sábado, 28 de febrero de 2015

A la manera de Simón Rodríguez por Elías Quinteros

A LA MANERA DE SIMON RODRIGUEZ

por Elías Quinteros

En el día del centésimo sexagésimo primer aniversario de la muerte del venezolano Simón Rodríguez, deseo homenajear al maestro y amigo de Simón Bolívar con este pequeño texto que trata de reproducir el contenido y el estilo de sus escritos.


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A LOS DOCENTES AMERICANOS


Quienes tengan el “deseo” de ser DOCENTES coloquen su “alma”, su “mente” y su “corazón” en el AULA, para que ésta no constituya una TUMBA, sino una CUNA DE IDEAS. No hagan “diferencias” entre VARONES y MUJERES, ni entre BLANCOS e INDIOS, ni entre BLANCOS y NEGROS, ni entre RICOS y POBRES. Pero, tengan un “trato especial” con los DESPROTEGIDOS y los DESAMPARADOS.


Formen CIUDADANOS.

Y, por encima de todo, formen PERSONAS,
porque las PERSONAS
posibilitan la existencia de CIUDADANOS
PATRIOTAS y HONESTOS
y ESTOS
posibilitan la existencia de SOCIEDADES
LIBRES y JUSTAS.


No desperdicien su TIEMPO
“discutiendo” sobre TEORIAS.

¡ENSEÑEN!...


Las sociedades americanas no necesitan “seres ignorantes” que no distinguen lo BENEFICIOSO de lo PERJUDICIAL. Tampoco necesitan “seres ignorantes” que no conocen sus DERECHOS ni sus OBLIGACIONES; o que, conociéndolos, no “ejercen” los PRIMEROS ni “cumplen” las SEGUNDAS. Las sociedades americanas necesitan “ciudadanos” que conozcan la REALIDAD de su CONTINENTE, que definan sus INTERESES a partir de esa REALIDAD y que conciban sus LEYES a partir de esos INTERESES.


Por ende, libérense INTELECTUALMENTE.

Rompan las CADENAS MENTALES
que nos ligan a los MANUALES
que vienen de los ESTADOS UNIDOS
o de los PAISES de EUROPA,
con el objeto de COLONIZARNOS,
para que seamos una COPIA BARATA
de lo EXTRANJERO.


Sean ORIGINALES.
Sean DIFERENTES.

¡INVENTEN!...

jueves, 19 de febrero de 2015

sábado, 14 de febrero de 2015

Silencio Desiguales por Elías Quinteros



SILENCIOS DESIGUALES

Elías Quinteros

La «gente común» no cree en la «Justicia». No cree en el «poder estatal» que la representa. Ni cree en las personas que las imparten. Pero, esto no es casual. Constituye el resultado de una conjunción de causas. Entre las mismas, podemos mencionar el comportamiento de una parte de los que cuestionan su funcionamiento. Acaso, ¿una porción de las críticas que tienen a la «Justicia» como destinataria, no configura la consecuencia de la conducta de los que judicializan los actos gubernamentales que no gozan de su aprobación, porque no pueden impedir o interrumpir la ejecución de dichos actos mediante los mecanismos previstos en el sistema democrático? ¿O de los que denuncian a los funcionarios de turno, por la realización de actos de corrupción, dando origen a causas judiciales que duran años y que, luego, concluyen con la absolución de los denunciados? ¿O de los que conceden medidas cautelares que son eternas? ¿O de los que emiten declaraciones de inconstitucionalidad que resultan sorprendentes? ¿O de los que consienten la paralización de expedientes e, incluso, la prescripción de causas?

El conflicto que se produjo con las «patronales» del campo, con las mismas que conformaron la «Mesa de Enlace» y apoyaron los «piquetes» que bloqueraron las rutas nacionales, cuando el gobierno nacional abordó la cuestión de las retenciones que gravan las exportaciones agrarias, nos mostró los vínculos que existen entre esas «patronales» y los grupos empresariales que explotan la actividad de las comunicaciones masivas. Después, el conflicto que se produjo con el más importante de estos grupos empresariales —con el monstruo de las comunicaciones gráficas, radiales, televisivas y electrónicas que condicionaba la actuación del Poder Ejecutivo—, cuando el gobierno nacional abordó la cuestión de la regulación de los servicios de comunicación audiovisual, nos mostró los vínculos que existen entre ese grupo y el Poder Judicial. Y, últimamente, el conflicto que se produjo con el sector más conservador del Poder Judicial —con el conjunto de magistrados, fiscales y defensores que tienen en común el hecho de oponerse a la presidenta—, cuando el gobierno nacional abordó la cuestión de la judicialización de los actos del Poder Legislativo y el Poder Ejecutivo, nos mostró los vínculos que existen entre ese sector y la Secretaria de Inteligencia. Durante el desarrollo de cada uno de estos conflictos, vimos, en líneas generales, a los mismos individuos, es decir, a los mismos empresarios, a los mismos gremialistas, a los mismos periodistas, a los mismos jueces, a los mismos fiscales y, por encima de todo, a los mismos políticos. Ellos participaron o apoyaron las protestas, las marchas y las concentraciones de la oposición. Ellos acompañaron o defendieron públicamente los «cacerolazos». Ellos acapararon la atención de los medios comunicacionales con declaraciones que, en más de un caso, cruzaron la línea de lo destituyente. Y ellos presionaron hasta el cansancio al Poder Judicial.

Ahora, los vemos de nuevo. En esta oportunidad, su reaparición está motivada por la «Marcha del Silencio»: un hecho que va a producirse el miércoles 18. Ellos dicen que van a marchar sin pronunciar palabras, a un mes de la muerte del fiscal Alberto Nisman, para que esa muerte no quede impune. Pero, para la mayoría, la desaparición física del fiscal sólo constituye una excusa para efectuar un acto opositor. En el fondo, son unos oportunistas. Hablan de Alberto Nisman y, además, de los muertos de la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA), porque consideran que eso puede reportarles un rédito político. Mientras tanto, las ochenta y cinco personas que murieron en ese sitio, el 18 de julio de 1994, siguen esperando que los responsables sean individualizados, detenidos, juzgados y condenados. A diferencia de los que van a participar en la «marcha» con la intención de aparecer en la misma, los muertos de la AMIA tienen derecho a constituir, en sí mismos, un cuestionamiento a la actitud de una «Justicia» que los ignora desde hace veinte años. Por esa razón, frente al «silencio» que es propuesto por algunos, con el fin de disimular las intenciones verdaderas de sus actos, me quedo con el «silencio» de los que murieron en la calle Pasteur. Ese es un «silencio» digno, legítimo y razonable que emite un mensaje claro y preciso.

jueves, 5 de febrero de 2015

Imágenes, miedos y preguntas por Elías Quinteros



IMAGENES, MIEDOS Y PREGUNTAS

Elías Quinteros

La humanidad se convirtió en una audiencia de dimensiones planetarias, desde que cada uno tiene la posibilidad de contemplar lo que acontece en el extremo opuesto del mundo, en el momento mismo de su producción. Pero, a diferencia del público que llena un teatro, un estadio o un cine, esta audiencia no ve lo que acontece. Ve la imagen de lo que está aconteciendo: una imagen que constituye la creación de un medio de comunicación y que, por otro lado, implica la ejecución de un recorte de la realidad. Tal recorte nunca es ingenuo. Siempre responde a una motivación política, económica, estética, etc. En consecuencia, la visión de algo que acontece en algún lugar, a través de un medio de comunicación, no equivale a la visión de la realidad en sentido estricto, sino a la visión de una representación de esa realidad que siempre es parcial e intencional. Innegablemente, vivimos en la era de las imágenes. Y, lo que es más importante, vivimos en un mundo que no admite la ausencia de las mismas aunque la duración de esa ausencia sea breve e insignificante. Por esa razón, las crea de un modo ininterrumpido, vertiginoso y alienante, según las pautas de la producción capitalista. En tanto imagen formada por una multiplicidad de imágenes, el mundo se crea y se renueva día a día, hora a hora, y minuto a minuto, mediante los avisos y los carteles publicitarios; mediante los dibujos, las pinturas y las fotografías que ilustran las páginas de los diarios, las revistas y los libros; y mediante la cinematografía, la televisión, el Internet y la telefonía móvil; entre otros instrumentos. A raíz de esto, no debemos sorprendernos por la transformación del asesinato de doce personas durante el ataque al semanario satírico «Charlie Hebdo» —un hecho criminal y, por ello, condenable—, en una imagen de alcance mundial que, a su vez, está formada por un conjunto de imágenes yuxtapuestas: la de las capuchas, que oculta el rostro de los agresores; la de la ropa oscura, que anticipa la llegada de la muerte; la de los fusiles Kalashnikov, que actualiza el recuerdo de Mijaíl Kalashnikov y, por supuesto, del Ejército Rojo y de la Guerra Fría; la del policía rematado sobre el suelo, que trasluce la impiedad de los hombres y que merece la atención y el tratamiento de Horacio González en «Occidente y las imágenes» (Página/12, 11/01/2015); etc.

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Desde hace un tiempo, la imagen del terrorismo aparece asociada a la imagen del islamismo. Y, por momentos, esta asociación es tan frecuente, tan prolongada y tan sólida que ambas imágenes parecen una sola. Mas, la realidad nos demuestra que todos los actos terroristas que acontecieron recientemente no fueron cometidos por musulmanes y, además, que todos los musulmanes no son terroristas: cuestión que no impide que muchos crean lo contrario. Obviamente, los medios modernos de comunicación masiva, a través de las imágenes que recortan el campo de lo observable de acuerdo a sus intereses corporativos o particulares, contribuyeron de una manera más que efectiva para que algunos sectores de las sociedades occidentales sólo definan como terroristas a los actos terroristas cometidos por musulmanes y, en cambio, nieguen tal categorización a los actos terroristas cometidos por quienes no se identifican con el Islam. Por otro lado, también crearon las condiciones adecuadas para la estigmatización de los millones de individuos que creen en Alá y que, por ello, representan a una civilización extraordinaria y riquísima en más de un sentido que preservó los valores de la cultura clásica y posibilitó el surgimiento de la cultura renacentista. Al respecto, tan sólo el desconocimiento puede conducir al menosprecio de una civilización que tuvo pensadores tan notables como Avicena y Averroes; y que, asimismo, produjo obras tan exquisitas como la Mezquita de Córdoba o la Alhambra de Granada. Acorde con la definición que aparece en el diccionario de la Real Academia Española, el terrorismo consiste en la ejecución de uno o varios actos violentos con el propósito de infundir el terror, es decir, con el propósito de infundir un miedo enorme, intenso e irresistible. Esto significa que la realización de uno o varios actos violentos, independientemente de su magnitud y de su brutalidad, no nos autoriza a decir que estamos ante un ejemplo de terrorismo. Para tener tal autorización, necesitamos que el acto o los actos en cuestión posean la intención de aterrorizar. Por ende, los destinatarios del terrorismo no son los que sufren la violencia en forma directa (a menos que los terroristas pretendan que estos queden con vida y con miedo), sino los que forman parte de su entorno, los que integran la sociedad. El terrorista, o sea, el artífice del terrorismo desde el punto de vista material o intelectual, no vislumbra a las víctimas directas de su conducta como un fin, sino como un medio para atemorizar a los demás. Sin duda, todos podemos simplificar el asunto y, acto seguido, afirmar que doce personas fueron asesinadas porque varios fundamentalistas consideraron que esa publicación había insultado su fe. Sin embargo, no estamos ante la concreción de una «supuesta justicia», por parte de unos «supuestos verdugos» que sancionaron a los «supuestos culpables» de un «supuesto agravio». O, por lo menos, no estamos ante algo que acepte esa explicación de un modo exclusivo. Al contrario, nos hallamos ante algo que es más complejo, ante algo que trata de esparcir el terror como una mancha de aceite, con el objeto de satisfacer intereses que permanecen en un segundo plano.

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Ciertamente, la imagen de los que atacaron el local de «Charlie Hebdo» encierra un mensaje. Tal mensaje dice: «Ustedes (los franceses y, por extensión, los europeos y, por extensión, los occidentales), no son intocables. Nosotros (los responsables del ataque), podemos alcanzarlos. Podemos golpearlos. Podemos herirlos. Podemos eliminarlos. Y podemos hacer eso en cualquier instante y en cualquier sitio, aunque se escondan en el corazón de Europa. Ustedes no están a salvo. Nunca van a estarlo. Y, por esa razón, nosotros queremos que ustedes tengan miedo, mucho miedo. Queremos que tengan un miedo tan intenso que no puedan pensar con claridad. Queremos que desconfíen de todos y, en especial, de los que no son como ustedes. Queremos que desconfíen de los que son diferentes y, en especial de los que son musulmanes. Queremos que les teman. Queremos que los odien. Queremos que los persigan. Y queremos que los agredan y los lastimen para que ellos tengan motivos más que suficientes para defenderse violentamente». Pero, ¿quiénes son los que desean que esto acontezca? ¿Los fundamentalistas que desean acabar con todo lo que es occidental y, en particular, con todo lo que es judío? ¿Los fundamentalistas que desean acabar con todo lo que es islámico y, de paso, con todo lo que no es europeo? ¿Los capitalistas que lucran con la extracción y la venta del petróleo? ¿Los capitalistas que lucran con la fabricación y la venta de armas? ¿Los capitalistas que lucran con la destrucción y la reconstrucción de los países? ¿Los capitalistas que lucran con la creación y la difusión de las noticias? ¿Los militares que necesitan justificar su existencia? ¿Los militares que necesitan probar la efectividad de su entrenamiento y de su armamento? ¿O los líderes de los países que intervienen en algunas de las «cruzadas» que devastan actualmente alguna parte del mundo? Algo es seguro. Los que desean esto necesitan que la gente común tenga miedo.

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La imagen de la manifestación encabezada por Angela Merkel, François Hollande, David Cameron, Mariano Rajoy, etc., no es una imagen cualquiera. Es la imagen de los líderes de unas sociedades que oscilan entre dos corrientes de opinión que no favorecen la construcción de una Europa intercultural e inclusiva —una que es islamofóbica y, por ello, antiinmigrante; y otra que, en cambio, es tolerante con las poblaciones islámicas siempre que éstas acepten los «valores occidentales» y actúen con moderación—, de acuerdo a lo expresado por Boaventura de Sousa Santos en «Una reflexión difícil» (Página/12, 16/01/2015). Estas sociedades son, en parte, consecuencia de las imágenes que, por ejemplo, recuerdan la caída de las «Torres Gemelas» y la voladura de la estación ferroviaria de Atocha. Pero, también son, en parte, responsables de la producción de esas imágenes y de la producción de las que traen a la memoria los bombardeos de Bagdad, los prisioneros de Guantánamo y las víctimas de la Franja de Gaza, entre otras tragedias. Muchos de los individuos que quitaron o quitan el sueño a los servicios de inteligencia y a las fuerzas de seguridad que custodian el «Viejo Continente» vieron a efectivos militares de ese continente profanando sus sitios sagrados, arrasando sus ciudades o masacrando sus familias. Muchos padecieron en más de una ocasión los efectos de la marginación económica y social, aunque integraban las sociedades de ese continente con la calidad de ciudadanos. Y muchos fueron entrenados y armados en secreto, por especialistas de ese continente, para enfrentar, vencer y destruir a los enemigos de «Occidente». Por eso, ¿qué clase de democracia existe en Europa?

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La imagen de la denuncia presentada por el Fiscal Alberto Nisman, al juez Ariel Lijo, corresponde a la de un escrito judicial que comienza de este modo: “ALBERTO NISMAN, Fiscal General, titular de la Unidad Fiscal de Investigación del atentado perpetrado el 18 de julio de 1994 contra la sede de la AMIA [causa 3446/2002, “Velazco, Carlos Alfredo y otros por abuso de autoridad y violación de los deberes de funcionario público, del Juzgado Nacional en lo Criminal y Correccional Federal N° 4, Secretaría N° 8] ante V.S. respetuosamente me presento y digo:”. “I.- Objeto”. “En cumplimiento del mandato legal impuesto en el artículo 177 inciso 1° del Código Procesal Penal de la Nación, como representante del Ministerio Público Fiscal a cargo de la Unidad de Investigación de la causa ‘AMIA’ vengo, por la presente, a denunciar la existencia de un plan delictivo destinado a dotar de impunidad a los imputados de nacionalidad iraní acusados en dicha causa, para que eludan la investigación y se sustraigan de la acción de la justicia argentina, con competencia en el caso”. “Esta confabulación ha sido orquestada y puesta en funcionamiento por altas autoridades del gobierno nacional argentino, con la colaboración de terceros, en lo que constituye un accionar criminal configurativo, a priori, de los delitos de encubrimiento por favorecimiento personal agravado, impedimento o estorbo del acto funcional e incumplimiento de los deberes de funcionario público (arts. 277 inc. 1 y 3, 241 inc. 2 y 248 del Código Penal). Esto resulta de la mayor gravedad teniendo en cuenta que el hecho cuyo encubrimiento se denuncia, es decir, el atentado terrorista perpretrado contra la sede de la AMIA, ha sido judicialmente declarado crimen de lesa humanidad y calificado como genocidio por el Sr. Juez de la causa”. “La decisión deliberada de encubrir a los imputados de origen iraní acusados por el atentado terrorista del 18 de julio de 1994, como surge de las evidencias halladas, fue tomada por la cabeza del Poder Ejecutivo Nacional, Dra. Cristina Elisabet Fernández de Kirchner e instrumentada, principalmente, por el Ministro de Relaciones Exteriores y Culto de la Nación, Sr. Héctor Marcos Timerman”. “Asimismo, las pruebas examinadas revelan la intervención activa en el plan encubridor de varios sujetos con distintos grados de participación y responsabilidad que la pesquisa deberá precisar, entre los que cabe mencionar a: Luis Ángel D’Elía, Fernando Luis Esteche, Jorge Alejandro ‘Yussuf’ Khalil, el Diputado Nacional Andrés Larroque, el Dr. Héctor Luis Yrimia y un individuo identificado como ‘Allan’, que ha desempeñado un rol por demás relevante en los hechos, que responde a la Secretaría de Inteligencia de [la] Presidencia de la Nación y según lo sugieren los indicios obtenidos, se trataría del Sr. Ramón Allan Héctor Bogado”. “Por otra parte, la investigación deberá también determinar el rol exacto que le cupo a ciertos individuos respecto de quienes, prima facie, se cuenta con elementos que permiten colegir que no resultan ajenos a la maniobra delictiva denunciada, entre los [que] cabe mencionar al Ministro de Planificación Federal, Inversión Pública y Servicios de la Nación, Arquitecto Julio de Vido”. “Por último, corresponde a la pesquisa aquí propiciada la individualización y la determinación de la responsabilidad penal que en los hechos delictivos denunciados pudieron haber tenido todas aquellas personas –funcionarios o no– que intervinieron en la elaboración, negociación, concreción y consumación del acuerdo firmado con la República Islámica de Irán, como una de las vías para lograr la impunidad. Esto incluye tanto a aquellos cuyos roles fueron de público conocimiento, como a quienes eventualmente hayan paticipado sin que su intervención haya tomado estado público”.

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Según el fragmento citado, la Presidenta de la Nación; el Ministro de Relaciones Exteriores y Culto; el Ministro de Planificación Federal, Inversión Pública y Servicios; y un diputado nacional; entre otros; son responsables de un “plan delictivo”; de una “confabulación”; de un “accionar criminal”, de un comportamiento que implica la comisión de los “delitos de encubrimiento por favorecimiento personal agravado, impedimento o estorbo del acto funcional e incumplimiento de los deberes de funcionario público”; de un “plan encubridor”; de una “maniobra delictiva”; y de una actividad que trasluce la realización de “hechos delictivos”. Pero, ¿eso es cierto? Sin duda, desde que Nisman fue encontrado en su departamento de las Torres Le Parc, con una bala en el interior de su cabeza, dicha pregunta y otras más flotan en el ambiente. Por ejemplo, ¿su muerte es el resultado de un suicidio, de un suicidio inducido o de un homicidio? ¿Quién lo indujo a suicidarse si descartamos los supuestos número uno y número tres? ¿Quién lo mató si descartamos los supuestos número uno y número dos? Y, en cualquiera de estos supuestos, ¿por qué? ¿Por qué se suicidó? ¿Por qué lo indujeron a suicidarse? ¿O por qué lo mataron? ¿Qué lo llevó a interrumpir sus vacaciones de una manera sorpresiva? ¿Qué lo obligó a regresar al país durante la feria judicial? ¿Qué lo indujo a efectuar la denuncia en cuestión? ¿Qué lo impulsó a continuar con la misma aunque el Juez Rodolfo Canicoba Corral no había aprobado la investigación, aunque el ex Secretario General del Interpol Ronald Noble no había ratificado las afirmaciones relativas al levantamiento de las alertas rojas, y aunque la Jueza María Romilda Servini de Cubría no había habilitado la feria judicial porque la presentación del escrito que contenía lo denunciado carecía de las pruebas que debían sustentarlo? En verdad, ¿él redactó ese escrito que se distingue por la debilidad de su fundamentación jurídica, a pesar de tener una extensión que se aproxima a las trecientas fojas? ¿Cuándo lo elaboró? ¿Lo hizo durante los días que transcurrieron desde la interrupción de sus vacaciones hasta la presentación del mismo? ¿O lo hizo antes? Y, si él no lo redactó, ¿quién o quiénes lo hicieron? Y, frente a esta posibilidad, ¿él tuvo alguna intervención? ¿O, simplemente, puso su firma?

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A través de dos cartas aparecidas en su facebook, que la mostraban detrás de su escritorio («AMIA. Otra vez: tragedia, confusión, mentira e interrogantes», www.cfkargentina.com, 19/01/2015, y «AMIA y la denuncia del fiscal Nisman», www.cfkargentina.com, 22/01/2015), Cristina Fernández comparó las imágenes de los titulares que aparecieron en el diario Clarín, el 12, el 13 y el 15 de enero («Más de 4 millones de pie contra el terror en Francia», «Timerman recibió orden de no asistir a la gran marcha en París» y «AMIA: acusan a Cristina de encubrimiento a Irán»), con la del titular que apareció en el diario Buenos Aires Herald, el 21 de enero («Nada nuevo. El reporte de Nisman fracasa en avivar las llamas de la conspiración»). La diferencia que existe entre las tres primeras y la última es obvia. En un caso, estamos ante las imágenes de un diario opositor que intenta construir una realidad virtual con el objeto de erosionar al gobierno nacional. Y, en el otro, nos hallamos ante un exponente de la prensa escrita que no procede de esa manera. Desafortunadamente, en algunos sectores de la sociedad, la incidencia de tales imágenes es mayor que las opiniones de juristas tan prestigiosos como Julio Maier y Eugenio Zaffaroni, y de periodistas tan renombrados como Walter Goobar, Raúl Kollmann, Ricardo Ragendorfer y Horacio Verbitsky. Esto demuestra que, en algunas circunstancias, las imágenes lanzadas sobre una población, desde un medio de comunicación masiva, pueden ser tan devastadoras como los misiles lanzados desde un barco o un avión: asunto que revela la peligrosidad de los que utilizan la libertad de empresa y, en especial, la libertad de expresión, para modelar la opinión pública, con el fin de debilitar el sistema republicano y democrático.

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Al hablar por la «cadena nacional», para anunciar la disolución de la Secretaría de Inteligencia, Cristina Fernández manifestó que la muerte del fiscal Nisman podía ser como el «hilo de Ariadna» («Anuncio de reforma del Sistema de Inteligencia del Estado», www.presidencia.gob.ar, 27/01/2015). ¿Qué trató de decir con eso? ¿Qué trató de comunicar con una expresión que nos transporta hasta la antigüedad griega? Según las leyendas más antiguas, Minos (el rey de Creta), ofendió a Poseidón (el dios de los mares). Para vengarse, Poseidón hizo que Pasifae (la esposa de Minos), se enamorase perdidamente de un toro. Pasifae acudió a Dédalo (el arquitecto más ingenioso del reino), para que la ayudase a satisfacer su arrebato zoofílico de una manera práctica y discreta. Dédalo construyó una vaca con maderas y cueros que poseía el aspecto de un animal verdadero. Y la trasladó hasta un prado que era frecuentado por el toro. La esposa de Minos se metió dentró de la vaca. El toro vio el falso animal. Lo montó. Y, por ende, poseyó a Pasifae. Como consecuencia de este acto, la reina concibió al Minotauro: un monstruo con el cuerpo de un humano y la cabeza de un toro que tenía la costumbre de atacar, matar y devorar a los habitantes del reino. Minos comprendió que el Minotauro no podía vivir libremente. Y tomó la decisión de encerrarlo. Pero, la isla carecía de un lugar que garantizase su reclusión. Por eso, el rey olvidó que Dédalo había colaborado en la aventura de Pasifae. Y requirió su ayuda. El arquitecto construyó el Laberinto: un sitio que estaba formado por una red intrincada de pasadizos oscuros que imposibilitaban la localización de la salida. Minos aprobó la invención de Dédalo. Arrojó al monstruo dentro de esa construcción. Y lo alimentó anualmente, con siete muchachos y siete muchachas que provenían del reino de Atenas. Indignado por esta muestra de sometimiento, Teseo (el hijo de Egeo, el rey ateniense), decidió matar al Minotauro. Fingió que era uno de los muchachos que estaban destinados al monstruo. Arribó a Creta. Sedujo a Ariadna (la hija de Minos y Pasifae). Y le confió el propósito de su presencia en la isla. Ariadna resolvió colaborar con él. Y, por este motivo, recurrió a Dédalo. El arquitecto proporcionó a la princesa un cuchillo y un ovillo de hilo. Ariadna entregó a Teseo los objetos que había recibido. Pero, de acuerdo a lo indicado por Dédalo, sostuvo la punta del hilo con una de sus manos. El príncipe ateniense entró en el Laberino. Desovilló el hilo a medida que recorrió los pasadizos del mismo. Buscó al Minotauro a través de la penumbra. Lo encontró. Lo enfrentó. Lo mató con el cuchillo. Y, por último, salió del Laberinto ovillando el hilo.

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Aquí, tenemos más de una imagen sugestiva: la de la vaca de madera y cuero, la del toro poseyendo a Pasifae, la del Minotauro, la del Laberinto, la de los siete muchachos y las siete muchachas atenienses, la del cuchillo y el ovillo de hilo, la de la punta del hilo en una de las manos de Ariadna, la de la muerte del Minotauro y la del retorno de Teseo con la ayuda del ovillo. Todas son especiales. Todas son magníficas. Y todas son inquietantes. Acaso, ¿contribuimos a la creación de un Minotauro que nos aterroriza y de un Laberinto que nos desconcierta, al igual que Dédalo? Y, si tenemos algún tipo de responsabilidad en ambas creaciones, ¿podemos soñar con la destrucción del monstruo, al igual que Teseo? ¿O, por el contrario, estamos condenados a ser su alimento, al igual que los muchachos y las muchachas de Atenas? Sin ninguna clase de duda, coexistimos con una bestia que vive en medio de las sombras y el silencio, que deambula por un laberinto horroroso y que devora a las personas cuando tiene la necesidad de hacerlo. No sabemos cómo es en realidad. No obstante, nos consta que es peligrosa, muy peligrosa. Ella observa a todos. Y, en cambio, no es observada por nadie. Desde su perspectiva, la sociedad es un panóptico. Los individuos son unos seres que ignoran si son observados o no. Y ella es una observadora oculta que aprovecha tal ignorancia para sus fines. De un modo inimaginable, hace unos años, el conflicto con las patronales del campo, a raíz de la Resolución N° 125, nos reveló los vínculos que existen entre esas patronales y los grupos empresariales que dominan la actividad comunicacional. Luego, el conflicto con el más imponente de esos grupos empresariales, a raíz de la regulación de los servicios de comunicación audiovisual, nos reveló los vínculos que existen entre ese grupo y el Poder Judicial. Y, luego, el conflicto con el sector más conservador del Poder Judicial, a raíz de la judicialización de los actos gubernamentales, nos reveló los vínculos que existen entre ese sector y el mundo de los servicios de inteligencia. Es decir, las imágenes correspondientes a algunos representantes del agro nos condujeron a las imágenes correspondientes a algunos representantes de la prensa. Estas nos condujeron a las imágenes correspondientes a algunos representantes de la Justicia. Y éstas nos condujeron a las imágenes correspondientes a algunos representantes del espionaje local. Poco a poco, lo oculto y, por ende, lo oscuro, se muestra con timidez, bajo la luz del sol. ¿Esto significa que el final del Minotauro está cerca?