martes, 22 de enero de 2013

AUSENCIA por Elìas Quinteros


AUSENCIA
Elías Quinteros

¿Cómo está? ¿Está bien? ¿Está mal? ¿O está en un estado intermedio que no permite calificarlo de un modo o del otro? En realidad, no lo sé. Carezco de los medios adecuados para saberlo. Pero, sospecho que su condición no es buena o que, por lo menos, no es tan buena como algunos dicen. Desde que fue operado en diciembre, a raíz del agravamiento de su enfermedad, se encuentra fuera de su tierra, en una nación que no es la suya, aislado y, en cierta forma, incomunicado. Nadie lo ve, a excepción de los pocos que están en contacto con él: unos pocos que, comprensiblemente, no dicen nada al respecto. Ningún registro de su imagen, ni de su voz, echa algo de luz sobre el asunto. Y, por otra parte, los comunicados relativos a su salud no son abundantes, ni precisos. Todo es un misterio o, mejor dicho, un manojo de preguntas que no tienen respuestas convincentes. Para algunos, ya está muerto. Para otros, está inconsciente. Y para otros, los que creen que puede ver, escuchar y hablar con normalidad, está conectado a un conjunto de aparatos que le impiden dejar su cama y, en consecuencia, regresar a su país. La mayoría —incluso los opositores que temen que Venezuela pueda caer en el caos, si el «comandante» no regresa y no reasume el gobierno con prontitud—, desea su restablecimiento. Sólo un sector de la sociedad venezolana anhela lo contrario: ese sector que —como no pudo vencerlo con los votos, ni pudo derrocarlo con un golpe de Estado—, pretende que la muerte subsane su ineficiencia.

Aunque la gente de la «Revolución Bolivariana» diga que él gobierna por medio de su vicepresidente y que, por ello, la actividad gubernativa es normal, su ausencia resulta evidente, innegable, incómoda y preocupante. Y esto es así porque la desaparición de un hombre de una inteligencia penetrante, una personalidad fuerte, un carisma indiscutible y una existencia hiperactiva, que es capaz de hablar durante horas, frente a miles de personas que lo escuchan con devoción, deja un vacío que, por su dimensión, empequeñece las cualidades de cualquiera que pretenda llenarlo. A pesar de sus esfuerzos y, por si fuese poco, de sus discursos  prolongados, Nicolás Maduro no es como él. Diosdado Cabello tampoco. Y lo dicho con relación a los anteriores también vale para Elías Jaua, José Rangel y todos los que integran su estado mayor. Su falta es enorme, tan enorme como su figura. Y, por esta razón, la imposibilidad de verlo y de escucharlo con sus expresiones habituales y sus gestos característicos, es más notoria que los partes médicos que hablan de su mejoría. Razonablemente, la gente que le otorgó su voto en las elecciones de octubre no quiere que esté internado en un hospital de La Habana, a merced de un mal que le impone el libramiento de una batalla ciclópea, sino que esté trabajando en el Palacio Miraflores, es decir, en la sede oficial del gobierno. Mas, cada venezolano que confía en él, con esa clase de fe que supera las pruebas más duras, sabe que la mujer de la guadaña ronda su habitación, tanto de día como de noche. Tal certeza, aunque pueda ser rechazada de inmediato por quienes la experimenten, plantea la posibilidad de su fallecimiento. Y esto, por su lado, revela la presencia de una contradicción insalvable: la de la mortalidad de un hombre que, por su condición de héroe, se halla destinado a tener una existencia interminable que desafía y burla la finitud humana.

Mientras el «comandante de comandantes» se debate entre el «ser» y el «no ser», ante las puertas del Hades, como en una tragedia de William Shakespeare, quienes protagonizan las operaciones políticas y las disputas jurídicas que tratan de incidir en el desarrollo de la realidad venezolana, desempeñan sus roles, de acuerdo a sus capacidades, delante de un público que interactúa con ellos. Indudablemente, las motivaciones de los unos y de los otros son numerosas. Pero, a pesar de lo dicho, algo emerge con el poder necesario para dominar la escena y, por ende, para relegar a un plano secundario, al resto de las cosas que impulsan a los hombres desde el comienzo de los tiempos: el amor que existe entre un pueblo y el individuo que cumple con la función de liderarlo. Este sentimiento, que no está presente en la mayoría de los análisis, explica la actitud de las mujeres y de los hombres que están dispuestos a defender las conquistas de su revolución, independientemente de su costo, hasta el regreso triunfal y definitivo de su lider: circunstancia que se encuentra más allá de los deseos y de las predicciones de cualquiera de ellos.

La sensación de estar viviendo un momento definitorio, uno de esos momentos que modifican de una forma radical la vida de las naciones y de las personas, impregna el aire de la República Bolivariana de Venezuela e, incluso, de las naciones de Latinoamérica y el Caribe, desde que el «comandante de las mil victorias» enfrenta su batalla más difícil, con el objeto de concretar su milagro más rutilante, al otro lado del mar, en la isla de Cuba. ¿Tendrá éxito en su empresa? Nuevamente, no lo sé. A semejanza de lo expresado con relación a su estado, su futuro es un interrogante: un interrogante que se agiganta de una manera geométrica, con el silencio, el tiempo y la distancia. En estos días, mientras la burocracia partidaria timonea entre la ausencia del lider y la expectativa del pueblo, tratando de mantener a flote la nave de la revolución, el futuro aparece como una puerta abierta que invita a pasar por ella. Esto no significa que el mismo esté exento de obstáculos y peligros. Por el contrario, el porvenir siempre impone desafíos. Y, con ello, actualiza la posibilidad del éxito o del fracaso. Con toda franqueza, y como consecuencia de lo dicho, yo no me atrevo a precedir el desarrollo de las semanas y los meses venideros. Eso es un enigma que está más allá de mi entendimiento. No obstante, entre creer y no creer, elijo lo primero. Y lo hago porque algo, que tampoco comprendo con exactitud, me dice que estamos ante una prueba que, a diferencia de lo soñado por algunos, puede conducir hacia el fortalecimiento de Venezuela y del continente, si los que tienen en sus manos los destinos del «chavizmo», están a la altura de sus responsabilidades.