Tambores de guerra
por Elías Quinteros
Al ver que Cristina Fernández y Hugo Moyano, por un lado, y que Hugo Moyano y una parte de la dirigencia gremial, por el otro, protagonizan un enfrentamiento prolongado y despiadado que se profundiza con el transcurso del tiempo, debemos preguntarnos: ¿Qué sucedió entre dichos contendientes para que esta situación tan desgraciada y preocupante ponga en peligro la continuidad del proyecto político que se inició con Néstor Kirchner? ¿El deterioro progresivo de la relación que existía entre Hugo Moyano y Cristina Fernández es la causa del enfrentamiento que se da entre el secretario general de la Confederación General del Trabajo y los «barrionuevistas», los «gordos», los «independientes» y los «ex moyanistas»? ¿O el deterioro progresivo de la relación que existía entre Hugo Moyano y esa parte de la dirigencia gremial es la causa del enfrentamiento que se da entre el líder cegetista y la presidenta de la Nación? ¿El desgaste de la relación que existía entre Hugo Moyano y el gobierno nacional responde a un planteamiento político que cuestiona la autoridad de Cristina Fernández como presidenta de la Nación y como conductora del peronismo? ¿O responde a un planteamiento gremial que cuestiona una parte de la política laboral? ¿Y el desgaste de la relación que existía entre Hugo Moyano y el «antimoyanismo» obedece a un planteamiento gremial que cuestiona la autoridad del «camionero» como conductor de la central obrera de la calle Azopardo? ¿U obedece a un planteamiento político que cuestiona su postura ideológica y, por lo tanto, su oposición manifiesta a los postulados y a las prácticas del neoliberalismo? ¿La disputa que se da entre Hugo Moyano y Cristina Fernández es la lucha que existe entre dos egos enormes que no admiten la posibilidad de ocupar un puesto secundario? ¿O es la actualización de la lucha que existe entre la rama política y la rama gremial del peronismo desde que éste apareció en la escena social y política de la Argentina? ¿Y la disputa que se da entre Hugo Moyano y un sector de la dirigencia gremial es la lucha que existe entre unos burócratas que van a jubilarse de gremialistas? ¿O es la actualización de la lucha que existe entre las líneas conciliatorias y las líneas confrontativas del gremialismo argentino?
Indiscutiblemente, algunos creen que estamos ante el escenario de una guerra no declarada. Y, por esta razón, definen a los implicados como «amigos» o «enemigos» y, lo que es peor, como «leales» o «traidores». Pero, nosotros no debemos ser como ellos. Y, en consecuencia, debemos tener cuidado con esta clase de definiciones. Al respecto, no debemos confundir «kirchnerismo» con «oficialismo», ni «kirchnerismo» con «antimoyanismo». A diferencia de los «oficialistas», los «kirchneristas» no necesitamos negar los defectos del gobierno nacional para aprobar su desempeño. Y, a diferencia de los «antimoyanistas», tampoco necesitamos negar las virtudes de Hugo Moyano para cuestionar su actitud. Aquí, la identificación entre «oficialismo» y «antimoyanismo» constituye una mezcla riesgosa que brinda un paraguas protector a los exponentes de la obsecuencia que justifican lo injustificable, con la excusa de defender a Cristina Fernández; y a los exponentes del «gorilismo» que atacan al gremialismo y, por su intermedio, al movimiento obrero, con la excusa de cuestionar a Hugo Moyano. A imitación de los que cacerolearon hace unos días, en la Plaza de Mayo y en los barrios de Recoleta, Palermo y Belgrano, algunos se refieren a los camioneros como si fuesen unos «negros de m…», y otros se refieren al gobierno nacional como si fuese una dictadura. En ambos casos, la intolerancia es la nota predominante dentro y fuera del «kirchnerismo» y del «moyanismo». Y eso no es bueno. Tanto Cristina Fernández como Hugo Moyano, las dos figuras políticas más importantes del momento, son pilotos de tormentas que carecen de herederos. Sin ellos, la República Argentina, en general, y la Confederación General del Trabajo, en particular, serían escenarios de equilibrios inestables y luchas intestinas. Por ende, cualquier diferencia que no encuentre una solución mediante las reglas de la política puede generar efectos imprevistos e irremediables.
Quienes apostamos a la unidad del campo nacional y popular, aunque algunos de sus integrantes no sean del agrado de todos, porque esa unidad es lo único que puede garantizar la continuidad del modelo instaurado por Nestor Kirchner y Cristina Fernández, no podemos aplaudir a un gremialista que utiliza un canal de cable que pertenece al Grupo Clarín para despotricar contra la presidenta de la Nación, o que admite el apoyo político de algunos personajes de la derecha «gorila» y de la izquierda «paleozoica». Mas, tampoco podemos elogiar a un funcionario, como el Ministro del Interior, que denuncia a Hugo Moyano ante la justicia penal; o a un funcionario, como el Ministro de Trabajo, que impone una multa de cuatro millones de pesos al Sindicato de Choferes de Camiones. Seguramente, desde la perspectiva de los analistas políticos más avezados, estas actitudes resulten naturales y compresibles. Sin embargo, los que utilizan el procedimiento previsto en el «manual del buen político» no sólo para dirimir una cuestión de poder, sino que también para desacreditar la gestión de Cristina Fernández, son tan obtusos como los que lo utilizan para desmerecer la trayectoria de Hugo Moyano: algo que no contribuye a desplegar el manto de la tranquilidad sobre la sociedad argentina. Desde más de un punto de vista, el incumplimiento de una conciliación laboral; la actuación de uno «muchachos» que aparecen ante la clase media como unos «patoteros»; la declaración de una huelga que interrumpió la distribución de combustibles; y la posibilidad de extender la misma con el propósito de evitar el transporte de alimentos, diarios y revistas, caudales, residuos, materiales peligrosos, etc.; nos habla de la gravedad del conflicto. Del mismo modo, las amenazas lanzadas contra los huelguistas, como si estos fuesen una banda de forajidos, nos revela que la situación fue agravada por ambas partes.
A pesar de los tambores que suenan de un lado y del otro, convocando a una guerra que parece inevitable, debemos, repito, actuar con calma. Algunos sectores «no kirchneristas» de la sociedad que ven con simpatía la firmeza de Cristina Fernández y, por dicha razón, del conjunto del gobierno, frente a este conflicto, no proceden de esa manera porque compartan la acción gubernamental de la presidenta. Actúan así porque Hugo Moyano les resulta más odioso que ella. En otras palabras, eligen el mal menor. Quieren que Cristina Fernández acabe con el «camionero» y que, luego, alguien o algo acabe con la «yegua». Y otros, en cambio, se identifican momentáneamente con el «camionero», para tener la oportunidad de golpear a la mujer que ocupa la Casa Rosada y la Quinta Presidencial de Olivos, con su cohorte de «montoneros». Tanto en el primer supuesto como en el segundo, quienes aguardan la división del campo nacional y popular, la fractura de la alianza estratégica que sostiene al equipo gobernante y, en definitiva, el fracaso de este último, sonríen con una satisfacción indisimulable. Por eso, el «kirchnerismo», que sobrevivió a cada uno de los ataques que recibió desde afuera, debe demostrar ahora que es capaz de sobrevivir a sus limitaciones y a sus contradicciones internas. Si no lo logra, los tambores que convocan a la guerra desde hace un tiempo, acompañarán con su silencio la derrota de los dos contendientes.