miércoles, 24 de agosto de 2011

La Unidad Latinoamericana por Elías Quinteros

LA UNIDAD LATINOAMERICANA

Un desafío pendiente

Elías Quinteros


La construcción de la patria grande, es decir, de una patria que reúna a las naciones o patrias chicas que se extienden desde el Río Bravo hasta el Polo Sur y que, además, agrupe, combine y sintetice los elementos que son definidos como indoamericanos, latinoamericanos y afroamericanos, a pesar de la estrechez de esas definiciones, constituye una asignatura pendiente desde la época emancipatoria, cuando los movimientos revolucionarios de la América Española no tuvieron otra alternativa que buscar la independencia, frente a la inflexibilidad de una monarquía que no fue capaz de implementar la reformas políticas, económicas y sociales que hubiesen preservado la integridad de su territorio. Ya, en esa época, más de un patriota, independientemente de su origen americano o europeo, comprendió la necesidad de alcanzar la unidad continental con el objeto de garantizar el desarrollo autónomo y pleno de los pueblos que existían en esta parte del mundo, frustrando los planes británicos que requerían la balcanización del continente y, por lo tanto, la transformación del mismo en un conjunto de republiquetas aisladas, débiles y sumisas. El fracaso de las aspiraciones unionistas que habían desvelado a José de San Martín y a Simón Bolívar —los libertadores máximos de la región meridional de América, los conductores magistrales de los ejércitos populares que se desplazaron desde la periferia sudamericana hasta el centro mismo de la dominación reaccionaria, los símbolos innegables de esas masas de indios, blancos, negros, mestizos, mulatos y zambos que lucharon incansablemente hasta el final, hasta la derrota completa y definitiva del enemigo en la batalla de Ayacucho—, demuestra las dificultades de dicha empresa. Ellos —que vencieron en más de un enfrentamiento memorable, a las tropas peninsulares que habían frenado las ambiciones de Napoleón Bonaparte, ante los ojos asombrados de un Francisco de Goya que había retratado la crueldad francesa con trazos magníficos e insuperables—, no pudieron contener a las oligarquías locales y, con ellas, a las fuerzas disgregadoras que parcelaron la superficie del continente.

Poco a poco, de un modo inexorable y terrible, quienes levantaron la mirada en esta parte del planeta para contemplar la realidad con una perspectiva que abarcaba lo continental, en lugar de hacerlo con una que no superaba los límites de lo inmediato y, en especial, de lo propio, pagaron su osadía de una manera usuraria, a semejanza de Mariano Moreno (que fue envenenado mientras viajaba en un buque británico, a través de las aguas del Océano Atlántico, sin saber que su deseo de consolidar la revolución más allá de Buenos Aires e, incluso, del territorio que había correspondido al Virreinato del Río de la Plata, convertirían a esas aguas en las guardianas eternas de su cuerpo inerte), o de Manuel Dorrego (que fue fusilado en la localidad de Navarro, por quien operó como un instrumento de los hombres que habían contribuido a la segregación de la Banda Oriental, en concordancia con las pretensiones del Reino Unido), o de Francisco Solano López (que fue rematado junto al curso del Aquidabán, en el acto final del drama shakespeariano que convirtió a su nación, una potencia económica y militar, en un territorio empobrecido y despoblado, a fin de satisfacer los intereses de la corte de Río de Janeiro y, por su intermedio, los de la corte de Londres. Y quienes no fueron asesinados a semejanza de los anteriores purgaron su atrevimiento como Juan José Castelli (que fue detenido y sometido a los vejámenes de un juicio injusto y absurdo, mientras un cáncer acallaba su voz: esa voz que lo había transformado en el orador más contundente y convincente en los inicios de la Revolución), o como Manuel Belgrano (que fue condenado a pasar sus días postreros en medio del olvido, la pobreza, la tristeza y la enfermedad), o como José de San Martín (que fue obligado a morir en la tierra francesa, en las antípodas de los paisajes argentinos, chilenos y peruanos o, con más precisión, americanos), o como José Gervasio de Artigas (que fue obligado, a su vez, a morir en la tierra guaraní, lejos del cielo charrúa que había presenciado sus hazañas políticas y militares: esas hazañas que habían contrariado a la monarquía española, al imperio portugués, al gobierno porteño y, en última instancia, a la monarquía británica), o como Felipe Varela (que fue obligado a morir en la tierra chilena, entre los síntomas de la tuberculosis que extinguió su vida y que, por ende, fue más efectiva que las armas enemigas de los campos de batalla), o como Juan Manuel de Rosas (que fue obligado a morir en la tierra británica, privado de sus bienes y de su honor, por los hombres que habían apoyado a las flotas de Francia y de Gran Bretaña, sin otra finalidad que la de provocar su derrocamiento).

Pero, esto no concluyó aquí. Por el contrario, ni la sacralidad de la muerte fue respetada. Y, por ese motivo, algunos, los más desafortunados, fueron sentenciados a padecer el silencio de la historia y, en consecuencia, el olvido de la gente. Otros, que no podían desaparecer de las crónicas sin dejar huecos inexplicables, fueron denigrados para que su recuerdo despertase la repulsa general. Y los restantes, por la circunstancia de burlar los casos precedentes a raíz de su notoriedad, fueron convertidos en personajes irreales, tan irreales que emergieron del pasado sosteniendo las opiniones de sus enemigos, en lugar de las propias. La pedagogía de las estatuas, según la expresión de Ricardo Rojas, tuvo su período de gloria. Y, a través de ella, la formula sarmientina de civilización y barbarie alcanzó su vigencia mayor. En un medio cultural y, por ende, distinguido, que asociaba lo civilizado con lo europeo, por la influencia de una élite intelectual o seudointelectual que traslucía sus prejuicios y sus complejos en cada uno de sus textos, lo americano equivalía a lo bárbaro. Al respecto, en Manual de zonceras argentinas, Arturo Jauretche expresó: “En tren de clasificación, la zoncera de Civilización y barbarie es una zoncera intrínseca, porque no nace del falseamiento de hechos históricos ni ha sido creada como un medio aunque después resultase el medio por excelencia, ni se apoya en hechos falsos. Es totalmente conceptual, una abstracción antihistórica, curiosamente creada por gente que se creía historicista, como síntesis de otras abstracciones”. “Plantear el dilema de los opuestos Civilización y barbarie e identificar a Europa con la primera y a América con la segunda, lleva implícita y necesariamente a la necesidad de negar América para afirmar Europa, pues una y otra son términos opuestos: cuanto más Europa más civilización; cuanto más América más barbarie; de donde resulta que progresar no es evolucionar desde la propia naturaleza de las cosas, sino derogar la naturaleza de las cosas para sustituirla” (Jauretche, 2002, p. 29). Por obra de lo expuesto, el sueño de la unión americana o, dicho de otro modo, de la fusión de cada una de las manifestaciones de la barbarie en una entidad superior, provocaba el asombro, la burla o el rechazo más violento, por parte de todos los que despreciaban lo de adentro e idolatraban lo de afuera. Para ellos, sin excepción, el hecho de pertenecer a la raza blanca era algo invalorable. El hecho de tener los cabellos y los ojos claros constituía una bendición. El hecho de provenir de Gran Bretaña, de Alemania o de los países de Escandinavia resultaba más importante que provenir de España, de Italia y, en particular, de las costas del Mediterráneo. Y el hecho de vivir bajo las reglas del protestantismo, las pautas del capitalismo y las costumbres de la burguesía representaba el grado más alto de la civilización y el camino más apropiado para el progreso.

A diferencia de los sectores de la sociedad que, en más de una ocasión, se opusieron a la unidad del continente o, simplemente, se desentendieron de dicha cuestión, el radicalismo y, después, el peronismo, en tanto movimientos sociales y políticos de carácter popular, apoyaron los intentos de integración y las acciones que implicaron un cuestionamiento al sistema colonial ya que este último, en cualquiera de sus grados y sus variantes, siempre requirió una América dividida. Con relación a esto, la historia nos muestra con claridad que el fenómeno del colonialismo y el parcelamiento del territorio americano obraron juntos, codo a codo, desde el inicio mismo del período patrio, apareciendo cada uno de ellos como la causa y el efecto del otro. Y, por ello, las fuerzas populares que bregaron por la liberación de esas parcelas, tras la conformación política de las mismas, integraron, intencionadamente o no, una realidad mayor: una realidad de dimensiones continentales y, en consecuencia, supranacionales. Más allá de sus aspectos específicos y distintivos, los movimientos que fueron encabezados por Pancho Villa y Emiliano Zapata, en México, por Jacobo Arbenz, en Guatemala, por Augusto César Sandino, en Nicaragua, por Jose Martí, en Cuba, por Getúlio Vargas, en Brasil, y por Hipólito Yrigoyen y Juan Domingo Perón, aquí, en Argentina, entre otros, tuvieron más de un elemento en común. Todos presentaron un carácter popular. Todos concretaron una serie de reformas políticas, económicas, sociales y culturales que modificaron la vida de sus pueblos. Todos cuestionaron el sistema de dominación que subyugaba a sus sociedades. Todos afectaron, en mayor o en menor medida, de un modo real y simbólico, al sistema colonial que estaba vigente. Y todos, finalmente, evidenciaron que cualquier proceso de unidad que pretendiese superar el límite de lo formal demandaba el libramiento de una batalla cultural, a fin de alcanzar la concreción de dos objetivos: el desmantelamiento de la estructura del coloniaje pedagógico y la contemplación de la realidad desde la perspectiva de las naciones que integraban el continente y, en forma simultánea, desde la perspectiva de las personas que integraban dichas naciones. Acorde con esto, en Nuestra América, José Martí escribió: “[…] La incapacidad no está en el país naciente, que pide formas que se le acomoden y grandeza útil, sino en los que quieren regir pueblos originales, de composición singular y violenta, con leyes heredadas de cuatro siglos de práctica libre en los Estados Unidos, de diecinueve siglos de monarquía en Francia. Con un decreto de Hamilton no se le para la pechada al potro del llanero. Con una frase de Sieyés no se desestanca la sangre cuajada de la raza india. A lo que es, allí donde se gobierna, hay que atender para gobernar bien; y el buen gobernante en América no es el que sabe cómo se gobierna el alemán o el francés, sino el que sabe con qué elementos está hecho su país, y cómo puede ir guiándolos en junto, para llegar, por métodos e instituciones nacidas del país mismo, a aquel estado apetecible donde cada hombre se conoce y ejerce, y disfrutan todos de la abundancia que la Naturaleza puso para todos en el pueblo que fecundan con su trabajo y defienden con sus vidas. El gobierno ha de nacer del país. El espíritu del gobierno ha de ser el del país […]” (Martí, 2005, p. 9).

Afortunadamente, en el pasado reciente, los mandatarios latinoamericanos llevaron a cabo una labor enorme e importantísima con el propósito de incrementar la integración continental. Y aunque este proyecto no resulte sencillo de realizar como consecuencia de las resistencias que existen dentro y fuera de las sociedades involucradas, el camino recorrido hasta el presente es más que meritorio. Acerca de lo dicho, no sólo debemos pensar en el trabajo efectuado alrededor del Mercado Común del Sur (MERCOSUR), de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), de la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR), y de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC). También debemos recordar la oposición al Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA), promovida por el presidente estadounidense George Walker Bush, durante el desarrollo de la Cuarta Cumbre de las Américas, en la ciudad de Mar del Plata, con el fin de imponer las condiciones fijadas a Canadá y México, mediante el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN); la solución de los conflictos que se produjeron entre Colombia y Ecuador y entre Colombia y Venezuela; la oposición a los intentos de derrocamiento de Evo Morales, presidente de Bolivia, y de Rafael Correa, presidente de Ecuador; la condena al derrocamiento de Manuel Zelaya, presidente de Honduras; etc. En este punto, conviene recordar que, en Sobre la necesidad de una federación general entre los estados hispanoamericanos y plan de su organización, Bernardo Monteagudo manifestó: “Esta rápida encadenación de escollos y peligros muestra la necesidad de formar una liga americana bajo el plan que se indicó al principio. Toda la previsión humana no alcanza a penetrar los accidentes y vicisitudes que sufrirán nuestras repúblicas hasta que se consolide su existencia. Entretanto; las consecuencias de una campaña desgraciada, los efectos de algún tratado concluido en Europa entre los poderes que mantienen el equilibrio actual, algunos trastornos domésticos y la mutación de principios que es consiguiente, podrán favorecer las pretensiones del partido de la legitimidad, si no tomamos con tiempo una actividad uniforme de resistencia; y si no nos apresuramos a concluir un verdadero pacto, que podemos llamar de familia, que garantice nuestra independencia, tanto en masa como en el detalle”. “Esta obra pertenece a un congreso de plenipotenciarios de cada Estado que arreglen el contingente de tropas y la cantidad de subsidios que deben prestar los confederados en caso necesario. Cuanto más se piensa en las inmensas distancias que nos separan, en la gran demora que sufriría cualquier combinación que importase el interés común y que exigiese el sufragio simultáneo de los gobiernos del Río de la Plata y de Méjico, de Chile y de Colombia, del Perú y de Guatemala, tanto más se toca la necesidad de un congreso que sea el depositario de toda la fuerza y voluntad de los confederados; y que pueda emplear a ambas, sin demora, donde quiera que la independencia esté en peligro” (O'Donnell, 1998, pp. 225-226). “[…] la asamblea hispano americana de que se trata, debe reunirse para terminar la guerra con la España: para consolidar la independencia y nada menos que para hacer frente a la tremenda masa con que nos amenaza la Santa Alianza. Debe reunirse en el punto que convengan las partes contratantes, para que las conferencias diarias de sus plenipotenciarios anulen las grandes distancias que separan a sus gobiernos respectivos. Debe, en fin, reunirse, porque los objetos que ocuparán su atención, exigirán deliberaciones simultáneas que no pueden adoptarse sino por una asamblea de ministros cuyos poderes e instrucciones estén llenos de previsión y de sabiduría” (O'Donnell, 1998, p. 227).


Por su parte en Plan de realización del supremo sueño de Bolívar, Augusto César Sandino declaró: “Las condiciones en que ha venido realizándose nuestra lucha armada en Nicaragua contra las fuerzas invasoras norteamericanas y las de sus aliados, nos dieron el convencimiento de que nuestra persistente resistencia, larga, de tres años, podría prolongarse por dos, tres, cuatro, o quién sabe cuántos más; pero que al fin de la jornada, el enemigo, poseedor de todos los elementos y de todos los recursos, habría de anotarse el triunfo, supuesto que en nuestra acción nos hallábamos solos, sin contar con la cooperación imprescindible, oficial o extraoficial de ningún Gobierno de nuestra América Latina, o la de cualquier otro país. Y fue esa visión sombría del porvenir, la que nos impelió a idear la forma mejor de evitar que el enemigo pudiera señalarse la victoria. Nuestro pensamiento trabajaba con la insistencia de un reloj, elaborando el panorama optimista de nuestra América triunfadora en el mañana”. “Estábamos igualmente compenetrados de que el gobierno de los Estados Unidos de Norte América no abandonaría jamás sus impulsos para, atropellando la soberanía centroamericana, poder realizar sus ambiciosos proyectos en esa porción de nuestra América; proyectos de los que en gran parte, depende el mantenimiento futuro del poderío norteamericano, aunque para ello tenga que pasar destruyendo una civilización y sacrificando innumerables vidas humanas”. “De otro lado, Centro América aislada, menos aún, Nicaragua abandonada, contando sólo con la angustia y el dolor solidarios del pueblo latinoamericano, podrían evitar el que la voracidad imperialista construya el Canal interoceánico y establezca la Base Naval proyectados, desgarrando tierras centroamericanas. Al propio tiempo, teníamos la clara visión de que el silencio con que los Gobiernos de la América Latina contemplaban la tragedia centroamericana, implicaba su aprobación tácita de la actitud, agresiva e insolente, asumida por los Estados Unidos de Norte América, en contra de una vasta porción de este Continente; agresión que significa, a la vez, la merma colectiva del derecho a la propia determinación de los Estados Latinoamericanos” (Sandino, 2007, pp. 107-108).

Y, con un sentido idéntico, en El proyecto nacional. Mi testamento político, Juan Domingo Perón manifestó: “[…] Cada país participa de un contexto internacional del que no puede sustraerse. Las influencias recíprocas son tan significativas que reducen las posibilidades de éxito en acciones aisladas”. “Es por ello que la Comunidad Latinoamericana debe retomar la creación de su propia historia, tal como lo vislumbró la clarividencia de nuestros libertadores, en lugar de conducirse por la historia que quieren crearle los mercaderes internos y externos”. “Lo repito una vez más: ‘El año 2000 nos encontrará unidos o dominados’. Nuestra respuesta, contra la política de ‘dividir para reinar’ debe ser la de construir la política de ‘unirnos para liberarnos’” (Perón, 1984, p. 35). “La etapa del Continentalismo configura una transición necesaria. Los países han de unirse progresivamente sobre la base de la vecindad geográfica y sin pequeños imperialismos locales. Esta es la concepción general con respecto a los continentes, y especialmente, la concepción de Argentina para Latinoamérica: justa, abierta, generosa y, sobre todas las cosas, sincera”. “Debemos actuar unidos para estructurar a Latinoamérica dentro del concepto de comunidad organizada, y es preciso contribuir al proceso con toda visión, perseverancia y tesón que haga falta”. “Tenemos que asumir el principio básico que dice: ‘Latinoamérica es de los Latinoamericanos’”. “Quiero reafirmar con énfasis que nuestra proposición no es agresiva: simplemente recoge la enseñanza de la historia y la proyecta hacia el futuro, incorporando la constructiva cooperación estrecha con todos los países”. “Para cumplir plenamente con el programa universalista, debemos tener real independencia de decisiones, y ello requiere una Latinoamérica con individualidad propia”. “Como latinoamericanos atesoramos una historia tras de nosotros: el futuro no nos perdonaría haberla traicionado” (Perón, 1984, p. 145).

La profundización de este proceso, el de la integración, no implica la realización de una tarea rápida y sencilla. Por el contrario, la concreción de la misma requiere tiempo y esfuerzo. Y, por otro lado, no está exenta de sufrir detenciones y retrocesos que demanden la rectificación de rumbos, la reformulación de estrategias y la renovación de metodologías, por obra de los que aparecen como sus enemigos más terribles: los intereses afectados o amenazados y, junto a estos, los prejuicios generados o incentivados. Respecto de esto último, cabe tener en cuenta, por ejemplo, los hechos de violencia que acontecieron en diciembre del año pasado, a raíz de la ocupación del Parque Indoamericano de la ciudad de Buenos Aires: hechos que exteriorizaron la xenofobia de un sector de la sociedad porteña que piensa con sinceridad que los paraguayos, los bolivianos y los peruanos, entre otros extranjeros, son los responsables de la mayoría de los males que lo afectan real o imaginariamente. Tal sector, por una diversidad de causas, considera que la Argentina estaría mejor sin las personas que provienen de los países de Latinoamérica y, por añadidura, sin las que forman parte del gobierno nacional ya que éste, según su opinión, protege a los extranjeros que se quedan con los empleos de los argentinos (En este punto, conviene aclarar con relación a esta cuestión que ningún xenófobo de barrio puede explicar de un modo sencillo y preciso por qué motivo unos extranjeros brutos, vagos, drogadictos y delincuentes constituyen una competencia seria para los argentinos instruidos, laboriosos, sanos y honestos. Evidentemente, o estamos ante unos extranjeros que encarnan la brutalidad, la vagancia, la drogadicción y la delincuencia y que, por lo tanto, no representan un peligro laboral para los argentinos; o, por el contrario, estamos ante unos extranjeros que representan un peligro laboral para los nacionales y que, por lo tanto, no tienen las características expuestas. Por otra parte, estos exponentes de la xenofobia local tampoco pueden precisar la razón de este peligro. Y no pueden hacerlo porque todos sabemos que los extranjeros predominan en la realización de actividades que no son efectuadas por la mayoría de los argentinos, por el hecho de ser consideradas inferiores e indignas).

Sin lugar a dudas, el dramatismo de las escenas que fueron difundidas por los medios periodísticos, con su toque habitual de tendenciosidad y sensacionalismo, desnudó las miserabilidades que aparecen en la superficie de la sociedad, cada vez que los pobres se enfrentan entre sí, protagonizando hechos dolorosos e irreparables. En estos casos, los que tienen poco se despedazan con los que tienen menos que ellos y con los que no tienen nada. Y, por su parte, los que bregan hasta el cansancio por la apertura y la extranjerización de la economía efectúan un giro de ciento ochenta grados y, en consecuencia, adoptan un discurso de tono nacionalista que les permite descalificar a los extranjeros, sin ninguna clase de limitación. Esta actitud, la de identificar a la extranjería con la barbarie, trasluce el miedo de muchos de los que son de aquí ante la presencia de los que son de afuera. Y éste, a su vez, transparenta la existencia de otro: el de quedar, tarde o temprano, en una condición similar a la de ellos. La alimentación de dicho temor y, por ende, de la inquietud general por un Jefe de Gobierno que agravió a los inmigrantes, exigió la intervención de la Policía Federal o de la Gendarmería Nacional con el propósito de garantizar la represión de los ocupantes del predio y reclamó la presencia del Estado olvidando que él es su representante desde que asumió la administración de su ciudad, no sólo desnudó la xenofobia de su pensamiento. También evidenció la imprudencia de sus palabras: imprudencia que adquirió proporciones siderales unos días más tarde, cuando el Mercado Común del Sur, por medio de la Decisión N° 64/10, resolvió el establecimiento de un plan de acción con el objeto de avanzar en la conformación progresiva de un Estatuto de la Ciudadanía que garantice a los nacionales de los Estados integrantes de dicha unión; la libertad de circulación; la igualdad de derechos y libertades civiles, sociales, culturales y económicas; y el acceso al trabajo, a la salud y a la educación en igualdad de condiciones.

Sin embargo, el hecho que se produjo en el Parque Indoramericano —algo que no deja de resultar paradójico, según lo observado por Carla Wainsztok, organizadora de la mesa, ya que muestra que individuos que en muchos casos tenían una ascendencia india y, por ello, americana, no eran bienvenidos en un sitio público que ostentaba tal denominación—, sólo configura una parte de la realidad. La otra, la que es diferente, adquirió una visibilidad indiscutible unos meses antes, durante los festejos correspondientes al bicentenario de la Revolución de Mayo, es decir, durante la recordación de un pronunciamiento popular que alcanza la totalidad de su sentido histórico si es analizado como la expresión local de un fenómeno continental. Con relación al mismo, Carla Wainsztok, que ya mencionamos unas líneas más arriba, efectuó un par de apreciaciones acertadas y oportunas. Por un lado, confrontó la imagen de los cuadros de los patriotas latinoamericanos que adornan la Casa Rosada (representación de la Patria Grande y, por lo tanto, del sueño de la unión del continente), con los cuadros de Jorge Rafael Videla y Reynaldo Benito Bignone que engalanaban el Colegio Militar de la Nación (representación de la Patria Chica y, en consecuencia, de lo opuesto a dicho sueño), resaltando que Cristina Fernández pudo colgar los retratos de esos patriotas porque Néstor Kirchner había descolgado previamente los de esos genocidas. Y, por el otro, comparó la imagen de la fiesta de la Avenida 9 de Julio (un hecho masivo, espontáneo, bullicioso y pacífico que evidenció la alegría de millones de personas y estuvo en consonancia con el espíritu de la galería que atesora los cuadros de esos patriotas), con la del espectáculo del Teatro Colón (un hecho elitista con pretensiones aristocrática que no pudo disimular su naturaleza tilinga, ni su concordancia con el imaginario de ese sector de la sociedad que, en un momento de la historia reciente, tuvo a los hombres de los cuadros descolgados como exponentes y defensores de los valores argentinos), destacando que aquella se impuso de una manera aplastante sobre éste. Tales apreciaciones, producto innegable de una observación atenta y aguda del contexto que nos envuelve, ponen de relieve que la cuestión de la unidad latinoamericana está presente detrás de acontecimientos que, en apariencia, no superan los límites de lo nacional. Y esto no constituye un dato menor. A diferencia de otros tiempos, las ondas expansivas de lo que sucede en un país repercuten directa o indirectamente en los restantes, dejando al descubierto que las fronteras no sirven para impedir su salida, en un caso, ni para evitar su ingreso, en el otro.

A medida que profundizamos el análisis de esta cuestión comprobamos que más de un hecho del ámbito latinoamericano incide en el desarrollo del ámbito nacional y que más de un hecho del ámbito nacional incide en el desarrollo del ámbito latinoamericano, configurando una relación de ida y vuelta que, a veces, es tan fluida e intensa que desdibuja la línea que separa dichos ámbitos. Hoy, cualquiera puede percibir sin ninguna dificultad que mucho de lo que acontece en un lugar del continente repercute positiva o negativamente, en los puntos más distantes. Por lo tanto, la realidad actúa como un maestro que nos muestra diariamente la conveniencia de arribar a acuerdos que contemplen los vínculos que surgieron al margen de una planificación general e integral, con el objeto de evitar o reducir la producción de consecuencias indeseadas para una de las partes, para varias o para todas. América Latina, al consistir en una tarea inconclusa que trasluce la existencia de una aspiración de independencia y desarrollo aun no alcanzada, necesita que los gobiernos de las naciones que la conforman, más allá de su orientación política, apoyen el proyecto de la integración continental. Esta necesidad no consiste en una invención. Al contrario, el grado de independencia y desarrollo anhelados, tanto en lo regional como en lo local, exige que la palabra integración sea más que eso, es decir, más que una simple palabra. Los pueblos latinoamericanos y, más específicamente, los millones de individuos que los convierten en entidades que respiran, sueñan, aman, luchan, sufren, lloran y recuerdan, ya no pueden malgastar su tiempo como si éste fuese un recurso renovable. Y, por esta razón, quienes tienen la responsabilidad de gobernarlos con sabiduría y justicia deben acreditar con hechos concretos que están a la altura de los acontecimientos, impidiendo que las generaciones actuales experimenten las frustraciones de las generaciones anteriores y que los fantasmas de las segundas, fantasmas que no conocen la paz, perciban que sus filas se engrosan paulatinamente con los fantasmas de las primeras.

REFERENCIAS

Jauretche, A. (2002). Manual de zonceras argentinas. Buenos Aires: Corregidor.

Martí, J. (2005). Nuestra América. Buenos Aires: Ediciones El Andariego.

O'Donnell, P. (1998). Monteagudo: La pasión revolucionaria. Buenos Aires: Planeta.

Perón, J. (1984). El proyecto nacional: Mi testamento político. Buenos Aires: El Cid Editor/Fundación para la Democracia en Argentina.

Sandino, A. (2007). Escritos y documentos. Buenos Aires: Ediciones El Andariego.

martes, 16 de agosto de 2011

¿Hacia la segunda y definitiva independencia? UNASUR: el nuevo nombre de un viejo anhelo por Lucila Melendi


¿Hacia la segunda y definitiva independencia?
UNASUR: el nuevo nombre de un viejo anhelo
por Lucila Melendi[1]
“Los hermanos sean unidos,
Porque ésa es la ley primera;
Tengan unión verdadera,
En cualquier tiempo que sea
Porque si entre ellos se pelean,
Los devoran los de ajuera”
José Hernández, La vuelta de Martín Fierro

Introducción

Cuando el 23 de mayo de 2008 se dio a conocer el Tratado Constitutivo de la Unión de Naciones Suramericanas, hubo muchos que se sorprendieron: no habían pensado que pudiera ser en serio. Frente a la supuesta incapacidad de los bloques subregionales ya existentes, se preguntaban para qué crear una nueva estructura, para qué superponer funciones cuando todavía no se había logrado ningún avance. Las pruebas de fuego que enfrentó la UNASUR en el transcurso de estos tres años, logrando solucionar conflictos de magnitud, lejos de debilitarla dejaron en evidencia que alguna utilidad tenía. No obstante, hay quienes siguen insistiendo en que es dificil dar cuenta del carácter de esta nueva organización, principalmente por lo novedoso de su propuesta y lo ‘sin parangón’ en el resto del mundo.

Lejos de parecernos novedoso, este trabajo considera que las claves de la UNASUR deben rastrearse en el pasado suramericano de los últimos siglos, interpretación según la cual esta Unión sería un intento más, hasta el momento acaso el más exitoso, de unidad para lograr la autonomía y la justicia social en el subcontinente.

En esta linea, es importante señalar la concepción geopolítica que tenían San Martín y Bolívar cuando condujeron los ejércitos de la Independencia sin considerar otra frontera que las del hasta entonces Imperio Español, las luchas y proclamas de Facundo Quiroga, Vicente ‘Chacho’ Peñaloza y Felipe Varela, continuadores de la gesta emancipadora americana, Juan Manuel de Rosas y Francisco Solano López, como continuadores de la defensa a ultranza de la soberanía nacional americana y también, cómo no, Franciso de Miranda, José Gervasio Artigas y José Martí. Entrando al siglo XX, esta linea de acción puede rastrearse en José Enrique Rodó, Manuel Ugarte, Rufino Blanco Fombona y Francisco García Calderón que, hacia comienzos de la Primer Guerra Mundial, irían percibiendo que la unidad debía hacerse en conjunto con Brasil, es decir, incluyendo a las ex colonias lusitanas (Methol Ferré, 2002). Ya a mediados de siglo Perón impulsaría concretamente el ABC, reflotando la idea del barón de Rio Branco, buscando sumar a Vargas e Ibáñez para constituir un núcleo básico de aglutinación que pudiera atraer al resto de los países de Suramérica y concretar la unión necesaria para que el año 2000 no los encontrase dominados. En los años ’60, el influjo de la Revolución Cubana otorgó un último y gran impulso al latinoamericanismo, siendo probablemente el Che Guevara su mayor y más fiel exponente. Sin embargo, hasta el momento diversos imperialismos han logrado quebrar esta resistencia, aliados con poderosos sectores internos de cada uno de nuestros países, las más de las veces de forma violenta.

Como puede verse, desde comienzos del 1800, me animaría a decir que desde las Invasiones Inglesas, hay un fuerte sentimiento de americanismo que recorre nuestras tierras y habita en nuestros pueblos. A pesar de las fuertes derrotas sufridas, nunca pasa demasiado tiempo sin que reviva la rebeldía suramericana que quiere concretar la independencia de los poderes fácticos, para decidir sobre su propio destino y así tener más chances de revertir la desigualdad que la azota y, como supieron bien quienes se esforzaron por astillarnos en más de diez repúblicas, esto sólo puede hacerse manteniéndonos unidos.

Inventamos o erramos

Quienes se dedican al estudio de las Relaciones Internacionales, sostienen que las teorías con que se formaron no logran dar cuenta del proceso integracionista que está viviendo Suramérica. Como se sugirió al principio, lejos de ser algo extraño, esto resulta de lo más lógico si se tiene en cuenta que solemos formarnos con teorías producidas en los centros del poder mundial que, como no podría ser de otro modo, producen teoría para explicar su realidad y contribuir a resolver sus problemas. Realidad y problemas que no son los nuestros. Como tantas otras veces a lo largo de nuestra historia, habrá que reconocer que el problema no lo tienen esas teorías, sino nosotros, que no podemos pensar en pensarnos sin echar mano de ellas.

Hace veinte años, Alcira Argumedo (1992) nos decía que nos hemos acostumbrado a considerar como teoría sólo aquello que viene presentado de una determinada forma, con un determinado estilo y un determinado lenguaje, presuntamente neutral y de aplicación universal, y que esa no era la forma en que en Nuestra América se producía teoría. Por ende nos instaba a escuchar las palabras de nuestros grandes hombres y mujeres, que históricamente han producido teoría en forma de discursos, cartas y acción política o militar, logrando expresar la visión latinoamericana del mundo, sus interpretaciones, y las propuestas para actuar sobre esa, nuestra realidad. La matriz de pensamiento latinoamericana hace más de doscientos años que mantiene como banderas irrenunciables la de la autonomía y la de la justicia social, y al leer las declaraciones de los presidentes y los comunicados que emiten desde el 2003 a esta parte, no hacemos más que encontrarnos con nuevos intentos de nuestros pueblos por lograr la definitiva independencia, que se alcanza recuperando la política, para impulsar el desarrollo con inclusión social. Al respecto es muy ilustrativo uno de los párrafos del Consenso de Buenos Aires que, firmado en octubre de 2003, sentaba las bases programáticas del modelo de integración regional que Brasil y Argentina, de la mano de Lula y Kirchner, pretendían impulsar en Suramérica toda:

“16. Entendemos que la integración regional constituye una opción estratégica para fortalecer la inserción de nuestros países en el mundo, aumentando su capacidad de negociación. Una mayor autonomía de decisión nos permitirá hacer frente más eficazmente a los movimientos desestabilizadores del capital financiero especulativo y a los intereses contrapuestos de los bloques más desarrollados, amplificando nuestra voz en los diversos foros y organismos multilaterales. En este sentido, destacamos que la integración sudamericana debe ser promovida en el interés de todos, teniendo por objetivo la conformación de un modelo de desarrollo en el cual se asocien el crecimiento, la justicia social y la dignidad de los ciudadanos” (Consenso de Buenos Aires, 2003).

Con el afán de colaborar en la empresa de pensarnos, además de sugerir la lectura atenta de las declaraciones, tratados y demás documentos suscriptos por los Jefes y Jefas de Estado, me atrevo a sugerir tres cuestiones centrales que debieran tenerse siempre presentes a la hora de estudiar el proceso suramericano, en tanto son las que le otorgan su especificidad:

En primer lugar, el hecho de tener una unidad de origen que todavía está muy presente en la memoria colectiva: la experiencia traumática de la Conquista y los trescientos años de Colonia, produjeron una transculturación de los troncos ibérico, indígena y africano de magnitud nunca antes vista en la historia del mundo, lo cual implica que estos doce países que hoy intentan integrarse, están unidos en su diversidad. No se trata de forzar la fusión de estados consolidados con culturas muy distintas para lograr un mercado que esté a la altura de los volúmenes del comercio en el siglo XXI, sino más bien de recuperar la forma original, la unidad histórica y geopolítica de América del Sur.

En segundo lugar, Suramérica realizó su independencia de España y Portugal, pero quedó dividida en más de una decena de países, astillamiento a partir del cual fue relativamente sencillo para las oligarquías locales obtener el control del aparato estatal y mantener la orientación extraregional de sus economías, profundizando un modelo extractivo exportador que sumió a sus sociedades en la pobreza y la desigualdad. Somos una de las regiones más desiguales del planeta, y esto tiene que ver con los pocos que hicieron mucha plata con el comercio ultramarino, y los muchos que se quedaron con nada en esta repartición. El desafío de revertir la desigualdad sólo puede encararse de modo regional y, como vimos, es uno de los principales objetivos explicitados por los mandatarios.

Por último, y en estrechísima relación con el punto anterior, para revertir la desigualdad es imprescindible lograr márgenes de decisión autónomos. América Latina en general, ve permanentemente avasallada su soberanía a la hora de tomar decisiones. Su subordinación económica va de la mano de su debilidad política. Para terminar con la pobreza y orientar nuestras economías de un modo que favorezca al conjunto, es necesario poder limitar la injerencia que los organismos financieros internacionales y las potencias del mundo han tenido sobre nuestra política interna en las últimas décadas. Este es otro problema que las potencias no tienen, y para el cual no producen teoría: las amenzas a su soberanía son eminentemente militares, mientras que las nuestras son también y fundamentalmente, económicas y políticas.

Juntos es mejor

Habiendo establecido estas cuestiones básicas que pienso deben estar claras a la hora de encarar apreciaciones sobre la UNASUR, podemos señalar algunas cuestiones que la diferencian de otros intentos de unidad, algunas tienen que ver con el contexto mundial y regional, y otras con la visión de quienes encararon este proyecto, ciertamente alentados sobre los inconvenientes que podrían encontrar.

En principio, el marco mundial ofrece posibilidades renovadas al proyecto integracionista. El fin de la hegemonía estadounidense y la paulatina consolidación de un mundo multipolar abren una primera puerta, y la continuidad de regímenes democráticos en la región, otra muy importante. Bueno es recordar que cada vez que Suramérica logró iniciar un proceso de unidad prometedor, fue interrumpido abruptamente las más de las veces por golpes militares y subsiguientes períodos de reacción que impusieron retrocesos inevitables. Estamos transitando el proceso más largo de continuidad del orden institucional desde la consolidación de las democracias de masas, y este es un dato no menor que nos hace pensar en la UNASUR como en un blindaje democrático: a raíz del intento de golpe en Ecuador, sostenía Edgardo Mocca en su blog que “los sucesos de Quito nos mostraron una realidad nueva. Una Sudamérica que construye un gran blindaje democrático. Un blindaje con nombre y apellido: la Unasur. No importa dónde suceda, todo levantamiento contra la voluntad popular encontrará a los gobiernos de la región en la defensa de la democracia” (Mocca, 2010).

En este marco de consolidación democrática y fortalecimiento de la soberanía, es un dato importante el respeto a los tiempos de la política interna que está demostrando tener la UNASUR. Lejos de crear organismos supranacionales a quienes cederles poder de decisión, con una gran conciencia del momento histórico que atravesamos, UNASUR aparece como un mecanismo de coordinación de políticas entre los gobiernos que habitan el suelo de aquella unidad primigenia. No tienen el mismo color ideológico ni atraviesan por procesos políticos similares[2], pero no opinan sobre el desempeño de sus pares. Saben que su única condición de posibilidad está en mantenerse todos juntos y prodigarse mutuo respeto. Así como la recuperación de la democracia y un clima de paz fue necesaria para poder alcanzar los primeros acuerdos importantes en materia de integración regional, la integración se transforma hoy en día en la garantía a la continuación del orden democrático. La flexibilidad organizativa y el respeto a los tiempos internos de la política doméstica aparecen como clave, y un signo más de esto puede encontrarse en la pausa puesta a los intentos de integración financiera. Luego de que en un principio ésta apareciera como una de las prioridades, hoy se habla de tomar el tema con calma, avanzando lento y ensayando soluciones novedosas, habida cuenta de los problemas por los que atraviesa la Unión Europea después de haber ligado la política macroeconómica de todas sus naciones al destino de una moneda común.

Desde un principio la UNASUR se planteo el suyo como un trabajo de coordinación al máximo nivel político, una especie de consorcio en el que se acuerdan políticas macro, que de ninguna manera pretendería reemplazar a los bloques subregionales preexistentes, en tanto es grande su acervo de integración. Muy por el contrario, se apoya en estructuras como MERCOSUR, CAR y CARICOM, a nivel técnico, operativo, de financiamiento e incluso político: si se tiene en cuenta, por ejemplo, que en diciembre pasado se creó la figura de Alto Representante General del MERCOSUR[3], queda claro que no se está pensando en deshacer el bloque sino, por el contrario, en impulsar más que nunca sus iniciativas.

En linea con lo anterior, esta nueva organización intergubernamental tiene el objetivo declarado de constituirse en un espacio de convergencia y consenso para establecer los lineamientos estratégicos de la región en cuanto a posicionamiento internacional y grandes estrategias de desarrollo compartidas. Lo dicho hasta aquí queda bastante claro en el Tratado Constitutivo:

“Artículo 2 – Objetivo: La Unión de Naciones Suramericanas tiene como objetivo construir, de manera participativa y consensuada, un espacio de integración y unión en lo cultural, social, económico y político entre sus pueblos, otorgando prioridad al diálogo político, las políticas sociales, la educación, la energía, la infraestructura, el financiamiento y el medio ambiente, entre otros, con miras a eliminar la desigualdad socioeconómica, lograr la inclusión social y la participación ciudadana, fortalecer la democracia y reducir las asimetrías en el marco del fortalecimiento de la soberanía e independencia de los Estados” (Tratado Constitutivo de la UNASUR, 2008).

Al respecto, aporta un elemento novedoso el hecho de que la UNASUR se haya propuesto firmemente mantener una estructura institucional y burocrática lo más ágil posible: continúa con la estructura original de Consejo de Jefes y Jefas de Estado, Consejo de Ministros de Relaciones Exteriores y Consejo de Delegados, habiéndose creado tan sólo nueve Consejos especiales, para cuestiones clave, integrados por Ministros, es decir, manteniendo un altísimo nivel político para la toma de decisiones. En relación con este último punto, es bueno señalar la cantidad de Cumbres Extraordinarias de Jefes y Jefas de Estado que han tenido lugar desde su creación. El Tratado estipula una Reunión Ordinaria por año, pero lo cierto es que los presidentes de la región no sólo se han reunido de manera extraordinaria e inmediata por temas como el intento de secesión en Bolivia (2008), el intento norteamericano de instalar siete bases militares en Colombia (2009), las consecuencias del terremoto en Haití (2010), el intento de golpe de estado en Ecuador (2010) o la muerte de Néstor Kirchner (2010), sino que además han instalado una dinámica de encuentros esporádicos por otro tipo de ocasiones, más relajadas pero que definitivamente tienen el objetivo de mantener los lazos de la región unidos y en constante accionar, dando una muestra de decisión política al resto del mundo y de identidad suramericana a los pueblos de la región. Esta diplomacia presidencial activa sin duda alguna dista de ser lo que comúnmente se conoce como diplomacia de cumbre.

Sin dudas, es la voluntad política de los mandatarios la que hoy en día convierte a la UNASUR en un elemento tan poderoso en la realidad política de la región. Si bien mucho de esto se debe a una serie de gestos fuertes que los presidentes han ido teniendo entre sí en diversos momentos de sus mandatos (e incluso antes –recordar el fuerte apoyo brindado por Lula y Lagos a Kirchner antes del balottage del 2003-), logrando dar por tierra con los tradicionales reparos a la cooperación, es dable suponer que esta intensidad se mantenga más allá de los liderazgos, en tanto como referíamos al principio, UNASUR se convierte hoy en la mayor garantía que tienen los respectivos gobiernos para llegar a término honrosamente, y esto es lo que en gran medida logra que la política de integración regional al más alto nivel político supere las diferencias ideológicas y se instale entre los primeros puntos de las prioridades presidenciales.

Por último, si bien es cierto que la UNASUR debió enfrentar grandes retos en sus comienzos, también lo es que gran parte de su prestigio actual lo debe, precisamente, al hecho de haber superado galantemente esos desafíos. Dudo que haya estado en la mente de sus impulsores que la Unión tuviera que desempeñar un papel tan importante a la hora de resolver conflictos intraregionales, pero lo cierto es que estaba ahí cuando éstos aparecieron, y las más de las veces fue clave en lograr su resolución, evitando así injerencias extranjeras y obstáculos a la integración. Sin dudas, esta dimensión de mecanismo de resolución de conflictos le dio un gran impulso, y recordó a todos oportunamente que no se puede descansar en la empresa de la liberación.

Brasil y Argentina: una alianza táctica de carácter necesario

Para terminar de echar luz sobre el carácter de los renovados intentos integracionistas del siglo XXI, es importante comprender el rol insustituible que juegan Brasil y Argentina en cualquier proyecto que pretenda contener a Suramérica en su conjunto. Lo cierto es que más allá de todos los señalamientos que hemos venido haciendo, el otro gran elemento que explica el éxito de la convergencia por sobre las no menores diferencias ideológicas y políticas es que mientras Brasil y Argentina permanezcan unidos en una política estratégica común, ninguno de los otros países del subcontinente puede darse el lujo de permanecer al margen.

En 2002, poquísimo tiempo después de la debacle argentina de diciembre de 2001 y antes de que Luiz Inacio Lula Da Silva o Néstor Kirchner asumieran la presidencia de sus respectivos países, es decir, antes de que se le pudiera ver el rostro al cambio de época, Methol Ferré dio una conferencia en Argentina. En ella sostuvo que Perón fue el primer latinoamericano en ver el camino concreto, estratégico para lograr la unidad. Me gustaría reproducir aquí sus palabras exactas, en tanto me parecen de una claridad difícil de encontrar:

Perón decía (…)“La unidad comienza por la unión, y ésta por la unificación de un núcleo básico de aglutinación”. Para él, la alianza argentino-brasileña era ese núcleo básico de aglutinación de América del Sur. O sea, da un salto enorme con relación a todo el latinoamericanismo anterior: señala el camino principal. El pobre Rodó nos dijo: en el horizonte está la Patria Grande; pero no dejó táctica, no dejó estrategia, sólo dejó el horizonte. (…) Perón es el primero que indica un camino a seguir, el primero que transforma eso en una política sudamericana. Porque si no hay discernimiento de lo principal y lo secundario, es decir, si no se descubre y propone el camino principal de acceso a lo que se busca, distinguiéndolo de los caminos secundarios -que pueden auxiliar al camino principal pero que no conducen a realizar lo que se propone- entonces se marcha a los tumbos. El camino constituye el alma de la realización del destino” (Methol Ferré, 2002).

Estos son los dos grandes países suramericanos, únicos capaces de aglutinar a todos detrás de un proyecto común, el núcleo básico aglutinador. Cualquier intento integracionista que no cuente con ambos está condenado al fracaso.

En este sentido, el acuerdo estratégico alcanzado en sus primerísimos tiempos al frente del gobierno por Lula y Kirchner, se presenta como la clave de la negativa suramericana a la propuesta panamericanista del ALCA, enterrada en las arenas de Mar del Plata durante la IV Cumbre de las Américas, en noviembre de 2005. Los lineamientos planteados en el Consenso de Buenos Aires (2003) y el NO al ALCA constituyen el punto de inflexión en la política exterior suramericana que abrió la posibilidad a este nuevo encuentro de nuestras naciones: a fines de ese mismo año se constituiría la Comisión Estratégica de Reflexión sobre el Proceso de Integración Regional, que cambiaría la mirada estratégica y se abriría paso también a la creación de la Secretaría Permanente del MERCOSUR Social, dando cuenta de que los cambios en los lineamientos estratégicos para la integración regional afectarían a todos los organismos dependientes de los gobiernos del subcontinente que trabajaran el tema.

Reflexiones finales

El siglo XXI sorprendió a los presidentes de Suramérica reunidos, por primera vez en la historia, en un anticipo de lo que vendría. Diez años después, y catástrofe económica, social y política de por medio, la Unión de Naciones Suramericanas se ha constituido en una realidad y figura entre los primeros puntos en la agenda de los gobiernos de la región, independientemente de sus afiliaciones ideológicas. El mundo nos presenta el fin de la hegemonía estadounidense y la configuración de un esquema de poder multipolar. En este marco, los históricos proyectos integracionistas de América del Sur cobran nuevo vigor, de la mano de gobiernos que si no siempre se diferencian de sus antecesores neoliberales, sí comprendieron que no hay supervivencia posible en la desunión.

América del Sur conmemora el bicentenario de su primera independencia y los festejos la encuentran luchando por alcanzar la segunda y definitiva: es en esta clave que debe leerse el esfuerzo de los gobiernos suramericanos por fortalecer la UNASUR y lograr que se transforme en un instrumento para garantizar la soberanía efectiva en la región. Esta idea no es nueva, porque no son nuevas las características de la región y porque tampoco lo son sus necesidades, ya nos decía Galeano (1975; 3)

“La división internacional del trabajo consiste en que unos países se especializan en ganar y otros en perder. Nuestra comarca del mundo, que hoy llamamos América Latina, fue precoz: se especializó en perder desde los remotos tiempos en que los europeos del Renacimiento se abalanzaron a través del mar y le hundieron los dientes en la garganta”.

Cinco siglos después, el desafío sigue siendo cambiar el modelo basado en la exportación de productos primarios, por un proyecto basado en la ciencia, la tecnología, la industria y la capacidad de agregar valor a partir del trabajo de la gente (Filmus, 2010). Para esto, la estrategia suramericana es recuperar el rol de la política como herramienta de transformación, y encarar el desarrollo con inclusión social. La UNASUR constituye el blindaje que los gobiernos necesitan para emprender las transformaciones ‘con la espalda cubierta’. Por otro lado, mientras Brasil y Argentina sigan decididamente esta senda, es esperable que la integración continúe fortaleciéndose, fundamentalmente a través del MERCOSUR, como único modo de sostener los respectivos proyectos nacionales.

Las teorías internacionales del centro del mundo tienen limitaciones para explicar el actual proceso integracionista liderado por UNASUR, porque sus características son distintas a la de cualquier otro proceso de integración. Debemos darnos nuestras propias herramientas y, para aportar al proceso, entender cuál es su esfecificidad. La especificidad del proceso liderado por UNASUR es la de recuperar el rol de la política, y con ella, la soberanía popular necesaria para desandar los caminos de la desigualdad.

Referencias

Argumedo, A. (1992). Los silencios y las voces en América Latina. Buenos Aires: Colihue

Galeano, E. (1975). Las venas abiertas de América Latina. Buenos Aires: Siglo XXI

García, M. A. (2008). Nuevos gobiernos en América del Sur. Revista Nueva Sociedad Nº 217, septiembre-octubre de 2008. Disponible en http://www.nuso.org/upload/articulos/3551_1.pdf

Mocca, E. (2010). “Anacrónico opina que…” en Café Umbrales. Disponible en http://revista-umbrales.blogspot.com/2010/10/anacronico-opina-que.html

Methol Ferré, A. (2002). De los estado-ciudad al estado continental industrial. Conferencia organizada por el Foro San Martín para la Integración de nuestra América, Centro Cultural Hernández Arregui, Buenos Aires, 12 de Julio de 2002. Disponible en http://www.metholferre.com/detalle_de_pagina.php?entidad=conferencia&pagina=26

Moniz Bandeira, L. A. (2004). Argentina, Brasil y Estados Unidos. De la Triple Alianza al MERCOSUR. Buenos Aires: Grupo Editorial Norma

Documentos Consultados:

Consenso de Buenos Aires, 16 de octubre de 2006, Buenos Aires, Argentina. Disponible en http://www.resdal.org/ultimos-documentos/consenso-bsas.html

Un Nuevo Modelo de integración de América del Sur. Hacia la Unión Sudamericana de Naciones. Documento Final de la Comisión Estratégica de Reflexión sobre el Proceso de Integración Regional. II Cumbre de Jefes de Estado de la Comunidad Sudamericana de Naciones, 9 de diciembre de 2006, Cochabamba, Bolivia. Disponible en http://www.comunidadandina.org/documentos/dec_int/dec_cochabamba_reflexion.htm

Tratado Constitutivo de la Unión de Naciones Suramericanas, 23 de mayo de 2008, Brasilia, Brasil. Disponible en http://www.comunidadandina.org/unasur/tratado_constitutivo.htm


* Trabajo presentado en las IX Jornadas de Sociología de la UBA, agosto de 2011.

[1] Licenciada en Ciencia Política, Universidad de Buenos Aires.

* lumelendi@hotmail.com

[2] No sólo Chile, Perú y Colombia mantienen sus tratados de libre comercio con EEUU y muestran una matriz ideológica un tanto más neoliberal que el resto de los países de la región, sino que los países andinos están transitando cambios estructurales –nótese las reformas a sus Constituciones-, que radicalizan su proceso. Marco Aurelio García decía que están viviendo un “cambio de época”, mientras en el Cono Sur se vive una “época de cambios”. En consecuencia, las dinámicas internas y los tiempos de la política son muy distintos (García, 2008).

[3] Cargo inaugurado por Samuel Pinheiro Guimaraes.

miércoles, 10 de agosto de 2011

Jueves 11 13 hs. Sociologías de Nuestra América

Sociologías de Nuestra América

Jueves 11 de agosto, 13 hs a 18hs, Facultad de Ciencias Sociales, Marcelo T. de Alvear 2230, Aula 506.

El nombre de esta mesa es un homenaje a José Martí y su escritura. La idea es repensar los diversos nombres de Nuestra América que se han sucedido a lo largo del tiempo. Reconocer las rupturas y continuidades en las historias de los pueblos desde aquellos lejanos días de 1810 hasta la actualidad.

Elucidar las nuevas formas que asume la dicotomía civilización y barbarie hoy en el continente.

Deliberar sobre las nuevas prácticas que vivenciamos por estos años en América Latina y el Caribe. Reflexionar sobre las potencialidades teóricas que nos permiten estas nuevas prácticas populares. Construir marcos teóricos acordes a estos nuevos tiempos latinoamericanos.

Coordinadora: Carla Wainsztok
Comentadores: Esteban De Gori, Arturo Fernández

Ponencias

Emancipaciones

»»José Gervasio Artigas

Oscar Valero (Instituto Jauretche)

»»Justicia y educación popular en América:una alternativa a la equidad y la calidad educativa

Maximiliano Durán (UBA)

»»Proyecto y utopía en Mariano Moreno, Domingo F. Sarmiento y José Martí

Lorena Raquel Bustamante (UBA)

»»Manuela Sáenz. Libertadora de América

Facundo Bindi (Estudiante.UBA)


Ideas en América Latina

»»10 años y un Océano: las similitudes entre el pensamiento de J.L. Borges y E. Husserl

acerca de la Modernidad

Johanna Fedorovsky (Estudiante.UBA)

»»Marxismo y Nación en la obra de René Zavaleta Mercado

Diego Giller (UBA)

»»Tres flores de ceibo contra la sociología cientificista. Acerca de las críticas de Jauretche,

Hernández Arregui y Carri a las flores de Romero

Juan Godoy (Egresado UBA)


Civilización y Barbarie

»»José Martí, un maestro del pensamiento nuestroamericano

Carla Gabriela Wainsztok (UBA)

»»Martínez Estrada: una rebelión

Juan Laxagueborde (UBA)

»»Jauretche frente a la Civilización y la Barbarie: alcances y límites de su apuesta por una “cultura nacional”.

Martín Forniciti (UBA)

»»La Unidad Latinoamericana: un desafío pendiente

Elías Gabriel Quinteros (Egresado UBA)