CARTA ABIERTA DE UN PORTEÑO
Elías Quinteros
Quienes deseamos que la orientación política del gobierno porteño coincida con la del gobierno nacional o, por lo menos, sea diferente a la actual, para que la Ciudad Autónoma de Buenos Aires no siga constituyendo una isla neoliberal dentro de la República Argentina, podremos ver en unos días la concreción de ese deseo si tenemos la inteligencia necesaria para votar masivamente al Frente para la Victoria y, en consecuencia, para convertir a Daniel Filmus en el nuevo Jefe de Gobierno. El cumplimiento de esta condición —el apoyo masivo al único candidato que puede evitar la reelección de Mauricio Macri—, requiere que el electorado comprenda que el Pro representa dos realidades que no son incompatibles: la de un modelo que, por el hecho de ser conservador, configura la antítesis de las posiciones progresistas; y la de una actividad gubernativa que, además de responder a ese modelo, asume como rasgo distintivo la circunstancia de ser ineficiente. Asimismo, dicho cumplimiento exige que las personas que pueden emitir un voto no caigan durante el desarrollo del acto electoral, en la trampa de apoyar a fuerzas políticas que no constituyen una alternativa válida, ni en la de votar en blanco, ni en la de votar de un modo que conduzca a la anulación del sufragio, ni en la de incurrir en la figura de la abstención. La imposibilidad de obrar de esta manera, independientemente de las causas de tal imposibilidad, prolongará la vigencia del macrismo: esta versión tardía del neoliberalismo que modificó el rumbo de la economía argentina en los años de la última dictadura, con la ayuda de una metodología que incluyó el secuestro, la tortura y la muerte de miles de personas; que alcanzó el máximo de su esplendor en el período del menemato; y que inició el proceso de su decadencia a fines del año 2001, en medio de un escenario que estuvo caracterizado por las imágenes de las marchas piqueteras, el corralito, los cacerolazos, los saqueos de supermercados y comercios, el estado de sitio, la represión policial, el asesinato de manifestantes, la sucesión de cinco presidentes en una semana, la devaluación monetaria, la emisión de monedas provinciales, las asambleas y los clubes de trueque.
Actualmente, la metrópolis fundada por Juan de Garay, hace más de cuatro siglos, junto al Río de la Plata, con el nombre de Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Santa María del Buen Ayre, no es una metrópolis alegre. O, con más precisión, no lo es en la mayoría de las ocasiones. Por momentos, es una metrópolis triste. Por momentos, es una metrópolis malhumorada. Y, por momentos, es una metrópolis ausente, tan ausente que su imagen sólo es eso: una imagen que —a pesar de cautivar la mirada con los trazos de una urbe imponente, hermosa, misteriosa y fascinante que revela la heterogeneidad de sus componentes a través de sus aspectos contrastantes—, carece de una realidad que la proyecte. Nadie ignora que tuvo unos días de dicha, de dicha auténtica y espontánea, durante la celebración del bicentenario de la Revolución de Mayo. Pero, esa fiesta concluyó. No duró para siempre. La algarabía llegó a su fin. Y todo se apagó: las risas, la música, los fuegos artificiales y la ilusión de estar en medio de un éxtasis eterno. Hoy, a un año de distancia, más de uno percibe su malestar, su incomodidad, su desasosiego. A semejanza de quien sufre por la pérdida de un amor, de un sueño o de ambos, ya que la pérdida de uno implica la del otro, pasa las semanas y los meses encerrada en sí misma. Y, por este motivo, su expresión es melancólica, oscura y desafiante. A veces, esta expresión se parece a la de una mujer o, quizás, a la de una muchacha sola y desdichada, sin corazón, sin alma, sin espíritu que —aunque ya no crea, aunque ya no espere nada y aunque ya no viva—, se niega a actuar como los cínicos. Se niega a caer en el envilecimiento. Y, en especial, se niega a entregar su dignidad a los mercaderes que sólo la ven como una cortesana de lujo.
No podemos culparla. Una parte de los muchos que vivimos en ella la convirtió en lo que es. Y lo hizo a pesar de todos los que nos opusimos audaz o tímidamente, aprovechando que no tuvimos la habilidad, la fuerza o la suerte necesarias para impedir que eso sucediese. Poco a poco, las acciones y las omisiones de los que no la cuidaron y, además, de los que no la cuidaron del modo adecuado, no sólo produjeron sus frutos: unos frutos extraños, resecos y amargos que dejan en la boca un sabor desagradable e imborrable. También abrieron en su cuerpo mil heridas que sangran silenciosa e ininterrumpidamente, desde la mañana hasta la noche y desde la noche hasta la mañana siguiente. Aunque algunos estimen lo contrario, ninguno de los padecimientos que caen sobre nosotros, los que somos sus habitantes, es casual. Ninguno es gratuito. Ninguno consiste en la consecuencia desgraciada de la erupción de un volcán, de la vibración de un terremoto, del paso de un tornado o de la llegada de un tsunami. Tanto el deterioro de los colegios y de los hospitales que pertenecen al ámbito estatal; como el incremento de las personas e, incluso, de las familias que duermen en la vía pública; como el caos del tránsito que forma parte de la cotidianeidad; y como la rotura de las veredas y de las calles que entrecruzan el paisaje urbano; tienen un origen humano. Y ese origen, más allá de su carácter intencional o no, se encuentra en los que administran la ciudad desde hace cuatro años, de una manera tan torpe que no resiste ninguna crítica seria.
Si un maestro, por ejemplo, tiene que mendigar una tiza o un lápiz para tener la posibilidad de dictar una clase; si un médico, al igual que ese maestro, tiene que mendigar una venda o una jeringa para tener la posibilidad de atender a un paciente; y si ambos, en una metrópolis que siempre se caracterizó por su desarrollo social y su nivel cultural, tienen que mendigar una ayuda monetaria o material para tener la posibilidad de cambiar un tubo fluorescente, arreglar una canilla o pintar una pared; estamos ante un problema, ante un problema grave e indisimulable. Pero, si un gobierno que tiene los recursos para satisfacer esas necesidades no evita que los profesionales de la educación y de la salud también se conviertan en profesionales de la mendicación, estamos ante una inmoralidad. Los males que afectan en estos días a las personas que lucen el guardapolvo blanco de los docentes o el guardapolvo blanco de los galenos, para citar un caso entre muchos, demandan la asignación y la ejecución de partidas presupuestarias que garanticen el mantenimiento y el funcionamiento de las escuelas y de los hospitales, ya que no podemos aceptar como normal la existencia de establecimientos educativos y sanitarios con paredes descascaradas, cañerías perforadas, cables pelados, equipos de calefacción y refrigeración averiados, mobiliarios vetustos y trabajadores que no disponen de los elementos que son imprescindibles para el cumplimiento de sus funciones.
Por una ironía del destino, mientras la generalidad del país exterioriza la magnitud de su progreso en nuestras calles, nosotros, los porteños, estamos condenados a ser meros espectadores del espectáculo que se desarrolla ante nuestros ojos, en lugar de ser auténticos y legítimos coprotagonistas del mismo. Esta circunstancia, la de ser ciudadanos de segunda clase, constituye el logro más importante de nuestro Jefe de Gobierno: un hombre que, a semejanza de un individuo que abre las puertas de su hogar, nos dice, a través de los afiches callejeros, que somos bienvenidos en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, es decir, que somos bienvenidos en nuestra ciudad, en nuestro barrio, en nuestra casa. Innegablemente, quien ocupa el palacio gubernamental confunde el rol de administrador de los bienes públicos con el de propietario, y el de empleado de los votantes con el de patrón. Y, al caer en esa confusión, pretende que lo tratemos con la respetuosidad de un huésped y la sumisión de un peón. Frente a este panorama… ¿Nosotros, en tanto seres libres y pensantes que merecemos un futuro venturoso, estamos dispuestos a hacer eso? En unos días, tras la conclusión de la votación prevista al efecto, las urnas contestarán dicha pregunta.
Hola. Quisiera poder contactarme por mail con Ud. Sr. Elias Quinteros. leoantoniomartinez@gmail.com
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