ALGO PARA LEER
Elías Quinteros
1. La recomendación de una bibliografía o,
mejor dicho, de un conjunto de textos que comprenda libros, fragmentos de
libros y escritos que no tengan tal condición, con el propósito de facilitar el
conocimiento de la historia argentina no es una labor simple. Ni es una labor ligera.
Aunque más de uno no lo advierta, la misma no consiste exclusivamente en la
enunciación de una serie de textos y una serie de autores. Al contrario, es más
vasta y más compleja que eso. Quien recomienda la lectura de una obra que tiene
uno o varios puntos de contacto con la historia siempre lo hace desde una
posición ideológica, es decir, desde una posición que permite ver el presente y
el pasado de un modo determinado. Por lo tanto, quien efectúa una selección de
textos con la finalidad expuesta previamente debe exteriorizar su ideología. Y no
sólo debe hacerlo para que todos sepan la orientación de su pensamiento, la
posición ideológica que condiciona su selección y la finalidad de esta última.
También debe realizarlo para que todos comprueben si su labor concuerda con su
forma de ver las cosas. En otras palabras, tal tarea requiere inexcusablemente
la combinación de dos actitudes: la sinceridad y la coherencia. La ausencia de
la primera nos deja a merced de alguien que no es honesto desde la faceta
intelectual. Y, por su parte, la ausencia de la segunda nos deja a merced de
alguien que no razona de la manera adecuada. Por eso, en este escrito, la
alusión a algunos textos y algunos autores trasluce la existencia de una postura
de carácter ideológico y, por ello, de una interpretación de la historia que contempla
a las personas, a los hechos y a las circunstancias del pasado, desde un punto
de vista que reivindica lo popular, lo nacional y lo latinoamericano.
2. Durante el período que transcurre desde
1852 hasta 1880 o, con más propiedad, desde la batalla de Caseros hasta la
federalización de la ciudad de Buenos Aires (dos hechos trascendentales por los
efectos directos e indirectos que produjeron), la Argentina experimentó un
proceso de transformación política, económica, social y cultural que la
convirtió en una semicolonia de Gran Bretaña. A raíz de esta circunstancia,
tuvo el aspecto de un Estado independiente y, por ende, un nombre propio, un
territorio, una organización institucional, un gobierno, una bandera, un himno
nacional, una moneda y un ejército, entre otros elementos. Pero, careció de una
independencia real porque —al adoptar un modelo de producción agropecuaria que apuntaba
a la satisfacción de la demanda del mercado británico, en lugar de un modelo de
producción industrial que apuntase a la satisfacción de la demanda del mercado
interno y, luego, del mercado mundial, a semejanza de los Estados Unidos y el
Imperio Alemán—, dependió desde el punto de vista económico y, en consecuencia,
desde el punto de vista político, de las decisiones que eran tomadas en los
despachos londinenses. Tal situación representó la obra de una oligarquía
mercantil y agro-ganadera, con pretensiones aristocráticas, que reunió en un
principio a los sectores dominantes de la provincia de Buenos Aires y que, más
tarde, incorporó en forma paulatina a los sectores dominantes del resto de las
provincias, adquiriendo una dimensión nacional. Sus ideas autoritarias desde una
perspectiva política, liberales a ultranza desde una perspectiva económica, racistas
desde una perspectiva social y europeístas desde una perspectiva cultural, requirieron
el sometimiento de las montoneras federales, del pueblo paraguayo y de los
pueblos aborígenes mediante el uso de la fuerza; la marginación del gauchaje mediante
la introducción de colonos extranjeros; la sofocación de las revueltas sociales
mediante el recurso de la represión legal e ilegal; y la entronización de sus
integrantes mediante la instrumentación de una democracia fraudulenta. Y, por
esos motivos, necesitó la construcción de un relato histórico que la legitimase
o, dicho de otra manera, que la mostrase como la garantía del orden, como la
herramienta del progreso, como la encarnación de la «civilización» y como la
heredera de los fundadores de la patria, aunque eso implicase el olvido, la
descalificación y la falsificación deliberada de las ideas, las personas y los hechos
que no congeniaban con sus propósitos.
3. El relato que justificó la actuación
de esa oligarquía es conocido como la «historia mitrista» (porque aprovechó los
cimientos conceptuales que fueron levantados por Bartolomé Mitre, su ideólogo
más influyente), como la «historia liberal» (porque desarrolló una interpretación
del pasado que privilegió el liberalismo económico), o como la «historia
oficial» (porque hegemonizó con el paso del tiempo los discursos de los funcionarios,
las disertaciones de los catedráticos, los textos de los escritores y los
periodistas, y las denominaciones de las ciudades, los pueblos, las escuelas,
las estaciones ferroviarias, las calles y las plazas). Mas, su predominio nunca
fue absoluto e ininterrumpido. A pesar de los esfuerzos realizados por los que
trataron de convertirlo en un discurso único e inobjetable, muchos tuvieron la
capacidad necesaria para elaborar un conjunto de discursos alternativos y para
disputar el dominio del escenario discursivo, de una manera exitosa, en más de
un momento. Así, la sociedad argentina presenció el surgimiento, la maduración
y la consolidación del «revisionismo», o sea, del movimiento intelectual que revisó
y cuestionó esa historia «mitrista», «liberal» u «oficial» que sustentaba las argumentaciones
y las acciones del liberalismo, de la izquierda tradicional y de la derecha
nacionalista: tres expresiones ideológicas que negaban al pueblo la calidad de sujeto
histórico. Dicho movimiento (que nunca implicó la existencia de un discurso
único, con una gama de tonalidades, sino la existencia de una multiplicidad de
discursos, con una variedad de orígenes y desarrollos), significó el abordaje de
la historia, según la visión de los «otros», de los «diferentes», de los
«bárbaros».
4. De acuerdo a la visión de los
«civilizados», la «barbarie» es lo contrario a la «civilización». El reino de
la «barbarie» es el «desierto» (expresión que no alude a una región que no está
poblada por hombres, sino a una región que no está poblada por hombres
«civilizados»). Los representantes de la «barbarie» son los «bárbaros». Los
«bárbaros» son básicamente el «indio», el «gaucho» y, con posterioridad, el
«inmigrante». El jefe de los «bárbaros» es el «caudillo». La organización
social y militar de los «bárbaros» es la «montonera». Y la creencia política de
los «bárbaros» es el «federalismo». Por esto, la «barbarie» está asociada a lo
«territorial», lo «popular», lo «autóctono» (entendido como una mezcla de lo
«español» y lo «americano»), y lo «federal». Acorde con lo dicho, la relación
que existe entre la «civilización» y la «barbarie» está en «Civilización y
barbarie en la historia de la cultura argentina» de Fermín Chávez; en «Los
profetas del odio y La yapa», «El medio pelo en la sociedad argentina» y «Manual
de zonceras argentinas» de Arturo Jauretche; y en «El dilema argentino» de Maristella
Svampa. La visión de la «barbarie» por parte de los «civilizados» está en «La
cautiva» de Esteban Echeverría; en «Facundo», «De la educación popular», «Argirópolis»,
«Las ciento y una» y, por encima de todo, «Conflicto y armonías de las razas en
América», de Domingo Faustino Sarmiento; en «Las multitudes argentinas» de José
María Ramos Mejía; en «El payador» de Leopoldo Lugones; en «Sociología
argentina» de José Ingenieros; en «Casa tomada» de Julio Cortázar; en «Libro
Negro de la Segunda
Tiranía» de la autodenominada Comisión Nacional de
Investigaciones; y en «¿Qué es esto?» de Ezequiel Martínez Estrada. Y los
exponentes de la «barbarie» y, por lo tanto, los enemigos de los «civilizados»,
están en «Martín Fierro» de José Hernández (el gaucho que enfrenta a los
«civilizados»); en «Santos Vega» de Rafael Obligado (el gaucho que es derrotado
por los «civilizados»); en «Don Segundo Sombra» de Ricardo Güiraldes (el gaucho
que asume las reglas de los «civilizados» y que, por esa razón, adquiere la condición
de paisano o, expresado de otro modo, de «bárbaro bueno»); en «La guerra al
malón» de Manuel Prado (el soldado de la frontera que enfrenta al indio); en «Los
mensú» de Horacio Quiroga (el peón rural que es explotado laboralmente); y en «Jinetes
rebeldes» de Hugo Chumbita (el indio, el montonero y el bandido social).
5. La Revolución de Mayo fue
una manifestación local de un movimiento revolucionario que sacudió a España y
que, después, conmovió a los territorios españoles de América. En un comienzo,
presentó las particulares de una guerra civil que enfrentó a dos bandos que
estaban integrados por españoles que habían nacido en las tierras europeas y
por españoles que habían nacido en las tierras americanas (más conocidos como «criollos»).
Uno de esos bandos quería que todo permaneciese tal como estaba. En cambio, el
otro pretendía la modificación de la realidad. El ala más moderada de este
último sólo deseaba la posibilidad de comerciar libremente con Gran Bretaña.
Por el contrario, el ala más radical aspiraba a la implementación de un
conjunto de reformas políticas, económicas y sociales que eran reclamadas por
los sectores populares de ese momento. Unicamente, cuando el contexto evidenció
que la obediencia a la monarquía española era incompatible con la concreción de
tales reformas, la revolución asumió el carácter de una guerra independentista.
Tal particularidad surge, entre otras obras, de «La Revolución de Mayo» de
Norberto Galasso; y, en especial, del «Plan Revolucionario de Operaciones» de
Mariano Moreno. A su vez, la sociedad porteña durante la revolución, la guerra
independentista y la guerra civil es descrita hasta el aspecto más pequeño en «Buenos
Aires desde setenta años atrás (1810-1880)» de José Antonio Wilde.
6. La guerra civil está tratada en «Las
masas y las lanzas (1810-1862)» de Jorge Abelardo Ramos; el rosismo, en «Carta
a Facundo Quiroga» del 20 de diciembre de 1834 (más conocida como «Carta de la Hacienda de Figueroa»), de
Juan Manuel de Rosas; la Guerra
del Paraguay o Guerra de la
Triple Alianza, en «La guerra del Paraguay y las montoneras
argentinas» de José María Rosa; el período de la Argentina agropecuaria, en
«Pro y contra de Sarmiento» de Luis Alberto Murray; «Cartas quillotanas» de
Juan Bautista Alberdi (contracara de «Las ciento y una» de Domingo Faustino
Sarmiento); «La restauración nacionalista» y «Eurindia» de Ricardo Rojas; «Política
nacional y revisionismo histórico» de Arturo Jauretche; «La construcción de los
héroes» de León Pomer; «El Centenario» de Horacio Salas; «Canto a la Argentina» de Rubén
Darío; y «Política británica en el Río de la Plata» e «Historia de los ferrocarriles
argentinos» de Raúl Scalabrini Ortiz; la «Década Infame», en «El hombre que
está solo y espera» de Raúl Scalabrini Ortiz; «Cambalache» de Enrique Santos
Discépolo; «Meditación de Barranca Yaco» de Saúl Taborda; «Historia de una
pasión argentina» de Eduardo Mallea; y, aunque no corresponde estrictamente al
período indicado, «El mito gaucho» de Carlos Astrada; el 17 de octubre de 1945,
en «Los enemigos del pueblo argentino» (conferencia del 3 de julio de 1948), de
Raúl Scalabrini Ortiz; y el período inaugurado por la «Revolución Libertadora»,
en «La masacre de Plaza de Mayo» de Gonzalo Leónidas Chávez; «Recuerdo de la
muerte» de Miguel Bonasso (las páginas correspondientes a la descripción del
bombardeo de la ciudad de Buenos Aires); «Carta a Pedro Eugenio Aramburu» del
11 de junio de 1956 de Juan José Valle; «Operación masacre», «¿Quién mató a
Rosendo?» y «Caso Satanowsky», de Rodolfo Walsh; «¿Qué es el ser nacional?» y «Nacionalismo
y liberación» de Juan José Hernández Arregui; «Peronismo y revolución» de John
William Cooke; «La hora de los pueblos» y «El proyecto nacional» de Juan
Domingo Perón; «La Voluntad»
de Eduardo Anguita y Martín Caparrós; «Política y/o violencia» de Pilar
Calveiro; y «El peronismo de la victoria” de Jorge Bernetti. Por otra parte, un
análisis de las corrientes ideológicas del país yace en «Historia crítica de
los partidos políticos argentinos» de Rodolfo Puiggrós y en «La formación de la
conciencia nacional (1930-1960)» de Juan José Hernández Arregui.
7. El «neoliberalismo», sosten
indiscutible de la «Doctrina de la Seguridad Nacional»
y del «Concenso de Whashington», utilizó a las dictaduras de los años «70» para
el disciplinamiento de las sociedades americanas y a las democracias que sucedieron
a esas dictaduras para el endeudamiento de dichas sociedades, para el
apoderamiento de sus empresas públicas y para la extranjerización y la subordinación
de sus economías. Aquí, en nuestro país, la vigencia de esta concepción
política, económica, social y cultural del mundo, durante tres décadas
aproximadamente (desde el año 1976 hasta el año 2003), explica la vigencia de
algunas creencias, algunas conductas y algunas situaciones que derivan de tal
concepción, a pesar de las transformaciones realizadas por la gestión
kirchnerista y del acompañamiento efectuado por la sociedad en general. Esta
manifestación del capitalismo (que, al igual que la totalidad de las
expresiones del mismo, reconoce como fundadores lejanos, entre otros, a los sujetos
que aparecen en «Piratas, filibusteros, corsarios y bucaneros» de Enrique
Silberstein), muestra su rostro en «Plata fácil» de Daniel Muchnik; «Buenos
muchachos» de José Natanson y «Economía a contramano» de Alfredo Zaiat (mentalidad
de los hombres del «establishment»); en «De la Banca Baring
al FMI» de Norberto Galasso (historia de la deuda eterna); en «Robo para la
corona» de Horacio Verbitsky (relación entre las privatizaciones y la
corrupción durante el menemismo); en «La mafia del oro» de Marcelo Zlotogwiazda
y «Estoy verde» de Alejandro Bercovich y Alejandro Rebossio (tráfico ilegal del
metal precioso y de la moneda estadounidense, respectivamente); y en «La
sociedad excluyente» de Maristella Svampa y «Cuando me muera quiero que me
toquen cumbia» de Cristian Alarcón (marginalidad social).
8. La trasformación paulatina de los
aspectos políticos y jurídicos de los derechos humanos durante el período
dictatorial y el período democrático encuentra un desarrollo detallado en la Ley N° 22.924 o «Ley de
Pacificación Nacional»; el Decreto N° 158 de 1983 (juzgamiento de los
integrantes de la primera, la segunda y la tercera junta militar); la Ley N° 23.040 (nulidad de la
«Ley de Pacificación Nacional»); la
Ley N° 23.492 o «Ley de Punto Final»; la Ley N° 23.521 o «Ley de
Obediencia Debida»; los Decretos N° 1.002, 1.004 y 1.005 de 1989 y 2.741, 2.745
y 2.746 de 1990 (indultos presidenciales que beneficiaron a los que estuvieron
involucrados en la ejecución de delitos contra la humanidad); la Ley Nº 24.952 (derogación de
la «Ley de Punto Final» y la «Ley de Obediencia Debida»; la Ley Nº 25.779 (nulidad de
las normas precedentes); y los pronunciamientos del 24 de agosto de 2004, en la
causa «Arancibia Clavel, Enrique Lautaro s/ homicidio calificado y asociación
ilícita y otros» (imprescriptibilidad de los delitos de lesa humanidad); del 14
de junio de 2005, en la causa «Simón, Julio Héctor y otros s/ privación
ilegítima de la libertad, etc.» (inconstitucionalidad de la «Ley de Punto Final»
y la «Ley de Obediencia Debida»); y del 13 de julio de 2007, en la causa
«Mazzeo, Julio Lilo y otros s/ rec. de casación e inconstitucionalidad» (inconstitucionalidad
de los indultos); de la
Corte Suprema de Justicia de la Nación. El Conflicto
del Atlántico Sur o Guerra de Malvinas aparece con claridad en el «Informe
final» o «Informe Rattenbach» de la
Comisión de Análisis y Evaluación de las Responsabilidades
Políticas y Estratégicas Militares en el Conflicto del Atlántico Sur; «Malvinas»
de Oscar Raúl Cardoso, Ricardo Kirschbaum y Eduardo van der Kooy; y «1093
Tripulantes del Crucero ARA General Belgrano» de Héctor E. Bonzo (textos que
demuestran que los responsables de la última dictadura no leyeron o no
aprendieron mucho de «El arte de la guerra» de Sun Tzu, ni «De la guerra» de
Karl von Clausewitz, dos clásicos de la estrategia militar). El entramado de
los medios de comunicación audiovisual asoma con nitidez en el dictamen del 12
de julio de 2013, en la causa «Grupo Clarín SA y otros c/ PEN s/ acción
meramente declarativa», de Alejandra Gils Carbó. Y el fenómeno desconcertante
del kirchnerismo halla una explicación particular e interesante en «La anomalía
argentina» de Ricardo Forster.
9. El sueño de la «La Patria Grande» palpita
en «Contestación de un americano meridional a un caballero de esta isla» del 6
de septiembre de 1815 (más conocida como «Carta de Jamaica»), y «Discurso
pronunciado ante el Congreso de Angostura» del 15 de febrero de 1819 (más
conocido como «Discurso de Angostura»), de Simón Bolívar; «Sobre la necesidad
de una federación general entre los estados hispanoamericanos y plan de su
organización» de Bernardo Monteagudo; «Obras completas» de Simón Rodríguez; «Nuestra
América» de José Martí; «La
Patria Grande» de Manuel Ugarte; «7 Ensayos de interpretación
de la realidad peruana» de José Carlos Mariátegui; «Plan de realización del
supremo sueño de Bolívar» de Augusto Cesar Sandino; «Ejército y política» de
Arturo Jauretche; «América profunda» y «Geocultura del hombre americano» de
Rodolfo Kusch; «Las venas abiertas de América Latina» de Eduardo Galeano; «América
Latina» de Justino M. O‛Farrell; «Los silencios y las voces en América Latina»
de Alcira Argumedo; «Venezuela y revolución» de Telma Luzzani; y «Presidentes»
de Daniel Filmus.
10. La existencia de las personas es
importante, tan importante como las fuerzas que inciden en la historia. Por
eso, la vida de algunas de las figuras que se destacaron históricamente
aparecen retratadas en «Túpac Amaru» de Boleslao Lewin (José Gabriel
Condorcanqui o «Túpac Amaru II»); «Mariano Moreno» de Norberto Galasso (Mariano
Moreno); «La revolución es un sueño eterno» de Andrés Rivera (Juan José
Castelli); «Artigas» de Pacho O'Donnell (José Gervasio Artigas); «Exodo jujeño»
de Hernán Brienza (Manuel Belgrano); «Seamos libres y lo demás no importa nada»
de Norberto Galasso (José de San Martín); «Historia de San Martín y de la
emancipación sudamericana» de Bartolomé Mitre (visión «civilizada» de José de
San Martín); «Monteagudo» de Pacho O'Donnell (Bernado Monteagudo); «El loco
Dorrego» de Hernán Brienza (Manuel Dorrego); «Vida de Don Juan Manuel de Rosas»
de Manuel Gálvez (Juan Manuel de Rosas); «Felipe Varela contra el Imperio
Británico» de Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Luis Duhalde (Felipe Varela); «Manuel
Ugarte y la lucha por la unidad latinoamericana» de Norberto Galasso (Manuel
Ugarte); «Vida de Hipólito Yrigoyen» de Manuel Gálvez (Hipólito Yrigoyen); «Jauretche
y su época» de Norberto Galasso (Arturo Jauretche); «Perón» de Norberto Galasso
(Juan Domingo Perón); «Cooke» de Norberto Galasso (John William Cooke); y «El
presidente que no fue» de Miguel Bonasso (Héctor Cámpora).
11. Como dijimos al principio, la
recomendación de una bibliografía no es una labor simple ni ligera. Y, por tal
motivo, cada uno debe complementar la bibliografía recomendada por un tercero, con
los autores y los textos que lleguen a sus manos, que despierten su interés, que
contribuyan a la formación de su pensamiento y que, incluso, obtengan su respeto,
aunque no concuerden plenamente con su forma de pensar. La concreción de dicha
tarea no constituye una empresa imposible. Pero, es algo que demanda la
totalidad de la vida. En consecuencia, no desperdiciemos nuestro tiempo. Y utilicemos
una parte del mismo para conseguir, leer y releer los textos que merezcan nuestra
atención.
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