¿UN HECHO ANECDOTICO?
Elías Quinteros


La actitud de Horacio González, por la circunstancia de ser el hombre que tiene a su cargo la dirección de la Biblioteca Nacional, revivió la cuestión del individuo que tiene una doble condición: la de intelectual y la de funcionario. Respecto de esto, en 1784, en Respuesta a la pregunta ¿qué es la ilustración?, Immanuel Kant estableció una distinción entre el uso público y el uso privado de la razón. Según el filósofo alemán, el primero es el uso dado por los hombres en tanto doctos: un uso que, al estar dirigido a un público en sentido propio, les permite razonar sobre todo, sin que eso perjudique su actividad. Por el contrario, el segundo es el uso dado por esos mismos hombres, en tanto individuos que detentan un puesto o ejercen una función: un uso que, a diferencia del anterior, no les brinda la posibilidad de razonar y les impone la obligación de obedecer, aunque no compartan, por ejemplo, una orden recibida (si-tuación que deriva de una forma inexorable en la presentación de la renuncia, si el cumplimiento de esa orden les genera un problema de conciencia). Desde este punto de vista, Horacio González puede criticar la elección de Mario Vargas Llosa en tanto docto, en tanto intelectual. Mas, no puede hacerlo en tanto individuo que dirige la Bi-blioteca Nacional, es decir, en tanto funcionario, ya que depende de un Poder Ejecutivo que no ve con agrado esa clase de apreciaciones. Indudablemente, la separación de ambas calidades no implica una tarea sencilla. Y, por eso, en muchos casos, no podemos establecer con precisión, si estamos ante alguien que actúa como intelectual o como funcionario, a menos que la condición correcta sea explicitada de un modo inequívoco y concluyente. Además de lo dicho hasta aquí, la crítica efectuada por Horacio González también actualizó otro tema: el de la relación que existe entre la literatura (o el arte en general), y la política. Y, por medio del mismo, revivió el enfren-tamiento que se da de tanto en tanto entre los que sostienen que pueden separar am-bos aspectos y los que opinan lo contrario: enfrentamiento que pierde su sentido cuando los individuos que los llevan a cabo adoptan posiciones extremas. Así, encon-tramos la misma dosis de error en los que creen que la capacidad para escribir de un modo superlativo alcanza para convertir a una persona en un modelo de vida, aunque sus ideas y sus acciones sean altamente cuestionables; y los que piensan que los as-pectos criticables de una persona tienen la fuerza necesaria para desmerecer sus méritos literarios. Por tal motivo, y a pesar de la opinión de algunos, creemos que una faceta no niega la otra. Ni la habilidad literaria perdona o justifica la presencia de una ideología reaccionaria. Ni la presencia de esta última niega o desmerece esa habilidad.
Asimismo, la relación que se da entre la literatura y la política nos impulsa a pensar en la relación que se presenta entre la política y los premios nacionales o inter-nacionales que procuran distinguir a los que se destacan por la belleza y la profundidad de sus textos. Y esto, por su parte, nos lleva a meditar sobre la relación que se forma entre la política y los acontecimientos de carácter literario (como la Feria del Libro), entre la política y las entidades que organizan esos acontecimientos (como la Funda-ción El Libro), y entre la política y los integrantes de esas entidades (como las cámaras y las federaciones que conforman la fundación ya aludida): relaciones inevitables desde que esos acontecimientos, esas entidades y esos integrantes tienen intereses económicos y posiciones ideológicas. En última instancia, los dichos que tuvieron como destinatario a Mario Vargas Llosa nos colocan ante un problema mayor: el de la cultura o, con más precisión, el del modelo cultural que aun rige en la sosiedad argentina o, por lo menos, en una parte de la misma, por mérito de una política que lo fomenta o que, en cambio, se limita a apoyarlo o, en su defecto, a consentirlo. Tal problema evoca la cuestión de la colonización cultural o, si se prefiere, de la colonización pedagógica: cuestión que ya fue tratada por Arturo Jauretche, en Los Profetas del Odio y la Yapa, El Medio Pelo en la Sociedad Argentina y Manual de Zonceras Argentinas, entre otras obras Y, en simultáneo, demanda la adopción de una mentalidad diferente, de una mentalidad que contemple, analice, comprenda, explique y transforme la realidad des-de una perspectiva nacional y popular, en lugar de realizarlo desde un punto de vista foráneo y elitista, aunque el mismo provenga de un connacional, para que la batalla cultural que es librada en estos días, en más de un frente, no quede reducida a una gesta menor. Por ello, cuestionar la elección de Jorge Vargas Llosa, a raíz de su pensamiento reaccionario, aunque tenga títulos tan importantes como el Premio Cer-vantes y el Premio Nobel de Literatura, no está mal. Pero, no ver que ese pensamiento no difiere, en lo sustancial, del sustentado por una línea de pensadores locales, desde Domingo Faustino Sarmiento hasta Jorge Luis Borges, lo cual no implica la negación de las virtudes literarias de cada uno, transforma dicho cuestionamiento en un hecho anecdótico.
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