UN DESAFIO DECISIVO
Elías Quinteros
El Frente para la Victoria tiene por
delante un desafío decisivo. Debe intervenir en la elección presidencial de
octubre y, en consecuencia, debe arriesgar su propia existencia, con un
candidato que no se llama Néstor Kirchner ni Cristina Fernández. Este detalle,
además de convertir a dicho desafío en una prueba de fuego, plantea un interrogante:
¿el «modelo de país» construido a partir del año 2003 tiene la posibilidad de
prolongarse en el tiempo, aunque ninguno de sus protagonistas más insignes ocupe
el despacho principal de la Casa Rosada?
O, dicho de otra forma, ¿tiene la posibilidad de sobreponerse a los ataques de
los que lo cuestionan con vehemencia desde afuera y a los reparos de los que lo
apoyan con reservas desde adentro? Tal pregunta, que no admite una respuesta
única en este momento, genera, no obstante, un convencimiento. Todos los que
adhieren al Frente para la
Victoria tienen derecho a opinar con libertad sobre la
estrategia adoptada. Pero, nadie tiene derecho a decir o hacer algo que ponga
en peligro su triunfo electoral. Inevitablemente, la selección de los candidatos
en el período que precede a una elección, en cualquiera de sus niveles, deja
espíritus disconformes y heridas abiertas ya que la cantidad de cargos vacantes
siempre es menor que la cantidad de aspirantes disponibles. Mas, la política es
así. Sus reglas, a veces, son de una crudeza inmensa y terrible. Desde que el
mundo existe, es decir, desde hace un tiempo más que considerable, el ser
humano actúa políticamente: lo cual no significa que siempre lo haga a través
de un partido político o una organización parecida. En otras palabras, siempre
asume una posición respecto de las cuestiones fundamentales de la vida aunque
no quiera hacerlo. Y, luego, exterioriza esa posición acertada o equivocada, mediante
acciones y omisiones que producen efectos directos e indirectos, sobre su
existencia individual y sobre su entorno social. En la totalidad de los casos,
determina o contribuye a determinar quién tiene la mayor cuota de poder y quién
tiene la menor, o sea, quién es el fuerte y quién es el débil. Y, justamente,
en octubre, la cuestión consiste en lograr que el Frente para la Victoria obtenga la cuota
de poder que es necesaria para conducir los destinos de la Nación, durante otro período
presidencial. Para sorpresa y desconcierto de más de uno, en estos días, algunos
defensores del gobierno nacional están preocupados por el porvenir, tan
preocupados que no comen, ni descansan, ni duermen. Eso no es bueno. Tener una
cierta prevención respecto del futuro puede resultar comprensible y razonable.
En cambio, profetizar la configuración de un escenario apocalíptico y justificar
el cumplimiento de tal profecía con apreciaciones que, aunque respetables y
entendibles, no gozan de la infalibilidad de las leyes químicas, físicas y
biológicas, carece de un mínimo de seriedad. Quien experimenta por los motivos
más diversos este estado de inquietud debe advertir que, en concordancia con lo
expresado por Cristina Fernández, el futuro va a tener el aspecto que el pueblo
permita que tenga ya que cada ciudadano, actuando en conjunto, es dueño de su propio
destino.
A todas luces, el kirchnerismo es una construcción
colectiva de carácter político y social que tiene al peronismo como su
nutriente más importante. Por esta razón, no incurrimos en ninguna herejía si
decimos que, desde tal punto de vista, el kirchnerismo constituye la expresión
actual del peronismo. Suponer que representa la superación de éste es erróneo, tan
erróneo como creer que es una de sus líneas internas. En el primer caso,
pecamos por exceso ya que el peronismo continúa siendo la manifestación social
y política más importante del país. Y, en el segundo, pecamos por defecto ya que
unos de los pies del kirchnerismo está dentro del peronismo y el otro está
fuera del mismo. Esto significa que los «kirchneristas de paladar negro» que
despotrican contra los peronistas no entienden qué es el peronismo y que los «peronistas
de paladar negro» que despotrican contra los kirchneristas no entienden qué es
el kirchnerismo. Afortunadamente, el grueso de las personas que votan por el
Frente para la Victoria
no entra en esta clase de disquisiciones que, al igual que las discusiones
sobre el sexo de los ángeles, sólo despiertan el interés de unos pocos. Tanto
el «peronista» como el «no peronista» que reivindican a Néstor Kirchner y a
Cristina Fernández saben que el «modelo de país» construido a partir del año
2003 está asociado al nombre de sus dos figuras máximas. Saben que sus vidas
mejoraron con la construcción de ese «modelo». Y saben que ellos participaron
en dicha construcción. Es decir, saben las tres cosas esenciales que deben
saber para decidir con corrección, cada vez que un dilema político surge ante
ellos. No necesitan nada más, a diferencia de los que se presentan como
intelectuales sin poseer los dones indispensables para merecer dicha calificación.
¿Una persona juiciosa y, por ende, sensata, que no se encuentra ebria ni dormida,
se pone los zapatos y, después, las medias? No. No lo hace. Entonces, ¿por qué algunos
kirchneristas proceden de un modo diferente? ¿Por qué alteran el orden lógico
de las cosas? ¿Por qué se preocupan en este momento por lo que pueda suceder si
Daniel Scioli, el candidato del Frente para la Victoria, gana la
elección de octubre; en lugar de preocuparse por lo que pueda suceder si Mauricio
Macri u otro candidato de la «derecha» triunfa en la misma? ¿Por qué se
comportan de esa manera si su preocupación principal está en un segundo plano desde
la perspectiva cronológica? ¿Por qué actúan de esa forma si la modificación de
la política desarrollada durante doce años es, a lo sumo, una posibilidad en uno
de los casos expuestos y, por el contrario, una certeza en el otro?
Quien alberga algunos reparos no tiene que arrojarlos
por la borda, ni tiene que dejarlos a un lado del camino. Después de todo, el
tiempo puede darle la razón. Sin embargo, quien considera que, por ejemplo,
Daniel Scioli y Mauricio Macri son lo mismo olvida, voluntaria o involuntariamente,
que el primero se apoya en el Frente para la Victoria y el segundo en
el PRO. Esto resulta comprensible en los exponentes de los partidos
microscópicos de la izquierda local que desconocen los matices del arco ideológico
y definen a todos los que no piensan como ellos con el término «burgués». Mas,
no es propio de quienes poseen una mirada más amplia de la política. Hoy, ante
la imposibilidad de tener a Cristina Fernández como candidata presidencial, resulta
imperioso doblegar los esfuerzos, incluso con los recaudos que cada uno crea
conveniente, para que la oposición actual no gane en octubre. Su triunfo, sí o
sí, equivale a la conclusión del «modelo de país» existente: un «modelo de
país» que no es la expresión particular de un sector, sino de la multiplicidad
de sectores que forman el Frente para la Victoria y, asimismo, de la multiplicidad de
sectores que admiten y apoyan sus iniciativas, aunque no lo integren formalmente.
Ante este panorama, algunos, en consonancia con lo manifestado en más de una
oportunidad por los medios opositores, dicen que nos aproximamos al final de un
ciclo. Por su parte, otros, desde la posición opuesta, afirman que sólo nos acercamos
al final de una de sus etapas. ¿En dónde está la verdad? Lo ignoramos.
Unicamente, nos consta que cualquier aspirante a la presidencia, con alguna
posibilidad de éxito, se encuentra a la derecha de Cristina Fernández. Pero, esto
último no es exclusivo de tales aspirantes. También distingue a la mayoría de
los argentinos que no se postulan para ningún cargo. ¿Esto significa que la
ausencia de una presidenta que, a semejanza de su marido, siempre arrastró a la
sociedad hacia la izquierda, nos condena a un futuro desesperanzador? No. No
nos condena a nada. Al contrario, nos deja con las manos libres para que, en
tanto sujeto colectivo, podamos demostrar si tenemos la capacidad para cuidar y
defender lo que conseguimos. Sin duda, el porvenir implica una pregunta o,
mejor dicho, un conjunto de preguntas. Este texto no pretende contestarlas. Su
autor no conoce todas las respuestas. No obstante, sabe algo o, por lo menos,
cree saberlo: el Frente para la
Victoria, la fuerza que nos representa desde el año 2003,
debe triunfar en octubre.