Ese compañero
por Magalí Coppo
Un año antes vagábamos por aquellas callecitas temblorosas, entre la parrilla de siempre, las antiguas casas chorizos que más bien ahora parecían remolinos de cuartos y televisores amontonados pocos menos que los críos, los ladrillos a la vista de las casas más nobles y la multiforme base de operaciones que a veces también llamamos escuela.
Insistían en comunicarse conmigo. Finalmente pude hablar con Bere. Me explicó que el negro estaba mal, que se acordaba del padre. Lo que sospechaba. Bilbao, mi hermana, Mariano, haciendo vibrar mi abdomen. La encargada de aquél edificio dónde me enteré. Su dial clavado en Radio Diez. Clima de suspenso, sospecha, asco. Los cordones de las veredas, los adoquines, las bocacalles, el boulevard conteniendo lo inabordable. El subsuelo del censo. La patria subrepticia. Una película que ya vimos. Una historia que golpea. La elipsis otra vez. Una mujer que llora a un hombre.
Los hijos de puta de siempre descorchando un espumante.
El imprescindible que no podía morir. Ese hidalgo que iba a rebotar para siempre en nuestras lenguas.
Supe después que ese día patearon los barrios pintando su nombre. Entonces Coco me llamó por lo mismo, que el mejor homenaje era seguir trabajando, que había que salir a rodar. Estuvimos. En la calle. En la plaza. Organizados. Cantando, emocionados, el pogo más grande del mundo, muchas rosas, más lágrimas. Juventud, herencia y expectativas. Experiencia. Aprendizaje.
Ese susurro englobado en la fuerza de todos. La gratitud por una lucha incansable. Busco nombres y aparece él. Virtuoso, leal, valiente, sabio. Buscamos su nombre porque no lo olvidamos.
Hubo una vez una resistencia popular que lloró a su capitana, peleó por su identidad y prometió volver. Buscó su líder, lo trajo de vuelta. Fueron muchos años de transitar. En ocasiones, cuando me taro, tomo aire, mucho aire, casi como un suspiro y pienso esta historia. También tuvimos otro líder, murió peleando, nos devolvió la dignidad. Nos hizo saber que todo era posible si estábamos convencidos y que no necesitábamos más que una política y cuarenta millones de locos para cumplir nuestros sueños. Hubo un pueblo que le creyó.
Ese pueblo que se comprometió con un proyecto de inclusión, memoria y justicia.
Hoy buscamos un homenaje en su nombre. Porque podemos decirlo, porque expresamos nuestra militancia. El destino que elegimos nosotros. Su nombre que reaparece en las urnas.
Quizás lo encontremos en un cafetín o en el despacho de altos funcionarios. Sin dudas estará imantado en millones de heladeras y subido a centenares de muros. O entre miles de flores en los altares que sabrá compartir.
Si lo encuentran, díganle que su pueblo lo honra.
Ya no nos sentimos tan solos. Y estamos firmes para luchar contra el poder en las sombras. Sepan que preferimos la alegría al rencor.
El orgullo al desprecio.
La vida a la muerte.
La dignidad a la humillación.
La inclusión al desamparo.
La protección al remate.
El trabajo a la especulación.
La producción a la desidia.
El saber al prejuicio.
La verdad al engaño.
La identidad a la proscripción.
La solidaridad al desinterés.
Habrá quienes se ocupen de los titulares.
Nosotros preferimos la historia.
Insistían en comunicarse conmigo. Finalmente pude hablar con Bere. Me explicó que el negro estaba mal, que se acordaba del padre. Lo que sospechaba. Bilbao, mi hermana, Mariano, haciendo vibrar mi abdomen. La encargada de aquél edificio dónde me enteré. Su dial clavado en Radio Diez. Clima de suspenso, sospecha, asco. Los cordones de las veredas, los adoquines, las bocacalles, el boulevard conteniendo lo inabordable. El subsuelo del censo. La patria subrepticia. Una película que ya vimos. Una historia que golpea. La elipsis otra vez. Una mujer que llora a un hombre.
Los hijos de puta de siempre descorchando un espumante.
El imprescindible que no podía morir. Ese hidalgo que iba a rebotar para siempre en nuestras lenguas.
Supe después que ese día patearon los barrios pintando su nombre. Entonces Coco me llamó por lo mismo, que el mejor homenaje era seguir trabajando, que había que salir a rodar. Estuvimos. En la calle. En la plaza. Organizados. Cantando, emocionados, el pogo más grande del mundo, muchas rosas, más lágrimas. Juventud, herencia y expectativas. Experiencia. Aprendizaje.
Ese susurro englobado en la fuerza de todos. La gratitud por una lucha incansable. Busco nombres y aparece él. Virtuoso, leal, valiente, sabio. Buscamos su nombre porque no lo olvidamos.
Hubo una vez una resistencia popular que lloró a su capitana, peleó por su identidad y prometió volver. Buscó su líder, lo trajo de vuelta. Fueron muchos años de transitar. En ocasiones, cuando me taro, tomo aire, mucho aire, casi como un suspiro y pienso esta historia. También tuvimos otro líder, murió peleando, nos devolvió la dignidad. Nos hizo saber que todo era posible si estábamos convencidos y que no necesitábamos más que una política y cuarenta millones de locos para cumplir nuestros sueños. Hubo un pueblo que le creyó.
Ese pueblo que se comprometió con un proyecto de inclusión, memoria y justicia.
Hoy buscamos un homenaje en su nombre. Porque podemos decirlo, porque expresamos nuestra militancia. El destino que elegimos nosotros. Su nombre que reaparece en las urnas.
Quizás lo encontremos en un cafetín o en el despacho de altos funcionarios. Sin dudas estará imantado en millones de heladeras y subido a centenares de muros. O entre miles de flores en los altares que sabrá compartir.
Si lo encuentran, díganle que su pueblo lo honra.
Ya no nos sentimos tan solos. Y estamos firmes para luchar contra el poder en las sombras. Sepan que preferimos la alegría al rencor.
El orgullo al desprecio.
La vida a la muerte.
La dignidad a la humillación.
La inclusión al desamparo.
La protección al remate.
El trabajo a la especulación.
La producción a la desidia.
El saber al prejuicio.
La verdad al engaño.
La identidad a la proscripción.
La solidaridad al desinterés.
Habrá quienes se ocupen de los titulares.
Nosotros preferimos la historia.
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