lunes, 19 de agosto de 2013

Mística por Elías Quinteros

MÍSTICA
Elías Quinteros

Tras la realización de las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias correspondientes a este año y, en especial, tras los resultados arrojados por las mismas, el Frente para la Victoria —de una manera milagrosa o, por lo menos, increíble—, sigue siendo la fuerza política más importante a nivel nacional. Por ese motivo, quienes dicen que esos resultados anticipan la derrota del gobierno en las elecciones de octubre, el inicio de un período de transición a partir de esas elecciones y el final del ciclo kirchnerista en el año 2015 o, quizás, antes de esa fecha, exteriorizan un deseo más que una certeza. Innegablemente, el kirchnerismo obtuvo menos votos que en el año 2011. Sólo consiguió la adhesión de la cuarta parte del electorado. Y perdió en la mayoría de los distritos del país: lo cual incluye a los cinco distritos que tienen la mayor cantidad de votantes. Pero, esto no predetermina nada. Los oficialismos suelen perder una parte de su caudal electoral en las elecciones que no son presidenciales. Los porcentajes obtenidos por los candidatos de la administración nacional, aunque son pobres en algunos casos, no resultan catastróficos. Y los triunfos de la oposición, tomada en su conjunto, corresponden a postulantes que no son capaces de conformar un bloque único y sólido. Esto último es así porque, a pesar de su inverosimilitud, muchos de los que aparecen en estos días, con una sonrisa gardeliana, delante de los fotógrafos y de los camarógrafos que los retratan, sueñan con ser un Enrique Capriles que unifique a la totalidad de la oposición: cuestión que resulta complicada porque ninguno quiere resignar sus pretensiones y, por ello, ninguno logra el apoyo de los demás.

Frente a este panorama, y no obstante los reveses sufridos, el Frente para la Victoria todavía aparece como una unidad que responde a su conductora. Este es un aspecto que no carece de importancia, ni de interés. Muchos de los que hablan como si fuesen presidentes, en lugar de hacerlo como candidatos que deben competir en el mes de octubre por una diputación o una senaduría, pasan por alto que Cristina Fernández todavía es la persona que ejerce el poder real en la Argentina. Quienes proceden de esta forma, alentados por los que integran la cadena nacional del odio y el desánimo, creen con sinceridad que el hecho de decir algo frente a un micrófono o una cámara, de una forma firme y convincente, convierte a lo dicho en una realidad concreta, visible y palpable. Tal actitud, aunque tenga la característica de exhibir su flaqueza con el transcurso del tiempo, posee la suficiente capacidad para cautivar a un sector del electorado, durante el período de su vigencia, consiguiendo que dicho sector vote en contra de los candidatos del gobierno y, lo que es más terrible, en contra de las políticas oficiales. Por eso, en más de un caso, manifesté la necesidad de explicar al hombre común las causas de las acciones y las omisiones gubernamentales. Vinculado a esto, la decisión de discutir las políticas económicas y el modelo de país con los dueños de la pelota, es decir, con los representantes de la banca, la industria y el gremialismo; sin descuidar el modelo de industrialización, la educación universitaria, las políticas de inversión en ciencia y tecnología, y la administración de los recursos de los trabajadores, a fin de favorecer el consumo y reactivar la economía; según lo expresado por la presidenta, en Tecnópolis; es acertada. Mas, el hombre de la calle no está en condiciones de entender por sí mismo, que las conquistas logradas con esfuerzo y perseverancia durante la década ganada, corren el riesgo de desaparecer si la política actual sufre alguna modificación esencial.

Hoy, se debe hablar al pueblo con claridad o con una claridad mayor que la empleada hasta ahora, para que todo no dependa del diálogo con el empresariado y el sindicalismo, y para que el gobierno pueda equilibrar las presiones de esas corporaciones con el poder de las personas que votan y que, si es preciso, ocupan las calles. Soñar con convencer o seducir a los antikirchneristas furiosos no tiene sentido. Sin embargo, renunciar a dialogar, sin ningún dogmatismo, con los que están confundidos, es un error imperdonable. El silencio, la utilización de términos incomprensibles para la mayoría de los habitantes y la mera repetición de consignas partidarias, favorece el discurso de Mauricio Macri, Gabriela Michetti y Patricia Bullrich; el de José Manuel de la Sota, Sergio Massa, Francisco de Narváez y Hugo Moyano; el de Julio Cobos, Oscar Aguad, Elisa Carrió, Ricardo Alfonsín y Margarita Stolbizer; el de Hermes Binner; y, por supuesto, también el de Pino Solanas. En definitiva, se debe entender que la madre de todas las batallas no es política sino cultural y que el escenario de la misma no es la provincia de Buenos Aires sino la totalidad del país. Aquí, repito lo dicho en otras ocasiones. La presidenta de la Nación se encuentra sola. Y, aunque diga hasta el hartazgo que tiene el cuero duro y que, en consecuencia, va a seguir aguantando todo lo que tenga que aguantar, su equipo debe aliviarle la tarea. Ella no puede estar en todo. No puede dedicar cada minuto de su vida a explicar todo a todos. Ni puede resolver personalmente todos los problemas que acontecen a diario.

Cuando Jorge Lanata manifiesta que la posibilidad de tener una transición tranquila o un caos depende de Cristina Fernández; cuando Marcelo Longobardi pide a Dios que nos ayude, si la presidenta realiza una ratificación del rumbo, en lugar de una modificación sensata; y cuando Nelson Castro dice que estamos gobernados por una mujer que no escucha a los demás porque padece el síndrome de Hubris o la enfermedad del poder; podemos percibir sin dificultad la desesperación de los que advierten que los resultados de las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias no son inmodificables y, por ende, tratan de convencer a la sociedad argentina de lo contrario con el objeto de forzar el desarrollo de los acontecimientos. En este sentido, la existencia de una oposición —que no es más que un rejunte de candidatos opacos, con aspiraciones presidenciales, que carecen de una proyección nacional—, no favorece los anhelos de los sectores que poseen al Grupo Clarín como mascarón de proa. Sin duda, el kichnerismo puede aprovechar esta situación. Más, no puede confiar esa labor a dirigentes que priorizan sus intereses individuales, ni a militantes que no se destacan por su trabajo territorial o por su capacitación teórica. Una campaña electoral es una empresa seria que exige una planificación responsable; una combinación equilibrada de recursos económicos, materiales y humanos; un proselitismo adecuado; una candidatura creíble, cautivante y ganadora; un discurso convincente; y, por encima de todo, una mística contagiosa e incontenible. De todo esto, la mística es fundamental. Sin ella, los votantes y, en particular, los compañeros pierden la esperanza, la alegría y la vitalidad que posibilita las transformaciones sociales. Aciagamente, en este momento, la mística del kirchnerismo no existe o, para no ser tan tajante y tan dramático, no existe con la intensidad del principio. En cierto modo, es como una hoguera que, aunque continúe ardiendo, ya no irradia la luminosidad y el calor que nos deslumbraban. Por esa razón, espero que Cristina Fernández pueda revivirla a tiempo, para cada uno de nosotros. Sólo ella puede hacerlo. Sólo ella. Nadie más…