Manuelita Saenz: la coronela
Carla Wainsztok
Las mujeres y los hombres somos sujetos históricos, esto quiere decir que nos planteamos el problema de nuestra identidad. La identidad es una tarea, nosotros y nosotras nos hacemos, nos creamos, nos realizamos, nos ponemos y si no nos ponemos como sujetos, “nos ponen” como objetos. Por ello somos nosotros los que debemos elegir que hacer con nuestras vidas, sino elegimos nosotros, nos convertimos en el predicado no en el sujeto.
Por todo ello la identidad es un problema, ¿Quiénes somos? ¿Qué somos? Y somos ni más ni menos que memoria, futuro y presente. Muchas veces se ha intentando desde los diferentes lugares de poder, romper el puente entre nuestra historia y nuestros sueños de una Patria Grande. Pero las mujeres y los hombres resistimos a los embates de la historia oficial y buscamos por distintos caminos estudiar y profundizar en el pasado.
Por ello indagamos en nuestra memoria, acontecimientos, hechos históricos, personas de carne y hueso que nos ayuden a imaginar un mundo mejor. A tales acontecimientos, hechos y personas los llamamos arquetipos. Pero no para imitarlos, no para copiarlos sino que los estudiamos, los leemos, los trabajamos como una suerte de desvío, de atajo para conocer cuales eran sus ideas de comunidad, de solidaridad de Patria Grande. No se trata de copiarlos sino que este desvío nos comunica con esa otra patria que queremos construir.
Y esto es importante nuestros ideales, nuestras prácticas muchas veces están más cercanas de ellos de lo que pensamos. Pero de nuevo la historia oficial, los sube a las estatuas, a los bronces y los alejan de nosotros. He leído acerca de las dudas de San Martín, las vacilaciones de Manuela Pedraza, los interrogantes de Evita, las preguntas del Chacho Peñaloza.
II: Manuelita
Entonces hoy vamos a trabajar juntos la vida de Manuela Saenz, una de las libertadoras de América. Para ubicarnos estamos en los años de la independencia que van desde 1810 hasta 1840.
Manuelita de pequeña descubrió que su padre y su madre no estaban casados, su madre era natural del país y su padre era un español fiel al rey. Su padre estaba casado con otra mujer. Por ello durante años su fecha y lugar de nacimiento eran un misterio. Pero más allá de la condena social, se la llamaba bastarda, ella volvió esa dificultad en un desafío
“ Mi patria es todas las Américas, nací en la línea ecuatorial.”
Lima era su ciudad natal, allí durante la primer independencia había organizado a las mujeres en unidades de lucha, recaudado dinero para la construcción de barcos y dirigidos un sistema que recogía de casa en casa paños para uniformes. Cada hogar se transformó en un taller, donde las mujeres de la nobleza y sus criadas “indias” trabajan juntas cosiendo uniformes para el nuevo ejército. Tal como miles de compañeras que hoy desarrollan parte de sus vidas en los roperos comunitarios.
La llegada de Bolívar a Quito fue un gran acontecimiento, una verdadera fiesta, en las calles se mezclaban los indios, los cholos, los tenderos, los artesanos, los barberos, y en la noche de la entrada triunfal, se realizó el baile de la victoria. Allí se conocieron Manuela de 24 años y Simón Bolívar de 39 años.
Bolívar había enviudado muy joven y había prometido no volver a casarse, Manuelita estaba casada con un inglés, pero en cosas del corazón hasta los libertadores y las libertadoras se enredan. Para Manuelita el principal problema era someterse a un matrimonio sin amor. En esos años el matrimonio era entendido como un contrato con las obligaciones bien delimitadas. El marido era el indiscutido amo del hogar, la familia y la mujer era mero ganado, sin más derechos que los que el amo quisiera concederle. Ellas participaban en las guerras de independencia, eso sí como enfermeras, bordadoras seguidas por las miradas de sus maridos.
Pero Manuela se fue comprometiendo con otras tareas que no eran consideradas en ese entonces femeninas, llegó a ser coronela. Entre sus trabajos estaba a cargo el archivo personal de Bolívar. Con su nueva tarea y su reciente cargo aparecía por el cuartel con casaca azul, charreteras doradas y sus aros de coral.
Es posible imaginar a esta mujer con su uniforme, pero también con sus vestidos, sus peinados, fumando frente a Bolívar pero tal vez tan importante como ello es imaginar que algo había cambiado en ella, cuando decidió hacer frente a sus tareas, así como nosotras ya no somos las mismas luego de salir a las rutas, a las calles, es decir al espacio de lo público. Y definitivamente lo que va cambiando es darse cuenta que ya no tenemos sólo deberes, también derechos.
Finalmente
Bolívar y Manuela compartieron sus propias batallas amorosas y las batallas por una América Latina unida. Por un momento espiemos entre las cartas de ellos para conocer sus desvelos políticos amorosos. Mientras cabalgaba por América, Bolívar le escribe “Estoy tan cansado del viaje y de todas las quejas de tu tierra que no tengo tiempo para escribirte con letras chiquiticas y cartas grandotas como tú quieres.” Pero Bolívar no sólo le escribe a Manuela, luego de sacarse el barro, de asearse como se puede, escribe manifiestos, documentos y constituciones. Que lejos de aquella imagen del pensador frente a un escritorio, meditando y escribiendo.
Bolívar, San Martín, Belgrano y muchos otros mientras ganaban y perdían batallas, pensaban, escribían y liberaban territorios. Hoy diríamos que reflexionaban sobre sus prácticas, y esa es una tarea ineludible en estos días en Nuestra América. Como afirmaba José Martí conocer es resolver.
Pero como ustedes saben los enemigos de
Bolívar, cansado de tanta batallas y atacado por una fiebre tropical debe emprender un viaje, su último viaje, los conjurados contra la unidad latinoamericana, aprovechan la ocasión y comienzan a pegar en las paredes del pueblo panfletos contra el libertador, la respuesta de Manuela no se hizo esperar, ella con sus servidores distribuyen volantes pidiendo el retorno de Bolívar. Por ello la tildaban de “amable loca” un nombre que va a ser nuevamente utilizado cuando nuestras madres y abuelas salieron a pedir por sus hijos. Pero ya no serán amables apenas viejas locas
Luego de estos acontecimientos Manuelita fue encarcelada durante un tiempo, luego de salir sobrevivió como pudo, la herencia del inglés nunca pudo llegar a sus manos. Puso un negocio de cigarros, y recibía la visita de Simón Rodríguez aquel viejo maestro de Bolívar
Manuela muere, víctima de la enfermedad de la garganta, como esa enfermedad era muy contagiosa el comité de sanidad prendió fuego a sus objetos personales, entre ellas muchas cartas personales.
Poco a poco hasta la historia oficial le tuvo que ir haciendo un lugar a aquella libertadora de América. Hoy ocupa un lugar central en la galería de los Patriotas latinoamericanos, su retrato fue enviado por el presidente de Ecuador, nuestro querido Correa.
Manuelita vive ya no sólo como un arquetipo sino como un símbolo de rebeldía. Conocerla es conocernos aún más.
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