DON ARTURO
Elías Quinteros
I
La institución del 13 de noviembre como Día
del Pensamiento Nacional, en homenaje al nacimiento de Arturo Jauretche[1], por la Ley Nº 25.844[2], nos obliga a escribir
unas líneas sobre este abogado, político, revolucionario, funcionario público,
poeta y ensayista que visibilizó el coloniaje económico y cultural que mantenía
a la Argentina
en un estado de subordinación y dependencia y que, además, sostuvo la necesidad
de la creación de un pensamiento que —a diferencia de las ideas que eran difundidas
por las oficinas gubernamentales, las aulas universitarias y los medios
publicitarios e informativos de su tiempo—, reflejase la realidad nacional. De
un modo lógico, el inicio de su trascendencia intelectual y política coincidió
con la aparición de una agrupación yrigoyenista que fue conocida como Fuerza de
Orientación Radical de la
Joven Argentina (FORJA), en medio de la Década Infame[3]: un período histórico
que se extendió desde el derrocamiento de Hipólito Yrigoyen (6 de septiembre de
1930), hasta el derrocamiento de Ramón Castillo (4 de junio de 1943). Esta Década,
que duró más de diez años, influyó de una forma notable en la sociedad local.
Durante su desarrollo, los argentinos sufrieron los efectos de la Gran Depresión, la Guerra Civil Española
y la Segunda Guerra
Mundial[4]. Vieron la
construcción del Edificio Kavanagh y el Obelisco. Supieron de la realización de
Ejercicio Plástico, por David Alfaro Siqueiros[5]; y de la creación de Desocupados
y Manifestación, por Antonio Berni[6]. Se emocionaron con la La guerra gaucha, de Lucas
Demare. Lloraron la muerte de Hipólito Yrigoyen, Carlos Gardel, Lola Mora,
Horacio Quiroga, Leopoldo Lugones, Alfonsina Storni, Lisandro de la Torre y Roberto Arlt.
Padecieron el gobierno de la
Concordancia (alianza formada por los conservadores, los
radicales antipersonalistas y los socialistas independientes). Y, en especial,
fueron testigos de una serie de hechos escandalosos que representaron la
concreción del Estatuto Legal del Coloniaje[7]: la firma del Tratado
Roca – Runciman[8]; el hallazgo de los
libros contables del frigorífico Anglo, dentro de unas cajas de carne enfriada
que se encontraban en el interior de las bodegas del Norman Star; el asesinato
del senador Enzo Bordabehere en el Congreso Nacional, por el ex comisario Ramón
Valdéz Cora[9]; la creación de la Corporación de Transportes
de la Ciudad
de Buenos Aires con el propósito de proteger al transporte ferroviario de
origen británico, de la competencia del transporte automotor; la prórroga de la
concesión que beneficiaba a la Compañía Hispano Americana de Electricidad; y el
negociado que implicó la adquisición de las tierras de El Palomar que
posibilitaron la ampliación del Colegio Militar de la Nación.
Como consecuenca de la crisis moral y
social que afectaba a la nación en ese momento, en El hombre que está solo y
espera, Raúl Scalabrini Ortiz escribió: “[…] La naturaleza material del país
está en proyecto y los problemas son infinitos y de una complejidad tan
multiforme que ninguna inteligencia capta en conjunto. Nadie puede vaticinar lo
contingible. Los especuladores más logreros y versados se arruinan en la
compraventa de tierras y gañanes sin más mérito que la tenencia de las propiedades,
que adquirieron por nada, se enriquecen. En Buenos Aires son impresumibles las
rutas del porvenir. Se estudia medicina y se termina en comisionista de bolsa.
Se cursan carreras de jurisprudencia y se concluye en asuntos de agronomía en
algún conchabo de la defensa agrícola. Practica el comercio de importación de
manufacturas extranjeras y acaba de comprador de ganado en un frigorífico. Nace
hijo de estanciero millonario y se ve conminado a merodear ventas de
automóviles a plazos. En el caos inextricable de la vida porteña, la
inteligencia es incapaz de soluciones […]”[10].
Y, en Cambalache, Enrique Santos Discépolo afirmó sin ninguna clase de atenuantes:
“¡Qué falta de respeto! ¡Qué atropello / a la razón! / ¡Cualquiera es un señor!
/ ¡Cualquiera es un ladrón! / Mezclaos con Stavisky / van Don Bosco y la Mignon, / Don Chicho y Napoleón,
/ Carnera y San Martín, / igual que en la vidriera irrespetuosa / de los cambalaches
/ se ha mezclao la vida / y, herida por un sable sin remache / ves llorar la Biblia contra un calefón”[11].
II
Según Arturo Jauretche, la situación de la Argentina durante ese
período histórico constituía el acto final de un proceso que había comenzado
ocho décadas antes, tras la batalla de Caseros. En otras palabras, la caída de
Juan Manuel de Rosas había posibilitado la modificación del panorama institucional
de la Argentina;
el predominio de los intereses económicos de Gran Bretaña; la reanudación de la
expansión territorial del Brasil hacia el sur y hacia el oeste, a costa de los
países limítrofes; y, por último, la desaparición del sueño americano de la Patria Grande, en la
región del Río de la Plata.
“Si para los liberales y unitarios la caída de Rosas y la Confederación significaba
un cambio institucional y la posibilidad de un nuevo ordenamiento jurídico,
para los intereses económicos de Gran Bretaña significó la destrucción de todo
freno a su política de libertad de comercio y la creación de las condiciones de
producción a que aspiraba. Para Brasil fue cosa fundamental. Derrotado siempre
en las batallas navales y terrestres, Brasil tenía conciencia clara de que su
marcha hacia el sur y hacia el oeste estaría frenada mientras la política
nacional de la Patria
Grande subsistiera en el Río de la Plata. Era necesario
voltear a Rosas, que la representaba, y sustituirlo en el poder por los
ideólogos que odiaban la extensión y que serían los mejores aliados de la
política brasileña, destruyendo al mismo tiempo toda perspectiva futura de
reintegración al seno común de los países del antiguo virreinato. Caseros
significa así, en el orden político internacional, la consolidación de las
disgregaciones oriental, altoperuana y paraguaya y las manos libres para su
expansión definitiva sobre los países hispanoamericanos limítrofes, de los que la Confederación
constituía el antemural”[12]. En la configuración
paulatina de este cuadro, la burguesía local —una burguesía que había tratado
de ser como las aristocracias europeas, en lugar de ser como las burguesías
estadounidense y alemana—, había tenido una responsabilidad fundamental e indisimulable.
“[…] la burguesía inmediata a Caseros fue incapaz de continuar el papel económico
señalado por Juan Manuel de Rosas. Puede ella justificar su incapacidad para cumplirlo
en la gravitación de las ideologías, en la caída del pensamiento nacional, en
la conducción política en manos del odio que quería borrar todo el pasado, y en
su propia debilidad económica para emprender en ese momento la tarea”. “Pero la
situación es muy distinta del 80 en adelante; esa burguesía se encuentra
bruscamente enriquecida y plena de poder. Tiene conductores políticos que
señalan un rumbo de economía nacional; las provincias pesan en las decisiones
del Estado; sólo le basta asumir su papel como burguesía ilustrándose con el
ejemplo de sus congéneres contemporáneas de los EE.UU. y de Alemania. Y, sin embargo,
no lo cumple; por el contrario, absorbe en sus filas a los políticos y pensadores
que pudieron ser sus mentores, los incorpora a sus intereses y los somete a las
pautas de su status imponiéndoles, junto con su falta de visión histórica, la
subordinación a los intereses extranjeros que la dirigen”. “[...] esa burguesía
de los descendientes de los Pizarro de la vara de medir prefiere creerse una
aristocracia. Es la alta clase ausentista que reproduce en sus estancias los
manors británicos y en sus palacios a la francesa el estilo de la alta sociedad
parisiense. Es la burguesía ausentista que sube, en París y en Londres, la escalera
del refinamiento finisecular después de haber saltado los escalones del rastacuero
y se identifica con las grandes metrópolis del placer, la cultura, el dinero;
entrega a sus hijos a manos de ‘misses’ y ‘mademoiselles’ o a colegios pensionados
de dirección extranjera, cuando no extranjeros directamente; se desentiende de
la conducción del país, que deja en manos de protegidos de segunda fila –con
todo, mejores que ella, porque no se han descastado totalmente–. Imita a la
burguesía norteamericana en el dispendio y le disputa el matrimonio de sus
hijas con los títulos de la nobleza tronada. Pero pretende ser una aristocracia,
a diferencia de la ‘yanqui’, que en su simplicidad arrogante se afirma como burguesía”[13].
La consolidación política de esta
burguesía había sido la obra de los ejércitos de Bartolomé Mitre: los mismos
que habían obedecido a los uruguayos José Miguel Arredondo, Venacio Flores,
Pablo Irrazábal, Wenceslao Paunero, Ignacio Rivas y Ambrosio Sandes. “Los
ejércitos que Mitre mandó al interior no eran nacionales, ni por su política ni
por su composición, ni por sus comandos; eran uruguayos del bando brasilerista.
Paunero, Sandes, Arredondo, Flores, Irrazábal, Rivas, guapos y esmerados degolladores
de nuestros gauchos, que todavía seguían vengando sus derrotas como aliados del
extranjero, contra la
Confederación, y de paso limpiando el suelo de individuos
rebeldes, inaptos para el avance hacia las fronteras interiores, para el
progreso a toda costa de la granja reclamada por Gran Bretaña. La sangre que
oxidaba las moharras de sus lanzas, era toda argentina. Esas lanzas no conocían
la sangre extranjera y nunca defendieron las fronteras nacionales; entraron
volteándolas. Ese ejército fue el plantel de la guerra del Paraguay. Era el
ejército de una facción para la guerra pro-Brasil de esa facción; un episodio,
el más sangriento, de la política luso-brasileña de disgregación del Virreinato
del Río de la Plata
y la destrucción de nuestra Patria Grande […][14]”.
Pero, su consolidación cultural había requerido algo más. Había necesitado una
sistematización de la historia o, expresado de otra forma, una política de la
historia que emplease los medios de formación del pensamiento para impedir la
construcción de una conciencia nacional. “Aquí ha habido una sistematización
sin contradicciones, perfectamente dirigida. Ha habido una sistemática de la historia
concebida después de Caseros y que no puede explicarse por la simple
coincidencia de historiadores y difusores. No basta decir, por ejemplo, que los
vencedores de Caseros y su más alta figura en la materia, Bartolomé Mitre,
construyeron una historia falsa y que la desfiguración es el producto de la
simple continuidad de una escuela histórica por ellos fundada”. “Una escuela
histórica no puede organizar todo un mecanismo de la prensa, del libro, de la
cátedra, de la escuela, de todos los medios de formación del pensamiento,
simplemente obedeciendo el capricho del fundador. Tampoco puede reprimir y silenciar
las contradicciones que se originan en su seno, y menos las versiones opuestas
que surgen de los que demandan la revisión. Sería pueril creerlo y sobre todo
antihistórico”. “No es pues un problema de historiografía, sino de política; lo
que se nos ha presentado como historia es una política de la historia, en que
ésta es sólo un instrumento de planes más vastos destinados precisamente a
impedir que la historia, la historia verdadera, contribuya a la formación de
una conciencia histórica nacional que es la base necesaria de toda política de la Nación. Así, pues, de
la necesidad de un pensamiento político nacional ha surgido la necesidad del
revisionismo histórico. De tal manera el revisionismo se ve obligado a superar
sus fines exclusivamente históricos, como correspondería si el problema fuera
sólo de técnica e investigación, y apareja necesariamente consecuencias y
finalidades políticas”[15].
III
Por su actuación al frente de la
presidencia del Banco de la
Provincia de Buenos Aires durante el primer gobierno de Juan
Domingo Perón, Arturo Jauretche fue víctima de la Revolución Libertadora:
uno de los acontecimientos más trágicos de la historia del país que tuvo como
antecedente el bombardeo de la
Plaza de Mayo y como secuela la represión del levantamiento
del general Juan José Valle. En Recuerdo de la muerte, Miguel Bonasso describió
de un modo magistral los pormenores del primero de esos sucesos. “Con el
pretexto de un homenaje al Libertador San Martín, la aviación Naval primero y la Aeronáutica después,
convirtieron una exhibición aérea en el bombardeo sorpresivo a una ciudad
abierta”. “La sorpresa del primer ataque demoró la respuesta. Una vez
repuestos, los mandos leales comenzaron a desplegar baterías antiaéreas y cazas
que partieron en persecución de los atacantes. Sin embargo los conspiradores no
cejaron en su empeño y fueron renovando sus incursiones aéreas hasta bien
entrada la tarde. La metralla de los aviones picó el frente de la Rosada, de la Secretaría de Hacienda,
del Banco Hipotecario y, fuera del perímetro de la Plaza de Mayo, algunos otros
objetivos como la
Residencia Presidencial, ubicada unos kilómetros al norte en
la aristocrática Avenida del Libertador”. “Al comienzo la población civil sólo
jugó un papel pasivo de víctima inocente. En las primeras horas de la tarde, el
Secretario General de la CGT
hizo un llamamiento a la movilización y un nuevo fenómeno sacudió las
conciencias de los curiosos, de los abúlicos y hasta de algunos opositores: los
obreros fueron abandonando las fábricas y emprendieron una marcha temeraria
hacia la central de los trabajadores. Los escasos testigos no podían creer lo
que estaban viendo: largas hileras de toda clase de vehículos iban
transportando a la misma gente que había producido el 17 de octubre. Cantaban la Marcha Peronista
y alzaban contra el cielo lo poco que tenían a mano: una pistola 22, una
escopeta, un palo o simplemente el puño amenazante. Era un ejército
heterogéneo, uniformado por las ropas de trabajo sobre las que se habían echado
un abrigo de paño burdo o un suéter. Tenían todas las edades, todas las caras,
todas las razas. El rostro curtido por el sol, la palidez de los galpones, la
señas visibles de la Italia
del Norte y el Sur, de Galicia, el recuerdo cobrizo de los antepasados indios,
el bigote poblado de los criollos. Venían manchados de cal, de cemento, de la
grasa de los talleres. Era carne lacerada por los madrugones, por la sordidez
de los barrios del sur o de los vagones de segunda clase, que venía a defender
su dignidad humana […]”[16]. “[…] muchos llegaron
a la Plaza
coreando: ‘La vida por Perón‘. Y la vieja consigna no sonaba retórica cuando
los aviones (esta vez de la
Aeronáutica) se zambullían haciendo piruetas por las calles
del centro. El espectáculo que vieron las primeras avanzadas fue sobrecogedor:
sangre, heridos, muertos, un trolebús totalmente perforado por las balas, cuerpos
calcinados y miedo en la cara de los soldados”. “Clamaban por armas que el Ejército
leal se resistía a entregarles. La mayoría asistía impotente a la carnicería
aérea y el combate terrestre. Los menos consiguieron un máuser para disparar
sin orden ni concierto, amparándose en los portales de las recovas. Los viejos
ayudaban como podían. Algunos empujaban la cureña de los cañones cuesta abajo
[…]”[17].
A su vez, en Operación masacre, Rodolfo
Walsh explicitó las razones del hecho enunciado en segundo lugar. “La matanza
de junio ejemplifica pero no agota la perversidad de ese régimen. El gobierno
de Aramburu encarceló millares de trabajadores, reprimió cada huelga, arrasó la
organización sindical. La tortura se masificó y se extendió a todo el país. El
decreto que prohíbe nombrar a Perón o la operación clandestina que arrebata el
cadáver de su esposa, lo mutila y lo saca del país, son expresiones de un odio
al que no escapan ni los objetos inanimados, sábanas y cubiertos de la Fundación incinerados y
fundidos porque llevan estampado ese nombre que se concibe como demoníaco. Toda
una obra social se destruye, se llega a cegar piscinas populares que evocan el
‘hecho maldito’, el humanismo liberal retrocede a fondos medievales: pocas
veces se ha visto aquí ese odio, pocas veces se han enfrentado con tanta
claridad dos clases sociales”[18]. A partir de estos
sucesos, propios de una segunda Década Infame, la vida de Arturo Jauretche
adquirió una nueva dimensión. Y, así, abogó por la reconstrucción del
movimiento nacional y popular. Respaldó el gobierno de Arturo Frondizi hasta
que el líder radical defraudó sus esperanzas. Avaló el retorno del peronismo.
Escribió sus ensayos[19]. Y Ejerció la
presidencia de la Editorial Universitaria
de Buenos Aires durante un tiempo. A esa altura de su existencia, ya sabía con
certeza que el proceso de la colonización cultural había tenido como piedra
fundacional a una zoncera: civilización y barbarie. “En tren de clasificación,
la zoncera de Civilización y barbarie es una zoncera intrínseca, porque no nace
del falseamiento de hechos históricos ni ha sido creada como un medio aunque
después resultase el medio por excelencia, ni se apoya en hechos falsos. Es
totalmente conceptual, una abstracción antihistórica, curiosamente creada por
gente que se creía historicista, como síntesis de otras abstracciones”.
“Plantear el dilema de los opuestos Civilización y barbarie e identificar a
Europa con la primera y a América con la segunda, lleva implícita y necesariamente
a la necesidad de negar América para afirmar Europa, pues una y otra son
términos opuestos: cuanto más Europa más civilización; cuanto más América más
barbarie; de donde resulta que progresar no es evolucionar desde la propia
naturaleza de las cosas, sino derogar la naturaleza de las cosas para
sustituirla”[20]. Don Arturo falleció
en la ciudad de Buenos Aires, el 25 de mayo de 1974, a los setenta y dos años
de edad. Siguió los pasos de Carlos Mugica. Y, sin imaginarlo, anticipó los de
Juan Domingo Perón, Rodolfo Ortega Peña y Juan José Hernández Arregui.
[1] Arturo Jauretche nació el 13 de
noviembre de 1901, en la
ciudad de Lincoln, provincia de Buenos Aires.
[2] Norma sancionada el 26 de noviembre
de 2003 y promulgada el 29 de diciembre del mismo año.
[3] La Década
Infame fue denominada de ese modo por el título de un
libro de José Luís Torres.
[4] Arturo Jauretche defendió
la neutralidad del país durante la Guerra Civil Española y la Segunda Guerra
Mundial y, más tarde, el abandono de la pocisión neutralista con el objeto de
eludir la presión norteamericana y
soviética.
[5] David Alfaro Siqueiros
pintó este mural, con la colaboración de Antonio
Berni, Juan Carlos Castagnino y Lino Spilimbergo, dentro del sótano de
una quinta que pertenecía a Natalio Botana: el fundador del diario Crítica.
[6] En Manifestación, un cartel, que es llevado por las personas que aparecen en el
fondo del cuadro, dice: Pan y trabajo. Esto nos remite inevitablemente a Sin pan y sin trabajo: una pintura de
Ernesto de la Cárcova,
realizada cuarenta años antes.
[7] Expresión acuñada por Arturo Jauretche.
[8] El 1 de mayo de 1933, en la ciudad
de Londres, Julio Argentino Roca (hijo), vicepresidente de la República Argentina,
y Walter Runciman, ministro de comercio del Reino Unido de Gran Bretaña e
Irlanda del Norte, complementaron el Tratado
de Amistad, Comercio y Navegación del 2 de febrero de 1825, mediante la
firma de la Convención y el Protocolo sobre Intercambio Comercial.
Dicho acto, que fue aprobado por la Ley N° 11.693, quedó en la
historia como el Tratado Roca - Runciman.
Según lo acordado por las partes firmantes, Gran Bretaña se comprometió a importar
trimestralmente una cantidad determinada de carne enfriada. A su vez, la Argentina se obligó,
entre otras cuestiones, a garantizar el pago de la deuda externa y la remisión
de las ganancias de las empresas británicas que operaban en el país, con las
libras esterlinas que provenían de las exportaciones; y a reservar el ochenta y
cinco por ciento del mercado cárnico, para los frigoríficos británicos y
estadounidenses, en detrimento de los frigoríficos nacionales. Tras la
formalización de este entendimiento, Julio Argentino
Roca dijo que la Argentina
era una parte integrante del imperio
británico. Y Guillermo F. Leguizamón, por su lado, agregó que el país era
una de las joyas más preciadas de la
corona de su Graciosa Majestad. Evidentemente, el Tratado tuvo la finalidad de proteger los intereses de los
productores de carne vacuna para enfriado, es decir, de los terratenientes
invernadores de la Pampa Húmeda,
a costa de la profundización de la dependencia
económica y política del país.
[9] En realidad, Ramón Valdéz Cora
trató de asesinar a Lisandro de la
Torre: senador de la Provincia de Santa Fe que había involucrado a
Federico Pinedo, Ministro de Hacienda, y a Luis Duhau, Ministro de Agricultura,
en el asunto de las carnes. Pero, Enzo Bordabehere
cubrió a Lisandro de la Torre
con su cuerpo. Y, por ello, murió en su lugar.
[10] RAUL SCALABRINI ORTIZ, El hombre que está solo y espera,
Editorial Plus Ultra, Buenos Aires, 1973, p. 76.
[11] ENRIQUE SANTOS DISCEPOLO, Cambalache; en JOSE GOBELLO (edición), Letras de tangos. Selección (1897-1981),
Nuevo Siglo, Buenos Aires, 1995, ps. 209-211. En una parte de la letra de este
tango, Enrique Santos Discépolo combinó magistralmente los nombres de un
estafador profesional (Serge Alexandre Stavisky); un sacerdote (Don Bosco); un personaje de Johann Wolfgang von Goethe (Mignon); un mafioso
de la ciudad de Rosario, la Chicago argentina, que fue conocido como Don Chicho (Juan Galiffi); un emperador
(Napoleón Bonaparte); un boxeador de dimensiones gigantescas que fue campeón mundial de los
pesos pesados (Primo Carnera); y un general (José de San Martín); evidenciando de ese
modo el relativismo moral de la época. Pero, tal temática no apareció dentro de su repertorio con esta
obra. Por ejemplo, en Yira yira, había
dicho: “Verás que todo el mentira, / verás que nada es
amor, / que al mundo nada le importa... / ¡Yira!... ¡Yira!... / Aunque te
quiebre la vida, / aunque te muerda un dolor, / no esperes nunca una ayuda, /
ni una mano, ni un favor”. ENRIQUE SANTOS DISCEPOLO, Yira yira (www.todotango.com).
Y, en Qué
sapa señor, había expresado: “¡Qué
"sapa", Señor... / que todo es demencia!... / Los chicos ya nacen /
por correspondencia, / y asoman del sobre / sabiendo afanar... / Los reyes
temblando / remueven el mazo / buscando un "yobaca" / para disparar,
/ y en medio del caos / que horroriza y espanta: / la paz está en yanta / ¡y el
peso ha bajao!...”. ENRIQUE
SANTOS DISCEPOLO, Qué sapa señor (www.todotango.com).
[12] ARTURO JAURETCHE, Ejército y política, Corregidor, Buenos
Aires, 2008, ps. 57-58.
[13] ARTURO JAURETCHE, El medio pelo
en la sociedad argentina (Apuntes para una sociología nacional), Peña Lillo
Editor, Buenos Aires, 1987, ps. 45-46.
[14] ARTURO JAURETCHE, Ejército y…, p. 67. No debemos olvidar
que dichos efectivos contribuyeron de una manera decisiva a la destrucción del
Paraguay durante el desarrollo de la
Guerra de la Trilple
Alianza y, con ello, a la prolongación de la obra iniciada
despues de la Batalla
de Caseros. “La Guerra del Paraguay es la
secuela fatal de Caseros. Destruido el antemural que constituyó la Confederación para
la defensa de los limítrofes países hispanoamericanos, Brasil continúa su
política de la extensión batiendo las partes. El gobierno de los blancos en el
Uruguay y el poder adquirido bajo Solano López, constituyen un obstáculo al
avance brasileño y al mismo tiempo un peligro para el orden instaurado por
Mitre en el territorio de la antigua Confederación. La alianza entre el Brasil,
el mitrismo y los colorados uruguayos es consecuencia lógica de la política
inaugurada en Caseros, pero las finalidades son distintas, como entonces, para
el Brasil y para sus aliados facciosos. Mientras Brasil persigue finalidades
nacionales, no de partido, Mitre y los colorados uruguayos sólo persiguen
finalidades facciosas, de hegemonía partidaria. Las consecuencias son similares
a las de Caseros: la destrucción del Paraguay y la derrota de los blancos de la Banda Oriental le
significa al Brasil aumentos territoriales sobre ambos vecinos, pero, sobre
todo, ventajas estratégicas desde el libre acceso fluvial al Matto Grosso a la
desaparición de una nación poderosa que amenazaba su flanco sobre la costa
atlántica y podía interferir en su marcha hacia el oeste. Esto está claramente
establecido en el pensamiento públicamente expresado por los políticos
brasileños y del mitrismo: lo que importa para éstos es la conservación del
orden liberal y el mantenimiento de la libertad de comercio”. ARTURO
JAURETCHE, Ejército y…, ps. 69-70.
[15] ARTURO
JAURETCHE, Política nacional y
revisionismo histórico, Peña Lillo Editor, Buenos Aires, 1982, ps. 18-19.
[17] MIGUEL
BONASSO, Recuerdo de…, p. 38. Lo expuesto por Miguel
Bonasso en los fragmentos precedentes, reproduce el estilo de lo escrito por
Raúl Scalabrini Ortiz, respecto del 17 de octubre de 1945. “[…] El sol caía a plomo cuando las primeras columnas de obreros
comenzaron a llegar. Venían con su traje de fajina, porque acudían directamente
de sus fábricas y talleres. No era esa muchedumbre un poco envarada que los
domingos invade los parques de diversiones con hábito de burgués barato. Frente
mis ojos desfilaban rostros, brazos membrudos, torsos fornidos, con las greñas
al aire y las vestiduras escasas cubiertas de pringues, de restos de breas, grasas
y aceites. Llegaban cantando y vociferando, unidos en la impetración de un solo
nombre: Perón. Era la muchedumbre más heteróclita que la imaginación puede concebir.
Los rastros de sus orígenes se traslucían en sus fisonomías. El descendiente de
meridionales europeos iba junto al rubio de trazos nórdicos y al trigueño de
pelo duro en que la sangre de un indio lejano sobrevivía aún […]”. “[…] Venían
de las usinas de Puerto Nuevo, de los talleres de Chacarita y Villa Crespo, de
las manufacturas de San Martín y Vicente López, de las fundiciones y acerías
del Riachuelo, de las hilanderías de Barracas. Brotaban de los pantanos de
Gerli y Avellaneda o descendían de las Lomas de Zamora. Hermanados en el mismo
grito y en la misma fe iban el peón de campo de Cañuelas y el tornero de
precisión, el fundidor, el mecánico de automóviles, la hilandera y el peón. Era
el subsuelo de la patria sublevado […]”. RAUL SCALABRINI ORTIZ, Los enemigos del pueblo argentino,
conferencia pronunciada en el Instituto Hipólito Yrigoyen de la ciudad de
Mercedes, en la Provincia
de Buenos Aires, el 3 de julio de 1948; en RAUL SCALABRINI ORTIZ, Yrigoyen y Perón, Editorial Plus Ultra,
Buenos Aires, 1972, ps. 26-27.
[18] RODOLFO WALSH, Operación
masacre, Planeta, Buenos Aires, 1996, ps. 237-238. José Gobello sintetizó
el horror de ese momento con unos versos extraordinarios. “De cara hacia la noche sin límites
del campo, / Las manos a la espalda, se yerguen los valientes, / Los laureles
se asombran en las selvas lejanas / Y el presidente duerme”. / “Tras de las
bocas mudas laten hondos clamores... / –¡Cumplan con su deber y que ninguno
tiemble / de frío ni de miedo! En una alcoba tibia / El presidente duerme”. JOSE GOBELLO, El
Presidente Duerme; en DANIEL BRION, El presidente duerme.
Fusilados en junio de 1956. La generación de una causa, Editorial Dunken, Buenos
Aires, 2001
ps. 107-108.
[19] Además de su poema Paso de los
Libres y de sus artículos periodísticos, debemos a su capacidad creativa: El
Plan Prebisch; Los profetas del
odio y La yapa; Ejército y política; Política nacional y
revisionismo histórico; Prosa de hacha y tiza; FORJA y la Década Infame; Filo,
contrafilo y punta; El medio pelo en la sociedad argentina; Manual
de zonceras argentinas; Mano a mano entre nosotros; Pantalones cortos; etc.
[20] ARTURO JAURETCHE, Manual de zonceras argentinas,
Corregidor, Buenos Aires, 2002, p. 29. Una de las zonceras más extraordinarias del Manual de zonceras argentinas es la que tiene el título El hombre que se adelantó a su tiempo. De
acuerdo a Arturo Jauretche, Bartolomé Mitre no quiso mostrar a Bernardino
Rivadavia como un hombre que había actuado a destiempo, al concebir ideas y
ejecutar acciones en medio de condiciones que no eran propicias para el
desarrollo de las mismas. Y, por eso, inventó que él había sido un hombre que
se había adelantado a su tiempo. El desarrollo de esta zoncera es impecable. Pero, la historia
de Cantaluppi, que aparece en una nota al pie con el fin de reforzar su
argumentación, resulta imperdible: “Rivadavia
no fue el único que se adelantó a su tiempo”. “El viejo Cantaluppi, chacarero
de mis pagos, la pegó en una cosecha, allá por los años 20. En esa época los
almacenes de ramos generales eran los que bancaban a los chacareros a cambio de
reservarse el acopio de la producción, con lo que saldaban sus créditos contra
éstos. Cuando quedaba algún margen para la chacra, se apuraban a encajarle
‘novedades’ para que empezase endeudado el nuevo año”. “Así fue como le
vendieron a Cantaluppi la primera heladera eléctrica que llegó al pueblo”.
“Contando con ella, el viejo Cantaluppi retardó hasta principios del verano la
matanza de sus dos chanchos anuales, pues contaba con la refrigeración para
mantener frescas las morcillas —famosas morcillas a la vasca, a la piamontesa,
etc., dulces, saladas, picantes, con arroz, con pasas, etc., y demás variantes—“.
“Invitó a sus amigos del pueblo para la tradicional morcilleada y aquí vino el
drama pues al abrir la heladera se descubrió que todo estaba podrido”. “[…] ignoraba
que la heladera eléctrica funciona con electricidad, cosa que lógicamente
faltaba en la chacra”. “La heladera y las morcillas podridas de Cantaluppi
dieron tema para todo el año. Los chiquilines, cuando el viejo entraba al
pueblo con su Ford de bigotes, le gritaban: —‘¿Está calda la heladera,
Cantaluppi?’. Lo ‘cargaban’ en todas partes, y más en la casa de ramos
generales que le había vendido el aparato, hasta que un día el viejo metió la
heladera en el de ‘bigotes’, la bajó en la puerta del almacén y la hizo
chatarra con el martillo pilón de la herrería de al lado”. “Pero nadie dijo en
el pueblo que Cantaluppi era el hombre que se adelantó a su tiempo”. Este
relato breve, magnífico y desopilante tiene un agregado que funciona a manera
de corolario: “En todas las escuelas
cuando la maestra pregunta: —‘¿Quién fue el hombre que se adelantó a su
tiempo?’, los niños contestan a coro: —‘¡Rivadavia!’”. “En mi pueblo no lo
preguntan, pues puede haber algún niño malo (revisionista) que conteste:
—‘¡Cantaluppi!’”. ARTURO JAURETCHE, Manual
de…, ps. 136-137.
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