IMAGENES, MIEDOS Y PREGUNTAS
Elías Quinteros
La humanidad se convirtió en una
audiencia de dimensiones planetarias, desde que cada uno tiene la posibilidad
de contemplar lo que acontece en el extremo opuesto del mundo, en el momento mismo
de su producción. Pero, a diferencia del público que llena un teatro, un
estadio o un cine, esta audiencia no ve lo que acontece. Ve la imagen de lo que
está aconteciendo: una imagen que constituye la creación de un medio de comunicación
y que, por otro lado, implica la ejecución de un recorte de la realidad. Tal recorte
nunca es ingenuo. Siempre responde a una motivación política, económica,
estética, etc. En consecuencia, la visión de algo que acontece en algún lugar, a
través de un medio de comunicación, no equivale a la visión de la realidad en
sentido estricto, sino a la visión de una representación de esa realidad que siempre
es parcial e intencional. Innegablemente, vivimos en la era de las imágenes. Y,
lo que es más importante, vivimos en un mundo que no admite la ausencia de las
mismas aunque la duración de esa ausencia sea breve e insignificante. Por esa
razón, las crea de un modo ininterrumpido, vertiginoso y alienante, según las
pautas de la producción capitalista. En tanto imagen formada por una
multiplicidad de imágenes, el mundo se crea y se renueva día a día, hora a
hora, y minuto a minuto, mediante los avisos y los carteles publicitarios;
mediante los dibujos, las pinturas y las fotografías que ilustran las páginas
de los diarios, las revistas y los libros; y mediante la cinematografía, la
televisión, el Internet y la telefonía móvil; entre otros instrumentos. A raíz
de esto, no debemos sorprendernos por la transformación del asesinato de doce
personas durante el ataque al semanario satírico «Charlie Hebdo» —un hecho
criminal y, por ello, condenable—, en una imagen de alcance mundial que, a su
vez, está formada por un conjunto de imágenes yuxtapuestas: la de las capuchas,
que oculta el rostro de los agresores; la de la ropa oscura, que anticipa la
llegada de la muerte; la de los fusiles Kalashnikov, que actualiza el recuerdo
de Mijaíl Kalashnikov y, por supuesto, del Ejército Rojo y de la Guerra Fría; la del policía
rematado sobre el suelo, que trasluce la impiedad de los hombres y que merece
la atención y el tratamiento de Horacio González en «Occidente y las imágenes»
(Página/12, 11/01/2015); etc.
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Desde hace un tiempo, la imagen del terrorismo
aparece asociada a la imagen del islamismo. Y, por momentos, esta asociación es
tan frecuente, tan prolongada y tan sólida que ambas imágenes parecen una sola.
Mas, la realidad nos demuestra que todos los actos terroristas que acontecieron
recientemente no fueron cometidos por musulmanes y, además, que todos los musulmanes
no son terroristas: cuestión que no impide que muchos crean lo contrario. Obviamente,
los medios modernos de comunicación masiva, a través de las imágenes que
recortan el campo de lo observable de acuerdo a sus intereses corporativos o
particulares, contribuyeron de una manera más que efectiva para que algunos
sectores de las sociedades occidentales sólo definan como terroristas a los
actos terroristas cometidos por musulmanes y, en cambio, nieguen tal
categorización a los actos terroristas cometidos por quienes no se identifican
con el Islam. Por otro lado, también crearon las condiciones adecuadas para la
estigmatización de los millones de individuos que creen en Alá y que, por ello,
representan a una civilización extraordinaria y riquísima en más de un sentido
que preservó los valores de la cultura clásica y posibilitó el surgimiento de
la cultura renacentista. Al respecto, tan sólo el desconocimiento puede
conducir al menosprecio de una civilización que tuvo pensadores tan notables
como Avicena y Averroes; y que, asimismo, produjo obras tan exquisitas como la Mezquita de Córdoba o la Alhambra de Granada. Acorde
con la definición que aparece en el diccionario de la Real Academia Española,
el terrorismo consiste en la ejecución de uno o varios actos violentos con el
propósito de infundir el terror, es decir, con el propósito de infundir un
miedo enorme, intenso e irresistible. Esto significa que la realización de uno
o varios actos violentos, independientemente de su magnitud y de su brutalidad,
no nos autoriza a decir que estamos ante un ejemplo de terrorismo. Para tener
tal autorización, necesitamos que el acto o los actos en cuestión posean la
intención de aterrorizar. Por ende, los destinatarios del terrorismo no son los
que sufren la violencia en forma directa (a menos que los terroristas pretendan
que estos queden con vida y con miedo), sino los que forman parte de su
entorno, los que integran la sociedad. El terrorista, o sea, el artífice del
terrorismo desde el punto de vista material o intelectual, no vislumbra a las
víctimas directas de su conducta como un fin, sino como un medio para atemorizar
a los demás. Sin duda, todos podemos simplificar el asunto y, acto seguido,
afirmar que doce personas fueron asesinadas porque varios fundamentalistas
consideraron que esa publicación había insultado su fe. Sin embargo, no estamos
ante la concreción de una «supuesta justicia», por parte de unos «supuestos
verdugos» que sancionaron a los «supuestos culpables» de un «supuesto agravio».
O, por lo menos, no estamos ante algo que acepte esa explicación de un modo
exclusivo. Al contrario, nos hallamos ante algo que es más complejo, ante algo
que trata de esparcir el terror como una mancha de aceite, con el objeto de
satisfacer intereses que permanecen en un segundo plano.
* * * * *
Ciertamente, la imagen de los que atacaron
el local de «Charlie Hebdo» encierra un mensaje. Tal mensaje dice: «Ustedes
(los franceses y, por extensión, los europeos y, por extensión, los
occidentales), no son intocables. Nosotros (los responsables del ataque),
podemos alcanzarlos. Podemos golpearlos. Podemos herirlos. Podemos eliminarlos.
Y podemos hacer eso en cualquier instante y en cualquier sitio, aunque se escondan
en el corazón de Europa. Ustedes no están a salvo. Nunca van a estarlo. Y, por
esa razón, nosotros queremos que ustedes tengan miedo, mucho miedo. Queremos
que tengan un miedo tan intenso que no puedan pensar con claridad. Queremos que
desconfíen de todos y, en especial, de los que no son como ustedes. Queremos
que desconfíen de los que son diferentes y, en especial de los que son musulmanes.
Queremos que les teman. Queremos que los odien. Queremos que los persigan. Y
queremos que los agredan y los lastimen para que ellos tengan motivos más que
suficientes para defenderse violentamente». Pero, ¿quiénes son los que desean
que esto acontezca? ¿Los fundamentalistas que desean acabar con todo lo que es
occidental y, en particular, con todo lo que es judío? ¿Los fundamentalistas
que desean acabar con todo lo que es islámico y, de paso, con todo lo que no es
europeo? ¿Los capitalistas que lucran con la extracción y la venta del
petróleo? ¿Los capitalistas que lucran con la fabricación y la venta de armas? ¿Los
capitalistas que lucran con la destrucción y la reconstrucción de los países? ¿Los
capitalistas que lucran con la creación y la difusión de las noticias? ¿Los
militares que necesitan justificar su existencia? ¿Los militares que necesitan
probar la efectividad de su entrenamiento y de su armamento? ¿O los líderes de
los países que intervienen en algunas de las «cruzadas» que devastan actualmente
alguna parte del mundo? Algo es seguro. Los que desean esto necesitan que la
gente común tenga miedo.
* * * * *
La imagen de la manifestación encabezada
por Angela Merkel, François Hollande, David Cameron, Mariano Rajoy, etc., no es
una imagen cualquiera. Es la imagen de los líderes de unas sociedades que
oscilan entre dos corrientes de opinión que no favorecen la construcción de una
Europa intercultural e inclusiva —una que es islamofóbica y, por ello,
antiinmigrante; y otra que, en cambio, es tolerante con las poblaciones islámicas
siempre que éstas acepten los «valores occidentales» y actúen con moderación—, de
acuerdo a lo expresado por Boaventura de Sousa Santos en «Una reflexión
difícil» (Página/12, 16/01/2015). Estas sociedades son, en parte, consecuencia de
las imágenes que, por ejemplo, recuerdan la caída de las «Torres Gemelas» y la
voladura de la estación ferroviaria de Atocha. Pero, también son, en parte, responsables
de la producción de esas imágenes y de la producción de las que traen a la
memoria los bombardeos de Bagdad, los prisioneros de Guantánamo y las víctimas
de la Franja
de Gaza, entre otras tragedias. Muchos de los individuos que quitaron o quitan
el sueño a los servicios de inteligencia y a las fuerzas de seguridad que custodian
el «Viejo Continente» vieron a efectivos militares de ese continente profanando
sus sitios sagrados, arrasando sus ciudades o masacrando sus familias. Muchos padecieron
en más de una ocasión los efectos de la marginación económica y social, aunque integraban
las sociedades de ese continente con la calidad de ciudadanos. Y muchos fueron
entrenados y armados en secreto, por especialistas de ese continente, para
enfrentar, vencer y destruir a los enemigos de «Occidente». Por eso, ¿qué clase
de democracia existe en Europa?
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La imagen de la denuncia presentada por
el Fiscal Alberto Nisman, al juez Ariel Lijo, corresponde a la de un escrito
judicial que comienza de este modo: “ALBERTO NISMAN, Fiscal General, titular de
la Unidad Fiscal
de Investigación del atentado perpetrado el 18 de julio de 1994 contra la sede
de la AMIA
[causa 3446/2002, “Velazco, Carlos Alfredo y otros por abuso de autoridad y
violación de los deberes de funcionario público, del Juzgado Nacional en lo
Criminal y Correccional Federal N° 4, Secretaría N° 8] ante V.S. respetuosamente
me presento y digo:”. “I.- Objeto”. “En cumplimiento del mandato legal impuesto
en el artículo 177 inciso 1° del Código Procesal Penal de la Nación, como representante
del Ministerio Público Fiscal a cargo de la Unidad de Investigación de la causa ‘AMIA’ vengo,
por la presente, a denunciar la existencia de un plan delictivo destinado a
dotar de impunidad a los imputados de nacionalidad iraní acusados en dicha
causa, para que eludan la investigación y se sustraigan de la acción de la
justicia argentina, con competencia en el caso”. “Esta confabulación ha sido
orquestada y puesta en funcionamiento por altas autoridades del gobierno nacional
argentino, con la colaboración de terceros, en lo que constituye un accionar
criminal configurativo, a priori, de los delitos de encubrimiento por
favorecimiento personal agravado, impedimento o estorbo del acto funcional e
incumplimiento de los deberes de funcionario público (arts. 277 inc. 1 y 3, 241
inc. 2 y 248 del Código Penal). Esto resulta de la mayor gravedad teniendo en
cuenta que el hecho cuyo encubrimiento se denuncia, es decir, el atentado
terrorista perpretrado contra la sede de la AMIA, ha sido judicialmente declarado crimen de
lesa humanidad y calificado como genocidio por el Sr. Juez de la causa”. “La
decisión deliberada de encubrir a los imputados de origen iraní acusados por el
atentado terrorista del 18 de julio de 1994, como surge de las evidencias
halladas, fue tomada por la cabeza del Poder Ejecutivo Nacional, Dra. Cristina
Elisabet Fernández de Kirchner e instrumentada, principalmente, por el Ministro
de Relaciones Exteriores y Culto de la Nación, Sr. Héctor Marcos Timerman”. “Asimismo,
las pruebas examinadas revelan la intervención activa en el plan encubridor de
varios sujetos con distintos grados de participación y responsabilidad que la
pesquisa deberá precisar, entre los que cabe mencionar a: Luis Ángel D’Elía,
Fernando Luis Esteche, Jorge Alejandro ‘Yussuf’ Khalil, el Diputado Nacional
Andrés Larroque, el Dr. Héctor Luis Yrimia y un individuo identificado como
‘Allan’, que ha desempeñado un rol por demás relevante en los hechos, que
responde a la Secretaría
de Inteligencia de [la] Presidencia de la Nación y según lo sugieren los indicios
obtenidos, se trataría del Sr. Ramón Allan Héctor Bogado”. “Por otra parte, la
investigación deberá también determinar el rol exacto que le cupo a ciertos
individuos respecto de quienes, prima facie, se cuenta con elementos que permiten
colegir que no resultan ajenos a la maniobra delictiva denunciada, entre los
[que] cabe mencionar al Ministro de Planificación Federal, Inversión Pública y
Servicios de la Nación,
Arquitecto Julio de Vido”. “Por último, corresponde a la pesquisa aquí
propiciada la individualización y la determinación de la responsabilidad penal
que en los hechos delictivos denunciados pudieron haber tenido todas aquellas
personas –funcionarios o no– que intervinieron en la elaboración, negociación,
concreción y consumación del acuerdo firmado con la República Islámica
de Irán, como una de las vías para lograr la impunidad. Esto incluye tanto a
aquellos cuyos roles fueron de público conocimiento, como a quienes
eventualmente hayan paticipado sin que su intervención haya tomado estado
público”.
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Según el fragmento citado, la Presidenta de la Nación; el Ministro de
Relaciones Exteriores y Culto; el Ministro de Planificación Federal, Inversión
Pública y Servicios; y un diputado nacional; entre otros; son responsables de
un “plan delictivo”; de una “confabulación”; de un “accionar criminal”, de un
comportamiento que implica la comisión de los “delitos de encubrimiento por
favorecimiento personal agravado, impedimento o estorbo del acto funcional e
incumplimiento de los deberes de funcionario público”; de un “plan encubridor”;
de una “maniobra delictiva”; y de una actividad que trasluce la realización de
“hechos delictivos”. Pero, ¿eso es cierto? Sin duda, desde que Nisman fue
encontrado en su departamento de las Torres Le Parc, con una bala en el
interior de su cabeza, dicha pregunta y otras más flotan en el ambiente. Por
ejemplo, ¿su muerte es el resultado de un suicidio, de un suicidio inducido o
de un homicidio? ¿Quién lo indujo a suicidarse si descartamos los supuestos
número uno y número tres? ¿Quién lo mató si descartamos los supuestos número
uno y número dos? Y, en cualquiera de estos supuestos, ¿por qué? ¿Por qué se
suicidó? ¿Por qué lo indujeron a suicidarse? ¿O por qué lo mataron? ¿Qué lo
llevó a interrumpir sus vacaciones de una manera sorpresiva? ¿Qué lo obligó a
regresar al país durante la feria judicial? ¿Qué lo indujo a efectuar la
denuncia en cuestión? ¿Qué lo impulsó a continuar con la misma aunque el Juez
Rodolfo Canicoba Corral no había aprobado la investigación, aunque el ex
Secretario General del Interpol Ronald Noble no había ratificado las
afirmaciones relativas al levantamiento de las alertas rojas, y aunque la Jueza María Romilda
Servini de Cubría no había habilitado la feria judicial porque la presentación
del escrito que contenía lo denunciado carecía de las pruebas que debían sustentarlo?
En verdad, ¿él redactó ese escrito que se distingue por la debilidad de su
fundamentación jurídica, a pesar de tener una extensión que se aproxima a las
trecientas fojas? ¿Cuándo lo elaboró? ¿Lo hizo durante los días que
transcurrieron desde la interrupción de sus vacaciones hasta la presentación
del mismo? ¿O lo hizo antes? Y, si él no lo redactó, ¿quién o quiénes lo
hicieron? Y, frente a esta posibilidad, ¿él tuvo alguna intervención? ¿O,
simplemente, puso su firma?
* * * * *
A través de dos cartas aparecidas en su
facebook, que la mostraban detrás de su escritorio («AMIA. Otra vez: tragedia,
confusión, mentira e interrogantes», www.cfkargentina.com, 19/01/2015, y «AMIA y
la denuncia del fiscal Nisman», www.cfkargentina.com, 22/01/2015), Cristina Fernández
comparó las imágenes de los titulares que aparecieron en el diario Clarín, el
12, el 13 y el 15 de enero («Más de 4 millones de pie contra el terror en
Francia», «Timerman recibió orden de no asistir a la gran marcha en París» y
«AMIA: acusan a Cristina de encubrimiento a Irán»), con la del titular que
apareció en el diario Buenos Aires Herald, el 21 de enero («Nada nuevo. El
reporte de Nisman fracasa en avivar las llamas de la conspiración»). La
diferencia que existe entre las tres primeras y la última es obvia. En un caso,
estamos ante las imágenes de un diario opositor que intenta construir una
realidad virtual con el objeto de erosionar al gobierno nacional. Y, en el
otro, nos hallamos ante un exponente de la prensa escrita que no procede de esa
manera. Desafortunadamente, en algunos sectores de la sociedad, la incidencia
de tales imágenes es mayor que las opiniones de juristas tan prestigiosos como Julio
Maier y Eugenio Zaffaroni, y de periodistas tan renombrados como Walter Goobar,
Raúl Kollmann, Ricardo Ragendorfer y Horacio Verbitsky. Esto demuestra que, en
algunas circunstancias, las imágenes lanzadas sobre una población, desde un
medio de comunicación masiva, pueden ser tan devastadoras como los misiles lanzados
desde un barco o un avión: asunto que revela la peligrosidad de los que
utilizan la libertad de empresa y, en especial, la libertad de expresión, para
modelar la opinión pública, con el fin de debilitar el sistema republicano y democrático.
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Al hablar por la «cadena nacional», para
anunciar la disolución de la
Secretaría de Inteligencia, Cristina Fernández manifestó que
la muerte del fiscal Nisman podía ser como el «hilo de Ariadna» («Anuncio de reforma
del Sistema de Inteligencia del Estado», www.presidencia.gob.ar, 27/01/2015).
¿Qué trató de decir con eso? ¿Qué trató de comunicar con una expresión que nos
transporta hasta la antigüedad griega? Según las leyendas más antiguas, Minos
(el rey de Creta), ofendió a Poseidón (el dios de los mares). Para vengarse,
Poseidón hizo que Pasifae (la esposa de Minos), se enamorase perdidamente de un
toro. Pasifae acudió a Dédalo (el arquitecto más ingenioso del reino), para que
la ayudase a satisfacer su arrebato zoofílico de una manera práctica y discreta.
Dédalo construyó una vaca con maderas y cueros que poseía el aspecto de un
animal verdadero. Y la trasladó hasta un prado que era frecuentado por el toro.
La esposa de Minos se metió dentró de la vaca. El toro vio el falso animal. Lo
montó. Y, por ende, poseyó a Pasifae. Como consecuencia de este acto, la reina
concibió al Minotauro: un monstruo con el cuerpo de un humano y la cabeza de un
toro que tenía la costumbre de atacar, matar y devorar a los habitantes del
reino. Minos comprendió que el Minotauro no podía vivir libremente. Y tomó la
decisión de encerrarlo. Pero, la isla carecía de un lugar que garantizase su
reclusión. Por eso, el rey olvidó que Dédalo había colaborado en la aventura de
Pasifae. Y requirió su ayuda. El arquitecto construyó el Laberinto: un sitio
que estaba formado por una red intrincada de pasadizos oscuros que
imposibilitaban la localización de la salida. Minos aprobó la invención de
Dédalo. Arrojó al monstruo dentro de esa construcción. Y lo alimentó
anualmente, con siete muchachos y siete muchachas que provenían del reino de Atenas.
Indignado por esta muestra de sometimiento, Teseo (el hijo de Egeo, el rey ateniense),
decidió matar al Minotauro. Fingió que era uno de los muchachos que estaban
destinados al monstruo. Arribó a Creta. Sedujo a Ariadna (la hija de Minos y
Pasifae). Y le confió el propósito de su presencia en la isla. Ariadna resolvió
colaborar con él. Y, por este motivo, recurrió a Dédalo. El arquitecto proporcionó
a la princesa un cuchillo y un ovillo de hilo. Ariadna entregó a Teseo los
objetos que había recibido. Pero, de acuerdo a lo indicado por Dédalo, sostuvo
la punta del hilo con una de sus manos. El príncipe ateniense entró en el
Laberino. Desovilló el hilo a medida que recorrió los pasadizos del mismo.
Buscó al Minotauro a través de la penumbra. Lo encontró. Lo enfrentó. Lo mató
con el cuchillo. Y, por último, salió del Laberinto ovillando el hilo.
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Aquí, tenemos más de una imagen
sugestiva: la de la vaca de madera y cuero, la del toro poseyendo a Pasifae, la
del Minotauro, la del Laberinto, la de los siete muchachos y las siete
muchachas atenienses, la del cuchillo y el ovillo de hilo, la de la punta del
hilo en una de las manos de Ariadna, la de la muerte del Minotauro y la del
retorno de Teseo con la ayuda del ovillo. Todas son especiales. Todas son magníficas.
Y todas son inquietantes. Acaso, ¿contribuimos a la creación de un Minotauro
que nos aterroriza y de un Laberinto que nos desconcierta, al igual que Dédalo?
Y, si tenemos algún tipo de responsabilidad en ambas creaciones, ¿podemos soñar
con la destrucción del monstruo, al igual que Teseo? ¿O, por el contrario,
estamos condenados a ser su alimento, al igual que los muchachos y las
muchachas de Atenas? Sin ninguna clase de duda, coexistimos con una bestia que
vive en medio de las sombras y el silencio, que deambula por un laberinto horroroso
y que devora a las personas cuando tiene la necesidad de hacerlo. No sabemos
cómo es en realidad. No obstante, nos consta que es peligrosa, muy peligrosa. Ella
observa a todos. Y, en cambio, no es observada por nadie. Desde su perspectiva,
la sociedad es un panóptico. Los individuos son unos seres que ignoran si son
observados o no. Y ella es una observadora oculta que aprovecha tal ignorancia
para sus fines. De un modo inimaginable, hace unos años, el conflicto con las
patronales del campo, a raíz de la Resolución
N° 125, nos reveló los vínculos que existen entre esas
patronales y los grupos empresariales que dominan la actividad comunicacional.
Luego, el conflicto con el más imponente de esos grupos empresariales, a raíz
de la regulación de los servicios de comunicación audiovisual, nos reveló los
vínculos que existen entre ese grupo y el Poder Judicial. Y, luego, el
conflicto con el sector más conservador del Poder Judicial, a raíz de la judicialización
de los actos gubernamentales, nos reveló los vínculos que existen entre ese
sector y el mundo de los servicios de inteligencia. Es decir, las imágenes
correspondientes a algunos representantes del agro nos condujeron a las
imágenes correspondientes a algunos representantes de la prensa. Estas nos
condujeron a las imágenes correspondientes a algunos representantes de la Justicia. Y éstas nos
condujeron a las imágenes correspondientes a algunos representantes del
espionaje local. Poco a poco, lo oculto y, por ende, lo oscuro, se muestra con timidez,
bajo la luz del sol. ¿Esto significa que el final del Minotauro está cerca?