VICISITUDES
Elías Quinteros
Sorpresivamente, el 5 de octubre, descubrimos que Cristina
Fernández, la Presidenta
de la Nación,
padecía los efectos de una «colección subdural crónica» o, dicho de otra forma,
de una acumulación de sangre que se había formado entre la masa de su cerebro y
la membrana que recubre al mismo, como consecuencia de un traumatismo de cráneo.
Y, dos días después, nos anoticiamos que esa acumulación de sangre requería la
realización de una cirugía. A partir de ese momento, seguimos con atención y, a
veces, con ansiedad, las alternativas relativas a su internación en el Hospital
Universitario de la
Fundación Favaloro, su intervención quirúrgica, su recuperación
y, por último, su reposo en la
Quinta de Olivos: algo que no fue sencillo porque las
informaciones vinculadas a dichas cuestiones fueron brindadas en algunos casos,
de una manera razonable, con una especie de gotero. Sin su presencia en la
escena política (algo que no pasaba desapercibido), llegamos al 27 de octubre,
es decir, al tercer aniversario de la muerte de Néstor Kirchner, a la fecha de
las elecciones legislativas de este año y, finalmente, al triunfo del Frente
para la Victoria:
un triunfo indiscutido a nivel nacional que, a pesar de garantizar el control
del Congreso de la Nación,
no permitió plantar la bandera de la consagración en la ciudad de Mauricio
Macri, ni en las provincias de Daniel Scioli, José Manuel de la Sota, Antonio Bonfatti y
Francisco Pérez. La oposición o, con más precisión, la parte de ella que suele
distinguirse por sus actitudes absurdas trató de menoscabar el triunfo del
gobierno argumentando, por ejemplo, que la importancia de una victoria local, como
la de Sergio Massa, Hermes Binner, Gabriela Michetti, Julio Cobos, etc., era
mayor que la de una victoria general; o que el caudal electoral de la totalidad
de las fuerzas opositoras era mayor que el del oficialismo (comparación
caprichosa y bochornosa porque tales fuerzas no constituían un único partido). Mas,
la realidad desbarató esos intentos y descolocó abrupta y rápidamente a los
autores de los mismos. A cuarenta y ocho horas de los comicios, la Corte Suprema de
Justicia de la Nación,
el órgano máximo del Poder Judicial, declaró la constitucionalidad de la Ley de Servicios de
Comunicación Audiovisual, en la causa caratulada: «Grupo Clarín SA y otros c/
Poder Ejecutivo Nacional y otro s/ acción meramente declarativa». Y, seis días
más tarde, a raíz de dicho pronunciamiento, el grupo empresario más poderoso
del ámbito comunicacional presentó a la Autoridad Federal
de Servicios de Comunicación Audiovisual (AFSCA), su «plan de adecuación».
* * * * *
En medio de los acontecimientos que se sucedieron, no recordamos
o, mejor dicho, no recordamos de la manera debida el centésimo duodécimo
aniversario del nacimiento de Arturo Martín Jauretche (13 de noviembre), ni el
nonagésimo cuarto aniversario del nacimiento de John William Cooke (14 de
noviembre). Y, al proceder de esa forma, negamos a estos dos hombres
inigualables —que junto a Juan Domingo Perón y a María Eva Duarte (Evita),
simbolizan, sintetizan y explican la diversidad y la complejidad del
peronismo—, un homenaje sincero, digno, adecuado y oportuno. Pero, tal circunstancia
no configura una sorpresa. Al fin y al cabo, el «General» y la «Abanderada de
los Humildes» tampoco suelen ser objeto de muchos homenajes que reflejen su
importancia política e histórica. Sin duda, el recuerdo de estos «gigantes» de la Argentina —que vinieron
al mundo en la Provincia
de Buenos Aires, que se graduaron como abogados, que militaron políticamente,
que se destacaron en la actividad pública, que experimentaron la vivencia de
ser perseguidos por sus opiniones, que conocieron la cárcel, que padecieron el
exilio y que, en definitiva, fueron dos personalidades de convicciones fuertes
y acciones decididas—, incomoda a más de uno. Si esto no es así, ¿por qué no
evocamos con constancia al revolucionario romántico que participó en la rebelión
de Paso de los Libres; al yrigoyenista inclaudicable que fundó la Fuerza de Orientación Radical
de la Joven Argentina
(FORJA), con Manuel Ortiz Pereyra, Luis Dellepiane, Raúl Scalabrini Ortiz,
Gabriel del Mazo y Homero Manzi; y al escritor revisionista que expuso su
pensamiento en «Los Profetas del Odio y la Yapa», en «El medio pelo en la sociedad argentina»
y en el «Manual de zonceras argentinas», entre otros textos de su autoría? ¿Y
por qué no hacemos lo mismo con el militante intachable que tuvo el privilegio
de ser designado por Juan Domingo Perón como su representante y su heredero;
con el preso político que escapó de la Cárcel de Río Gallegos, con Héctor José Cámpora,
Jorge Antonio y Guillermo Patricio Kelly; y con el teórico extraordinario que
describió la realidad de su tiempo en «Apuntes para la militancia»? Es cierto.
Hablamos de tanto en tanto del héroe de la «Década Infame» y del héroe de la
«Resistencia Peronista». No obstante, en la mayoría de los casos, sólo
constituyen un par de nombres. Y eso es lamentable. Un pueblo que pierde su memoria
pierde más que su historia. Pierde más que los relatos de sus triunfos y sus
derrotas. Pierde más que los mitos que explican su origen. Pierde su identidad.
O sea, pierde lo que lo diferencia del resto de los pueblos, lo que lo
convierte en algo único y lo que lo impulsa a fundar un proyecto de existencia
que exteriorice sus auténticos valores, que trasluzca sus auténticas utopías,
que contemple sus auténticos intereses y que satisfaga sus auténticas
necesidades. En síntesis, un pueblo que no preserva su memoria es como una
moneda falsa. Por eso, la tendencia a considerar que no tenemos ninguna deuda
con Arturo Martín Jauretche y John William Cook equivale a incurrir en el
pecado de la ingratitud. Y la de suponer que alcanza con la costumbre de
adornar las paredes de un evento con sus imágenes, repetir sus frases más
conocidas en un acto político o debatir algún aspecto de sus vidas durante un
encuentro de intelectuales, equivale a incurrir en el pecado de la estupidez.
* * * * *
El 17 de noviembre, disfrutamos de un domingo que tuvo como
nota sobresaliente la proyección del documental «NK» de Israel Adrián Caetano,
en el anfiteatro del Parque Lezama, con motivo del «Día de la Militancia». Y, al día
siguiente, no sólo celebramos el retorno oficial de Cristina Fernández, como
titular del Poder Ejecutivo, con la aprobación del cincuenta y tres por ciento
de la opinión pública: detalle que deja a los políticos de la oposición e,
inclusive, a los del oficialismo, a unas leguas de distancia. También asistimos
a la renovación parcial del gabinete y, por ende, a la sustitución de Juan
Manuel Abal Medina, por Jorge Capitanich (Gobernador de la Provincia del Chaco), en
la Jefatura
de Gabinete; de Hernán Lorenzino, por Axel Kicillof (Secretario de Política
Económica y Planificación del Desarrollo), en el Ministerio de Economía y
Finanzas Públicas; de Norberto Yauhar, por Carlos Casamiquela (Presidente del
Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria), en el Ministerio de
Agricultura; de Mercedes Marcó del Pont, por Carlos Fábrega (Presidente del
Banco de la Nación
Argentina), en el Banco Central de la República Argentina;
y de Carlos Fábrega, por Juan Ignacio Forlón (Presidente de Nación Seguros), en
el banco citado anteriormente. Una vez más, esta clase de desplazamientos nos
permitió percibir la fugacidad de las designaciones públicas. Acaso, ¿Alberto
Fernández, Sergio Massa y Aníbal Fernández no condujeron la Jefatura de Gabinete
antes que Juan Manuel Abal Medina? ¿Roberto Lavagna, Felisa Miceli, Miguel
Gustavo Peirano, Martín Lousteau, Carlos Rafael Fernández y Amado Boudou no condujeron
el Ministerio de Economía antes que Hernán Lorenzino? ¿Y Alfonso Prat Gay y
Martín Redrado no condujeron el Banco Central antes que Mercedes Marcó del
Pont?
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Como corolario de todo lo sucedido, el martes 19, nos enteramos
del alejamiento de Guillermo Moreno: un alejamiento extraño o, por lo menos,
llamativo. Según algunos, él presentó su renuncia. Y Cristina Fernández la
aceptó. Según otros, Cristina Fernández le pidió que renunciase. Y él accedió a
dicho pedido. Y, según otros, la presidenta, directamente, lo echó de su cargo.
Pero, ¿una persona que es echada de la secretaría de un ministerio por la
presidenta, porque la misma no está conforme con su desempeño, acuerda dejar su
puesto unos días después, en lugar de hacerlo de inmediato? Y, por otro lado,
¿esta versión, la del desplazamiento violento, tiene como difusores exclusivos
e incansables a los enemigos más acérrimos del Secretario de Comercio Interior?
Evidentemente, Guillermo Moreno no es un hombre como los demás. Es un hombre de
temperamento que exterioriza sus pensamientos en público; que no elude las
discusiones que se presentan; que destroza a sus rivales con una elocuencia,
una ironía y una cuota de humor que resultan asombrosas; y que, en suma, despierta
amores y odios con una intensidad inusitada. Para unos, es un héroe, un patriota;
y, para otros, un demonio, un patotero, un incapaz que produjo la mayoría de
los males económicos de la Argentina. Sin
embargo, ¿quienes lo critican con vehemencia son sinceros cuando proceden de
esa manera? O, por el contrario, ¿afirman con un tono admonitorio que él es un
«burócrata» y un «autoritario» porque tenían la costumbre de tratar al resto de
la sociedad con una prepotencia que ya no es consentida por el Estado? A ciencia
cierta, y como todos los que tratan de hacer algo desde la función pública,
tuvo sus grandes aciertos y sus grandes equivocaciones. No obstante, lo que
contribuye a disipar las dudas está dado por la magnitud y las características
de sus enemigos. A esta altura de lo hechos, ser descalificado, entre otros,
por los voceros de «Clarín» o de «La
Nación» no constituye un desmerecimiento, sino un elogio.
* * * * *
Tras las manifestaciones públicas de Jorge Capitanich y Axel
Kicillof y los análisis periodísticos de los especialistas y los
seudoespecialistas que tratan de explicar las ideas económicas de ambos, advertimos
que el gobierno nacional no piensa modificar los lineamientos básicos del
modelo de crecimiento económico con inclusión social que existe en nuestro país.
Esto es excelente. La insuficiencia de capitales y de energía que afecta a la Argentina —cuestión
enarbolada hasta el aburrimiento, por más de un miembro de la oposición, para
convencernos de la supuesta incapacidad de nuestros funcionarios—, no expresa
el fracaso de dicho modelo sino que, paradójicamente, exterioriza el éxito del
mismo. Al fin de cuentas, la multiplicación de las personas que tienen un
trabajo y un beneficio previsional, el aumento de los salarios y de las
jubilaciones de un modo constante y significativo, y la creación de las asignaciones
por hijo y por embarazo, provocan un aumento de la demanda que requiere un aumento
de la producción y, por ende, de las inversiones y del suministro energético. Asimismo,
la salida de dólares —otra cuestión esgrimida con obstinación, por algunos
opositores, a fin de acreditar la pretendida endeblez de la economía local—, tiene
su origen en el pago de la deuda externa (un compromiso heredado de los
gobiernos anteriores que fue renegociado oportunamente obteniendo la disminución
del monto adeudado, la reducción de los intereses y la prolongación de los
plazos de pago); en la importación de energía e insumos (dos problemas puntuales
que revelan el crecimiento del sector industrial); y en el pago de los gastos
turísticos que son efectuados en el exterior (una circunstancia que trasluce el
bienestar económico de los que realizan esta clase de gastos). La inflación —tercera
cuestión que desvela a la «cadena nacional del odio y del desánimo»—, no aparece
como un problema insolucionable. Mas, exige un acuerdo y, de ser necesario, una
actitud sancionatoria con los formadores de precios. Ahora bien, la
prolongación de una política que rechaza la aplicación de las recetas
habituales de la ortodoxia económica, por medio de un equipo que trae un poco
de aire fresco al elenco del gobierno, no alcanza por sí sola para solucionar
los problemas enunciados y otros más, aunque demuestra que el rumbo fijado desde
la Casa Rosada
es el correcto. En este momento, los desafíos ya no son como los del año 2003. Todos
tienen características diferentes. Y, por esa razón, requieren una pizca mayor
de imaginación. Esperemos que los hombres de la presidenta estén a la alt
ura de
los acontecimientos. En caso contrario, la mayoría de los argentinos afrontaremos
las consecuencias.
* * * * *
En un presente tan desconcertante como el que nos impacta
día a día, el «proyecto» de carácter «popular, nacional y latinoamericano» que
es ejecutado por la sociedad argentina y, en su defecto, por el grueso de la
misma, desde hace diez años, inicia una nueva etapa. ¿Qué nos espera a la
vuelta de la esquina? Nadie puede predecirlo con exactitud. Pero, esa no es una
razón para que no sigamos avanzando.