CON
DIOS Y CON EL DIABLO
Elías
Quinteros
Después
de la realización de un proceso electoral, cualquiera se tropieza con dos
clases de votantes: los que ganaron y los que perdieron. Por otro lado, también
se topa con dos clases de perdedores: los que saben que perdieron y los que
suponen que ganaron porque jugaron para el equipo de los ganadores. Teniendo tal
conclusión en cuenta, ¿qué calificación le corresponde a cada uno tras la
elección de las autoridades de la Facultad de Ciencias Sociales de la
Universidad de Buenos Aires, por los profesores, los graduados y los
estudiantes de las Carreras de Ciencia Política, Ciencias de la Comunicación,
Relaciones del Trabajo, Sociología y Trabajo Social? Sin duda, para todos los
que son conscientes de la derrota, estos son momentos adversos, momentos que
forman parte de un tiempo de desastres y triunfos que se limitan a compensar o
atenuar algunas de las calamidades padecidas, momentos que convocan a los
fantasmas del desconcierto, la decepción, el cansancio y el abatimiento. Es
cierto. La suerte favorece a los cruzados del neoliberalismo autóctono. Mas, en
este presente tan aciago, eso no debe provocar el estupor de nadie. Guste o no,
hasta que los vientos del destino no cambien de dirección, los días de muchos
serán oscuros y, en el mejor de los casos, grises y opacos. Innegablemente, la
Facultad de Ciencias Sociales no es una isla dentro de la Universidad de Buenos
Aires. Y ésta, a su vez, tampoco es una isla dentro del país. Todo está
conectado. Y lo que sucede en un extremo de la cadena, tarde o temprano,
repercute en el otro. ¿Esta afirmación significa que lo efectuado para
modificar el curso de las cosas fue en vano? No. Aunque parezca lo contrario,
no significa eso. Sólo significa que las empresas no resultan exitosas, a pesar
de la voluntad y el esfuerzo de quienes las promueven, cuando el momento, el
lugar y el contexto no son los adecuados. No obstante las dificultades, cada
uno se comprometió a su manera. Cada uno hizo lo suyo. Cada uno colaboró en la
medida de sus posibilidades Y, por este motivo, quienes se aferraron a sus
convicciones más profundas deben estar tranquilos con su conciencia, más allá
de lo que puedan sentir o pensar en este instante. Ninguno vendió sus
principios, ni cambió de vereda, ni traicionó a los que quedaron en este lado
de la calle.
¿Por
qué los que ganaron no celebran con sinceridad su triunfo? ¿Por qué pretenden
que todos crean que mostrar los dientes en un autorretrato fotográfico equivale
a una sonrisa auténtica, a una prueba inequívoca de alegría y felicidad? ¿Por
qué dedican su tiempo a discutir con los que perdieron, de un modo
descontrolado y agresivo, a través de las redes sociales, en lugar de
destinarlo a festejar su hazaña? ¿Por qué están tan enojados? ¿Por qué sienten
que deben defenderse a cada momento si, de acuerdo a sus afirmaciones, las
acusaciones que los tienen por destinatarios son ridículas? Aunque varios
sostengan lo opuesto, las elecciones de la Facultad de Ciencias Sociales no
constituyeron una «interna del kirchnerismo». La presencia inocultable e
inconfundible de antikirchneristas rotundos y rabiosos en uno de los bandos,
demuestra que la descripción de lo sucedido como un enfrentamiento entre los
dos sectores que emergieron con la partición de la fuerza gobernante, carece de
un fundamento serio y confiable. Desde hace un tiempo más que notorio, el
término «kirchnerismo», al igual que sus derivados, es utilizado para demonizar
a una parte de la sociedad. Y, cuando esto no produce el resultado esperado,
también es empleado para conducir o para tratar de conducir a las expresiones
del campo nacional y popular por terrenos plagados de minas y cazabobos. Vivar
a Néstor Kirchner y a Cristina Fernández no alcanza para pasar por un seguidor de
ellos. No es suficiente. Y, en líneas generales, la agrupación «Sociales x
venir» es una muestra contundente de lo dicho. Sin embargo, tal aspecto no
configura lo más llamativo de todo. Al contrario, la particularidad más destacable
e inquietante se encuentra dada por la colaboración de figuras conocidas y
respetadas que no encuadran dentro de los parámetros del neoliberalismo.
¿Por
qué razón individuos tan renombrados como Daniel Filmus, Jorge Taiana, Hernán
Brienza, Ricardo Aronskind y Rubén Dri, optaron por el sector rupturista? ¿Qué
los llevó a compartir un espacio con personas que están vinculadas a Emiliano
Yacobitti, Martín Lousteau y Gerardo Morales? ¿Qué los impulsó a apoyar una
lista que, luego de la difusión de su triunfo, originó la alegría de Laura
Alonso, una de las figuras más representativas de la coalición gobernante? ¿Qué
ganan con ello? ¿Qué suponen que preservan o evitan? En principio, ya perdieron
algo: la simpatía de muchos jóvenes que ven con desazón la caída de una parte
de sus ídolos y que, incluso, piensan que no corresponde votar en las elecciones
de octubre, a los que se enfrentan con los integrantes de «Cambiemos» en la
ciudad de Buenos Aires y, paradójicamente, se juntan con los mismos en la
Facultad de Ciencias Sociales. En verdad, la futura decana Carolina Mera puede cuestionar
en un reportaje el endeudamiento del país, el fallo de la Corte Suprema de
Justicia que validó el «dos por uno», el desfinanciamiento del sistema
educativo, la represión de los docentes, la detención de Milagro Sala y la
desaparición de Santiago Maldonado, con el objeto de diferenciarse del gobierno.
Pero, los rostros aparecen en las fotografías y los nombres, por su parte, constan
en las listas de candidatos y en las solicitadas de apoyo. Entre los que vieron
esto, los graduados de la Carrera de Sociología merecen una mención especial. A
semejanza de los egresados de cualquier carrera, facultad y universidad, ellos
tienen sus particularidades. No son como los profesores —aunque, quizás,
enseñen—, porque no adquirieron tal condición a través de un concurso de
antecedentes. Tampoco son como los estudiantes —aunque, quizás, cursen un
profesorado, una maestría o un doctorado—, porque ya tienen un título de grado.
Están adentro y afuera del mundo universitario. Simbolizan a la juventud que
alcanzó la madurez y a la madurez que no perdió su juventud. Constituyen el
nexo entre los unos y los otros. Y, por su apuesta a favor del actual decano,
configuran un pilar esencial de la reserva intelectual y política de una casa
de estudio que, en concordancia con lo manifestado por alguien que sabe algo
del tema, se encamina hacia un suicidio institucional.