sábado, 14 de febrero de 2015

Silencio Desiguales por Elías Quinteros



SILENCIOS DESIGUALES

Elías Quinteros

La «gente común» no cree en la «Justicia». No cree en el «poder estatal» que la representa. Ni cree en las personas que las imparten. Pero, esto no es casual. Constituye el resultado de una conjunción de causas. Entre las mismas, podemos mencionar el comportamiento de una parte de los que cuestionan su funcionamiento. Acaso, ¿una porción de las críticas que tienen a la «Justicia» como destinataria, no configura la consecuencia de la conducta de los que judicializan los actos gubernamentales que no gozan de su aprobación, porque no pueden impedir o interrumpir la ejecución de dichos actos mediante los mecanismos previstos en el sistema democrático? ¿O de los que denuncian a los funcionarios de turno, por la realización de actos de corrupción, dando origen a causas judiciales que duran años y que, luego, concluyen con la absolución de los denunciados? ¿O de los que conceden medidas cautelares que son eternas? ¿O de los que emiten declaraciones de inconstitucionalidad que resultan sorprendentes? ¿O de los que consienten la paralización de expedientes e, incluso, la prescripción de causas?

El conflicto que se produjo con las «patronales» del campo, con las mismas que conformaron la «Mesa de Enlace» y apoyaron los «piquetes» que bloqueraron las rutas nacionales, cuando el gobierno nacional abordó la cuestión de las retenciones que gravan las exportaciones agrarias, nos mostró los vínculos que existen entre esas «patronales» y los grupos empresariales que explotan la actividad de las comunicaciones masivas. Después, el conflicto que se produjo con el más importante de estos grupos empresariales —con el monstruo de las comunicaciones gráficas, radiales, televisivas y electrónicas que condicionaba la actuación del Poder Ejecutivo—, cuando el gobierno nacional abordó la cuestión de la regulación de los servicios de comunicación audiovisual, nos mostró los vínculos que existen entre ese grupo y el Poder Judicial. Y, últimamente, el conflicto que se produjo con el sector más conservador del Poder Judicial —con el conjunto de magistrados, fiscales y defensores que tienen en común el hecho de oponerse a la presidenta—, cuando el gobierno nacional abordó la cuestión de la judicialización de los actos del Poder Legislativo y el Poder Ejecutivo, nos mostró los vínculos que existen entre ese sector y la Secretaria de Inteligencia. Durante el desarrollo de cada uno de estos conflictos, vimos, en líneas generales, a los mismos individuos, es decir, a los mismos empresarios, a los mismos gremialistas, a los mismos periodistas, a los mismos jueces, a los mismos fiscales y, por encima de todo, a los mismos políticos. Ellos participaron o apoyaron las protestas, las marchas y las concentraciones de la oposición. Ellos acompañaron o defendieron públicamente los «cacerolazos». Ellos acapararon la atención de los medios comunicacionales con declaraciones que, en más de un caso, cruzaron la línea de lo destituyente. Y ellos presionaron hasta el cansancio al Poder Judicial.

Ahora, los vemos de nuevo. En esta oportunidad, su reaparición está motivada por la «Marcha del Silencio»: un hecho que va a producirse el miércoles 18. Ellos dicen que van a marchar sin pronunciar palabras, a un mes de la muerte del fiscal Alberto Nisman, para que esa muerte no quede impune. Pero, para la mayoría, la desaparición física del fiscal sólo constituye una excusa para efectuar un acto opositor. En el fondo, son unos oportunistas. Hablan de Alberto Nisman y, además, de los muertos de la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA), porque consideran que eso puede reportarles un rédito político. Mientras tanto, las ochenta y cinco personas que murieron en ese sitio, el 18 de julio de 1994, siguen esperando que los responsables sean individualizados, detenidos, juzgados y condenados. A diferencia de los que van a participar en la «marcha» con la intención de aparecer en la misma, los muertos de la AMIA tienen derecho a constituir, en sí mismos, un cuestionamiento a la actitud de una «Justicia» que los ignora desde hace veinte años. Por esa razón, frente al «silencio» que es propuesto por algunos, con el fin de disimular las intenciones verdaderas de sus actos, me quedo con el «silencio» de los que murieron en la calle Pasteur. Ese es un «silencio» digno, legítimo y razonable que emite un mensaje claro y preciso.

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