CARTA ABIERTA A CRISTINA
Elías Quinteros
Cristina, incurro
en el atrevimiento de llamarla por su nombre porque usted, al igual que su
marido, contribuyó a la interrupción de una costumbre argentina: la de designar
a los presidentes de la Nación
por su apellido. Antes, las personas decían Perón,
Frondizi, Illia, Cámpora y, más
recientemente, Alfonsín, Menem, De la Rúa
y Duhalde. Pero, a partir del año
2003, nadie dice Kirchner, sino Néstor. Y nadie dice Fernández o Fernández de Kirchner, sino Cristina.
Con toda sinceridad, yo no creo que esto constituya una falta de respeto. Por
el contrario, considero que es algo que humaniza la figura del hombre o de la
mujer que encabeza el Poder Ejecutivo y que, además, reduce la distancia que
existe entre esa figura y el pueblo. En consecuencia, voy a decirle Cristina. Y, como estamos entre
peronistas, también voy a decirle compañera.
Sin duda, la existencia de una presidenta electa y reelecta como tal, aparte de
constituir una novedad, es un hecho que demuestra que las mujeres pueden
ejercer con eficiencia los roles que estaban reservados a los hombres: algo que,
según mi opinión, desarma con facilidad, precisión y contundencia, más de un
argumento sexista y, por ende, discriminatorio. Lamentablemente, algunas
exponentes de su género, en lugar de celebrar este acontecimiento, sienten que su
permanencia en la Casa Rosada
no resulta un motivo de orgullo, sino de vergüenza. Para sorpresa de propios y
extraños, no ven un motivo de inspiración y superación, personal y profesional,
en la vida de una mujer que llegó a la
Casa de Gobierno por el voto popular. Sólo ven, aunque no lo
adviertan o no lo digan, la imagen de una mandataria que, al ocupar el nivel
más alto de la pirámide institucional, las enfrenta cada día y cada noche, con los
prejuicios, los miedos y las frustraciones de una existencia que, en muchos
casos, es gris y opaca. Junto a ellas, justificándolas y alentándolas,
encontramos a esos hombres que no admiten la idea de estar bajo la autoridad de
una pollera porque eso disminuye su hombría y menoscaba su dignidad. Tales
individuos no soportan que la República Argentina tenga una presidenta. Mas, elogian
hasta el cansancio los caracteres de algunas naciones que despiertan su
admiración, sin percibir que las mismas estuvieron o están gobernadas por mujeres.
Ciertamente, compañera, atravesamos momentos
complicados. Desde la izquierda o, mejor dicho, desde el sector que suele definirse
así, aunque acostumbre codearse con la derecha, cuestionan su presidencia porque
consideran que nada cambió, es decir, que todo está como en la época de Carlos Menem.
Por su parte, desde la derecha, afirman lo contrario. Y, por esta razón, estiman
que transformó a la
Argentina en una copia de la Cuba castrista y de la Venezuela chavista: dos
naciones que, de acuerdo a su punto de vista, constituyen una muestra
irrefutable del mal. Como en los tiempos de Juan Domingo Perón, un extremo del
espectro político manifiesta que el gobierno es burgués. El otro dice que es
marxista. Y ambos, conjuntamente, sostienen que es fascista: definición que
equivale a autoritario, demagógico y populista. En realidad, quienes quieren
que usted abra cien frentes de batalla, a los efectos de iniciar y conducir un
proceso revolucionario que acabe en forma simultánea, con los explotadores de
adentro y de afuera, despreciando lo hecho hasta ahora (reducción de la deuda
externa; recuperación de la administración de los fondos previsionales, de
Aerolíneas Argentinas y de Yacimientos Petrolíferos Fiscales; regulación de los
servicios de comunicación audiovisual; asignación universal por hijo; matrimonio
igualitario; etc.); se quejan porque no pueden hacer algo que sea parecido. Y quienes
desean que usted deshaga, de un modo voluntario o no, el camino recorrido desde
el año 2003, pretenden que el país retorne a los años del neoliberalismo y, por
lo tanto, del endeudamiento público, las privatizaciones, el desempleo, la
corrupción, la ostentación y la impunidad. Tanto en un supuesto como en el
otro, la ausencia de argumentaciones que, por lo menos, resulten sinceras, coherentes
e interesantes, sorprende, impacta, desconcierta y, por último, indigna. Por
ejemplo, los que dicen que usted licúa diariamente el contenido de la política son
los mismos que descalifican sus proyectos legislativos antes de su ingreso en la Cámara de Diputados o en la Cámara de Senadores y, por
ende, de su presentación formal en el Congreso de la Nación. Los que dicen
que usted condiciona la actuación de los magistrados son los mismos que dificultan
o impiden el funcionamiento de la Justicia, con la interposición de recursos
procesales y con el dictado de resoluciones judiciales que tienden a proteger
los intereses de las corporaciones. Los que dicen que usted impide el ejercicio
de la libertad de expresión son los mismos que cuestionan los actos
gubernamentales, en cualquier momento del día, desde los medios gráficos,
radiales, televisivos y electrónicos, sin sufrir ninguna clase de censura. Y
los que dicen que usted dirige una dictadura son los mismos que protestan en la
vía pública contra su gestión, cada vez que desean hacerlo, sin que nadie les
impida proceder de ese modo.
Cristina, los sectores que se oponen a usted son como
los que se oponen a Pepe Mujica, en
Uruguay, a Dilma Rousseff, en Brasil, a Evo Morales, en Bolivia, a Rafael
Correa, en Ecuador, y a Nicolás Maduro, en Venezuela. Todos tienen aspiraciones
y comportamientos similares. Todos cuestionan los modelos económicos que fomentan
el incremento de la producción industrial, la multiplicación de los empleos, el
aumento de los salarios y la expansión del mercado interno. Todos rechazan la
posibilidad de contribuir a la construcción de economías nacionales y, por su
intermedio, regionales, que se distingan por su solidez y su autonomía. Todos dicen
lo de siempre. Y, por ese motivo, defienden la exportación de materias primas, la
importación de productos manufacturados, la especulación financiera, el
achicamiento del Estado y el endeudamiento externo. Al pensar en ello, es
decir, en algo que no me resulta novedoso, no puedo impedir que la memoria me
recuerde que esa clase de ideas promovieron la dictadura cívico-militar que
oprimió a la
República Argentina desde 1976 a 1983, sostuvieron las
presidencias de Carlos Menem y provocaron la crisis del año 2001, evidenciando
que eran beneficiosas para unos pocos y, en cambio, perjudiciales para el
resto. Desafortunadamente, ésta no es una frase hecha ya que muchas personas sufrieron
de una manera indescriptible, cuando dichas ideas imperaron en esta parte del
mundo, como las que fueron detenidas en forma ilegal; las que fueron
torturadas; las que fueron asesinadas; las que desaparecieron; las que tuvieron
que vivir en forma clandestina; las que tuvieron que tomar el camino del
exilio; las que tuvieron que callar; las que perdieron su empleo por culpa de
los ministros de economía que sirvieron a los militares que ocuparon la Casa de Gobierno o por culpa
de los ministros de economía que sirvieron a los civiles que sucedieron a esos militares;
las que perdieron su empresa, su comercio o su casa; las que perdieron su
familia por cuestiones que tenían su origen en causas socio-económicas; las que
perdieron sus sueños; las que perdieron el deseo de vivir; las que fueron
reprimidas por las fuerzas policiales que respondían a gobernantes que habían obtenido
el voto popular; las que fueron asesinadas en medio de esas represiones; etc.
Tales cosas, aunque parezcan obvias, no deben caer en
el olvido. Por eso, compañera, la utilización de la cadena nacional —no sólo
para la difusión de la obra de gobierno, sino que también para el sacudimiento de
los compatriotas que tienen recuerdos frágiles—, es una medida acertada, tan
acertada que los que desean que el pueblo padezca un ataque de amnesia se
enfadan cada vez que recurre a ese medio de comunicación. Mas, su labor, según
mi humilde parecer, no es suficiente. Necesitamos que otros multipliquen su
mensaje. Y, al expresar esto, quiero decir que necesitamos que miles expliquen,
expliquen y expliquen, lo que sólo es expuesto por usted y por unos pocos, hasta
que la mayoría entienda que los males del presente no son la consecuencia de
una catástrofe natural, sino el resultado de las decisiones gubernamentales que
fueron tomadas en el pasado, por los individuos que defendían las ideas neoliberales.
Cuando nadie explica la ligazón que existe entre las políticas implementadas
antes del año 2003 y los aspectos negativos del momento actual, o la ligazón
que existe entre estos aspectos y las medidas elaboradas por usted y ejecutadas
por los funcionarios que están a su lado, o la ligazón que existe entre estas medidas
y las mejoras que se producen día a día, muchas de las personas que se identifican
con los fundamentos de un proyecto popular, nacional y latinoamericano terminan
siendo víctimas de la confusión. Muchas de las que se oponen a esta clase de
proyectos encuentran el ámbito adecuado para el esparcimiento de sus mentiras. Y
muchas de las que tienen una postura intermedia son presas fáciles de las que
practican el engaño y de las que reproducen los engaños que fueron ideados y
lanzados por otras. En este punto, no podemos pasar por alto que los medios de
comunicación masiva, los mismos que ocupan el lugar de los partidos de la
oposición como consecuencia de la inoperancia de estos últimos, realizan una
actividad enorme, constante, abrumadora y despiadada que crea una realidad
virtual, es decir, una realidad que, aunque no sea real, es aceptada como tal.
Cristina, las elecciones se aproximan de una manera
inexorable. Y, al hacerlo, las dudas de algunos compañeros y de algunos
simpatizantes se multiplican y se expanden por el aire. ¿Qué acontecerá en
octubre? ¿Asistiremos al triunfo o al fracaso del gobierno? Y, en consecuencia,
¿veremos el incremento o la reducción de los diputados y de los senadores que
representan al Frente para la
Victoria en el Congreso de la Nación? Y, luego, ¿qué
sucederá? ¿Reformaremos la Constitución Nacional? ¿Otorgaremos un rango
constitucional a las obras realizadas con el sacrificio del pueblo, durante la década ganada, para que nadie pueda
destruirlas en el futuro, mediante una ley o un decreto? ¿Tendremos la
oportunidad de reelegirla nuevamente, aunque usted repita y repita que no es
eterna? ¿Conservaremos el rumbo actual si usted no está en la Casa Rosa? O, por el
contrario, ¿asistiremos a la concreción de una nueva frustración? Seguramente,
usted no ignora esto. Después de todo, una de sus cualidades, a menos que esté
equivocado, consiste en el hecho de controlar el pulso de la sociedad argentina:
una sociedad que tiene la costumbre de sorprender y descolocar a sus
mandatarios, con sus cambios repentinos de humor, cuando aquellos no son capaces
de anticipar tales cambios, por medio de una observación directa, atenta y constante
de la realidad. Quien conoce a sus semejantes y, con más razón, quien los
conoce por la circunstancia de gobernarlos, posee una ventaja. Sabe o, por lo
menos, intuye qué sienten, qué piensan, qué necesitan y qué desean. Y esta particularidad,
de acuerdo a mi opinión, es fundamental en estos instantes. Hoy, muchos
ciudadanos necesitan que alguien les recuerde lo realizado por el gobierno desde
el año 2003. Pero, otros, en cambio, requieren que alguien les anticipe, aunque
sea en líneas generales, lo planeado por la gestión actual para el resto de su
mandato. Esta afirmación no quiere decir que ellos no valoren lo hecho hasta
ahora. Sólo quiere expresar que ellos necesitan perseguir nuevas utopías, emprender
nuevas empresas, vivir nuevas aventuras y levantar nuevas banderas, para estar en
condiciones de librar nuevas batallas. O sea, necesitan que el Frente para la Victoria recupere la
mística, la épica y, en definitiva, el romanticismo de los tiempos originarios:
lo cual no equivale a sugerir la adopción de actitudes irracionales. Quienes apoyamos
su gestión creemos en usted. Y, por esa causa, confiamos ampliamente en su
criterio. Acatamos sus decisiones aunque no comprendamos el sentido de algunas
de ellas. Y aceptamos los candidatos que cuentan con su bendición, más allá de
las opiniones que algunos puedan merecernos. Sin embargo, queremos pedirle
algo. Queremos pedirle que trate de no incurrir en equivocaciones inexcusables porque
usted es la depositaria de nuestras esperanzas, desde que sus palabras y sus
actos nos impulsaron a creer, de nuevo, en nuestros sueños.