EN LOS LIMITES DEL SISTEMA
DEMOCRATICO
Elías Quinteros
Desde el mes pasado, asistimos a la producción de una serie de hechos que
resultan preocupantes porque configuran la expresión de un sector de la derecha
argentina que no congenia con el sistema democrático. La materialización de
estos hechos no significa que estemos en los momentos previos a un
pronunciamiento golpista que pueda derrocar a Cristina Fernández o, por lo
menos, no transmite esa sensación. Pero, demuestra la existencia de un ánimo
destituyente en las personas que se encuentran detrás de los mismos.
Probablemente, algunos que apoyaron el «cacerolazo» del 13 de septiembre no
tengan un espíritu antidemocrático. Y, por dicha razón, sólo sean unos
exponentes del «antikirchnerismo» que adhirieron con una dosis de ingenuidad, a
una protesta que estuvo enmarcada por la ideología que alumbró las
movilizaciones de Juan Carlos Blumberg y los «piquetes» de las patronales agropecuarias.
Sin embargo, el carácter intolerante y ofensivo de las expresiones orales y
escritas que fueron registradas por el periodismo, durante las etapas de su
desarrollo, revela el autoritarismo y, en especial, los prejuicios de clase,
raza y género, de la mayoría de los manifestantes (cuestión que no impidió, por
ejemplo, la adhesión explícita de representantes del «macrismo» y de las
fuerzas políticas que coquetean con él, como Federico Pinedo, Sergio Bergman,
Patricia Bullrich y Eduardo Amadeo).
Las motivaciones, políticas y no políticas, que impulsaron, en líneas
generales, a los que protestaron en esa ocasión, contra el gobierno nacional,
son las mismas que estuvieron detrás de los que «cacerolearon» el 25 de
septiembre, frente al Hotel Mandarin Oriental, en la ciudad de Nueva York, por
obra de Tomás Pérez Alati (un becario que tiene como padre a un socio de Mariano
Grondona, Eugenio Aramburu, hijo del segundo presidente de la «Revolución
Libertadora», y José Alfredo Martínez de Hoz, hijo del primer ministro de economía
del «Proceso de Reorganización Nacional», en un estudio jurídico que suele patrocinar
a los que accionan contra la
Argentina, en el Centro Internacional de Arreglo de
Diferencias relativas a Inversiones). Son las mismas que estuvieron detrás de
los que «cacerolearon» al día siguiente, frente al domicilio de Guillermo Moreno,
en el barrio de Monserrat, tras ser convocados, entre otros medios, por el
sitio «regimenk.blogspot.com» (un sitio web que mostraba al secretario de comercio
en un ataúd, con un disparo en la cabeza). Son las mismas que estuvieron detrás
de los que interpelaron a Cristina Fernández, el 27 de septiembre, en la Universidad de
Harvard, con una serie de preguntas preparadas (circunstancia que no apareció
en los artículos de Beatriz Sarlo y de Jorge Lanata que aparecieron dos días
más tarde, en «La Nación»
y en «Clarín», respectivamente). Son las mismas que estuvieron detrás de los
que aprovecharon la ocupación del Edificio Guardacosta, por miembros de la Prefectura Naval,
y del Edificio Centinela, por integrantes de la Gendarmería Nacional,
para arremeter contra nuestra presidenta: como Cecilia Pando (que utilizó su
cuenta de twitter para requerir la adhesión del ejército); como Aldo Rico (que
alertó en «Hola Chiche», el programa radial de
Chiche Gelblung, sobre la llegada del 7 de diciembre y, con ello, sobre el
vencimiento del plazo otorgado por la Corte Suprema de Justicia de la Nación, al Grupo Clarín,
para que éste cumpla el artículo 161 de la Ley de Medios Audiovisuales), y como Cosme Beccar
Varela (que empleó su blog para solicitar a los integrantes de las Fuerzas
Armadas que marchen el 8 de noviembre, con el fin de lograr que el Congreso
destituya a Cristina Fernández, mediante un juicio político). Y, con toda
seguridad, son las mismas que estuvieron detrás de los que secuestraron a
Enrique Alfonso Severo, antes de su declaración como testigo en la causa
judicial que se inició con motivo del asesinato de Mariano Ferreyra.
A pesar de las apariencias, esta sucesión de hechos no configura la avanzada
de una conspiración que responde a las decisiones de un comando único, sino la
actuación de sectores reaccionarios que operan con un atisbo de organización e
interconexión, contra el gobierno nacional, cada vez que tienen la oportunidad
para hacerlo. Tal situación, por un lado, pone a prueba la madurez de la sociedad
argentina, es decir, de una sociedad que no puede prohibir ni restringir la
manifestación de los sectores mencionados mientras se muevan dentro de los
límites del sistema democrático. Y, por el otro, desafía la capacidad de
Cristina Fernández ya que ella, en tanto presidenta de cuarenta millones de
personas, no puede caer por ninguna razón, en el tipo de juego que es propuesto
por dichos sectores. A diferencia de lo deseado por algunos, la respuesta
gubernamental no puede consistir en la represión de esta clase de
acontecimientos, ni en la réplica de los mismos mediante acciones directas que
conduzcan a «ganar la calle». Por el contrario, dicha respuesta debe apuntar a
la produndización de la gestión porque las acciones reales, concretas y
contundentes que benefician al ciudadano común son más efectivas que cualquier
otro medio. Los que creen que pueden contrarrestar el ruido de las cacerolas,
las informanciones tendenciosas de «TN» o las declaraciones de los fascistas
que emergen de tanto en tanto, reuniendo miles de individuos en la Plaza de Mayo, paseando los
retratos de Perón y Evita, cantando la Marcha Peronista
o gritando que son soldados del «Pinguino» o de Cristina, se equivocan
rotundamente. La hora actual no requiere eso. Requiere que los funcionarios
gestionen o, dicho con más claridad, que preserven el rumbo elegido, corrijan
los errores cometidos, subsanen las desprolijidades realizadas y expliquen hasta
el cansancio la finalidad de las medidas adoptadas. Conforme lo expresado en
más de una ocasión, por Carla Wainsztok, Cristina Fernández efectúa una labor
pedagógica cada vez que habla, cada vez que pronuncia un discurso. No obstante,
eso no es suficiente. Ella necesita que la ayuden. Quienes pretenden ganar la
«batalla cultural» con soldados que ignoran por qué libran ese enfrentamiento
corren el riesgo de obtener una derrota estrepitosa o, en cambio, una victoria
efímera. En consecuencia, no precisamos «compañeros» que adoctrinen, sino que
expliquen con la idoneidad suficiente a fin de convencer con argumentos, en
lugar de fanatizar con consignas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario