lunes, 21 de marzo de 2011

Los nombres de nuestro continente laborioso por Carla Wainsztok

Los nombres de nuestro continente laborioso


Carla Wainsztok


Nombrar es dar sentido, es darse identidad, el hombre, la mujer y los pueblos somos seres sociales identificados.

Sin embargo en medio de la larga noche neoliberal, nos habíamos olvidado de nuestros propios nombres, conocíamos nuestro nombre individual, pero casi no recordábamos los nombres de nuestro continente laborioso, del continente que habitamos.

No es casual entonces que volvamos una y otra vez sobre este tema ¿quiénes somos?; ¿cómo nos llamamos? ¿quién nos narra la historia de nuestros nombres?

Habíamos sido privados de nuestros recursos económicos y de nuestros relatos, habíamos sido doblemente expoliados, nos quedamos sin cuentas y sin cuentos.

Hace 120 años Martí, afirmaba en un texto que se llama Nuestra América “Se ponen en pie los pueblos y se saludan ‘¿Cómo somos?’, se preguntan, y unos a otros se van diciendo como son” (Martí; 1980: 13)

Hoy, nos vamos conociendo, reconociendo, y nos queremos presentar.

“El nombre de América no había sido acuñado por navegadores, descubridores o conquistadores. Fue producto de la pura especulación intelectual de monjes eruditos y cartógrafos” (Funes; 2006:246) Lo hacían en honor a Américo Vespucio.

La idea de Nuestra América, para diferenciarnos de España es decir para emanciparnos también mentalmente tuvo en Francisco Miranda su primer autor “Con estos auxilios podemos seguramente decir que llegó el día, por fin, en que, recobrando nuestra América su soberana independencia, podrán sus hijos libremente manifestar al universo sus ánimos generosos” (Miranda; 1792)

Bolívar por su parte decía Nuestra Patria es América o hacía referencia a la América Meridional, mientras afirmaba filosóficamente “no somos indios ni europeos, sino una especie media entre los legítimos propietarios del país y los usurpadores españoles” (Bolívar;1986: 79)

El 24 de junio de 1856, Francisco Bilbao ofrecía una conferencia en París donde pronunció América Latina “Hasta ahora el testimonio más antiguo de la aparición de la nueva denominación” (Roig; 2009: 31) El antiimperialismo de Bilbao impide pensar entonces que este nuevo nombre sea de ideología panlatinista, lo que si puede haber acontecido es que diversos autores tomarán el adjetivo latino o latina con pretensiones hegemónicas eurocéntricas en Nuestra América Latina.

Retomando el espíritu emancipador de Miranda, Martí nos convida con un texto que nos convoca a la reflexión y a la acción. Nuestra América es un llamamiento al pensamiento propio “las levitas son todavía de Francia, pero el pensamiento empieza a ser de América. Los jóvenes de América se ponen la camisa al codo, hunden las manos en la masa, y la levantan con la levadura del sudor. Entienden que se imita demasiado y que la salvación está en crear” (Martí; 1980: 15)

Hacia 1920, varias son las denominaciones, Indoamérica, Patria Grande, Haya de la Torre, Mariátegui y, Manuel Ugarte compartían un denominador común el antiimperialismo y el espíritu de una época que ponía en crisis las ideas liberales y positivistas.

Y como no deseamos olvidarnos de nuestros hermanos recordemos que el agregado Caribe “es un nombre geográfico (paradójicamente indígena, ‘caribe’ para incorporar sociedades sajonas” (Funes; 2006:246)

Hoy a Nuestra América Latina se le suman nombres “institucionales” ALBA; UNASUR pero debemos recordar que cada mañana un/a latinito/a que nace nos convida con la posibilidad de nuevas palabras, de nuevas prácticas, de nuevos sueños y renombra “el deber urgente de nuestra América (…) enseñarse como es, una en alma e intento” (Martí; 2005: 13) la Galería de los Patriotas Latinoamericanos es un símbolo de los tiempos que corren.



Bibliografía

Bolívar, S. (1986) Escritos Políticos, México, Porrúa
Funes, P. (2006) Salvar la nación, Buenos Aires, Prometeo
Martí, J. (1980) Nuestra América Buenos Aires, Losada.
Martí, J. (2005) Nuestra América y otros ensayos, Buenos Aires, El Andariego.
Miranda, F. (1792) Carta a los españoles americanos
Roig, A. (2009) Teoría y crítica del pensamiento latinoamericano, Buenos Aires, Una ventana.



domingo, 13 de marzo de 2011

Mario Vargas Llosa en la Feria del Libro ¿Un hecho anecdótico? por Elías Quinteros




¿UN HECHO ANECDOTICO?

Elías Quinteros



Hace unos días, Horacio González —el sociólogo, docente y ensayista que di-rige la Biblioteca Nacional—, cuestionó públicamente que Mario Vargas Llosa, un ex-ponente destacado de la ideología neoliberal, sea la personalidad literaria que encabece la inauguración oficial de la Feria del Libro de Buenos Aires: un acontecimiento cultural que es organizado en el predio de la Sociedad Rural Argentina, por la Fundación El Libro y, en consecuencia, por las entidades que la integran: la Sociedad Argentina de Escritores; la Cámara Argentina del Libro; la Cámara Argentina de Publicaciones; el Sector de Libros, Revistas y Medios de Comunicación de la Cámara Española de Comercio; la Federación Argentina de la Industria Gráfica y Afines; y la Federación Argentina de Librerías, Papelerías y Actividades Afines. Tal cuestionamiento, de un modo previsible, generó un debate. Y, por ende, dejó al descubierto la presencia de dos posiciones definidas y opuestas: la que aprueba la designación de Mario Vargas Llosa y la que desaprueba dicha designación. A su vez, esta última exteriorizó la existencia de tres variantes: la que sostiene que el escritor debe hablar en la inauguración oficial de la feria, según lo programado por la entidad organizadora, aunque eso resulte des-agradable; la que opina que debe ser objeto de una muestra de repudio en el momento de la inauguración; y la que expresa que no debe hablar en ese momento. Este cuestionamiento público y, por tal razón, osado, despertó en la mente de algunos y, en particular, en la de los reaccionarios que aguardan la producción de esta clase de hechos para criticar al gobierno nacional y en la de los progresistas acomplejados que viven pendientes de cada idea, cada palabra y cada gesto de la gente que pertenece a la derecha, el fantasma de la censura, es decir, del cercenamiento de la libertad de expresión que está garantizada por la Constitución Nacional: fantasma que se alimentó y se agigantó con las expresiones de los que anhelan que Mario Vargas Llosa no sea la persona que presida la inauguración de la feria, por obra de una intervención estatal o de una gestión privada que exima al gobierno de Cristina Fernández de Kirchner de tal labor. Pero, más allá de las manifestaciones de unos y de los temores de otros, una expresión oral o escrita que cuestiona la función otorgada a una persona, dentro del desarrollo de un acontecimiento cultural, por considerar que la elección de la misma fue desacertada, no equivale a un acto de censura, ni instiga al ejercicio de una censura abierta o encubierta, tal como surge de las palabras pronunciadas por el responsable de dicho cuestionamiento y por muchos de los que adhieren a su postura. Después de todo, el sostenimiento de la posición contraria conduce necesariamente a la práctica de la autocensura y, con ello, al silencio de los que renuncien a expresar su opinión ante el temor de quedar como censores o como defensores de la censura.


La actitud de Horacio González, por la circunstancia de ser el hombre que tiene a su cargo la dirección de la Biblioteca Nacional, revivió la cuestión del individuo que tiene una doble condición: la de intelectual y la de funcionario. Respecto de esto, en 1784, en Respuesta a la pregunta ¿qué es la ilustración?, Immanuel Kant estableció una distinción entre el uso público y el uso privado de la razón. Según el filósofo alemán, el primero es el uso dado por los hombres en tanto doctos: un uso que, al estar dirigido a un público en sentido propio, les permite razonar sobre todo, sin que eso perjudique su actividad. Por el contrario, el segundo es el uso dado por esos mismos hombres, en tanto individuos que detentan un puesto o ejercen una función: un uso que, a diferencia del anterior, no les brinda la posibilidad de razonar y les impone la obligación de obedecer, aunque no compartan, por ejemplo, una orden recibida (si-tuación que deriva de una forma inexorable en la presentación de la renuncia, si el cumplimiento de esa orden les genera un problema de conciencia). Desde este punto de vista, Horacio González puede criticar la elección de Mario Vargas Llosa en tanto docto, en tanto intelectual. Mas, no puede hacerlo en tanto individuo que dirige la Bi-blioteca Nacional, es decir, en tanto funcionario, ya que depende de un Poder Ejecutivo que no ve con agrado esa clase de apreciaciones. Indudablemente, la separación de ambas calidades no implica una tarea sencilla. Y, por eso, en muchos casos, no podemos establecer con precisión, si estamos ante alguien que actúa como intelectual o como funcionario, a menos que la condición correcta sea explicitada de un modo inequívoco y concluyente. Además de lo dicho hasta aquí, la crítica efectuada por Horacio González también actualizó otro tema: el de la relación que existe entre la literatura (o el arte en general), y la política. Y, por medio del mismo, revivió el enfren-tamiento que se da de tanto en tanto entre los que sostienen que pueden separar am-bos aspectos y los que opinan lo contrario: enfrentamiento que pierde su sentido cuando los individuos que los llevan a cabo adoptan posiciones extremas. Así, encon-tramos la misma dosis de error en los que creen que la capacidad para escribir de un modo superlativo alcanza para convertir a una persona en un modelo de vida, aunque sus ideas y sus acciones sean altamente cuestionables; y los que piensan que los as-pectos criticables de una persona tienen la fuerza necesaria para desmerecer sus méritos literarios. Por tal motivo, y a pesar de la opinión de algunos, creemos que una faceta no niega la otra. Ni la habilidad literaria perdona o justifica la presencia de una ideología reaccionaria. Ni la presencia de esta última niega o desmerece esa habilidad.

Asimismo, la relación que se da entre la literatura y la política nos impulsa a pensar en la relación que se presenta entre la política y los premios nacionales o inter-nacionales que procuran distinguir a los que se destacan por la belleza y la profundidad de sus textos. Y esto, por su parte, nos lleva a meditar sobre la relación que se forma entre la política y los acontecimientos de carácter literario (como la Feria del Libro), entre la política y las entidades que organizan esos acontecimientos (como la Funda-ción El Libro), y entre la política y los integrantes de esas entidades (como las cámaras y las federaciones que conforman la fundación ya aludida): relaciones inevitables desde que esos acontecimientos, esas entidades y esos integrantes tienen intereses económicos y posiciones ideológicas. En última instancia, los dichos que tuvieron como destinatario a Mario Vargas Llosa nos colocan ante un problema mayor: el de la cultura o, con más precisión, el del modelo cultural que aun rige en la sosiedad argentina o, por lo menos, en una parte de la misma, por mérito de una política que lo fomenta o que, en cambio, se limita a apoyarlo o, en su defecto, a consentirlo. Tal problema evoca la cuestión de la colonización cultural o, si se prefiere, de la colonización pedagógica: cuestión que ya fue tratada por Arturo Jauretche, en Los Profetas del Odio y la Yapa, El Medio Pelo en la Sociedad Argentina y Manual de Zonceras Argentinas, entre otras obras Y, en simultáneo, demanda la adopción de una mentalidad diferente, de una mentalidad que contemple, analice, comprenda, explique y transforme la realidad des-de una perspectiva nacional y popular, en lugar de realizarlo desde un punto de vista foráneo y elitista, aunque el mismo provenga de un connacional, para que la batalla cultural que es librada en estos días, en más de un frente, no quede reducida a una gesta menor. Por ello, cuestionar la elección de Jorge Vargas Llosa, a raíz de su pensamiento reaccionario, aunque tenga títulos tan importantes como el Premio Cer-vantes y el Premio Nobel de Literatura, no está mal. Pero, no ver que ese pensamiento no difiere, en lo sustancial, del sustentado por una línea de pensadores locales, desde Domingo Faustino Sarmiento hasta Jorge Luis Borges, lo cual no implica la negación de las virtudes literarias de cada uno, transforma dicho cuestionamiento en un hecho anecdótico.