos estudiar y profundizar en el pasado.

Por ello indagamos en nuestra memoria, acontecimientos, hechos históricos, personas de carne y hueso que nos ayuden a imaginar un mundo mejor. A tales acontecimientos, hechos y personas los llamamos arquetipos. Pero no para imitarlos, no para copiarlos sino que los estudiamos, los leemos, los trabajamos como una suerte de desvío, de atajo para conocer cuales eran sus ideas de comunidad, de solidaridad de Patria Grande. No se trata de copiarlos sino que este desvío nos comunica con esa otra patria que queremos construir.

Y esto es importante nuestros ideales, nuestras prácticas muchas veces están más cercanas de ellos de lo que pensamos. Pero de nuevo la historia oficial, los sube a las estatuas, a los bronces y los alejan de nosotros. He leído acerca de las dudas de San Martín, las vacilaciones de Manuela Pedraza, los interrogantes de Evita, las preguntas del Chacho Peñaloza.

II: Manuelita

Entonces hoy vamos a trabajar juntos la vida de Manuela Saenz, una de las libertadoras de América. Para ubicarnos estamos en los años de la independencia que van desde 1810 hasta 1840.

Manuelita de pequeña descubrió que su padre y su madre no estaban casados, su madre era natural del país y su padre era un español fiel al rey. Su padre estaba casado con otra mujer. Por ello durante años su fecha y lugar de nacimiento eran un misterio. Pero más allá de la condena social, se la llamaba bastarda, ella volvió esa dificultad en un desafío

“ Mi patria es todas las Américas, nací en la línea ecuatorial.”

Lima era su ciudad natal, allí durante la primer independencia había organizado a las mujeres en unidades de lucha, recaudado dinero para la construcción de barcos y dirigidos un sistema que recogía de casa en casa paños para uniformes. Cada hogar se transformó en un taller, donde las mujeres de la nobleza y sus criadas “indias” trabajan juntas cosiendo uniformes para el nuevo ejército. Tal como miles de compañeras que hoy desarrollan parte de sus vidas en los roperos comunitarios.

La llegada de Bolívar a Quito fue un gran acontecimiento, una verdadera fiesta, en las calles se mezclaban los indios, los cholos, los tenderos, los artesanos, los barberos, y en la noche de la entrada triunfal, se realizó el baile de la victoria. Allí se conocieron Manuela de 24 años y Simón Bolívar de 39 años.

Bolívar había enviudado muy joven y había prometido no volver a casarse, Manuelita estaba casada con un inglés, pero en cosas del corazón hasta los libertadores y las libertadoras se enredan. Para Manuelita el principal problema era someterse a un matrimonio sin amor. En esos años el matrimonio era entendido como un contrato con las obligaciones bien delimitadas. El marido era el indiscutido amo del hogar, la familia y la mujer era mero ganado, sin más derechos que los que el amo quisiera concederle. Ellas participaban en las guerras de independencia, eso sí como enfermeras, bordadoras seguidas por las miradas de sus maridos.

Pero Manuela se fue comprometiendo con otras tareas que no eran consideradas en ese entonces femeninas, llegó a ser coronela. Entre sus trabajos estaba a cargo el archivo personal de Bolívar. Con su nueva tarea y su reciente cargo aparecía por el cuartel con casaca azul, charreteras doradas y sus aros de coral.

Es posible imaginar a esta mujer con su uniforme, pero también con sus vestidos, sus peinados, fumando frente a Bolívar pero tal vez tan importante como ello es imaginar que algo había cambiado en ella, cuando decidió hacer frente a sus tareas, así como nosotras ya no somos las mismas luego de salir a las rutas, a las calles, es decir al espacio de lo público. Y definitivamente lo que va cambiando es darse cuenta que ya no tenemos sólo deberes, también derechos.

Finalmente la Saenz abandona a Thorne su esposo inglés, parece ser que el inglés sólo pensaba en sus propiedades y entre estas se encontraba Manuela.

Bolívar y Manuela compartieron sus propias batallas amorosas y las batallas por una América Latina unida. Por un momento espiemos entre las cartas de ellos para conocer sus desvelos políticos amorosos. Mientras cabalgaba por América, Bolívar le escribe “Estoy tan cansado del viaje y de todas las quejas de tu tierra que no tengo tiempo para escribirte con letras chiquiticas y cartas grandotas como tú quieres.” Pero Bolívar no sólo le escribe a Manuela, luego de sacarse el barro, de asearse como se puede, escribe manifiestos, documentos y constituciones. Que lejos de aquella imagen del pensador frente a un escritorio, meditando y escribiendo.

Bolívar, San Martín, Belgrano y muchos otros mientras ganaban y perdían batallas, pensaban, escribían y liberaban territorios. Hoy diríamos que reflexionaban sobre sus prácticas, y esa es una tarea ineludible en estos días en Nuestra América. Como afirmaba José Martí conocer es resolver.

Pero como ustedes saben los enemigos de la Patria Grande han sido y todavía son muchos, y el sueño bolivariano se fue perdiendo, ahora parece resurgir, sin embargo en ese entonces comenzaron los atentados a la vida de Bolívar y la coronela estuvo ahí. Manuela lo salva en varias oportunidades. En una de ellas, oye a los conspiradores y corre a despertar a Bolívar, hizo que se pusiera las botas y se escapará por una ventana mientras ella con el sable en mano los esperaba. La conspiración fue desarmada por los oficiales de Bolívar, pero hasta los últimos días de vida de Manuela se veía en su rostro las marcas de la golpiza a que fue sometida.

Bolívar, cansado de tanta batallas y atacado por una fiebre tropical debe emprender un viaje, su último viaje, los conjurados contra la unidad latinoamericana, aprovechan la ocasión y comienzan a pegar en las paredes del pueblo panfletos contra el libertador, la respuesta de Manuela no se hizo esperar, ella con sus servidores distribuyen volantes pidiendo el retorno de Bolívar. Por ello la tildaban de “amable loca” un nombre que va a ser nuevamente utilizado cuando nuestras madres y abuelas salieron a pedir por sus hijos. Pero ya no serán amables apenas viejas locas

Luego de estos acontecimientos Manuelita fue encarcelada durante un tiempo, luego de salir sobrevivió como pudo, la herencia del inglés nunca pudo llegar a sus manos. Puso un negocio de cigarros, y recibía la visita de Simón Rodríguez aquel viejo maestro de Bolívar

Manuela muere, víctima de la enfermedad de la garganta, como esa enfermedad era muy contagiosa el comité de sanidad prendió fuego a sus objetos personales, entre ellas muchas cartas personales.

Poco a poco hasta la historia oficial le tuvo que ir haciendo un lugar a aquella libertadora de América. Hoy ocupa un lugar central en la galería de los Patriotas latinoamericanos, su retrato fue enviado por el presidente de Ecuador, nuestro querido Correa.

Manuelita vive ya no sólo como un arquetipo sino como un símbolo de rebeldía. Conocerla es conocernos aún más.

lunes, 27 de septiembre de 2010

La Presencia del "OTRO" por Elías Quinteros

LA PRESENCIA DEL «OTRO»



Elías Quinteros


La visualización del «otro», en tanto sujeto diferente, como si fuese un enemigo, es algo que caracteriza a un sector de la sociedad argentina. Por otra parte, su mención en el pasado y en el presente, por exponentes de dicho sector, demuestra que no constituye un fenómeno superficial y pasajero. El problema del «otro», al igual que la cuestión de su tratamiento, plantea un desafío que atraviesa la historia y que, además, condiciona la realidad. Por ese motivo, su abordaje, más allá de los trabajos que lo analizaron con una mayor o menor seriedad, continúa configurando una tarea necesaria e impostergable.

La referencia al «otro», al que constituye un sujeto diferente, como si fuese un enemigo y, por ende, un ser a enfrentar, dominar y, si resulta necesario, destruir, es algo que caracteriza a un sector de la sociedad argentina. Tal actitud aparece con claridad cuando los exponentes de ese sector convierten en un objeto de burla, desdén u odio al ex presidente Néstor Kirchner, a la presidenta Cristina Fernández, a los integrantes del gobierno nacional, a los miembros de las agrupaciones peronistas y no peronistas que forman el kirchnerismo, a los peronistas en general y a todos los que simpatizan con los mencionados hasta aquí. Sin lugar a dudas, la visualización del «otro» como un elemento que atenta contra el orden existente y, en consecuencia, contra el «orden natural de las cosas», por quienes perciben la transformación paulatina y constante de su mundo «perfecto e inmutable», configura una realidad que revive lo peor del «gorilismo». Y, al hacer esto, actualiza algunas imágenes terribles del pasado: el bombardeo de Plaza de Mayo, el fusilamiento de los que quedaron tendidos en los basurales de José León Suárez, la represión de los que posibilitaron la «resistencia peronista», el horror de los campos clandestinos de la última dictadura y, en definitiva, la persecución, la privación ilegítima de la libertad, la tortura, la violación, la muerte y la desaparición física de miles y miles, mediante una multiplicidad de métodos aberrantes. Desafortunadamente, desde que la presidenta de la Nación y los representantes de la Mesa de Enlace se enfrentaron por el asunto de las retenciones, desnudando el poder de las franjas reaccionarias y «destituyentes» de la sociedad, más de un político profesional o amateur —independientemente de su identificación con la derecha, el centro o la izquierda—, emerge como un ejemplo vivo e inequívoco de lo expresado. Pero, la gente de la política o, mejor dicho, de la actividad partidaria no está sola en esta empresa. Un conjunto de sacerdotes, militares, jueces, empresarios y periodistas, entre otros, comparte sus opiniones e, incluso, sobrepasa el límites de las mismas con apreciaciones tan discriminatorias como las que aseveraban que el peronismo era el «aluvión zoológico» y que los peronistas eran los «cabecitas negras» que habían metido las «patas en las fuentes» y habían optado por las «alpargatas» en lugar de los «libros».
El hecho de despersonalizar al «otro», de privarlo de la condición de «persona», de convertirlo en un sujeto de segunda clase o, directamente, en «algo», presenta un lado práctico ya que el maltrato, la agresión y, asimismo, la eliminación de un ser que no es un «semejante», no representan un crimen. Y, por eso, no crean la posibilidad de sufrir una sanción de carácter jurídico o moral. Ni generan una sensación de culpa. Al respecto, recordemos lo dicho y lo escrito en más de una ocasión, por la gente «decente» de la sociedad nativa, con relación al «indio», al «negro» y al «gaucho». Y, después, evoquemos lo manifestado por esa misma «gente», sobre el inmigrante que llegó a nuestras costas para poblar nuestro país, es decir, sobre el «tano», el «gallego», el «ruso» y el «turco». Todos fueron catalogados como «bárbaros». Todos fueron considerados como seres indeseables. Todos fueron presentados como obstáculos para el avance de la «civilización» y el «progreso». Con un desparpajo absoluto, quienes no tenían una tez blanca y quienes, teniéndola, no actuaban según los valores europeos, las costumbres burguesas y las prácticas capitalistas, fueron descriptos hasta el hartazgo, con términos peyorativos, aterrorizantes y, en síntesis, condenatorios. La imagen terrorífica de los malones fue su asociada a la de las montoneras federales y, después, a la de las revoluciones radicales y a la de las huelgas anarquistas, socialistas, comunistas y, por último, peronistas. Y la figura de Juan Manuel de Rosas, en tanto representación de un «déspota sanguinario», fue relacionada con la de Hipólito Yrigoyen y, más tarde, con la de Juan Domingo Perón. Así, la historia argentina, por mérito de los que transformaron al país en una colonia británica que se dedicaba a la exportación de carnes y cereales, se convirtió en un relato que ensalzó los períodos que transcurrieron entre las tres «tiranías»: la del rosismo, la del yrigoyenismo y la del peronismo.
Actualmente, para muchos, las expresiones «paraguayo», «boliviano», «chileno» y «peruano», por ejemplo, tienen un significado similar al de la palabra «negro»: circunstancia que demuestra que esa denominación, además de comprender a los individuos del «interior» del país, también abarca a los de los países limítrofes y a los del resto de Latinoamérica. Después de todo, ellos, como los «negros» autóctonos, son sucios. Son borrachos. Son delincuentes. Y son vagos que, paradójicamente, quitan los empleos a los argentinos: empleos que, por otra parte, no despiertan el interés de la mayoría de nuestros conciudadanos porque aparecen ante sus ojos como ocupaciones humillantes. En este punto, el hecho de estar nacionalizados o de tener hijos argentinos no cuenta. Ellos no son de aquí. Y, por esa razón, están demás. Sobran. Sobran al igual que los que actúan como los «negros» aunque no tengan una piel oscura y que, en consecuencia, son «negros de mente» o «negros de alma». Sobran al igual que los orientales. Sobran al igual que los judíos y los musulmanes. Sobran al igual que los homosexuales. Sobran al igual que los comunistas. Y sobran al igual que los peronistas. Pero, esa sobreabundancia de lo indeseable, de acuerdo a la perspectiva de quienes custodian el verdadero «ser nacional», no debe provocar la sorpresa de nadie ya que vivimos en una sociedad que, por culpa de los «ex montoneros» que ejercen el gobierno, tolera los excesos más diversos: el de los «ex guerrilleros» que plantean ante «jueces garantistas», el supuesto menoscabo de sus «derechos humanos», con el propósito de lograr que los magistrados condenen a los militares y civiles que defendieron el modo de vida «occidental y cristiano»; el de los «piqueteros»; el de los sindicalistas; el de los «barrabrava», el de los «villeros»; y el de los estafadores, ladrones, secuestradores, violadores y homicidas que andan sueltos.
Mas, todo es inútil. El «otro» también se encuentra ahí, entre los miles de rostros normales que circulan por una calle, en un momento determinado. A veces, su figura aparece con nitidez, no obstante la fugacidad de esa aparición. Y, a veces, sucede lo opuesto. Sin embargo, siempre está. Siempre. Y esto es lo peor de todo. En muchas ocasiones, el «otro» no tiene el aspecto de alguien que es diferente. Por el contrario, su imagen es la de un gobernante, un ministro o un legislador que viste y habla con corrección; la de un intelectual que analiza un tema con agudeza; la de un vecino que saluda con amabilidad; la de un empleado; la de un amigo; y, en los supuestos más extremos, la de un pariente cosanguíneo o político. A pesar de las precauciones más sensatas, el «otro» puede compartir la mesa o la cama de quien vive feliz en medio de una sensación de seguridad que no es cierta. Puede estar al lado de cualquiera, sin que nadie pueda detectarlo, con un único y terrible propósito: el de aguardar el instante más propicio para lanzarse sobre su presa. Tal rasgo forma parte de su esencia, de su naturaleza, de su forma de ser. Y, por ello, es más fuerte que su voluntad. El «otro», aunque lo intente, no puede convivir con los que no son como él. Cuando está abajo, en el llano, sólo piensa en rebelarse. Y cuando está arriba, en el gobierno, sólo piensa en dominar. Para los «civilizados», él es una molestia, una maldición y un espejo. Al verlo, no ven un sujeto independiente. Ni ven a alguien que constituye su reverso. Simplemente, se ven a sí mismos sin ninguna clase de intermediación. Y eso los sorprende, los confunde y los aterra.

De cómo el Estado de 1880 no es un Estado Nación por Carla Wainsztok

De cómo el Estado de 1880 no es un Estado Nación



Carla Wainsztok


La oligarquía es “una categoría política que designa una forma de ejercicio de la dominación, caracterizada por su concentración y la angosta base social” (Ansaldi s/f) por lo tanto es una falacia afirmar que el Estado de 1880, es un Estado Nación. Ya que el Estado de 1880 se define “por la exclusión de la mayoría de la sociedad de los mecanismos de decisión política” (Ansaldi s/f). En tanto la base de sustentación de un Estado Nacional es la presencia del pueblo.

Consideramos que aquello que la “élite intelectual argentina tan homogénea como lúcida y despiadada hasta la complicidad” (Viñas: 1995, 10) denominaba proceso de organización nacional no era otra cosa que un imaginario de civilización y barbarie, de los que están “dentro y fuera de la ley”, de un nosotros y un ellos. Nosotros la familia, nosotros los amigos, nosotros los lectores, nosotros los alfabetos, nosotros la clase decente, nosotros los mejores, en definitiva nosotros la clase dominante.

Mientras el patriciado se repartía las tierras y hacia grandes negociados, algunos “bárbaros” comenzaban a desaparecer, y otros a resistir.

Las odas como las mieses y el ganado crecían junto a las penas. El payador cantaba pero los gauchos iban siendo silenciados. Las campanas de palo ya no suenan, las razones de los pobres gauchos no se escuchan.

Para comprender la gravedad de la situación sugerimos dos lecturas, una carta de un obrero alemán y el informe Bialet Massé. Es decir las penurias eran compartidas sin distinción por todos los trabajadores.

“Es probable que estos nuestros patrones que nos explotan y nos tratan como a esclavos intercepten nuestra correspondencia para que nuestras quejas no lleguen a conocerse. Lo que aquí se sufre es indescriptible. Vine al país halagado por las grandes promesas que nos hicieron los agentes argentinos en Viena (…) En Buenos Aires no se hallaba ocupación (…) Nos amenazaron con echarnos a la calle si no aceptábamos su oferta de ir como jornaleros para el trabajo de las plantaciones a Tucumán. Prometían que se nos daría habitación, manutención y $ 20 al mes de salario. (…). En la pulpería nos fían lo que necesitamos indispensablemente a precios sumamente elevados y el patrón nos descuenta lo que debemos en el día de pago. Los desgraciados que tienen mujer e hijos nunca alcanzan a recibir un centavo en dinero y siempre deben” (Wanza: 2001: 350)

En 1904, Joaquín V. González, ministro del Interior en el gabinete del Presidente Roca, encomendaba a un médico y abogado Bialet Massé un informe sobre la situación de las clases trabajadoras en las provincias. Lejos de poder sospechar que se trata de un texto anarquista, sorprende las coincidencias entre José Wanza y Bialet Massé. Los resultados del informe aparecieron publicados bajo el título Informe sobre el estado de la clase obrera.

“Cuando he visto en la ciudad de La Rioja, al obrero, ganando sólo 80 centavos, metido en la zanja estrecha de una cañería de aguas corrientes, aguantando en sus espaldas el calor de 57º, a las dos de la tarde; cuando se ha visto a la lavandera de Goya lavar la docena de ropa a 30 centavos, bajo un sol abrasador, cuando he visto en todo el Interior la explotación inocua del vale de la proveeduría; cuando he visto en el Chaco explotar al indio como bestia que no cuesta dinero, y cuando he podido comprobar, por mi mismo, los efectos del a ración insuficiente en la debilitación del sujeto y la degeneración de la raza, no han podido menos que acudir a mi mente aquellas leyes tan previsoras que todos y otros detalles que se han reproducido en cuanto se ha creído que faltaba el freno de la ley.” (Bialet Massé; 1986, 17)

Volvamos por un momento a Tucumán, allí donde dejamos a José Wanza, “llevados por la curiosidad penetramos un día en un conventillo[1] (…) En medio de aquel muladar estaba el pozo y al lado de este tres bateas, en una de ellas había un montón de ropa que reclamaba no agua y jabón sino el horno crematorio o por lo menos la estufa de desinfección (…) sobre esta almacén de microbios, basura y podredumbre, un niño de mirada imbécil entreteníase en chupar la punta de uno de aquellos inmundos trapos, mientras en la otra, cruzadas las piernecitas, la tenue caita presentando distintos ejemplares para un estudio geológico, tal debía ser el número de capas superpuestas en las que es indudable figuraban sobre el terreno primario hasta el de una nueva formación, desde la sílice, carbón, cal, hulla, etc.,” (Bialet Massé; 1986, 206)

En 1899, el autor de Juvenilia presentó un proyecto de ley, la llamada Ley de Residencia. “Muy tempranamente había declarado su admiración por esa herramienta que ha encontrado en la legislación francesa y a la que llama ‛deliciosa ley de expulsión de los extranjeros’ (Terán; 2008, 46)

En 1902 se promulgaba la ley de Residencia y en 1903 Cané se preguntaba “¿Dónde están los criados viejos y fieles que entreví en los primeros años en la casa de mis padres? ¿Dónde aquellos esclavos emancipados que nos trataban como a pequeños príncipes, dónde sus hijos, nacidos hombres libres, criados a nuestro lado, llevando, nuestro nombre de familia, compañeros de juego en la infancia, viendo la vida recta por delante, sin más preocupaciones que servir bien y fielmente? El movimiento de las ideas, la influencia de las ciudades, la fluctuación de las fortunas y la desaparición de los viejos y sólidos hogares, ha hecho cambiar todo esto. Hoy nos sirve un sirviente europeo que nos roba, se viste mejor que nosotros” (Cané: 1919, 123)

Las ideas discriminatorias de Cané lamentablemente aún retumban en estos tiempos, sus resonancias las pudimos percibir contra los festejos del Bicentenario, contra la ley de matrimonio igualitario. Nosotros y ellos.

Hubo que esperar hasta la mitad del siglo XX para que en la Argentina surgiera un Estado nacional y por ello popular. Algo que felizmente parece insinuarse nuevamente.



Bibliografía

Ansaldi, Waldo FRIVOLA Y CASQUIVANA, MANO DE HIERRO EN GUANTE DE SEDA

Bialet Massé, Juan (1986) Informe sobre el estado de la clase obrera. Hyspamérica Ediciones, Buenos Aires.

Cané, Miguel (1919) Prosa ligera, La Cultura Argentina, Buenos Aires

Terán, Oscar (2008) Vida intelectual en el Buenos Aires fin- de- siglo (1880-1910) FCE, Buenos Aires.

Viñas, David (1995) Literatura argentina y política, Sudamericana, Buenos Aires


Wanza, José (2001) Carta de José Wanza a EL Obrero en CARTAS QUE HICIERON LA HISTORIA Mónica Deleis, Ricardo de Titto, Diego Arguindeguy.
[1] La palabra conventillo, es un diminutivo peyorativo de convento y se lo llama allí por que las habitaciones son comparables con las celdas de un convento

lunes, 20 de septiembre de 2010

América es bonita, profunda y latina. Por Carla Wainsztok

América es bonita, profunda y latina



Carla Wainsztok

a Lola, Patricia y Facundo

¿Quién alguna vez no deseo conocer el origen de su nombre? Junto con los nombres individuales también es necesario conocer los nombres colectivos.

Nombrar no es un dato menor. Por ello en los diversos mitos de origen, cada palabra, cada nombre se relaciona con las creaciones. Nombrar es también dar sentido.

Hemos sido privados de nuestros recursos económicos y de nuestros relatos. Nos han saqueado económicamente y culturalmente. Ya casi no recordábamos los nombres de América. Hoy los tiempos son otros y comenzamos a buscarnos, a reconocernos. Ahora comenzamos a realizar un arqueo económico y cultural, y junto al arqueo estamos recuperando fábricas, leyendas, identidades, historias, pedagogías, y hasta el propio nombre. “De este modo, la historia de los nombres viene a ser la historia de la aparición de un sujeto que los enuncia” (Roig, 2009:28)

Para los pueblos originarios de Panamá somos Abya Ayala.

El primero en decir Nuestra América fue Francisco de Miranda.

Para Bolívar se trataba de la América Meridional.

América Latina fue enunciada por el escritor chileno Francisco Bilbao en una conferencia dictada en París el 24 de junio de 1856.

En 1891, el cubano José Martí escribía un ensayo bello que se llamó Nuestra América

Hacia los años 20 en el Perú Mariátegui y Haya de la Torre la nombran Indoamérica.

En 1922 Manuel Ugarte, pensador argentino, publica un texto que se llama La Patria Grande.

A estos nombres debemos incorporar ALBA; UNASUR. Es cierto no queremos olvidar al Caribe y no estamos dispuestos a hacerlo.

Cada mañana un/a latinito/a que nace nos convida con la posibilidad de nuevas palabras, de nuevas prácticas, de nuevos sueños y renombra “el deber urgente de nuestra América (…) enseñarse como es, una en alma e intento” (Martí; 2005: 13)


Martí, J. (2005) Nuestra América y otros ensayos, Buenos Aires, El Andariego.
Roig, A. (2009) Teoría y crítica del pensamiento latinoamericano, Buenos Aires, Una ventana.

domingo, 22 de agosto de 2010

Un encuentro antológico por Carla Wainsztok

Un encuentro antológico



Carla Wainsztok




En 1824, Bolívar se entera que su “viejo maestro” Simón Rodríguez se encuentra en territorio de la América Meridional. Tal noticia lo llena de alegría y decide escribirle una carta, “¡Oh, mi maestro! ¡oh mi amigo! Usted en Colombia, Usted en Bogotá y nada me ha dicho, nada me ha escrito. Sin duda es usted el hombre más extraordinario del mundo. (…) Usted, Maestro mío ¡cuánto debe haberme contemplado de cerca, aunque colocado a tan remota distancia! Con qué avidez habrá seguido Usted mis pasos dirigidos muy anticipadamente por Usted mismo! Usted formó mi corazón para la libertad, para la justicia, para lo grande, para lo hermoso. Yo he seguido el sendero que Usted me señaló (…) Si, amigo querido: Usted está con nosotros. ¡Mil veces dichoso el día en que Usted pisó las playas de Colombia! Un sabio, un justo más, corona la frente de la erguida cabeza de Colombia. Yo desespero por saber qué designio, que destino tiene Usted. Sobre todo, mi impaciencia es mortal no pudiendo estrecharle en mis brazos: ya que no puedo yo volar hacia Usted, hágalo hacia mi (…) Amigo si tan irresistibles atractivos no impulsan a Usted a un vuelo rápido hacia mi, ocurriré a un apetito más fuerte. La amistad invoco”

En Perú en 1825, se encuentran el maestro y su discípulo. Un testigo relata el amoroso acontecimiento “yo vi al humilde pedagogo desmontarse a las puertas del palacio dictatorial, y en vez del brusco rechazo que acaso temía el centinela, halló la afectuosa recepción del amigo, con el debido respeto a sus canas y su antigua amistad. Bolívar lo abrazo con filial cariño y le trató con una amabilidad que revelaba la bondad de un corazón que la prosperidad no había logrado corromper. Rodríguez era un hombre de carácter excéntrico, no solamente instruido sino sabio, tenía el conocimiento perfecto del mundo, que sólo se adquiere con el constante trato de los hombres”

Dos años más tarde Rodríguez envía otra carta dirigida a Bolívar “que usted haya abrazado una profesión y yo otra, hace una diferencia de ejercicio, no de obra”

La obra en común es formar, en el caso de Bolívar la Patria Grande, la Confederación de Naciones y en el caso de Rodríguez formar tiene una connotación pedagógica. Formar pueblos, formar hombres para la sociedad, formar maestros.

Entonces formar es lo contrario de imitar, de copiar. Formar como un obrar propio. Dos ideas de Rodríguez al respecto “inventamos o erramos” y “adoptar adaptar”.

A diferencia de la gran mayoría de los pedagogos europeos, Rodríguez sostiene “en los niños pobres está la Patria” por lo tanto el proyecto pedagógico es sin duda de Educación Popular. Y a diferencia de otros pedagogos no cree que haya niños educables y no educables, además de confiar en la educación de adultos.

Su proyecto es una escuela donde se reúnan trabajo y educación. En Lacatunga funda un colegio donde se ha de enseñar Castellano, Quichua, Física, Química, Historia Natural y se establecerán dos fábricas una de loza y otra de vidrio, además de maestranzas de albañilería, carpintería y herrería.

Pero además su gran preocupación es leer, ya que Patria y Gramática constituyen una unidad. Formar la Patria requería formar la lengua.

Afirma Rodríguez que los niños y las niñas deben leer mejor que sus padres y sus abuelos porque ellos serán plenipotenciarios, los jueces, los gobernantes, los presidentes.

Leer a su vez es un acto filosófico, que no se limita a la interpretación sino a la comprensión en el sentido humanista y filológico de la palabra. Leer es compartir el relato, la leyenda.

Maestro y discípulo no estuvieron de acuerdo en todo, tuvieron un gran desencuentro sobre el método para enseñar. Bolívar preocupado por la falta de maestros y de recursos además de llamar a su lado a Rodríguez, invitó a Lancaster (creador de un método de enseñanza que se basaba en los monitores) a Venezuela. Rodríguez quien sostenía “que el tiempo es el lugar de la acción” detestaba a Lancaster y sus catecismitos. Para Rodríguez el tiempo de la formación era distinto al tiempo de lo coyuntural, sin embargo no dudo en escribir a favor de su discípulo.

En 1830, año de la muerte del Libertador, Rodríguez publica una obra que había escrito en 1828 que se conoce como Defensa de Bolívar.

Para el filósofo Castoriadis no es correcto que haya filósofos legitimadores, el filósofo debe ser siempre un tábano, un crítico, esto abre un gran interrogante respecto al lugar del pensador, del escritor, del filósofo ¿qué hacer cuando el proyecto de la Patria Grande se disuelve en internas como las que acontecieron luego de 1826 y prevalecen las patrias chicas?

A Bolívar le gustaba afirmar “la Patria es América”. Hoy en Venezuela los nombres de Simón y Simoncito, es decir los nombres del maestro de Bolívar, están asociados a las misiones de alfabetización y post alfabetización.

El maestro y su discípulo cabalgan por la América Meridional.

jueves, 19 de agosto de 2010

Videos presentación del libro Bicentenario de la Revolución de Mayo y la Emancipación Americana

Ya están disponibles los videos de la presentación del Libro: Bicentenario de la Revolución de Mayo y la Emancipación Americana. Disertaron los pensadores nacionales Marco Roselli Director del Instituto Jauretche, Carla Wainsztok Socióloga y Profesora de la UBA, Elías Quinteros Abogado y escritor y Oscar Valero Profesor y Sociólogo de la UBA.
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a nuestro blog www.bicentenariodelapatriagrande.blogspot.com y mira los videos.
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lunes, 26 de julio de 2010

Construyendo la Patria Grande por Carla Wainsztok

Construyendo la Patria Grande


Nuestras tierras de América esperan el advenimiento de una reconstrucción social, nacional y continental que les dé forma y jerarquía, libertándolas en todos los órdenes de los viejos errores políticos y de las supervivencias coloniales, para hacerlas entrar en las nuevas rutas que se abren a la humanidad.


(Manuel Ugarte)










I Introducción


Pensar hoy en nacional y latinoamericano es una tarea que hemos heredado de los viejos y queridos maestros. Entiendo por viejos maestros, no sólo Bolívar, San Martín, a Jauretche, Martí, Mariátegui por sólo nombrar a algunos de los autores que hemos de convocar en este trabajo, sino y principalmente son guías las prácticas de liberación de nuestros pueblos.


“Los líderes, ensayistas o intelectuales que calaron hondamente en el registro político cultura latinoamericano, fueron verdaderos intérpretes; capaces de sintetizar, con mayor o menor envergadura, los deseos, identidades y reivindicaciones; los lineamientos a menudo complejos y contradictorios de contenidos en el modo de percibir el mundo de las mayorías” (Argumedo, 1992: 175”


Denunciar la opresión ominosa es comenzar a transitar la tarea de una América Latina venturosa.


“Cuando las grandes naciones tienden sus brazos de conquista sobre los pueblos indefensos, siempre declaran que sólo aspiran a favorecer el desarrollo de las comarcas codiciadas” (Ugarte: 1996, 29). Sin embargo sabemos bien y demasiado que significa civilizar, democratizar, visitar y conquistar El problema se suscita cuando -al hablar de ilustración, modernidad y razón-, se confunden, la “universalidad abstracta con la mundialidad concreta hegemonizada por Europa como centro” (Dussel, 2003:48) o por los Estados Unidos.


La expoliación en Nuestra América es doble, explotación económica y colonización cultural o pedagógica. Nos han privado, nos quieren seguir privando de nuestras cuentas (recursos naturales, estratégicos) y de nuestros cuentos (relatos identitarios). Por ello “se impone una especie de arqueo continental, un recuento de las riquezas enajenadas (con sus posibilidades de rescate), un inventario de cuanto escapó a las compañías extrañas, un balance, en fin, de lo que todavía nos pertenece o puede volver a nosotros. Porque en todos los órdenes, en todos los capítulos, en todos los engranajes, han de ser gradualmente reemplazados en el porvenir de los organismos ajenos por fuerzas propias que aseguren a la nación la solidez a que tiene derecho” (Ugarte: 1996, 173) y a América Latina.

Por eso aquí estamos, los Pueblos [1] combatiendo con la mejor de nuestras armas “Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedras” (Martí: 1980; 19)

Y es que como afirmaba Jauretche debemos aprender a ver y a pensar en nacional y latinoamericano[2] sabiendo que la tarea consiste en “formar conciencia… Por eso hablo de las napas profundas, trabajo que pasa inadvertido para un pragmatismo que computa resultados a la vista sin indagar cómo el napa de las aguas subterráneas afloró y por qué (…) Aprendamos del adversario, de esa oligarquía y de ese coloniaje que han organizado la superestructura cultural del país y han dispuesto de ella, como la más eficaz arma de su arsenal” ( Jauretche en Galasso, 2005: 539)


II Pensar lo propio, lo apropiado


Pensar con categorías propias, pensar desde América Latina no supone impugnar la recepción critica de conceptos pensados en otros tiempos y otros espacios. “Esta exigencia no importa una negación de la legitimidad de la introducción del inventario de productos espirituales decantados de países extraños. El espíritu que es tradición y revolución es también comunicación, pues los productos que crea su actividad no están condicionados por consideraciones de lugar. No tiene fronteras (…) la legitimidad de la esa introducción, ella está inexorablemente condicionada por la tradición, pues ahí donde ésta es negada y declarada en falencia, el trabajo del espíritu se detiene y se oblitera a virtud de la ausencia de la memoria que es de su esencia. Nada se crea ex nihilo” (Taborda: 1993,199)


Jauretche que no era ningún zonzo afirmaba “La idea no fue desarrollar América según América, incorporando los elementos de la civilización moderna, enriquecer la cultura propia con el aporte externo asimilado, como quien abona el terreno donde crece el árbol. Se intentó crear Europa en América trasplantando el árbol y destruyendo al indígena que podía ser obstáculo al mismo para su crecimiento según Europa y no según América” (Jauretche: 1992; 148)


La metáfora del árbol, nos recuerda la idea de Martí, Injértese en nuestras repúblicas el mundo, pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas (Martí: 1980,15) y continuando con el apóstol cubano “ Ni el libro europeo, ni el libro yankee daban la clave del enigma hispanoamericano(…) Los jóvenes de América se ponen la camisa al codo, hunden las manos en la masa, y la levantan con la levadura de su sudor. Entienden que se imita demasiado, y que la salvación está en crear. Crear es la palabra de pase de esta generación.” (Martí: 1980,15)

Muchos años antes Simón Rodríguez, el maestro de Bolívar, había sentenciado “¿Dónde iremos a buscar modelos? La América Española es original= originales han de ser sus instituciones y su Gobierno= i originales los medios de fundar uno y otro o Inventamos o Erramos” (Rodríguez, Tomo I 1988:343).


Mientras que en la década del 20, y con los aires reformistas aún circulando por Indo América el Amauta sostenía: “No queremos, ciertamente, que el socialismo sea en América calco y copia. Debe ser creación heroica” (Mariátegui: 1990, 249)


Un pedagogo en la década de los 60 afirmaba “Generalmente pensar sobre Brasil era pensar sobre el Brasil desde un punto de vista no brasileño. Se juzga el desarrollo cultural brasileño según criterios y perspectivas en las cuales el país era necesariamente un elemento extranjero, Es evidente que era este un modo de pensar fundamentalmente alienado. De ahí la imposibilidad de un compromiso. El intelectual sufría nostalgias, vivía una realidad imaginaria que el no podía transformar, poniendo límites a su propio mundo enojado contra el, sufría porque el Brasil no era idéntico a aquel mundo imaginario en el cual vivía, sufría porque le Brasil no era Europa o Estados Unidos; vivía proyectando la visión europea sobre el Brasil, país atrasado; negaba al Brasil y buscaba refugio y seguridad en la erudición sin el Brasil verdadero, y cuanto más quería ser un hombre de cultura menos quería ser brasileño” (Freire, 1973: 95)


Este pensar alienado debe entenderse en la doble acepción de renuncia, venta como de extranjerización, extrañamiento. Entonces un pensar propio y apropiado supone no repetir las letras de otras tierras y otros tiempos sino de recuperar los espíritus de las palabras dichas en esos otros tiempos y contextos.


“Porque si no supiéramos construir un pensamiento sobre la realidad que tenemos por delante, y esa realidad la definimos en función de exigencias conceptuales que pueden no tener pertinencia para el momento histórico, entonces significa que estamos organizando, no sólo el pensamiento, sino el conocimiento dentro de marcos que no son los propios de esa realidad que se quiere conocer” (Zemelman: s/f, 2).


Este modo de decir, de pronunciar nuestra realidad supone que “es tiempo de aprender a liberarnos del espejo eurocéntrico donde nuestra imagen es siempre, necesariamente, distorsionada. Es tiempo, en fin, de dejar de ser lo que no somos” (Quijano: 2003, 242)


III Abya Ayala


“¿Qué tiene dueño la tierra? ¿Cómo así? ¿Cómo se ha de vender? ¿Cómo se ha de comprar? Si ella no nos pertenece, pues. Nosotros somos de ella. Sus hijos somos. Así siempre, siempre. Tierra viva: Como cría a los gusanos, así nos cría. Tiene huesos y sangre. Leche tiene, nos de mamar. Pelo tiene, pasto, paja, árboles. Ella sabe parir papas. Hace nacer casas. Gente hace nacer. Ella nos cuida y nosotros la cuidamos. Ella bebe chicha, acepta nuestro convite. Hijos suyos somos. ¿Cómo se ha de vender? ¿Cómo se ha de comprar?” (Arguedas: 1970, 18)


Hay dos maneras de comprender al mito como narración, como una cosmovisión que da sentido a ciertas comunidades aborígenes o, como mitológicas que suponen el engaño, la mentira. Y, es desde esta última perspectiva como se puede hablar de encuentro de culturas, como Descubrimiento de América.

“El espíritu caballeresco de los heroicos nautas portugueses y españoles encontró un nuevo camino hacia las Indias Orientales y descubrió América” (Hegel, 1980: 651)


Los conquistadores son para Hegel heroicos, valientes, osados. La legitimidad de la conquista está fundada en el riesgo. El mar alienta al valor; invita al hombre a la conquista, a la rapiña, pero también a la adquisición y la ganancia (…) el mar despierta la valentía. Los que navegan en busca de vida y riqueza han de buscar la ganancia arrostrando el peligro; han de ser valientes, exponer y despreciar la vida y la riqueza. La dirección hacia la riqueza queda, pues, convertida, por el mar, en algo valiente y noble. Pero además, el trato con el mar incita a la astucia; pues el hombre tiene que habérselas con el elemento más astuto, más inseguro y más mendaz.” (Hegel, 1980: 169)


Hegel parece olvidar, estas breves relaciones “Mayordomo suyo mató a muchos indios ahorcándolos y quemándolos vivos, y echándolos a perros bravos, e cortándoles pies y manos y cabezas e lenguas, estando los indios en paz, sin otra causa alguna más de por amedrentallos para que le sirviesen e diesen oro y tributos, viéndolo e sabiéndolo el mesmo egregio tirano, sin muchos azotes y palos y bofetadas y otras especies de crueldades que en ellos hacían cada día y cada hora ejercitaban” (De Las Casas: 1985; 86) o aquel otro testimonio de Hatuey cacique de la isla de Cuba que niega ir al cielo, al enterarse que allí iban los cristianos.

Por si alguna duda cabe sobre los motivos del genocidio, basta recordar estos nombres Costa Rica, Puerto Rico, Costa del Oro (hoy Panamá) y Argentina (argentum).


Ya en 1904, González Prada sostenía “No se escribe pero se observa el axioma de que el indio no tiene derechos sino obligaciones (…) Los realistas mataban al indio cuando pretendía sacudir el yugo de los conquistadores, nosotros los republicanos nacionales lo exterminamos cuando protesta de las contribuciones onerosas, o se cansa de soportar en silencio las iniquidades de algún sátrapa. Nuestra forma de gobierno se reduce a una gran mentira, porque no merece llamarse república democrática un Estado en que dos o tres millones de individuos viven fuera de la ley (…) La condición del indígena puede mejorar de dos maneras: o el corazón de los opresores se conduele al extremo de reconocer el derecho de los oprimidos, o el ánimo de los oprimidos adquiere la vitalidad suficiente para escarmentar a los opresores” (González Prada: 1904,319)


Desde una perspectiva marxista latinoamericana, el Amauta afirmaba “El problema indígena se identifica con el problema de la tierra. La ignorancia, el atraso y la miseria de los indígenas no son, repetimos, sino la consecuencia de su servidumbre” (Mariátegui: 1990, 42)


Y en relación a las resistencias aseguraba “Cuando se habla de la actitud del indio ante sus explotadores, se suscribe generalmente la impresión de que, envilecido, deprimido el indio es incapaz de toda lucha, de toda resistencia. La larga historia de insurrecciones y asonadas indígenas y de las masacres y represiones consiguientes, basta por sí sola para desmentir tal impresión” (Mariátegui: 1990, 40)


Los indios se vuelven en un proyecto emancipatorio continental nuestros paisanos y los hijos de nuestra América han de salvarse con ellos, enfrente “estos desertores que piden fusil en los ejércitos de la América del Norte” (Martí:1980, 10)


Estos desertores en la Argentina constituyeron una “generación desertora” (Astrada: 1994, 58) generación que olvido y escribió otra historia, la historia oficial y oficiosa que quiso enfrentar a San Martín y Bolívar.


IV Un abrazo y un proyecto en Guayaquil (las fronteras y los hombres mancomunados)


“Colombianos y argentinos terminaron la guerra de la Independencia del Perú. Un ejército argentino liberó a Chile, y otro mixto de peruanos y colombianos remató, después de Ayacucho, la independencia del Perú (…) Bolívar ejerce el mando supremo en cinco repúblicas sin que nadie se le ocurra tacharlo de extranjero. Sucre, venezolano, gobierna Bolivia, y San Martín, argentino, el Perú. En la diplomacia particularmente se exhibe esa solidaridad continental (…) Se escoge con la misma confianza a naturales del país como a naturales de otros sectores del continente. Un mexicano, Miguel Santa María, es el primer plenipotenciario de Colombia en México (…) La primera representación diplomática del Perú en el extranjero la lleva un argentino: García del Río. Un peruano, el marino Eugenio Cortéz, es nombrado plenipotenciario de Iturbide ante los emisarios que en 1823 llevaron a México proposiciones españolas. Monteagudo, argentino y Heres, colombiano, son ministros de Relaciones Exteriores del Perú. Ortíz de Zevallos, colombiano es acreditado como agente diplomático del Perú en Bolivia para celebrar tratados de confederación y ceciones territoriales” (Gómez Robledo: 1958, 35) La Patria Grande no era sólo un ideal, era un hecho.


Para Hernández Arregui “ La certeza de un drama histórico común ha creado una ética continental solidaria” (Hernández Arregui: 1973, 287)


Por eso no nos debe extrañar que las palabras y las obras de San Martín y Bolívar fueran rescatadas por pensadores de distintas latitudes de Nuestra América


Respecto a Bolívar “Pensar en él, asomarse a su vida, leerle una arenga, verlo desecho y jadeante en una carta de amores, es como sentirse orlado de oro el pensamiento. Su ardor fue el de nuestra redención , su lenguaje fue el de nuestra naturaleza, su cúspide fue la de nuestro continente, su caída, para el corazón” Martí:1980,83).[3]


En tanto que Rodríguez afirma en una carta a su discípulo, fechada el 30 de septiembre de 1827, el “Que usted haya abrazado una profesión y yo otra, hace una diferencia de ejercicio, no de obra” ( Rumazo González, 1988: 72). La obra en común era formar la Patria Grande y, formar los hombres para la sociedad.


Mientras que para el Amauta “Bolívar tuvo sueños futuristas. Pensó en una confederación de estados indo-españoles. Sin este ideal, es probable que Bolívar no hubiese venido a combatir por nuestra independencia. La suerte de la independencia del Perú ha dependido, en gran parte, de la aptitud imaginativa del Libertador. Al celebrar el centenario de una victoria de Ayacucho se celebra, realmente, el centenario de una victoria de la imaginación (La benemerencia de los libertadores consiste en haber visto una realidad potencial, una realidad superior, una realidad imaginaria” (Mariátegui: 1987, 45)


En relación a San Martín, encontramos en Astrada, el siguiente semblante “ En el fondo, el poderoso llamado de la tierra, de su destino histórico – la voz de una nueva estirpe que comenzaba a articular su palabra- es la sustancia y el íntimo resorte de aquella decisión que lo llevó a poner totalmente su vida, nutrida con la savia y la luz de su Yapeyú nativo, al servicio de la revolución emancipadora” (Astrada: 2007; 45)


Pero nos parece que la imagen de Salvador Allende coloca y comprende que el espíritu de O ’Higgins, San Martín, Bolívar, es uno, ellos son “arquitectos de la liberación de América Latina. Visionarios con claro sentido patriótico, comprendieron que la independencia de sus naciones estaba ligada a la unidad latinoamericana. Es por eso que en los escritos, en el pensamiento y en las acciones de su época, sus nombres se funden a cada instante” (Allende: 1971)


En las figuras de Bolívar y San Martín, queremos nombrar a muchos otros y otras (Belgrano, Moreno, Monteagudo, Artigas, Juana Azurduy, Manuelita Sáenz ) que no sólo empuñaron sus palabras. El pensamiento nacional y latinoamericano les debe mucho a estos hombres y mujeres que con habilidad extraordinaria escribían sobre contratos sociales, igualdades, libertades y luego blandían otras estrategias en mapas y campos de batallas.


A su vez consideramos injusto olvidar a miles de hombres y mujeres que en diferentes tiempos y contra los colonialismos internos y externos dieron la vida por Nuestra América, deseamos nombrarlos en Zapata, Sandino[4], Farabundo Martí, Haroldo Conti, Rodolfo Walsh. Las Madres y Abuelas de Nuestra América nos cantan sus historias de rebeldías y de esperanzas.


V En busca del porvenir

Las nuevas categorías, las nuevas palabras no descienden del cielo a la tierra, ni salen de cavernas oscuras, ellas provienen de las prácticas sociales. De nuestras prácticas sociales. Estas prácticas constituyen una “historia social subterránea latinoamericana. Donde los hombres y las mujeres de esa ‘América Profunda’ van trasmitiendo a sus hijos y sus nietos, los códigos, los valores, el habla, las aspiraciones, las otras ideas que elaboran en el imaginario de las clases subordinadas, en debate y confrontación con las visiones del mundo de origen europeo incorporadas por los sectores criollos dominantes, por una parte significativa de los estratos medios urbanos y por las élites ilustradas de mayor preponderancia en el mundo de la cultura oficial” (Argumedo: 1992; 25)

Salvador Allende decía que era necesario llegar al “Estatuto del Hombre Latinoamericano a través de instituciones y la adopción de normas que vayan encauzando a nuestras patrias hacia un destino común. En este camino necesitamos Escuelas Fronterizas en las que se enseñe la historia de nuestros pueblos con altura y visión de futuro, sistemas destinados a compartir las investigaciones científicas y tecnológicas que permitan comunicarse fraternalmente las conquistas del saber. Profundizar en esa dirección una Universidad Latinoamericana que integre, desarrolle y difunda el pensamiento creador de nuestro continente (…) Debemos esforzarnos por educar a nuestra juventud en textos de historia común, que subrayen los profundos intereses y esperanzas que nos unen. Debemos establecer escuelas fronterizas para vincular aún más a nuestros pueblos” (Allende: 1971)

Parafraseando a Norberto Galasso, la disyuntiva es hoy construir una historia de la Patria Grande o una veintena de historias chicas relatadas en manualitos incomprensibles.

Es parte de la tarea construir los manuales y los textos del Estatuto del hombre y la mujer latinoamericano/a [5] para terminar con el Estatuto del Coloniaje que aún quieren imponer las clases dominantes escondidas, disfrazadas e incluso trasvestidas en todas las ciudades de Nuestra América .

Parafraseando a Gramsci, la historia de las clases subalternas dejará de ser episódica cuando los cientistas sociales, los pensadores, los filósofos, los ensayistas comencemos a escribir nuestras propias historias.

Bibliografía

Allende, Salvador (2008) América Latina, un pueblo continente en Galasso, Norberto América Latina Unidos O Dominados, Merlo, Ediciones Instituto Superior Dr. Arturo Jauretche.

Arguedas, José (1970) Mitos y leyendas peruanos, Lima, Casa de la Cultura.

Argumedo, Alcira (1993) Los silencios y las voces en América Latina, Buenos Aires, Colihue.

Astrada, Carlos (1994) El mito gaucho; Buenos Aires, Secretaría de Cultura de la Nación.

Astrada, Carlos (2007) Tierra y figura, Buenos Aires, Las Cuarenta.

Bolívar, Simón (1990) Escritos Políticos, Madrid, Alianza.

De Las Casas, Bartolomé (1985) Brevísima relación de la destrucción de las Indias, Madrid, Sarpe.

Dussel, Enrique (2003) Europa, modernidad y eurocentrismo, en La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Buenos Aires. Clacso.

Freire, Paulo. (1973) La educación como práctica de la libertad. Buenos Aires. Siglo XXI.

Galasso, Norberto. (2005) Jauretche y su época. La revolución inconclusa. Buenos

Aires. Corregidor.

Gómez Robledo, Antonio (1958) Idea y experiencia de América, México, FCE.

Gonzalez, Prada, Manuel (1904) Nuestros Indios en Una América de novela, Buenos Aires, Sudamericana.

Hegel, Federico (1980) Lecciones sobre la filosofía de la historia universal Madrid, Alianza.

Hernández Arregui, José (1973)Imperialismo y cultura, Buenos Aires, Plus Ultra.

Jauretche, Arturo (1992) Los profetas del odio. Buenos Aires. Peña Lillo Editor.

Mariátegui, José (1987) El alma matinal, Lima, Editora Amauta.

Mariátegui, José (1990) Ideología y Política, Lima, Editora Amauta.

Martí, José (1980) Nuestra América, Buenos Aires, Losada.

O’ Farrell, Justino (1976) América Latina ¿Cuáles son tus problemas?, Buenos Aires, Editora Patria Grande.

Quijano, Aníbal (2003) Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina, en La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Buenos Aires. Clacso.

Rodríguez, Simón (1988) Obras Completas, Caracas, Ediciones del Congreso de la República de Venezuela.

Rumazo Gonzalez, en Rodríguez, Simón (1988) Obras Completas, Caracas, Ediciones del Congreso de la República de Venezuela.

Taborda, S. (1993) Investigaciones Pedagógicas (Selección). Buenos Aires, Secretaría de Cultura de la Nación.

Ugarte, Manuel (1996) La Patria Grande, Buenos Aires, Ediciones Theoría.

Zemelman, Hugo Pensar teórico y pensar epistémico: Los retos de las ciencias sociales latinoamericanas.


[1] “La categoría ‘Pueblos’ designa a aquellos grandes grupos de hombres y mujeres –actualmente proscriptos y oprimidos políticamente y explotados en lo económico- que son capaces de construir una nación, un proyecto común, en mérito a su predisposición histórica para generar un núcleo de valores humanos centrados en su identidad colectiva, políticamente abarcativos y socialmente comunes” (O`Farrell:1976, 114)

[2] “Y la causa es el colonialismo mental, la incapacidad para pensar los problemas desde aquí y para aquí, en el orden natural de las cosas, como lo pensaron los que estaban separados de la realidad por artificiosas construcciones culturales y por un inconfensable asco, una repugnancia estética al hecho basto, primario, caudillesco, burdo con que la historia se presenta cuando es historia viva y no amerengada fantasía (…)” (Galasso: 2005, 248)

[3] Martí también escribió sobre San Martín ver Tres héroes y San Martín.

[4] Recordemos el intercambio epistolar entre Sandino y Manuel Ugarte

[5] En estos días Evo Morales, les solicitó a los maestros de Bolivia que produzcan los textos para “la formación de nuestros hijos”.