LOS SOLDADOS DE MAGNETTO
Elías Quinteros
El «Grupo Clarín», uno de los grupos económicos más importantes del país, tiene una característica. Apoya todo lo que está en contra del gobierno nacional. Sin lugar a dudas, espera que algo tenga la habilidad necesaria para asestarle un golpe mortal. Pero, sabe que esto no es sencillo porque tiene enfrente a un gobierno que, además de triunfar reiteradamente en el campo electoral, soporta las presiones internas y externas con una fortaleza admirable. Héctor Magnetto, el alma de este «Grupo», no ignora, a esta altura de los acontecimientos, que Cristina Fernández no está expuesta a los peligros que derivan de los levantamientos militares, los intentos destituyentes, las corridas financieras, los reveses judiciales y las campañas mediáticas. Por eso, ahora, centra su atención en los que tratan de ocupar las calles: circunstancia que transforma a estos últimos en los «peones» de su tablero de ajedrez y, por encima de todo, en los «soldados» de su escenario de guerra. Irónicamente, muchos de los que cuestionan a los que se definen como «soldados» de Cristina, por su condición de tales, no perciben que ellos mismos, aunque no se definan de ese modo, son «soldados» de Magnetto y, por lo tanto, individuos que comparten esa condición. Esta tropa, que se encuentra formada por personas que, en su mayoría, no comprenden que son parte de la misma, encarna, quizás, las últimas esperanzas de un hombre que contempla el resquebrajamiento de su imperio.
Entre sus filas, encontramos, por ejemplo, a los que protagonizan de tanto en tanto manifestaciones de protesta y, por esa razón, hechos de naturaleza política —aunque se presenten como apolíticos que desconfían de la política, de los partidos políticos y de los políticos en general—, sin otro propósito que el de cuestionar a la «Dictadura K»: una dictadura tan extraña que les permite protestar libremente contra ella. Dichos manifestantes, cuando ocupan el espacio público, constitituyen sumas de individualidades o, mejor dicho, conjuntos de egoísmos que sólo tienen algo en común: sus cuestionamientos al gobierno nacional. En otras palabras, configuran, según una expresión de Horacio González, multitudes abstractas; multitudes con reclamaciones genéricas y, por ende, difusas; multitudes sin un mínimo de organicidad, sin un mínimo de particularismos que las diferencien de las demás y sin un mínimo de historicidad que las convierta en continuadoras de tradiciones pasadas. Todos creen, en verdad, que representan a la totalidad de la oposición y, en más de un caso, a una parte sustancial del kirchnerismo que, de acuerdo a su apreciación deformada de la realidad, está descontenta con la gestión de Cristina Fernández. Y, a pesar de los indicios que son más que evidentes, no advierten que la diversidad de las razones que motivan sus reclamos —corrupción gubernamental, «patoterismo» de Guillermo Moreno y de Aníbal Fernández, desocupación, proliferación de los planes sociales, condición de los jubilados, inflación, aislamiento internacional de la Argentina, embargo de la Fragata Libertad, drogas, robos, salida condicional de los violadores, inseguridad en general, presiones a los jueces y a los miembros del Consejo de la Magistratura, impunidad, uso abusivo y demagógico de la Cadena Nacional, mentiras de los funcionarios y de los periodistas «pagados por el gobierno», libertad de expresión, imposibilidad de comprar dólares y productos importados de un modo ilimitado, «chavización» de la Argentina, autoritarismo de Cristina Fernández, reforma constitucional que prolongue la permanencia de la presidenta en la Casa Rosada, etc.—, favorecen la estrategia de Héctor Magnetto: la figura que yace tras las sombras.
A los popes del «Grupo» les consta que deben ratificar las ideas de los que piensan como ellos y que, simultáneamente, deben inculcar tales ideas en los que tienen una opinión diferente y en los que no tienen una opinión formada. Para ello, necesitan machacar hasta el cansancio que el gobierno nacional es un gobierno totalitario, con actitudes hitlerianas, que oprime al conjunto de la sociedad y, de una manera especial, a las empresas del «Grupo»: empresas que son víctimas permanentes de los funcionarios gubernamentales, por la circunstancia de defender la libertad y mostrar la verdad a los integrantes de la ciudadanía. Sin embargo, dicho comportamiento, que reafirma el pensamiento de algunos y forma el pensamiento de otros, no concuerda con la realidad ya que el «Grupo» no lucha por la libertad de nadie, a exepción de la suya. Esta libertad, a diferencia de lo supuesto por muchos, no está relacionada con la libertad de pensamiento, ni con la libertad de expresión, ni con la libertad de circulación, sino con la libertad de empresa: libertad que es entendida por Héctor Magnetto, como la autorización para obtener ganacias, sin ninguna limitación por parte del Estado. En otros términos, la cuestión consiste en una disputa por el volumen de sus ingresos.
Los que piensan que defienden la legitimidad de sus intereses y, con eso, los valores de la cultura republicana, cuando protestan en una intersección, marchan por una avenida, golpean una cacerola y/o expresan una consigna, junto a figuras señeras de la derecha argentina, como Federico Pinedo, Sergio Bergman, Patricia Bullrich, Eduardo Amadeo, Gerónimo «Momo» Venegas, Cecilia Pando y Alejandro Biondini, no entienden que, en el fondo, no defienden ni lo uno, ni lo otro, sino el dinero que pertenece a Héctor Magnetto y sus socios. Independientemente de sus deseos, tal defensa los «hermana» con los periodistas que justifican a las empresas del «Grupo» en los medios escritos, radiales y televisivos que contratan sus servicios; con los políticos que las apoyan en los ámbitos legislativos y ejecutivos; con los abogados que las patrocinan en las instancias judiciales y extrajudiciales; y con los jueces que las favorecen en las causas que están a su cargo, de una manera llamativa y, en algunas ocasiones, sospechosa. Dentro de la estrategia elaborada por Héctor Magnetto, una estrategia que comprende más de un frente de batalla, ellos cumplen con la función de los «soldados rasos». Algunos están conscientes de ello. Otros, no. Mas, todos desempeñan un rol que no es menor. Por este motivo, cada uno puede estar orgulloso de su labor. Al fin y al cabo, la circunstancia de contribuir a la defensa de un grupo económico que tiene una posición dominante en el campo de las comunicaciones, aunque sea de un modo involuntario, es una obra meritoria que merece el reconocimiento de los que creen en los beneficios de los monopolios privados.
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