martes, 23 de octubre de 2012

Una educación diferente por Elías Quinteros


UNA EDUCACION DIFERENTE

Elías Quinteros

Hablar de la educación y, en especial, de la educación argentina, implica un riesgo: el de incurrir en apreciaciones erróneas al diagnosticar los males del sistema educativo y al proponer el tratamiento más adecuado para la erradicación de dichos males. Por eso, debemos ser cuidadosos al abordar este tema. En primer lugar, un sistema educativo expresa las virtudes y los defectos de un modelo de país. Y este último, por su parte, exterioriza la concreción o no de los deseos y de las necesidades de la sociedad, en el aspecto colectivo, y de los integrantes de ella, en el aspecto individual. Esto es tan obvio que un país que no materialza tales deseos, ni satisface tales necesidades, en la medida de sus posibilidades, es un país que responde a las pautas de un modelo que no sirve. Y, a su vez, un modelo de país que no sirve o que, más claramente, no sirve para la mayoría, sostiene un sistema educativo que resulta inútil. Frente a este panorama, los que integran tal mayoría, en mayor o en menor medida, sufren los efectos negativos. Así, para los estudiantes, la educación consiste en un absurdo y en un aburrimiento; para los docentes, en una explotación y en una alienación; para los padres de los que estudian, en una estafa; y para la sociedad, en una pérdida de tiempo, esfuerzo y dinero. Por dichos motivos, la situación actual de la educación argentina se parece a la de esos pacientes recurrentes que, para recuperar la salud, no necesitan modificar los medicamentos que forman parte de su tratamiento, ni la dosis de ellos, sino los hábitos de su vida.

A esta altura de los sucesos, todos, a excepción de los pocos de siempre, sentimos que el sistema educativo, atrapado entre un modelo de país que se extingue y otro que se consolida, no funciona bien; que exhibe la imagen lamentable de esas prendas viejas, ajadas y emparchadas que no admiten más remiendos; y que, a pesar de lo hecho para evitar su ruina total y definitva, continúa presentando un estado crítico. Aquí, nadie desmerece las mejoras logradas. Por el contrario, las mismas contituyen avances gigantescos e innegables. Pero, eso no alcanza. Y, como no es suficiente, no podemos conformarnos con saber que los chicos van a la escuela, en lugar de malgastar su ñiñez o su juventud en las calles; o con saber que van a la escuela a estudiar, en lugar de hacerlo para comer; o con saber que los docentes tiene la posibilidad efectiva de discutir lo atinente a su actividad laboral, su remuneración, su protección social y su capacitación; o con saber que la cantidad de establecimientos educativos es mayor que en el pasado; o con saber que la distribución gratuita de computadoras representa un salto cualitativo dentro del campo pedagógico; o con saber que las partidas del presupuesto nacional que están destinadas al ámbito educativo configura un hito histórico, como consecuencia de su crecimiento y su magnitud. Todos debemos aspirar a más, más y más. Todos, siempre, debemos ir por más. Principalmente, debemos pretender que la educación argentina tenga una identidad propia que esté a tono con los desafíos de los tiempos que corren, para que podamos advertir sin ninguna dificultad la razón y los beneficios de su existencia.

Los que creen que esto puede ser la obra de un momento milagroso o de unos pocos esclarecidos pecan de ingenuidad. Sólo la labor mancomunada, progresiva y democrática de los que conforman la comunidad educativa puede abordar tal empresa con la responsabilidad necesaria. Mas, las posibilidades de triunfar en este campo son excasas si los que libran la batalla lo hacen con las estrategias y las armas del pasado. Con relación a este asunto, debemos entender que la construcción de una escuela diferente exige, como paso previo, el abandono inmediato y definitivo de eso que recibe la denominación de «espítiru sarmientino»: un «espíritu» que, a la manera de un ancla enorme y pesada, impide cualquier desplazamiento que procure alcanzar una meta emancipatoria. A diferencia de los que actúan como las viudas del sanjuanino, no obstante el tiempo transcurrido desde el día de su desaparición física, quienes integran la comunidad educativa no pueden continuar preservando una concepción de la educación que legitimó el triunfo de la «civilización» sobre la «barbarie», es decir, sobre las expresiones que no identicaban a la cultura del hombre blanco y, dentro de ésta, sobre las que no caracterizaban a la cultura del hombre europeo. En otros términos, hablar de un sistema educativo que reivindique la diversidad, la democracia, el federalismo, el latinoamericanismo, etc., carece de sentido si el fundamento de dicho sistema obedece a un pensamiento que consiste en la negación de tales valores. Asimismo, la modificación de los contenidos carece de una posibilidad real y efectiva para transformar el modelo de enseñanza que está vigente, si la metodología que es utilizada por los docentes no sufre una modificación similar. Suponer que contenidos nuevos pueden coexistir con procedimientos viejos es tan absurdo como suponer que contenidos viejos pueden coexistir con pocedimientos nuevos.

En un momento tan particular como el actual, debemos preguntarnos: ¿la educación, a pesar de todo, puede acompañar las transformaciones que acontecen día a día, en la Argentina y en el mundo? ¿Puede posibilitar el acceso al mercado laboral? ¿Puede posibilitar dicho acceso a la mayoría de los argentinos? ¿Puede garantizar que las personas que accedan a tal mercado cuenten con una capacitación adecuada? ¿Puede encarar los desafíos de la ciencia y la tecnología modernas? ¿Puede satisfacer las aspiraciones de los que pretenden trabajar en una planta nuclear, en un pozo petrolífero, en un laboratorio o en una entidad bancaria? ¿Puede potenciar las habilidades de los que estudian arquitectura, medicina, derecho, literatura, música o deporte? ¿Puede favorecer el desarrollo de los estudios que son requeridos por las necesidades del país, en lugar de los que son requeridos por las necesidades del «mercado», cuando la satisfacción de éstas atenta directamente contra la satisfacción de aquellas? ¿Puede promover la formación de profesionales y técnicos solidarios, en lugar de profesionales y técnicos individualistas que piensan en triunfar a cualquier costo, aunque eso conduzca a pisar las cabezas de los que están a su alrededor? ¿Puede apuntar al desarrollo de una formación integral que comprenda los aspectos académicos y humanos? ¿Y, en síntesis, puede explicitar qué procura, qué hace y qué deja año tras año, como resultado?

Respecto de esto, algunos sostienen que el sistema educativo reproduce las desigualdades sociales: cuestión que, de acuerdo a los que sostienen esta postura, contribuye a consolidar la situación privilegiada de las clases dominantes. Sin embargo, esta afirmación pasa por alto que dicho sistema no configura una realidad homogénea. En otras palabras, dentro del mismo, podemos descubrir núcleos de resistencia que se nutren con lo mejor de las tradiciones políticas, económicas, sociales y culturales de nuestra sociedad. Tal escenario nos ayuda a conservar la esperanza. Allí, en esos oasis de «espíritu crítico» que sobrevivieron a la época neoliberal o aparecieron después de ella, podemos hallar una multiplicidad de voces que tienen un elemento en común: el de cuestionar desde sus ámbitos específicos, es decir, desde las escuelas, los colegios, los institutos, las universidades, los sindicatos docentes, las oficinas ministeriales, etc., un discurso educativo que proviene del pasado, con su carga de intencionalidades, prejuicios y telarañas. Únicamente, necesitamos que dichas voces converjan en una mayor, como los arroyos, los riachuelos y los ríos que confluyen en un curso de agua que reúne la fuerza de todos. Cuando eso suceda, la educación reflejará lo local, lo nacional y lo regional, con sus nuevas consonancias y sus nuevas disonancias, a semejanza de un concierto o una obra sinfónica.

viernes, 12 de octubre de 2012

En los límites del sistema democrático por Elías Quinteros


EN LOS LIMITES DEL SISTEMA DEMOCRATICO

Elías Quinteros

Desde el mes pasado, asistimos a la producción de una serie de hechos que resultan preocupantes porque configuran la expresión de un sector de la derecha argentina que no congenia con el sistema democrático. La materialización de estos hechos no significa que estemos en los momentos previos a un pronunciamiento golpista que pueda derrocar a Cristina Fernández o, por lo menos, no transmite esa sensación. Pero, demuestra la existencia de un ánimo destituyente en las personas que se encuentran detrás de los mismos. Probablemente, algunos que apoyaron el «cacerolazo» del 13 de septiembre no tengan un espíritu antidemocrático. Y, por dicha razón, sólo sean unos exponentes del «antikirchnerismo» que adhirieron con una dosis de ingenuidad, a una protesta que estuvo enmarcada por la ideología que alumbró las movilizaciones de Juan Carlos Blumberg y los «piquetes» de las patronales agropecuarias. Sin embargo, el carácter intolerante y ofensivo de las expresiones orales y escritas que fueron registradas por el periodismo, durante las etapas de su desarrollo, revela el autoritarismo y, en especial, los prejuicios de clase, raza y género, de la mayoría de los manifestantes (cuestión que no impidió, por ejemplo, la adhesión explícita de representantes del «macrismo» y de las fuerzas políticas que coquetean con él, como Federico Pinedo, Sergio Bergman, Patricia Bullrich y Eduardo Amadeo).

Las motivaciones, políticas y no políticas, que impulsaron, en líneas generales, a los que protestaron en esa ocasión, contra el gobierno nacional, son las mismas que estuvieron detrás de los que «cacerolearon» el 25 de septiembre, frente al Hotel Mandarin Oriental, en la ciudad de Nueva York, por obra de Tomás Pérez Alati (un becario que tiene como padre a un socio de Mariano Grondona, Eugenio Aramburu, hijo del segundo presidente de la «Revolución Libertadora», y José Alfredo Martínez de Hoz, hijo del primer ministro de economía del «Proceso de Reorganización Nacional», en un estudio jurídico que suele patrocinar a los que accionan contra la Argentina, en el Centro Internacional de Arreglo de Diferencias relativas a Inversiones). Son las mismas que estuvieron detrás de los que «cacerolearon» al día siguiente, frente al domicilio de Guillermo Moreno, en el barrio de Monserrat, tras ser convocados, entre otros medios, por el sitio «regimenk.blogspot.com» (un sitio web que mostraba al secretario de comercio en un ataúd, con un disparo en la cabeza). Son las mismas que estuvieron detrás de los que interpelaron a Cristina Fernández, el 27 de septiembre, en la Universidad de Harvard, con una serie de preguntas preparadas (circunstancia que no apareció en los artículos de Beatriz Sarlo y de Jorge Lanata que aparecieron dos días más tarde, en «La Nación» y en «Clarín», respectivamente). Son las mismas que estuvieron detrás de los que aprovecharon la ocupación del Edificio Guardacosta, por miembros de la Prefectura Naval, y del Edificio Centinela, por integrantes de la Gendarmería Nacional, para arremeter contra nuestra presidenta: como Cecilia Pando (que utilizó su cuenta de twitter para requerir la adhesión del ejército); como Aldo Rico (que alertó en «Hola Chiche», el programa radial de Chiche Gelblung, sobre la llegada del 7 de diciembre y, con ello, sobre el vencimiento del plazo otorgado por la Corte Suprema de Justicia de la Nación, al Grupo Clarín, para que éste cumpla el artículo 161 de la Ley de Medios Audiovisuales), y como Cosme Beccar Varela (que empleó su blog para solicitar a los integrantes de las Fuerzas Armadas que marchen el 8 de noviembre, con el fin de lograr que el Congreso destituya a Cristina Fernández, mediante un juicio político). Y, con toda seguridad, son las mismas que estuvieron detrás de los que secuestraron a Enrique Alfonso Severo, antes de su declaración como testigo en la causa judicial que se inició con motivo del asesinato de Mariano Ferreyra.

A pesar de las apariencias, esta sucesión de hechos no configura la avanzada de una conspiración que responde a las decisiones de un comando único, sino la actuación de sectores reaccionarios que operan con un atisbo de organización e interconexión, contra el gobierno nacional, cada vez que tienen la oportunidad para hacerlo. Tal situación, por un lado, pone a prueba la madurez de la sociedad argentina, es decir, de una sociedad que no puede prohibir ni restringir la manifestación de los sectores mencionados mientras se muevan dentro de los límites del sistema democrático. Y, por el otro, desafía la capacidad de Cristina Fernández ya que ella, en tanto presidenta de cuarenta millones de personas, no puede caer por ninguna razón, en el tipo de juego que es propuesto por dichos sectores. A diferencia de lo deseado por algunos, la respuesta gubernamental no puede consistir en la represión de esta clase de acontecimientos, ni en la réplica de los mismos mediante acciones directas que conduzcan a «ganar la calle». Por el contrario, dicha respuesta debe apuntar a la produndización de la gestión porque las acciones reales, concretas y contundentes que benefician al ciudadano común son más efectivas que cualquier otro medio. Los que creen que pueden contrarrestar el ruido de las cacerolas, las informanciones tendenciosas de «TN» o las declaraciones de los fascistas que emergen de tanto en tanto, reuniendo miles de individuos en la Plaza de Mayo, paseando los retratos de Perón y Evita, cantando la Marcha Peronista o gritando que son soldados del «Pinguino» o de Cristina, se equivocan rotundamente. La hora actual no requiere eso. Requiere que los funcionarios gestionen o, dicho con más claridad, que preserven el rumbo elegido, corrijan los errores cometidos, subsanen las desprolijidades realizadas y expliquen hasta el cansancio la finalidad de las medidas adoptadas. Conforme lo expresado en más de una ocasión, por Carla Wainsztok, Cristina Fernández efectúa una labor pedagógica cada vez que habla, cada vez que pronuncia un discurso. No obstante, eso no es suficiente. Ella necesita que la ayuden. Quienes pretenden ganar la «batalla cultural» con soldados que ignoran por qué libran ese enfrentamiento corren el riesgo de obtener una derrota estrepitosa o, en cambio, una victoria efímera. En consecuencia, no precisamos «compañeros» que adoctrinen, sino que expliquen con la idoneidad suficiente a fin de convencer con argumentos, en lugar de fanatizar con consignas.