miércoles, 23 de agosto de 2017

Espejismos



Espejismos

por Elías Quinteros

A partir del domingo 13 de agosto y, en consecuencia, de las elecciones Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (P.A.S.O.), que determinaron los candidatos a diputados y senadores nacionales de cada partido político y cada alianza electoral, para las elecciones legislativas del domingo 22 de octubre, más de un exponente de Cambiemos —la alianza que existe entre el PRO, la Unión Cívica Radical y la Coalición Cívica—, afirma que el gobierno nacional obtuvo un triunfo contundente que avala el rumbo impuesto por Mauricio Macri. Pero, el resultado provisorio de esas elecciones demuestra que siete de cada diez votantes no apoyaron al oficialismo. Para disimular esta realidad, muchos de los sustentadores del cambio manifiestan que Cristina Fernández consiguió menos votos que los candidatos del gobierno. Esto es verdadero. Sin embargo, aclaremos algo. Ella no intervino en las elecciones Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias para ser candidata a presidenta, que es algo que involucra a los electores de la Nación, sino para ser candidata a senadora nacional por la provincia de Buenos Aires, que es algo que sólo involucra a los electores de una parte de la Argentina. Por lo tanto, la obtención de una cantidad menor de votos es comprensible. Con la misma intención, estos representantes de Cambiemos argumentan que siete de cada diez votantes bonaerenses no respaldaron a Cristina Fernández. Eso también es verdadero. No obstante, tal verdad no implica que lo afirmado respecto del triunfo del oficialismo sea una mentira. En todo caso, la mayoría de los votantes de la provincia de Buenos Aires no quiere al kirchnerismo y, por ende, a Cristina Fernández; y la mayoría de los votantes de la Argentina no quiere al macrismo y, por ende, a Mauricio Macri. Por otra parte, lo expresado hasta aquí también vale para su rival más cercano. Es decir, siete de cada diez votantes bonaerenses no quieren a Esteban Bullrich, ni quieren a María Eugenia Vidal: la gobernadora de la provincia que intervino personalmente en la campaña electoral para levantar la imagen del ex ministro de educación de la Nación. En medio de este escenario, algunos peronistas afirman con un gesto de pánico o satisfacción que Cristina Fernández ya no alcanza para ganar una elección presidencial. Francamente, no sé si eso es cierto. Mas, supongamos que lo sea. Tal afirmación no implica que su situación no cambie en el futuro. Por otro lado, el resto de las figuras del peronismo tiene menos chances que ella. Acaso, ¿algún hombre o alguna mujer peronista puede opacar a la ex presidenta? Sin duda, nadie tiene los diplomas para hacerlo. Y, además, quienes se opusieron a ella con más fuerza sufrieron derrotas vergonzosas en estas elecciones u obtuvieron triunfos que, más allá de su importancia local, no sirven para una proyección a nivel nacional. Guste o no, hoy por hoy, ella es la figura más importante del peronismo y la oposición.

El nivel de la participación —un nivel que estuvo por debajo de las marcas de las Elecciones Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias de 2011, 2013 y 2015; de las Elecciones Generales de 2011 y 2013; y de la primera y la segunda vuelta de las Elecciones Generales de 2015—; indica una leve disminución del interés de la ciudadanía por los actos electorales. A su vez, la fragmentación del panorama político en una multiplicidad de expresiones que no logran un predominio absoluto evidencia el descreimiento de los que están en condiciones de votar. En verdad, las personas no creen. Muchas no creen en nada. Muchas no creen en nadie. Su incredulidad es enorme, enorme y desmoralizante. Quienes recelan de todo y todos no creen que los candidatos que tienen la posibilidad de triunfar en las elecciones de octubre tengan la intención de cambiar las cosas. Tampoco creen que los candidatos que tienen la intención de cambiar las cosas tengan la posibilidad de triunfar. Sencillamente, no creen. Y punto. No creen en los candidatos existentes. No creen en los políticos. No creen en la corporación política. Y no creen en el sistema institucional de la Argentina. Por este motivo, ninguna fuerza política cautiva al grueso de la población. Y esto es grave porque la democracia necesita que sus candidatos merezcan la admiración, el respeto, el amor y la confianza de la comunidad. A ciencia cierta, ésta es la victoria más importante del neoliberalismo actual. Una sociedad que no cree no tiene esperanza. Y una sociedad que no tiene esperanza termina aceptando el orden imperante. Por ello, no andemos con rodeos. Seamos directos. Aunque demande tiempo y esfuerzo, una nación puede pagar o renegociar su deuda pública. Puede reestatizar su patrimonio estratégico. Puede modificar su modelo tributario para que tenga o vuelva a tener un carácter progresivo. Puede bajar su inflación. Puede reducir su desocupación. Y puede hacer mucho más. Sin embargo, el resurgimiento de la esperanza es algo diferente. Evocando a Saúl Taborda, tenemos paisanos dormidos. Unos tienen sueños maravillosos que prometen futuros venturosos. Otros, en cambio, padecen pesadillas terribles que anticipan porvenires infernales. Mas, tanto los primeros como los segundos presentan algo en común. Todos duermen. Ninguno está despierto. Y la Argentina necesita imperiosamente ciudadanos atentos. Al respecto, ¿quiénes son los que tienen la posibilidad de evitar un precipicio? ¿Los que cierran los ojos y piensan que el precipicio no existe? ¿O los que mantienen los ojos abiertos, miran hacia adelante, ven que el precipicio se aproxima y, en el último momento, frenan o pegan un volantazo para no caer en el mismo? La respuesta es obvia. A esta altura del partido, quiénes no pueden prolongar su retirada porque ya se encuentran dentro de las líneas de su área, junto a los palos de su arco, ¿podrán revertir el desarrollo del juego? ¿Podrán inclinar la cancha a su favor? ¿Podrán elaborar una gambeta maradoniana que desarme al rival? ¿Y podrán hacer un gol? ¿Y luego otro? ¿Y otro? ¿Y otro? Bueno, no nos apresuremos. Todo empieza por el principio. Y nadie construye una pared de golpe. Al contrario, los que saben lo hacen poco a poco, ladrillo a ladrillo.

En este momento, nos hallamos bajo el signo de una paradoja. Si un gobierno conservador tiene éxito, la mayoría de la sociedad solventa el bienestar de una minoría con una parte de sus ingresos. Y si dicho gobierno fracasa, la mayoría de la sociedad asume el costo de la crisis que se produce inevitablemente. Es decir, con un gobierno conservador, la mayoría siempre pierde. Siempre. Por ende, la elección de un gobierno conservador y, con más razón, de un gobierno ultraconservador como el nuestro, constituye una trampa o, si se prefiere, un callejón sin salida. Como agregado, tenemos un gobierno que ya acumula varios casos de represión policial, una presa política, un desaparecido y un supuesto de fraude electoral, sin contar el nombramiento de dos integrantes de la Corte Suprema de Justicia por decreto y el avasallamiento de las normas que rigen la constitución y el funcionamiento del Consejo de la Magistratura. Este cuadro carece de alternativas válidas, a menos que las manifestaciones particulares de la oposición y, muy especialmente, del peronismo tengan la inteligencia de unirse. Pero, ¿los dirigentes que representan a pocos o que no representan a nadie tendrán la grandeza necesaria para ceder sus lugares y para dejar que los mismos sean ocupados por dirigentes más representativos? Y, si no lo hacen, ¿los militantes tendrán la capacidad necesaria para desplazarlos y reemplazarlos por otros que luchen por sus intereses y sus derechos? A su vez, ¿los electores que creen en un proyecto de carácter popular tendrán la fe necesaria para sostener sus convicciones? ¿Y los que se equivocaron en las últimas elecciones tendrán la humildad necesaria para reconocer su equivocación, para vencer sus resabios y para apoyar a quienes pueden favorecerlos aunque no despierten su simpatía? La necedad es terrible. Y la fusión que se produce de tanto en tanto entre la necedad de los dirigentes y la necedad de los votantes es catastrófica. Las consecuencias de esta actitud todavía no aparecen en el horizonte de muchos sectores medios y bajos porque, a pesar de todo, los mismos no se encuentran tan mal. No obstante, esto no es el resultado de una economía que se está recuperando, sino el efecto de un endeudamiento colosal que tendremos que saldar tarde o temprano, de un modo u otro. Cuando la tarjeta de crédito y la tarjeta de débito sólo sean un pedazo de plástico sin ningún respaldo, cuando la billetera sólo sea un pedazo de cuero o cuerina sin ningún contenido, cuando los parientes y los amigos no nos presten nada y cuando el almacenero, el carnicero y el verdulero no nos fíen más, ¿qué haremos? Realmente, ¿alguien puede garantizarnos que no terminaremos como los que ya cerraron su fábrica o su comercio, como los que ya perdieron su empleo, como los que ya viven en la calle? Los espejismos, por el hecho de constituir una mentira, no duran para siempre. En algún momento, se desvanecen. Y cuando eso sucede, la realidad aparece con la totalidad de su crudeza. Procuremos que eso no nos pase. Y hagámoslo aunque muchos tomen un camino diferente. A veces, algunos deben resistir por los que no proceden de esa manera.

21/08/2017