UNA ACCION INJUSTIFICABLE
Elías Quinteros
La muerte de un joven de dieciocho años en la
ciudad de Rosario, por obra de un grupo de vecinos que lo golpearon brutalmente,
tras considerar que había robado la cartera de una mujer; y la producción de
una serie de hechos similares que, afortunadamente, no tuvieron el mismo final;
constituyen un motivo de preocupación. Según la Real Academia
Española, la palabra linchamiento significa “acción de linchar” y la palabra linchar,
a su vez, significa “ejecutar sin proceso y tumultuariamente a un sospechoso o
a un reo” (http://www.rae.es). Justamente, la configuración de un linchamiento
requiere la conjunción de tres elementos: la ejecución de una o varias
personas, la ausencia de un proceso legal y la realización de esa acción por
una multitud o, mejor dicho, por una turba, es decir, por una “muchedumbre de
gente confusa y desordenada” (http://www.rae.es). La acción de linchar a
alguien que es responsable de un delito o que aparece como responsable del
mismo constituye una acción ilegal. Y esa ilegalidad es manifiesta. Por ello,
Eugenio Zaffaroni, uno de los ministros de la Corte Suprema de
Justicia de la Nación,
dijo con relación a los linchamientos: “No se trata de ajusticiamientos, sino
de homicidios calificados”. Y, después, agregó: “Una cosa es detener al sujeto
y ejercer cierta violencia para retenerlo, y otra es matar a patadas a una
persona” (“Son homicidios calificados”, Página/12, 02/04/2014). Quienes
justifican a los responsables de un linchamiento apoyan la comisión de un
delito y, con más precisión, la comisión de un homicidio por unos individuos
que procedieron cobardemente. Al fin y al cabo, no podemos exhibir como un
ejemplo de valentía a unos individuos que, amparados en su número, agreden a
uno solo. Eso no distingue a un hombre verdadero. Eso no caracteriza a un
individuo que tiene códigos. Sin duda, la inseguridad es un problema: un
problema que afecta a muchas personas. Pero, ¿el hombre que intervino en un linchamiento
puede comentar su hazaña en público, frente a conocidos y desconocidos, sin experimentar
un poco de vergüenza?
Las producciones cinematográficas y, en
particular, las producciones cinematográficas de los Estados Unidos, alimentan
la fantasía de millones de personas, desde hace un siglo, con personajes que se
destacan por su valentía. Sin embargo, los personajes interpretados, entre
otros ejemplos, por Clint Eastwood, Chuck Norris, Sylvester Stallone, Arnold
Schwarzenegger, Steven Seagal y Bruce Willis, nunca aparecen como los componentes
de una turba. Por el contrario, ellos son los que enfrentan a muchos. Ellos son
los que demuestran o tratan de demostrar que uno solo puede vencer a los que se
amparan en el número. Y al proceder de esa manera, reproducen el comportamiento
que diferencia a los valientes, desde los tiempos del Antiguo Testamento y la Ilíada. Desde esos
tiempos, la valentía está en luchar con un adversario o un enemigo, en igualdad
de condiciones; y, con más razón, en luchar con un adversario o un enemigo que
es más fuerte o más numeroso. ¿Alguien puede imaginar a Martín Fierro como
integrante de una banda de forajidos? ¿Alguien puede imaginar a un malevo como
integrante de una patota? Al igual que en las historias de los caballeros
medievales, la valentía no radica en el dragón sino en el caballero. Por este
motivo, el que participa en un linchamiento es un cobarde. No es un David que
enfrenta a un Goliat. Tampoco es un Aquiles que enfrenta a un Héctor. Sólo es
como los perros que persiguen a una liebre.
Algunos dicen que esto sucede por la ausencia
del Estado. Y algunos de los que dicen esto integran el Estado o están en
contra del mismo. Paradójicamente, muchas personas que reclaman la presencia de
un Estado fuerte votan a candidatos que proponen achicar el Estado o, dicho de otra
forma, que pretenden reducir los recursos que tienen la finalidad del reducir
la inseguridad. Asimismo, muchas que piden la aplicación de la mano dura insisten
con esa clase de solicitud aunque perciban las consecuencias de la tolerancia
cero y el gatillo fácil. Quienes se conducen así no ven que el derecho a la
vida y el derecho a la integridad física valen más que el derecho a la propiedad;
ni que el índice de criminalidad que existe en la Argentina es menor que
el que existe en otras naciones; ni que la posibilidad de morir por obra de un
pariente, un amigo o un conocido, es mayor que las de morir por un extraño que
trata de robarnos. En más de un caso, el relato de los políticos que reiteran
las propuestas de la derecha, de los periodistas que practican el sensacionalismo
más descarado y de los individuos que padecen los efectos de una inseguridad
real, pesan más que la razón. Y esto es comprensible. No podemos pretender que
la racionalidad impere en lugar de la irracionalidad, cuando la realidad nos muestra
diariamente que convivimos con funcionarios, jueces y policías que, en más de
un supuesto, no tienen la honestidad, ni la idoneidad, ni la infraestructura
necesarias para enfrentar con éxito a la delincuencia. Por desgracia, mientras más
de un semejante, independientemente de lo hecho por el gobierno hasta ahora, no
pueda vivir con un mínimo de dignidad; ni pueda estar tranquilo en una calle,
en un medio de transporte público, en un comercio o en una vivienda; ni pueda
usufructuar los beneficio de una educación que elimine o que, por lo menos,
reduzca una parte de sus prejuicios; el temor evitará el predominio de la sensatez.
Un linchamiento no soluciona nada. Sólo convierte a una víctima del miedo en
una asesina. Mas, esto carece de importancia para los que confunden un linchamiento
con una paliza. Y, en consecuencia, adornan la portada de un diario con el siguiente
titular: “Hubo otros cinco casos de palizas de vecinos a ladrones” (Clarín,
02/04/2014).
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