viernes, 12 de octubre de 2012

En los límites del sistema democrático por Elías Quinteros


EN LOS LIMITES DEL SISTEMA DEMOCRATICO

Elías Quinteros

Desde el mes pasado, asistimos a la producción de una serie de hechos que resultan preocupantes porque configuran la expresión de un sector de la derecha argentina que no congenia con el sistema democrático. La materialización de estos hechos no significa que estemos en los momentos previos a un pronunciamiento golpista que pueda derrocar a Cristina Fernández o, por lo menos, no transmite esa sensación. Pero, demuestra la existencia de un ánimo destituyente en las personas que se encuentran detrás de los mismos. Probablemente, algunos que apoyaron el «cacerolazo» del 13 de septiembre no tengan un espíritu antidemocrático. Y, por dicha razón, sólo sean unos exponentes del «antikirchnerismo» que adhirieron con una dosis de ingenuidad, a una protesta que estuvo enmarcada por la ideología que alumbró las movilizaciones de Juan Carlos Blumberg y los «piquetes» de las patronales agropecuarias. Sin embargo, el carácter intolerante y ofensivo de las expresiones orales y escritas que fueron registradas por el periodismo, durante las etapas de su desarrollo, revela el autoritarismo y, en especial, los prejuicios de clase, raza y género, de la mayoría de los manifestantes (cuestión que no impidió, por ejemplo, la adhesión explícita de representantes del «macrismo» y de las fuerzas políticas que coquetean con él, como Federico Pinedo, Sergio Bergman, Patricia Bullrich y Eduardo Amadeo).

Las motivaciones, políticas y no políticas, que impulsaron, en líneas generales, a los que protestaron en esa ocasión, contra el gobierno nacional, son las mismas que estuvieron detrás de los que «cacerolearon» el 25 de septiembre, frente al Hotel Mandarin Oriental, en la ciudad de Nueva York, por obra de Tomás Pérez Alati (un becario que tiene como padre a un socio de Mariano Grondona, Eugenio Aramburu, hijo del segundo presidente de la «Revolución Libertadora», y José Alfredo Martínez de Hoz, hijo del primer ministro de economía del «Proceso de Reorganización Nacional», en un estudio jurídico que suele patrocinar a los que accionan contra la Argentina, en el Centro Internacional de Arreglo de Diferencias relativas a Inversiones). Son las mismas que estuvieron detrás de los que «cacerolearon» al día siguiente, frente al domicilio de Guillermo Moreno, en el barrio de Monserrat, tras ser convocados, entre otros medios, por el sitio «regimenk.blogspot.com» (un sitio web que mostraba al secretario de comercio en un ataúd, con un disparo en la cabeza). Son las mismas que estuvieron detrás de los que interpelaron a Cristina Fernández, el 27 de septiembre, en la Universidad de Harvard, con una serie de preguntas preparadas (circunstancia que no apareció en los artículos de Beatriz Sarlo y de Jorge Lanata que aparecieron dos días más tarde, en «La Nación» y en «Clarín», respectivamente). Son las mismas que estuvieron detrás de los que aprovecharon la ocupación del Edificio Guardacosta, por miembros de la Prefectura Naval, y del Edificio Centinela, por integrantes de la Gendarmería Nacional, para arremeter contra nuestra presidenta: como Cecilia Pando (que utilizó su cuenta de twitter para requerir la adhesión del ejército); como Aldo Rico (que alertó en «Hola Chiche», el programa radial de Chiche Gelblung, sobre la llegada del 7 de diciembre y, con ello, sobre el vencimiento del plazo otorgado por la Corte Suprema de Justicia de la Nación, al Grupo Clarín, para que éste cumpla el artículo 161 de la Ley de Medios Audiovisuales), y como Cosme Beccar Varela (que empleó su blog para solicitar a los integrantes de las Fuerzas Armadas que marchen el 8 de noviembre, con el fin de lograr que el Congreso destituya a Cristina Fernández, mediante un juicio político). Y, con toda seguridad, son las mismas que estuvieron detrás de los que secuestraron a Enrique Alfonso Severo, antes de su declaración como testigo en la causa judicial que se inició con motivo del asesinato de Mariano Ferreyra.

A pesar de las apariencias, esta sucesión de hechos no configura la avanzada de una conspiración que responde a las decisiones de un comando único, sino la actuación de sectores reaccionarios que operan con un atisbo de organización e interconexión, contra el gobierno nacional, cada vez que tienen la oportunidad para hacerlo. Tal situación, por un lado, pone a prueba la madurez de la sociedad argentina, es decir, de una sociedad que no puede prohibir ni restringir la manifestación de los sectores mencionados mientras se muevan dentro de los límites del sistema democrático. Y, por el otro, desafía la capacidad de Cristina Fernández ya que ella, en tanto presidenta de cuarenta millones de personas, no puede caer por ninguna razón, en el tipo de juego que es propuesto por dichos sectores. A diferencia de lo deseado por algunos, la respuesta gubernamental no puede consistir en la represión de esta clase de acontecimientos, ni en la réplica de los mismos mediante acciones directas que conduzcan a «ganar la calle». Por el contrario, dicha respuesta debe apuntar a la produndización de la gestión porque las acciones reales, concretas y contundentes que benefician al ciudadano común son más efectivas que cualquier otro medio. Los que creen que pueden contrarrestar el ruido de las cacerolas, las informanciones tendenciosas de «TN» o las declaraciones de los fascistas que emergen de tanto en tanto, reuniendo miles de individuos en la Plaza de Mayo, paseando los retratos de Perón y Evita, cantando la Marcha Peronista o gritando que son soldados del «Pinguino» o de Cristina, se equivocan rotundamente. La hora actual no requiere eso. Requiere que los funcionarios gestionen o, dicho con más claridad, que preserven el rumbo elegido, corrijan los errores cometidos, subsanen las desprolijidades realizadas y expliquen hasta el cansancio la finalidad de las medidas adoptadas. Conforme lo expresado en más de una ocasión, por Carla Wainsztok, Cristina Fernández efectúa una labor pedagógica cada vez que habla, cada vez que pronuncia un discurso. No obstante, eso no es suficiente. Ella necesita que la ayuden. Quienes pretenden ganar la «batalla cultural» con soldados que ignoran por qué libran ese enfrentamiento corren el riesgo de obtener una derrota estrepitosa o, en cambio, una victoria efímera. En consecuencia, no precisamos «compañeros» que adoctrinen, sino que expliquen con la idoneidad suficiente a fin de convencer con argumentos, en lugar de fanatizar con consignas.

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