lunes, 17 de noviembre de 2014

Coincidencia por Elías Quinteros



COINCIDENCIA

Elías Quinteros

La elección del 13 de noviembre, es decir, del día que recuerda el nacimiento de Arturo Jauretche y que, por tal motivo, constituye el «Día del Pensamiento Nacional», por los que adoran los «cacerolazos», para la realización de una protesta contra el gobierno, resulta original y llamativa. Seguramente, quien estableció la fecha no tuvo en cuenta esta circunstancia. Y, por esa misma razón, la coincidencia de ambos hechos nos impulsa a efectuar un análisis y una reflexión. Las protestas que acostumbran tener a los «caceroleros» como actores principales, incluyan o no el golpeteo de las «cacerolas», presentan la particularidad de reunir una vastedad de elementos heterogéneos que, aunque algunos puedan suponer que son novedosos, fueron tratados por «Don Arturo», de una manera exhaustiva, en más de una ocasión. Allí, no encontramos a los exponentes de los sectores dominantes, a los que «tienen la sartén por el mango», a los que «cortan el bacalao». Al contrario, hallamos a muchos representantes de la «clase media»: esa expresión imprecisa e inconveniente que suele involucrar en forma simultánea, a individuos muy disímiles, con tal que no pertenezcan a los estratos más altos ni a los estratos más bajos de la sociedad local. Entre los concurrentes a este tipo de actos, podemos distinguir con facilidad al que considera equivocadamente que está en un lugar de la pirámide social que se encuentra encima del que ocupa en realidad y que, en consecuencia, se identifica con los gustos y los intereses de los que pertenecen a dicho lugar. A su lado, podemos visualizar al que no se conforma con tener la actitud anterior y que, por ello, defiende esos gustos y esos intereses con acciones concretas, más allá de la obtención o no de un beneficio material o simbólico. Y, por supuesto, también podemos reconocer al que lleva esa defensa al extremo de preferir los gustos y los intereses extranjeros, en detrimento de los nacionales. En otras palabras, podemos percibir al ser de carne y hueso que, por su modo de pensar y actuar, revive a pesar de sí mismo, de un modo asombroso e impactante, la imagen del «medio pelo», del «cipayo» o del «vendepatria»: categorías sociológicas del ayer que, por lo visto, no están pasadas de moda, sino que gozan de una vigencia impensada en el presente.

Sin duda, muchos de los que proceden así —a la luz de las ideas concebidas, expuestas, explicadas y difundidas por Arturo Jauretche—, necesitan «avivarse» o, expresado de otra forma, «desazonzarse». O sea, necesitan identificar las «zonceras» o, con más exactitud, las afirmaciones que —por la peculiaridad de poseer la apariencia de verdades irrefutables—, no les permiten entrever su auténtica realidad, a través del ejercicio de un pensamiento libre. El hecho de estar subordinado a «verdades» que tienen la pretensión de ser absolutas, aunque no resistan ningún cuestionamiento que contenga un mínimo de seriedad, no es casual. Constituye el resultado de un proceso de «colonización cultural» y, en particular, de «colonización pedagógica» que difundió una visión sesgada del mundo: la que dice que éste es el escenario de la lucha que existe entre la «civilización» (lo «elitista» y lo «foráneo»), y la «barbarie» (lo «popular» y lo «propio»). Vista la situación desde este ángulo, ¿alguien puede decir que no distinguió o que no creyó distinguir la imagen, la sombra o el fantasma «shakespeariano» de un «medio pelo», un «cipayo» o, quizás, un «vendepatria» lejano y desdibujado, entre los «caceroleros» y los simpatizantes de los «cacerolazos» que no defienden a su nación, sino a los «fondos buitres»? Y, por si esto fuese poco, ¿alguien puede manifestar que no tuvo esa misma sensación al leer los comentarios de los «abolladores de cacerolas» que usan los medios periodísticos, para deshumanizar al «otro», según lo advertido y señalado oportunamente por Roberto Jacoby, el responsable de la exposición «Diarios del odio»?

Al observar las protestas que son promovidas por esta clase de opositores, notamos, por ejemplo, la presencia de personas que afirman que la libertad de expresión no existe desde el inicio del kirchnerismo, mientras exteriorizan sus opiniones de manera pública, sin que nadie las moleste por eso; que dicen que la intolerancia es la característica del gobierno, mientras piden la muerte de la «yegua» y, de paso, la de algunos funcionarios que no despiertan su simpatía; que aseguran que la economía del país está destruida, mientras piensan en la realización de un viaje que las lleve al exterior, en la adquisición de un electrodoméstico o en la compra de unos dólares en el mercado ilegal; que aseveran que la República Argentina corre el riesgo de extranjerizarse y, por tanto, de convertirse en una Cuba «castrista» o en una Venezuela «chavista», mientras lucen indumentarias con emblemas estadounidenses o británicos; etc. Sorprendentemente, los análisis de «Don Arturo» cobran una actualidad inimaginable cuando vemos que uno que tiene unos cabellos, unos ojos y una piel de tonalidad oscura habla de los «negros» y exhibe la simbología nazi como si fuese un ario; que uno que golpea a un periodista que está cubriendo la protesta habla de la violencia oficial; que uno que pide la aplicación de una política de «mano dura» habla del autoritarismo de la presidenta; o que uno que evade los impuestos habla de la corrupción de los argentinos y, acto seguido, de la inoperancia de las leyes y los jueces.

El artículo del diario «La Nación» —aparecido el 9 de noviembre, con el título «Convocan por las redes a una protesta»—, es elocuente. Es ilustrativo. Y es aleccionador. En el mismo, se señala con claridad que la protesta es contra el «populismo», el aumento del gasto público, la inflación, el cepo cambiario, la pelea con los «fondos buitres», la corrupción, la inseguridad, la impunidad, el avance sobre el Poder Judicial y el Grupo Clarín, el enfrentamiento permanente entre sectores sociales, la Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP), el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC), el programa televisivo «6,7,8», el nuevo Código Civil, la ley de abastecimiento, Vladimir Putin, Fidel Castro, Hugo Chávez, Guillermo Moreno, Amado Boudou, Jorge Capitanich, Axel Kicillof, Víctor Hugo Morales, etc. Dicho texto no sólo pone en evidencia que las razones de la protesta constituyen un «cambalache» de estilo discepoleano. También revela que una parte de la gente, la que está confundida y la que desea estarlo, puede llegar a defender propuestas que la perjudican y a combatir acciones gubernamentales que la benefician, mientras cree que hace lo contrario: algo que es aprovechado por quienes promueven esta clase de situaciones con una habilidad asombrosa. Por eso, la idea de realizar una protesta en la fecha que evoca a Arturo Jauretche, un hombre que se esforzó por modificar esa forma de pensamiento y conducta, configura una coincidencia interesante e instructiva. Por su parte, la nota del matutino «Página/12» —publicada el 14 de noviembre, con la denominación «Las cacerolas se escucharon muy poco»—, es tan elocuente como el artículo anterior. Al leer las líneas que la componen, advertimos que el trabajo de los organizadores tuvo como resultado la realización de «concentraciones minúsculas» en la entrada de la quinta presidencial de Olivos, en Cabildo y Juramento, en Callao y Santa Fe, en Rivadavia y Acoyte y, por supuesto, en la Plaza de Mayo; que la edad de los manifestantes promedió los sesenta años; que los exaltados de siempre agredieron a un periodista y un camarógrafo; y que las consignas de los concurrentes fueron tan variadas como: «Chorra», «Para los K la década ganada, para el pueblo la década afanada», «Crisis en Argentina», «¡Basta de Diktadura Korrupta K!», «Si no hay justicia para el pueblo que no haya paz para quienes gobiernan», «Sabsay a la Corte», «82 por ciento móvil», «Basta de impuesto al trabajo e inflación», «Parrilla La Cámpora», «6% = chori + Termidor», «Colón en su lugar», «No al traslado del monumento a Colón», etc.

Frente a esto, quien supone que lo mucho que se hizo hasta ahora en materia cultural y educativa alcanza para evitar que la República Argentina reviva épocas nefastas del pasado, incurre en una ingenuidad que puede resultar peligrosa. Y quien considera que ésta es una opinión que carece de fundamento sólo tiene que pensar en los actos comiciales de Venezuela, Brasil y Uruguay para entender que nada está garantizado de antemano, que todo está a prueba constantemente y que las corrientes revisionistas y pedagógicas que reivindican lo popular, lo nacional y lo latinoamericano, tienen más de un desafío por delante. En tal sentido, la existencia de individuos, grupos y sectores que apoyan el ideario del neoliberalismo y que, además, describen a la última dictadura y a la administración menemista como dos momentos dorados de la historia argentina, revela que la obra de un siglo y medio de penetración cultural no desaparece de un día para el otro. La confusión todavía es grande. La desorientación todavía es extensa. Y el campo social, incluida la parte que sostiene al gobierno desde hace varios años, puede arder en cualquier instante con el fuego de los que abogan por el odio y el desánimo, a despecho de las frases creadas durante las campañas proselitistas, de los cantos repetidos automáticamente en los actos partidarios y de las explicaciones esbozadas por los «especialistas» que ignoran qué sucede más allá de la puerta de sus despachos. Hoy, a semejanza del pasado, los intelectuales son numerosos. Y, en cambio, los pensadores son escasos. Por ende, no desperdiciemos esta coincidencia: una coincidencia que no deja de tener un costado risueño. Y confiemos de una vez por todas en los que piensan, como «Don Arturo», con un criterio nacional y práctico.

martes, 11 de noviembre de 2014

Don Arturo por Elías Quinteros



DON ARTURO

Elías Quinteros
 I

La institución del 13 de noviembre como Día del Pensamiento Nacional, en homenaje al nacimiento de Arturo Jauretche[1], por la Ley Nº 25.844[2], nos obliga a escribir unas líneas sobre este abogado, político, revolucionario, funcionario público, poeta y ensayista que visibilizó el coloniaje económico y cultural que mantenía a la Argentina en un estado de subordinación y dependencia y que, además, sostuvo la necesidad de la creación de un pensamiento que —a diferencia de las ideas que eran difundidas por las oficinas gubernamentales, las aulas universitarias y los medios publicitarios e informativos de su tiempo—, reflejase la realidad nacional. De un modo lógico, el inicio de su trascendencia intelectual y política coincidió con la aparición de una agrupación yrigoyenista que fue conocida como Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina (FORJA), en medio de la Década Infame[3]: un período histórico que se extendió desde el derrocamiento de Hipólito Yrigoyen (6 de septiembre de 1930), hasta el derrocamiento de Ramón Castillo (4 de junio de 1943). Esta Década, que duró más de diez años, influyó de una forma notable en la sociedad local. Durante su desarrollo, los argentinos sufrieron los efectos de la Gran Depresión, la Guerra Civil Española y la Segunda Guerra Mundial[4]. Vieron la construcción del Edificio Kavanagh y el Obelisco. Supieron de la realización de Ejercicio Plástico, por David Alfaro Siqueiros[5]; y de la creación de Desocupados y Manifestación, por Antonio Berni[6]. Se emocionaron con la La guerra gaucha, de Lucas Demare. Lloraron la muerte de Hipólito Yrigoyen, Carlos Gardel, Lola Mora, Horacio Quiroga, Leopoldo Lugones, Alfonsina Storni, Lisandro de la Torre y Roberto Arlt. Padecieron el gobierno de la Concordancia (alianza formada por los conservadores, los radicales antipersonalistas y los socialistas independientes). Y, en especial, fueron testigos de una serie de hechos escandalosos que representaron la concreción del Estatuto Legal del Coloniaje[7]: la firma del Tratado Roca – Runciman[8]; el hallazgo de los libros contables del frigorífico Anglo, dentro de unas cajas de carne enfriada que se encontraban en el interior de las bodegas del Norman Star; el asesinato del senador Enzo Bordabehere en el Congreso Nacional, por el ex comisario Ramón Valdéz Cora[9]; la creación de la Corporación de Transportes de la Ciudad de Buenos Aires con el propósito de proteger al transporte ferroviario de origen británico, de la competencia del transporte automotor; la prórroga de la concesión que beneficiaba a la Compañía Hispano Americana de Electricidad; y el negociado que implicó la adquisición de las tierras de El Palomar que posibilitaron la ampliación del Colegio Militar de la Nación.

Como consecuenca de la crisis moral y social que afectaba a la nación en ese momento, en El hombre que está solo y espera, Raúl Scalabrini Ortiz escribió: “[…] La naturaleza material del país está en proyecto y los problemas son infinitos y de una complejidad tan multiforme que ninguna inteligencia capta en conjunto. Nadie puede vaticinar lo contingible. Los especuladores más logreros y versados se arruinan en la compraventa de tierras y gañanes sin más mérito que la tenencia de las propiedades, que adquirieron por nada, se enriquecen. En Buenos Aires son impresumibles las rutas del porvenir. Se estudia medicina y se termina en comisionista de bolsa. Se cursan carreras de jurisprudencia y se concluye en asuntos de agronomía en algún conchabo de la defensa agrícola. Practica el comercio de importación de manufacturas extranjeras y acaba de comprador de ganado en un frigorífico. Nace hijo de estanciero millonario y se ve conminado a merodear ventas de automóviles a plazos. En el caos inextricable de la vida porteña, la inteligencia es incapaz de soluciones […]”[10]. Y, en Cambalache, Enrique Santos Discépolo afirmó sin ninguna clase de atenuantes: “¡Qué falta de respeto! ¡Qué atropello / a la razón! / ¡Cualquiera es un señor! / ¡Cualquiera es un ladrón! / Mezclaos con Stavisky / van Don Bosco y la Mignon, / Don Chicho y Napoleón, / Carnera y San Martín, / igual que en la vidriera irrespetuosa / de los cambalaches / se ha mezclao la vida / y, herida por un sable sin remache / ves llorar la Biblia contra un calefón”[11].


II

Según Arturo Jauretche, la situación de la Argentina durante ese período histórico constituía el acto final de un proceso que había comenzado ocho décadas antes, tras la batalla de Caseros. En otras palabras, la caída de Juan Manuel de Rosas había posibilitado la modificación del panorama institucional de la Argentina; el predominio de los intereses económicos de Gran Bretaña; la reanudación de la expansión territorial del Brasil hacia el sur y hacia el oeste, a costa de los países limítrofes; y, por último, la desaparición del sueño americano de la Patria Grande, en la región del Río de la Plata. “Si para los liberales y unitarios la caída de Rosas y la Confederación significaba un cambio institucional y la posibilidad de un nuevo ordenamiento jurídico, para los intereses económicos de Gran Bretaña significó la destrucción de todo freno a su política de libertad de comercio y la creación de las condiciones de producción a que aspiraba. Para Brasil fue cosa fundamental. Derrotado siempre en las batallas navales y terrestres, Brasil tenía conciencia clara de que su marcha hacia el sur y hacia el oeste estaría frenada mientras la política nacional de la Patria Grande subsistiera en el Río de la Plata. Era necesario voltear a Rosas, que la representaba, y sustituirlo en el poder por los ideólogos que odiaban la extensión y que serían los mejores aliados de la política brasileña, destruyendo al mismo tiempo toda perspectiva futura de reintegración al seno común de los países del antiguo virreinato. Caseros significa así, en el orden político internacional, la consolidación de las disgregaciones oriental, altoperuana y paraguaya y las manos libres para su expansión definitiva sobre los países hispanoamericanos limítrofes, de los que la Confederación constituía el antemural”[12]. En la configuración paulatina de este cuadro, la burguesía local —una burguesía que había tratado de ser como las aristocracias europeas, en lugar de ser como las burguesías estadounidense y alemana—, había tenido una responsabilidad fundamental e indisimulable. “[…] la burguesía inmediata a Caseros fue incapaz de continuar el papel económico señalado por Juan Manuel de Rosas. Puede ella justificar su incapacidad para cumplirlo en la gravitación de las ideologías, en la caída del pensamiento nacional, en la conducción política en manos del odio que quería borrar todo el pasado, y en su propia debilidad económica para emprender en ese momento la tarea”. “Pero la situación es muy distinta del 80 en adelante; esa burguesía se encuentra bruscamente enriquecida y plena de poder. Tiene conductores políticos que señalan un rumbo de economía nacional; las provincias pesan en las decisiones del Estado; sólo le basta asumir su papel como burguesía ilustrándose con el ejemplo de sus congéneres contemporáneas de los EE.UU. y de Alemania. Y, sin embargo, no lo cumple; por el contrario, absorbe en sus filas a los políticos y pensadores que pudieron ser sus mentores, los incorpora a sus intereses y los somete a las pautas de su status imponiéndoles, junto con su falta de visión histórica, la subordinación a los intereses extranjeros que la dirigen”. “[...] esa burguesía de los descendientes de los Pizarro de la vara de medir prefiere creerse una aristocracia. Es la alta clase ausentista que reproduce en sus estancias los manors británicos y en sus palacios a la francesa el estilo de la alta sociedad parisiense. Es la burguesía ausentista que sube, en París y en Londres, la escalera del refinamiento finisecular después de haber saltado los escalones del rastacuero y se identifica con las grandes metrópolis del placer, la cultura, el dinero; entrega a sus hijos a manos de ‘misses’ y ‘mademoiselles’ o a colegios pensionados de dirección extranjera, cuando no extranjeros directamente; se desentiende de la conducción del país, que deja en manos de protegidos de segunda fila –con todo, mejores que ella, porque no se han descastado totalmente–. Imita a la burguesía norteamericana en el dispendio y le disputa el matrimonio de sus hijas con los títulos de la nobleza tronada. Pero pretende ser una aristocracia, a diferencia de la ‘yanqui’, que en su simplicidad arrogante se afirma como burguesía”[13].

La consolidación política de esta burguesía había sido la obra de los ejércitos de Bartolomé Mitre: los mismos que habían obedecido a los uruguayos José Miguel Arredondo, Venacio Flores, Pablo Irrazábal, Wenceslao Paunero, Ignacio Rivas y Ambrosio Sandes. “Los ejércitos que Mitre mandó al interior no eran nacionales, ni por su política ni por su composición, ni por sus comandos; eran uruguayos del bando brasilerista. Paunero, Sandes, Arredondo, Flores, Irrazábal, Rivas, guapos y esmerados degolladores de nuestros gauchos, que todavía seguían vengando sus derrotas como aliados del extranjero, contra la Confederación, y de paso limpiando el suelo de individuos rebeldes, inaptos para el avance hacia las fronteras interiores, para el progreso a toda costa de la granja reclamada por Gran Bretaña. La sangre que oxidaba las moharras de sus lanzas, era toda argentina. Esas lanzas no conocían la sangre extranjera y nunca defendieron las fronteras nacionales; entraron volteándolas. Ese ejército fue el plantel de la guerra del Paraguay. Era el ejército de una facción para la guerra pro-Brasil de esa facción; un episodio, el más sangriento, de la política luso-brasileña de disgregación del Virreinato del Río de la Plata y la destrucción de nuestra Patria Grande […][14]”. Pero, su consolidación cultural había requerido algo más. Había necesitado una sistematización de la historia o, expresado de otra forma, una política de la historia que emplease los medios de formación del pensamiento para impedir la construcción de una conciencia nacional. “Aquí ha habido una sistematización sin contradicciones, perfectamente dirigida. Ha habido una sistemática de la historia concebida después de Caseros y que no puede explicarse por la simple coincidencia de historiadores y difusores. No basta decir, por ejemplo, que los vencedores de Caseros y su más alta figura en la materia, Bartolomé Mitre, construyeron una historia falsa y que la desfiguración es el producto de la simple continuidad de una escuela histórica por ellos fundada”. “Una escuela histórica no puede organizar todo un mecanismo de la prensa, del libro, de la cátedra, de la escuela, de todos los medios de formación del pensamiento, simplemente obedeciendo el capricho del fundador. Tampoco puede reprimir y silenciar las contradicciones que se originan en su seno, y menos las versiones opuestas que surgen de los que demandan la revisión. Sería pueril creerlo y sobre todo antihistórico”. “No es pues un problema de historiografía, sino de política; lo que se nos ha presentado como historia es una política de la historia, en que ésta es sólo un instrumento de planes más vastos destinados precisamente a impedir que la historia, la historia verdadera, contribuya a la formación de una conciencia histórica nacional que es la base necesaria de toda política de la Nación. Así, pues, de la necesidad de un pensamiento político nacional ha surgido la necesidad del revisionismo histórico. De tal manera el revisionismo se ve obligado a superar sus fines exclusivamente históricos, como correspondería si el problema fuera sólo de técnica e investigación, y apareja necesariamente consecuencias y finalidades políticas”[15].


III

Por su actuación al frente de la presidencia del Banco de la Provincia de Buenos Aires durante el primer gobierno de Juan Domingo Perón, Arturo Jauretche fue víctima de la Revolución Libertadora: uno de los acontecimientos más trágicos de la historia del país que tuvo como antecedente el bombardeo de la Plaza de Mayo y como secuela la represión del levantamiento del general Juan José Valle. En Recuerdo de la muerte, Miguel Bonasso describió de un modo magistral los pormenores del primero de esos sucesos. “Con el pretexto de un homenaje al Libertador San Martín, la aviación Naval primero y la Aeronáutica después, convirtieron una exhibición aérea en el bombardeo sorpresivo a una ciudad abierta”. “La sorpresa del primer ataque demoró la respuesta. Una vez repuestos, los mandos leales comenzaron a desplegar baterías antiaéreas y cazas que partieron en persecución de los atacantes. Sin embargo los conspiradores no cejaron en su empeño y fueron renovando sus incursiones aéreas hasta bien entrada la tarde. La metralla de los aviones picó el frente de la Rosada, de la Secretaría de Hacienda, del Banco Hipotecario y, fuera del perímetro de la Plaza de Mayo, algunos otros objetivos como la Residencia Presidencial, ubicada unos kilómetros al norte en la aristocrática Avenida del Libertador”. “Al comienzo la población civil sólo jugó un papel pasivo de víctima inocente. En las primeras horas de la tarde, el Secretario General de la CGT hizo un llamamiento a la movilización y un nuevo fenómeno sacudió las conciencias de los curiosos, de los abúlicos y hasta de algunos opositores: los obreros fueron abandonando las fábricas y emprendieron una marcha temeraria hacia la central de los trabajadores. Los escasos testigos no podían creer lo que estaban viendo: largas hileras de toda clase de vehículos iban transportando a la misma gente que había producido el 17 de octubre. Cantaban la Marcha Peronista y alzaban contra el cielo lo poco que tenían a mano: una pistola 22, una escopeta, un palo o simplemente el puño amenazante. Era un ejército heterogéneo, uniformado por las ropas de trabajo sobre las que se habían echado un abrigo de paño burdo o un suéter. Tenían todas las edades, todas las caras, todas las razas. El rostro curtido por el sol, la palidez de los galpones, la señas visibles de la Italia del Norte y el Sur, de Galicia, el recuerdo cobrizo de los antepasados indios, el bigote poblado de los criollos. Venían manchados de cal, de cemento, de la grasa de los talleres. Era carne lacerada por los madrugones, por la sordidez de los barrios del sur o de los vagones de segunda clase, que venía a defender su dignidad humana […]”[16]. “[…] muchos llegaron a la Plaza coreando: ‘La vida por Perón‘. Y la vieja consigna no sonaba retórica cuando los aviones (esta vez de la Aeronáutica) se zambullían haciendo piruetas por las calles del centro. El espectáculo que vieron las primeras avanzadas fue sobrecogedor: sangre, heridos, muertos, un trolebús totalmente perforado por las balas, cuerpos calcinados y miedo en la cara de los soldados”. “Clamaban por armas que el Ejército leal se resistía a entregarles. La mayoría asistía impotente a la carnicería aérea y el combate terrestre. Los menos consiguieron un máuser para disparar sin orden ni concierto, amparándose en los portales de las recovas. Los viejos ayudaban como podían. Algunos empujaban la cureña de los cañones cuesta abajo […]”[17].

A su vez, en Operación masacre, Rodolfo Walsh explicitó las razones del hecho enunciado en segundo lugar. “La matanza de junio ejemplifica pero no agota la perversidad de ese régimen. El gobierno de Aramburu encarceló millares de trabajadores, reprimió cada huelga, arrasó la organización sindical. La tortura se masificó y se extendió a todo el país. El decreto que prohíbe nombrar a Perón o la operación clandestina que arrebata el cadáver de su esposa, lo mutila y lo saca del país, son expresiones de un odio al que no escapan ni los objetos inanimados, sábanas y cubiertos de la Fundación incinerados y fundidos porque llevan estampado ese nombre que se concibe como demoníaco. Toda una obra social se destruye, se llega a cegar piscinas populares que evocan el ‘hecho maldito’, el humanismo liberal retrocede a fondos medievales: pocas veces se ha visto aquí ese odio, pocas veces se han enfrentado con tanta claridad dos clases sociales”[18]. A partir de estos sucesos, propios de una segunda Década Infame, la vida de Arturo Jauretche adquirió una nueva dimensión. Y, así, abogó por la reconstrucción del movimiento nacional y popular. Respaldó el gobierno de Arturo Frondizi hasta que el líder radical defraudó sus esperanzas. Avaló el retorno del peronismo. Escribió sus ensayos[19]. Y Ejerció la presidencia de la Editorial Universitaria de Buenos Aires durante un tiempo. A esa altura de su existencia, ya sabía con certeza que el proceso de la colonización cultural había tenido como piedra fundacional a una zoncera: civilización y barbarie. “En tren de clasificación, la zoncera de Civilización y barbarie es una zoncera intrínseca, porque no nace del falseamiento de hechos históricos ni ha sido creada como un medio aunque después resultase el medio por excelencia, ni se apoya en hechos falsos. Es totalmente conceptual, una abstracción antihistórica, curiosamente creada por gente que se creía historicista, como síntesis de otras abstracciones”. “Plantear el dilema de los opuestos Civilización y barbarie e identificar a Europa con la primera y a América con la segunda, lleva implícita y necesariamente a la necesidad de negar América para afirmar Europa, pues una y otra son términos opuestos: cuanto más Europa más civilización; cuanto más América más barbarie; de donde resulta que progresar no es evolucionar desde la propia naturaleza de las cosas, sino derogar la naturaleza de las cosas para sustituirla”[20]. Don Arturo falleció en la ciudad de Buenos Aires, el 25 de mayo de 1974, a los setenta y dos años de edad. Siguió los pasos de Carlos Mugica. Y, sin imaginarlo, anticipó los de Juan Domingo Perón, Rodolfo Ortega Peña y Juan José Hernández Arregui.


[1] Arturo Jauretche nació el 13 de noviembre de 1901, en la ciudad de Lincoln, provincia de Buenos Aires.

[2] Norma sancionada el 26 de noviembre de 2003 y promulgada el 29 de diciembre del mismo año.

[3] La Década Infame fue denominada de ese modo por el título de un libro de José Luís Torres.

[4] Arturo Jauretche defendió la neutralidad del país durante la Guerra Civil Española y la Segunda Guerra Mundial y, más tarde, el abandono de la pocisión neutralista con el objeto de eludir la presión norteamericana y soviética.

[5] David Alfaro Siqueiros pintó este mural, con la colaboración de Antonio Berni, Juan Carlos Castagnino y Lino Spilimbergo, dentro del sótano de una quinta que pertenecía a Natalio Botana: el fundador del diario Crítica.

[6] En Manifestación, un cartel, que es llevado por las personas que aparecen en el fondo del cuadro, dice: Pan y trabajo. Esto nos remite inevitablemente a Sin pan y sin trabajo: una pintura de Ernesto de la Cárcova, realizada cuarenta años antes.

[7] Expresión acuñada por Arturo Jauretche.

[8] El 1 de mayo de 1933, en la ciudad de Londres, Julio Argentino Roca (hijo), vicepresidente de la República Argentina, y Walter Runciman, ministro de comercio del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, complementaron el Tratado de Amistad, Comercio y Navegación del 2 de febrero de 1825, mediante la firma de la Convención y el Protocolo sobre Intercambio Comercial. Dicho acto, que fue aprobado por la Ley N° 11.693, quedó en la historia como el Tratado Roca - Runciman. Según lo acordado por las partes firmantes, Gran Bretaña se comprometió a importar trimestralmente una cantidad determinada de carne enfriada. A su vez, la Argentina se obligó, entre otras cuestiones, a garantizar el pago de la deuda externa y la remisión de las ganancias de las empresas británicas que operaban en el país, con las libras esterlinas que provenían de las exportaciones; y a reservar el ochenta y cinco por ciento del mercado cárnico, para los frigoríficos británicos y estadounidenses, en detrimento de los frigoríficos nacionales. Tras la formalización de este entendimiento, Julio Argentino Roca dijo que la Argentina era una parte integrante del imperio británico. Y Guillermo F. Leguizamón, por su lado, agregó que el país era una de las joyas más preciadas de la corona de su Graciosa Majestad. Evidentemente, el Tratado tuvo la finalidad de proteger los intereses de los productores de carne vacuna para enfriado, es decir, de los terratenientes invernadores de la Pampa Húmeda, a costa de la profundización de la dependencia económica y política del país.

[9] En realidad, Ramón Valdéz Cora trató de asesinar a Lisandro de la Torre: senador de la Provincia de Santa Fe que había involucrado a Federico Pinedo, Ministro de Hacienda, y a Luis Duhau, Ministro de Agricultura, en el asunto de las carnes. Pero, Enzo Bordabehere cubrió a Lisandro de la Torre con su cuerpo. Y, por ello, murió en su lugar.

[10] RAUL SCALABRINI ORTIZ, El hombre que está solo y espera, Editorial Plus Ultra, Buenos Aires, 1973, p. 76.

[11] ENRIQUE SANTOS DISCEPOLO, Cambalache; en JOSE GOBELLO (edición), Letras de tangos. Selección (1897-1981), Nuevo Siglo, Buenos Aires, 1995, ps. 209-211. En una parte de la letra de este tango, Enrique Santos Discépolo combinó magistralmente los nombres de un estafador profesional (Serge Alexandre Stavisky); un sacerdote (Don Bosco); un personaje de Johann Wolfgang von Goethe (Mignon); un mafioso de la ciudad de Rosario, la Chicago argentina, que fue conocido como Don Chicho (Juan Galiffi); un emperador (Napoleón Bonaparte); un boxeador de dimensiones gigantescas que fue campeón mundial de los pesos pesados (Primo Carnera); y un general (José de San Martín); evidenciando de ese modo el relativismo moral de la época. Pero, tal temática no apareció dentro de su repertorio con esta obra. Por ejemplo, en Yira yira, había dicho: “Verás que todo el mentira, / verás que nada es amor, / que al mundo nada le importa... / ¡Yira!... ¡Yira!... / Aunque te quiebre la vida, / aunque te muerda un dolor, / no esperes nunca una ayuda, / ni una mano, ni un favor”. ENRIQUE SANTOS DISCEPOLO, Yira yira (www.todotango.com). Y, en Qué sapa señor, había expresado: “¡Qué "sapa", Señor... / que todo es demencia!... / Los chicos ya nacen / por correspondencia, / y asoman del sobre / sabiendo afanar... / Los reyes temblando / remueven el mazo / buscando un "yobaca" / para disparar, / y en medio del caos / que horroriza y espanta: / la paz está en yanta / ¡y el peso ha bajao!...”. ENRIQUE SANTOS DISCEPOLO, Qué sapa señor (www.todotango.com).

[12] ARTURO JAURETCHE, Ejército y política, Corregidor, Buenos Aires, 2008, ps. 57-58.

[13] ARTURO JAURETCHE, El medio pelo en la sociedad argentina (Apuntes para una sociología nacional), Peña Lillo Editor, Buenos Aires, 1987, ps. 45-46.

[14] ARTURO JAURETCHE, Ejército y…, p. 67. No debemos olvidar que dichos efectivos contribuyeron de una manera decisiva a la destrucción del Paraguay durante el desarrollo de la Guerra de la Trilple Alianza y, con ello, a la prolongación de la obra iniciada despues de la Batalla de Caseros. “La Guerra del Paraguay es la secuela fatal de Caseros. Destruido el antemural que constituyó la Confederación para la defensa de los limítrofes países hispanoamericanos, Brasil continúa su política de la extensión batiendo las partes. El gobierno de los blancos en el Uruguay y el poder adquirido bajo Solano López, constituyen un obstáculo al avance brasileño y al mismo tiempo un peligro para el orden instaurado por Mitre en el territorio de la antigua Confederación. La alianza entre el Brasil, el mitrismo y los colorados uruguayos es consecuencia lógica de la política inaugurada en Caseros, pero las finalidades son distintas, como entonces, para el Brasil y para sus aliados facciosos. Mientras Brasil persigue finalidades nacionales, no de partido, Mitre y los colorados uruguayos sólo persiguen finalidades facciosas, de hegemonía partidaria. Las consecuencias son similares a las de Caseros: la destrucción del Paraguay y la derrota de los blancos de la Banda Oriental le significa al Brasil aumentos territoriales sobre ambos vecinos, pero, sobre todo, ventajas estratégicas desde el libre acceso fluvial al Matto Grosso a la desaparición de una nación poderosa que amenazaba su flanco sobre la costa atlántica y podía interferir en su marcha hacia el oeste. Esto está claramente establecido en el pensamiento públicamente expresado por los políticos brasileños y del mitrismo: lo que importa para éstos es la conservación del orden liberal y el mantenimiento de la libertad de comercio”. ARTURO JAURETCHE, Ejército y…, ps. 69-70.

[15] ARTURO JAURETCHE, Política nacional y revisionismo histórico, Peña Lillo Editor, Buenos Aires, 1982, ps. 18-19.

[16] MIGUEL BONASSO, Recuerdo de la muerte, Planeta, Buenos Aires, 1994, ps. 36-37.

[17] MIGUEL BONASSO, Recuerdo de…, p. 38. Lo expuesto por Miguel Bonasso en los fragmentos precedentes, reproduce el estilo de lo escrito por Raúl Scalabrini Ortiz, respecto del 17 de octubre de 1945. “[…] El sol caía a plomo cuando las primeras columnas de obreros comenzaron a llegar. Venían con su traje de fajina, porque acudían directamente de sus fábricas y talleres. No era esa muchedumbre un poco envarada que los domingos invade los parques de diversiones con hábito de burgués barato. Frente mis ojos desfilaban rostros, brazos membrudos, torsos fornidos, con las greñas al aire y las vestiduras escasas cubiertas de pringues, de restos de breas, grasas y aceites. Llegaban cantando y vociferando, unidos en la impetración de un solo nombre: Perón. Era la muchedumbre más heteróclita que la imaginación puede concebir. Los rastros de sus orígenes se traslucían en sus fisonomías. El descendiente de meridionales europeos iba junto al rubio de trazos nórdicos y al trigueño de pelo duro en que la sangre de un indio lejano sobrevivía aún […]”. “[…] Venían de las usinas de Puerto Nuevo, de los talleres de Chacarita y Villa Crespo, de las manufacturas de San Martín y Vicente López, de las fundiciones y acerías del Riachuelo, de las hilanderías de Barracas. Brotaban de los pantanos de Gerli y Avellaneda o descendían de las Lomas de Zamora. Hermanados en el mismo grito y en la misma fe iban el peón de campo de Cañuelas y el tornero de precisión, el fundidor, el mecánico de automóviles, la hilandera y el peón. Era el subsuelo de la patria sublevado […]”. RAUL SCALABRINI ORTIZ, Los enemigos del pueblo argentino, conferencia pronunciada en el Instituto Hipólito Yrigoyen de la ciudad de Mercedes, en la Provincia de Buenos Aires, el 3 de julio de 1948; en RAUL SCALABRINI ORTIZ, Yrigoyen y Perón, Editorial Plus Ultra, Buenos Aires, 1972, ps. 26-27.

[18] RODOLFO WALSH, Operación masacre, Planeta, Buenos Aires, 1996, ps. 237-238. José Gobello sintetizó el horror de ese momento con unos versos extraordinarios. “De cara hacia la noche sin límites del campo, / Las manos a la espalda, se yerguen los valientes, / Los laureles se asombran en las selvas lejanas / Y el presidente duerme”. / “Tras de las bocas mudas laten hondos clamores... / –¡Cumplan con su deber y que ninguno tiemble / de frío ni de miedo! En una alcoba tibia / El presidente duerme”. JOSE GOBELLO, El Presidente Duerme; en DANIEL BRION, El presidente duerme. Fusilados en junio de 1956. La generación de una causa, Editorial Dunken, Buenos Aires, 2001 ps. 107-108.

[19] Además de su poema Paso de los Libres y de sus artículos periodísticos, debemos a su capacidad creativa: El Plan Prebisch; Los profetas del odio y La yapa; Ejército y política; Política nacional y revisionismo histórico; Prosa de hacha y tiza; FORJA y la Década Infame; Filo, contrafilo y punta; El medio pelo en la sociedad argentina; Manual de zonceras argentinas; Mano a mano entre nosotros; Pantalones cortos; etc.

[20] ARTURO JAURETCHE, Manual de zonceras argentinas, Corregidor, Buenos Aires, 2002, p. 29. Una de las zonceras más extraordinarias del Manual de zonceras argentinas es la que tiene el título El hombre que se adelantó a su tiempo. De acuerdo a Arturo Jauretche, Bartolomé Mitre no quiso mostrar a Bernardino Rivadavia como un hombre que había actuado a destiempo, al concebir ideas y ejecutar acciones en medio de condiciones que no eran propicias para el desarrollo de las mismas. Y, por eso, inventó que él había sido un hombre que se había adelantado a su tiempo. El desarrollo de esta zoncera es impecable. Pero, la historia de Cantaluppi, que aparece en una nota al pie con el fin de reforzar su argumentación, resulta imperdible: “Rivadavia no fue el único que se adelantó a su tiempo”. “El viejo Cantaluppi, chacarero de mis pagos, la pegó en una cosecha, allá por los años 20. En esa época los almacenes de ramos generales eran los que bancaban a los chacareros a cambio de reservarse el acopio de la producción, con lo que saldaban sus créditos contra éstos. Cuando quedaba algún margen para la chacra, se apuraban a encajarle ‘novedades’ para que empezase endeudado el nuevo año”. “Así fue como le vendieron a Cantaluppi la primera heladera eléctrica que llegó al pueblo”. “Contando con ella, el viejo Cantaluppi retardó hasta principios del verano la matanza de sus dos chanchos anuales, pues contaba con la refrigeración para mantener frescas las morcillas —famosas morcillas a la vasca, a la piamontesa, etc., dulces, saladas, picantes, con arroz, con pasas, etc., y demás variantes—“. “Invitó a sus amigos del pueblo para la tradicional morcilleada y aquí vino el drama pues al abrir la heladera se descubrió que todo estaba podrido”. “[…] ignoraba que la heladera eléctrica funciona con electricidad, cosa que lógicamente faltaba en la chacra”. “La heladera y las morcillas podridas de Cantaluppi dieron tema para todo el año. Los chiquilines, cuando el viejo entraba al pueblo con su Ford de bigotes, le gritaban: —‘¿Está calda la heladera, Cantaluppi?’. Lo ‘cargaban’ en todas partes, y más en la casa de ramos generales que le había vendido el aparato, hasta que un día el viejo metió la heladera en el de ‘bigotes’, la bajó en la puerta del almacén y la hizo chatarra con el martillo pilón de la herrería de al lado”. “Pero nadie dijo en el pueblo que Cantaluppi era el hombre que se adelantó a su tiempo”. Este relato breve, magnífico y desopilante tiene un agregado que funciona a manera de corolario: “En todas las escuelas cuando la maestra pregunta: —‘¿Quién fue el hombre que se adelantó a su tiempo?’, los niños contestan a coro: —‘¡Rivadavia!’”. “En mi pueblo no lo preguntan, pues puede haber algún niño malo (revisionista) que conteste: —‘¡Cantaluppi!’”. ARTURO JAURETCHE, Manual de…, ps. 136-137.