Espejismos
por Elías Quinteros
A partir del domingo
13 de agosto y, en consecuencia, de las elecciones Primarias, Abiertas,
Simultáneas y Obligatorias (P.A.S.O.), que determinaron los candidatos a
diputados y senadores nacionales de cada partido político y cada alianza electoral,
para las elecciones legislativas del domingo 22 de octubre, más de un exponente
de Cambiemos —la alianza que existe entre el PRO, la Unión Cívica Radical y la
Coalición Cívica—, afirma que el gobierno nacional obtuvo un triunfo contundente
que avala el rumbo impuesto por Mauricio Macri. Pero, el resultado provisorio
de esas elecciones demuestra que siete de cada diez votantes no apoyaron al
oficialismo. Para disimular esta realidad, muchos de los sustentadores del
cambio manifiestan que Cristina Fernández consiguió menos votos que los
candidatos del gobierno. Esto es verdadero. Sin embargo, aclaremos algo. Ella
no intervino en las elecciones Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias
para ser candidata a presidenta, que es algo que involucra a los electores de
la Nación, sino para ser candidata a senadora nacional por la provincia de
Buenos Aires, que es algo que sólo involucra a los electores de una parte de la
Argentina. Por lo tanto, la obtención de una cantidad menor de votos es
comprensible. Con la misma intención, estos representantes de Cambiemos argumentan
que siete de cada diez votantes bonaerenses no respaldaron a Cristina
Fernández. Eso también es verdadero. No obstante, tal verdad no implica que lo
afirmado respecto del triunfo del oficialismo sea una mentira. En todo caso, la
mayoría de los votantes de la provincia de Buenos Aires no quiere al kirchnerismo
y, por ende, a Cristina Fernández; y la mayoría de los votantes de la Argentina
no quiere al macrismo y, por ende, a Mauricio Macri. Por otra parte, lo expresado
hasta aquí también vale para su rival más cercano. Es decir, siete de cada diez
votantes bonaerenses no quieren a Esteban Bullrich, ni quieren a María Eugenia
Vidal: la gobernadora de la provincia que intervino personalmente en la campaña
electoral para levantar la imagen del ex ministro de educación de la Nación. En
medio de este escenario, algunos peronistas afirman con un gesto de pánico o
satisfacción que Cristina Fernández ya no alcanza para ganar una elección presidencial.
Francamente, no sé si eso es cierto. Mas, supongamos que lo sea. Tal afirmación
no implica que su situación no cambie en el futuro. Por otro lado, el resto de
las figuras del peronismo tiene menos chances que ella. Acaso, ¿algún hombre o alguna
mujer peronista puede opacar a la ex presidenta? Sin duda, nadie tiene los
diplomas para hacerlo. Y, además, quienes se opusieron a ella con más fuerza
sufrieron derrotas vergonzosas en estas elecciones u obtuvieron triunfos que,
más allá de su importancia local, no sirven para una proyección a nivel
nacional. Guste o no, hoy por hoy, ella es la figura más importante del
peronismo y la oposición.
El nivel de la
participación —un nivel que estuvo por debajo de las marcas de las Elecciones
Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias de 2011, 2013 y 2015; de las
Elecciones Generales de 2011 y 2013; y de la primera y la segunda vuelta de las
Elecciones Generales de 2015—; indica una leve disminución del interés de la
ciudadanía por los actos electorales. A su vez, la fragmentación del panorama
político en una multiplicidad de expresiones que no logran un predominio
absoluto evidencia el descreimiento de los que están en condiciones de votar.
En verdad, las personas no creen. Muchas no creen en nada. Muchas no creen en
nadie. Su incredulidad es enorme, enorme y desmoralizante. Quienes recelan de
todo y todos no creen que los candidatos que tienen la posibilidad de triunfar
en las elecciones de octubre tengan la intención de cambiar las cosas. Tampoco
creen que los candidatos que tienen la intención de cambiar las cosas tengan la
posibilidad de triunfar. Sencillamente, no creen. Y punto. No creen en los
candidatos existentes. No creen en los políticos. No creen en la corporación
política. Y no creen en el sistema institucional de la Argentina. Por este
motivo, ninguna fuerza política cautiva al grueso de la población. Y esto es
grave porque la democracia necesita que sus candidatos merezcan la admiración,
el respeto, el amor y la confianza de la comunidad. A ciencia cierta, ésta es
la victoria más importante del neoliberalismo actual. Una sociedad que no cree
no tiene esperanza. Y una sociedad que no tiene esperanza termina aceptando el
orden imperante. Por ello, no andemos con rodeos. Seamos directos. Aunque
demande tiempo y esfuerzo, una nación puede pagar o renegociar su deuda
pública. Puede reestatizar su patrimonio estratégico. Puede modificar su modelo
tributario para que tenga o vuelva a tener un carácter progresivo. Puede bajar
su inflación. Puede reducir su desocupación. Y puede hacer mucho más. Sin
embargo, el resurgimiento de la esperanza es algo diferente. Evocando a Saúl
Taborda, tenemos paisanos dormidos. Unos tienen sueños maravillosos que
prometen futuros venturosos. Otros, en cambio, padecen pesadillas terribles que
anticipan porvenires infernales. Mas, tanto los primeros como los segundos
presentan algo en común. Todos duermen. Ninguno está despierto. Y la Argentina
necesita imperiosamente ciudadanos atentos. Al respecto, ¿quiénes son los que
tienen la posibilidad de evitar un precipicio? ¿Los que cierran los ojos y
piensan que el precipicio no existe? ¿O los que mantienen los ojos abiertos,
miran hacia adelante, ven que el precipicio se aproxima y, en el último
momento, frenan o pegan un volantazo para no caer en el mismo? La respuesta es
obvia. A esta altura del partido, quiénes no pueden prolongar su retirada
porque ya se encuentran dentro de las líneas de su área, junto a los palos de
su arco, ¿podrán revertir el desarrollo del juego? ¿Podrán inclinar la cancha a
su favor? ¿Podrán elaborar una gambeta maradoniana que desarme al rival? ¿Y
podrán hacer un gol? ¿Y luego otro? ¿Y otro? ¿Y otro? Bueno, no nos
apresuremos. Todo empieza por el principio. Y nadie construye una pared de
golpe. Al contrario, los que saben lo hacen poco a poco, ladrillo a ladrillo.
En este momento, nos
hallamos bajo el signo de una paradoja. Si un gobierno conservador tiene éxito,
la mayoría de la sociedad solventa el bienestar de una minoría con una parte de
sus ingresos. Y si dicho gobierno fracasa, la mayoría de la sociedad asume el
costo de la crisis que se produce inevitablemente. Es decir, con un gobierno
conservador, la mayoría siempre pierde. Siempre. Por ende, la elección de un
gobierno conservador y, con más razón, de un gobierno ultraconservador como el
nuestro, constituye una trampa o, si se prefiere, un callejón sin salida. Como
agregado, tenemos un gobierno que ya acumula varios casos de represión policial,
una presa política, un desaparecido y un supuesto de fraude electoral, sin
contar el nombramiento de dos integrantes de la Corte Suprema de Justicia por
decreto y el avasallamiento de las normas que rigen la constitución y el
funcionamiento del Consejo de la Magistratura. Este cuadro carece de
alternativas válidas, a menos que las manifestaciones particulares de la
oposición y, muy especialmente, del peronismo tengan la inteligencia de unirse.
Pero, ¿los dirigentes que representan a pocos o que no representan a nadie tendrán
la grandeza necesaria para ceder sus lugares y para dejar que los mismos sean
ocupados por dirigentes más representativos? Y, si no lo hacen, ¿los militantes
tendrán la capacidad necesaria para desplazarlos y reemplazarlos por otros que
luchen por sus intereses y sus derechos? A su vez, ¿los electores que creen en
un proyecto de carácter popular tendrán la fe necesaria para sostener sus
convicciones? ¿Y los que se equivocaron en las últimas elecciones tendrán la
humildad necesaria para reconocer su equivocación, para vencer sus resabios y
para apoyar a quienes pueden favorecerlos aunque no despierten su simpatía? La necedad
es terrible. Y la fusión que se produce de tanto en tanto entre la necedad de
los dirigentes y la necedad de los votantes es catastrófica. Las consecuencias
de esta actitud todavía no aparecen en el horizonte de muchos sectores medios y
bajos porque, a pesar de todo, los mismos no se encuentran tan mal. No obstante,
esto no es el resultado de una economía que se está recuperando, sino el efecto
de un endeudamiento colosal que tendremos que saldar tarde o temprano, de un
modo u otro. Cuando la tarjeta de crédito y la tarjeta de débito sólo sean un
pedazo de plástico sin ningún respaldo, cuando la billetera sólo sea un pedazo
de cuero o cuerina sin ningún contenido, cuando los parientes y los amigos no
nos presten nada y cuando el almacenero, el carnicero y el verdulero no nos
fíen más, ¿qué haremos? Realmente, ¿alguien puede garantizarnos que no
terminaremos como los que ya cerraron su fábrica o su comercio, como los que ya
perdieron su empleo, como los que ya viven en la calle? Los espejismos, por el
hecho de constituir una mentira, no duran para siempre. En algún momento, se
desvanecen. Y cuando eso sucede, la realidad aparece con la totalidad de su
crudeza. Procuremos que eso no nos pase. Y hagámoslo aunque muchos tomen un
camino diferente. A veces, algunos deben resistir por los que no proceden de
esa manera.
21/08/2017