miércoles, 2 de junio de 2010

Un respuesta a Beatriz Sarlo. Por Elias Quinteros

REFLEXIONES SOBRE UN ARTICULO PERIODISTICO


Elías Quinteros



En La batalla cultural, una nota que apareció en el diario La Nación, el 29 de abril del año en curso, Beatriz Sarlo, su autora, afirma que el “kirchnerismo se ha caracterizado por la riña con el periodismo no oficialista”. Esta referencia a una parte del periodismo local, a la parte que discrepa con la línea del discurso gubernamental, mediante la expresión no oficialista, en lugar del término independiente, resulta atinada ya que la clase de periodismo que suele recibir esta denominación sólo es independiente con relación al gobierno y, por ende, no lo es con relación al medio periodístico que le brinda su cobertura. Y esto es así porque dicha expresión y dicho término no aluden a la misma realidad. En el primer caso, nos encontramos ante algo que no está con el gobierno. Y, en el segundo, nos hallamos ante algo que no está con el gobierno ni con la oposición, es decir, algo que, por no encontrarse sujeto a ninguna influencia oficial u opositora, procede con objetividad. En cambio, la presentación de la relación que existe entre el gobierno y el periodismo no oficialista con los caracteres de una riña no es afortunada. En primer lugar, la uniformidad de criterios es imposible en la totalidad de las situaciones ya que, de producirse una coincidencia absoluta y constante entre el gobierno y la totalidad de la prensa, el periodismo no oficialista perdería su condición de tal y, por lo tanto, se transformaría en lo opuesto. En segundo término, el gobierno no tiene una relación conflictiva con la totalidad del periodismo no oficialista, aunque algunos exponentes de este periodismo traten de persuadirnos de lo contrario, para que todos creamos que la actual administración atenta contra el libre ejercicio de esta actividad. Y, en tercer orden, la presentación de los pasajes conflictivos de esta relación, como la consecuencia exclusiva de la desmesura gubernamental, trasluce la presencia de una concepción que siempre ve al río desde una de sus orillas: la de la autora o, lo que es peor, la de los dueños del medio informativo que posibilita la difusión de su escritura.

A continuación, la responsable de este texto agrega: “Los argentinos vivimos dictaduras militares que liquidaron a periodistas, y esa imagen del pasado es tan horrenda que se la utiliza sin escrúpulos para disminuir cualquier hecho presente. Sin embargo, la libertad de prensa no admite grados: que antes haya sido atacada no disculpa transgresiones que, frente al asesinato, parecerían menos graves”. Dicho fragmento denota que la percepción de la autora, la cual no puede ser negada bajo ningún punto de vista, es mayor que la de sus colegas en general. Después de todo, el reconocimiento de la existencia de una diferencia entre una dictadura militar y un gobierno democrático, desde las páginas de un diario que constituye un emblema del gorilismo, es algo que contrasta con la opinión de aquellos que, desde las páginas de ese diario o de otro, suelen describir al kirchnerismo con rasgos autoritarios y, por sobre todo, fascistas: circunstancia que recuerda los ataques que fueron lanzados en más de una oportunidad, contra el peronismo histórico, por el antiperonismo más acérrimo. Pero, el hecho de suponer que la violación de la libertad de expresión no admite grados configura un grueso error. Nadie que esté en su sano juicio puede, por ejemplo, equiparar la prohibición, el secuestro o la destrucción de una publicación, una grabación o una filmación; con la clausura de un medio de comunicación escrita, radial o televisiva; o con la persecución, la detención o la eliminación física de un periodista. Del mismo modo, nadie puede asimilar la comisión de uno o varios hechos aislados con la ejecución de una serie de hechos que denuncian la existencia de una política estatal que apunta al control absoluto de la prensa. Esto no significa que debamos disculpar las conductas que no exhiben una gravedad extrema y que, por tal razón, debamos limitarnos a sancionar las que lucen esa clase de gravedad porque todas, sin excepción, son acreedoras de una condena. Sin embargo, una incursión en la Feria del Libro que termina a los “sillazos como si fuera una fiesta de fin de curso que se fue de madre”, con el propósito de “cortar la palabra a los gritos y por la fuerza”, no aparece como una causa razonable para aseverar que Cristina Fernández de Kirchner destina una parte de su tiempo al ataque de “obras y autores”.

Un poco más adelante, el escrito prosigue con la alusión a la existencia de un “dispositivo cultural” que no consiste en la “Oficina Ideológica del Ejecutivo”, sino en un conjunto de “partes heterogéneas” que, aunque están alineadas con el gobierno, funcionan de “manera más o menos independiente”: una forma rebuscada de describir al conjunto de intelectuales que apoyan la actuación del gobierno, desde una posición crítica que no excluye los cuestionamientos directos y contundentes, cuando los mismos son necesarios. Dicha realidad —algo que resulta incomprensible para ese sector de la sociedad que no puede concebir que intelectuales y, por sobre todo, de renombre integren el peronismo o defiendan las medidas implementadas por los gobiernos peronistas, aunque no adhieran a esta expresión política—, tiene su origen en la palabra destituyente: palabra que, conforme la autora, fue esgrimida por la gente de Carta Abierta, durante el conflicto que se produjo entre el gobierno y el campo, con el objeto de describir el clima que reinaba en ese momento. Según su punto de vista, la misma “produjo un efecto inmediato y duradero”. Y, por ello, también fue utilizada “para caracterizar a quienes se oponían a la ley de medios audiovisuales”. Tal postura —que asevera que el surgimiento de un clima destituyente durante el conflicto ya citado, constituye una línea argumental que fue inventada por los miembros de Carta Abierta, a los efectos de favorecer al kirchnerismo—, no resiste ningún análisis serio. A todos no consta que ese clima existió y, además, existe. Por dicho motivo, la atribución de esa intencionalidad a integrantes de los sectores rural y comunicacional no es desacertado ni desmedido.

Tras mencionar que otras formaciones, como la Red Mujeres con Cristina, reparten cada semana, por medio del correo electrónico, citas que pertenecen a las ediciones de Página 12 o al pensamiento de Ernesto Laclau o de Slavoj Zizek, Beatriz Sarlo escribe: “Estos hebdomadarios ‘ramilletes de pensamiento’ difunden, más allá de los círculos especializados, fórmulas políticas que no ofrecen los discursos del Gobierno (generalmente pobres, pese a las pretensiones). Son citas sobre las que se puede volver y pensar. No las subestimo, porque forman parte de una larga tradición de frases y epigramas políticos para el uso de sectores menos intelectuales que quienes los difunden”. Verdaderamente, en este punto, nos hallamos ante una perla de la literatura reaccionaria que encandila con su belleza. Aquí, con ese estilo artificioso que ya fue destacado, se expresa que la pobreza intelectual del gobierno, un rasgo del kirchnerismo que aflora en sus discursos, es subsanada por una intelectualidad que, en realidad, no es tan brillante como parece porque sólo se limita a actualizar una larga tradición de frases y epigramas políticos, es decir, algo viejo que está destinado al consumo de los que no son tan inteligentes. En otros términos, tales intelectuales no son más que unos individuos que median entre los brutos que forman nuestro gobierno y los brutos que apoyan a nuestros gobernantes. Mas, su labor no es muy efectiva porque el resultado de la misma queda “dentro de un espacio académico y profesional relativamente restringido”, como el que está representado por los lectores de Página 12, Contraeditorial, Debate o Veintitrés.

De acuerdo a la autora, el número de lectores de Página 12 incluye un “progresismo convencido de que, ante el fracaso de otros progresismos, Kirchner es su última oportunidad y que la política de derechos humanos y el enjuiciamiento de los terroristas de Estado imponen tragarse algunos sapos”: apreciación que, como consecuencia de su ligereza, resalta por su superficialidad y su simplismo. Así, suponer que el progresismo argentino, a excepción de algunos de sus exponentes, sólo se preocupa por los derechos humanos que fueron violados durante los setenta y que, en cambio, no lo hace por la renta extraordinaria de la producción sojera, la administración de los fondos previsionales, los medios de comunicación audiovisual, la asignación universal por hijo y el pago de la deuda externa con las reservas del Banco Central, entre otros temas, exterioriza el desconocimiento del asunto abordado. Al escribir esto, imagino, a raíz de lo analizado, que un progresismo que valore por igual a los derechos humanos y al neoliberalismo económico despertaría el agrado o, por lo menos, la simpatía de Beatriz Sarlo. Mas, advierto un problema. La violación de estos derechos por los militares del Proceso de Reorganización Nacional, desde 1976 hasta 1983, constituyó la condición necesaria para la paulatina configuración de una realidad económica de corte antinacional y antipopular que, bajo la apariencia de una bonanza generalizada y eterna, nos condujo poco a poco hasta el borde del abismo. Por ende, la reivindicación simultánea de ambos extremos implica la negación del primero de ellos, a pesar de las opiniones interesadas o ingenuas que aseveran lo contrario.

De un modo natural, la referencia a Página 12 se extiende al programo televisivo 6,7,8 que, al igual que el matutino ya citado, atrae la atención de la autora de un modo particular. Respecto del mismo, su texto expresa: “No se puede subestimar 6, 7, 8 con la respuesta sencilla de que se ve el programa porque está enmarcado en las emisiones de Fútbol para Todos. Esa respuesta ignora que tal fue precisamente el objetivo de estatizar las transmisiones mediante un contrato con la AFA que empezó costando 600 millones anuales y para el que ya se han anunciado refuerzos. Quien tuvo la idea no pensó simplemente en que se pasaría publicidad oficial durante los partidos, sino que el fútbol iba a calentar la pantalla de Canal 7, con un efecto de arrastre que conoce cualquiera que sepa algo de televisión. Lo que pagamos todos los argentinos es ese efecto de arrastre, que hoy beneficia a 6, 7, 8, pero que, como cualquier efecto, es ciego”. Evidentemente, estamos ante un plan diabólico que fue concebido para atraer a los individuos que no pertenecen al campo de la intelectualidad, es decir, a los que conforman el común de la gente. Al principio, se los seduce con el fútbol. Y, luego, se los golpea con la maza de la propaganda oficial que es difundida por Sandra Russo y Orlando Barone, sin ninguna clase de pudor. Con toda franqueza, si ésa es la razón que motiva la transmisión del fútbol, por parte del canal de televisión que se halla emplazado en Tagle y Figueroa Alcorta, el gobierno, según mi parecer, erró el camino. Sé que más de una persona no ve el mencionado programa cuando la transmisión de un encuentro deportivo retarda su inicio hasta las once de la noche. Y también sé que más de una que no veía el Canal 7 sólo sintoniza a dicho canal cuando un partido es trasmitido por él.

Pero, el dispositivo kirchnerista no se agota en esta comunidad de audiencia que está integrada por miembros de un pequeña burguesía de tono progresista que no son matones, sino militantes espontáneos, y que no practican la violencia física, sino la agresión verbal. A lo dicho, debemos agregar la televisión digital. A ésta, debemos agregar el nombre de Gabriel Mariotto: un Secretario de Medios que “actúa rápido, no se fija en menudencias, y tiene la determinación de quienes piensan que la batalla final no se gana sin una victoria comunicativa”, a diferencia de los “Kirchner, que, abandonados a su espontaneidad, simplemente ahogarían económicamente o cooptarían con negocios a la prensa”. A éste, debemos agregar los blogs y los blogueros que fueron “celebrados por Aníbal Fernández en una de sus últimas escapadas nocturnas como militante”. Y, a estos, debemos agregar los condottieri que recorren la web “buscando palabras clave” que les permitan intervenir en portales, en periódicos digitales o en blogs que piden a gritos un “comentario de la ortodoxia doctrinaria kirchnerista”. En otras palabras, asistimos como observadores privilegiados o, quizás, como víctimas indefensas, al desarrollo de una batalla cultural que es librada por quienes se identifican con las “formas rizomáticas de una nueva esfera virtual”, en “donde no se es responsable ni de la injuria ni del falso testimonio”: personas que viven del “rumor que difunden y multiplican” y del “anonimato, que es la regla que nadie se atreve a discutir”, en medio de un juego que tiene el objeto de convencer, aunque los “aficionados a las trompadas” pasen a primer plano, cada vez “con más frecuencia”.

Ahora bien, después de este recorrido por una nota que no carece de méritos, conviene resumir lo que vimos hasta aquí, para estar en condiciones de llegar a una conclusión. De acuerdo a lo expuesto por Beatriz Sarlo, a lo largo de su texto, el kirchnerismo es algo que resalta por su conflictividad con el periodismo no oficialista y que atenta contra la libertad de prensa a través de un dispositivo cultural que abarca principalmente el espacio de Carta Abierta, el diario Página 12, la revistas Contraeditorial, Debate y Veintitrés, el programa televisivo 6,7,8, y la multiplicidad de blogs peronistas. Tal aseveración implica el libramiento de una batalla comunicacional y, por lo tanto, cultural, contra los medios que no apoyan al gobierno, con el argumento de estar enfrentando los ataques de una campaña destituyente. Esta última palabra —que disgusta a más de uno que exterioriza dicha intención, por medio de su discurso y su conducta—, es esencial en el desarrollo de esta cuestión. La presencia de un ánimo golpista o, por lo menos, cercano al golpismo, en algunos sectores de la sociedad, no constituye un invento, sino una realidad visible y palpable.

No obstante, nuestra autora pretende que cerremos los ojos ante la presencia de los que tratan de maniatar, doblegar y, en definitiva, voltear a un gobierno que fue elegido por el pueblo. Es decir, quiere que ignoremos a los que sueñan con enclaustrar a la Argentina, dentro de los límites de una patria agropecuaria, por los medios que sean necesarios, aunque eso signifique la violación de las normas constitucionales; como los representantes de la Mesa de Enlace que enfrentaron a la presidenta, durante el conflicto del campo; o los exponentes de la producción ganadera y agrícola que, al frente de piquetes distinguidos, bloquearon las rutas e impidieron el paso de los camiones que transportaban alimentos, a fin de palanquear las exigencias de la Confederación Intercooperativa Agropecuaria, las Confederaciones Rurales Argentinas, la Federación Agraria y la Sociedad Rural; o los habitantes de la zona metropolitana que cacerolearon en la Plaza de Mayo, en las avenidas de Palermo y Belgrano, y en los alrededores de la Quinta Presidencial de Olivos, para evidenciar que estaban con los ruralistas. Tampoco desea que pensemos en los que consideran que la defensa de la argentinidad y el cristianismo implica la reivindicación pública de los miembros de las fuerzas armadas que secuestraron, torturaron y asesinaron a miles de personas, durante la última dictadura: lo cual representa la negación del Estado de Derecho y, por lo tanto, de los valores republicanos y democráticos; o en los que —más allá de su pertenencia o no, a una prensa escrita, radial o televisiva, que obtiene llamativamente los favores de jueces procesistas y políticos opositores—, cuestionan la ley que regula los medios de comunicación audiovisual y que, por tal razón, privilegia la libertad de expresión y la libertad de información, en lugar de priorizar una libertad de empresa que favorece la formación de emprendimientos comunicacionales que adquieren el carácter de monopolios.

Y, acorde con lo dicho, también procura que apartemos de la mente a los que utilizan una diputación o una senaduría para entorpecer y, si es posible, impedir totalmente la acción de la administración nacional, con el propósito inocultable de reemplazar a esta última: intención que se apoya en una mayoría numérica que no se da en la práctica, a raíz de la desunión que existe entre sus supuestos integrantes; y que, por otra parte, se convierte en una violación del principio republicano de la división de poderes y del sistema presidencialista de gobierno, dos valores consagrados de una manera inequívoca, por el texto de nuestra Carta Magna. En síntesis, estamos ante una nota que fue redactada para los que comparten cada una de las opiniones expresadas por la autora porque eso contribuye a la vigencia de un modelo de país que favorece la satisfacción de sus intereses; y paralelamente, para los que nunca ven la realidad tal como es; para los que nunca reflexionan sobre ella aunque la vean con nitidez; y para los que nunca recuerdan los hechos que motivan esa reflexión, ni las conclusiones que derivan de la misma, aunque posean una memoria que no esté por debajo de los parámetros de la normalidad, como consecuencia de una amnesia imprevista, fatal y, en ciertos casos, conveniente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario