LAS CAUSAS DE
UNA CELEBRACION
por Elías
Quinteros

La
circunstancia de vivir en una nación que estuvo cerca de padecer el mal de la «balcanización»,
con millones de personas que recobraron la esperanza, configura un motivo de
alegría generalizada y, por lo tanto, de celebración masiva. Y la posibilidad
de tener un futuro mejor, no obstante las nubes que aparecen en el horizonte,
no sólo nos revela la existencia de una apuesta a favor de la vida. También nos
dice que nos parecemos a los revolucionarios de 1810 porque disponemos de una variedad
increíble de posibilidades. Quienes no ven esto y, por ende, no advierten que
tenemos la oportunidad histórica de reanudar y, quizás, concluir la labor que
fue iniciada hace dos siglos, no pueden comprender, ni aceptar, ni compartir
nuestra alegría. Para ellos, somos unos bichos raros. El feriado que recuerda la Revolución de Mayo —independientemente
de su coincidencia o no, con un sábado o un domingo—, fue creado —según su
parecer—, para que durmamos hasta la mitad de la mañana; para que descansemos; para
que veamos el tradicional Tedeum y el tradicional desfile por la televisión; para
que pasemos el día con la familia; para que degustemos unos pastelitos de
membrillo o batata, con unos mates amargos o dulces; un asado a la parrilla,
unas empanadas, un locro, una carbonada, un pastel de carne o unos tamales, con
unos vasos de vino tinto; y, por supuesto, unos churros comunes o rellenos, con
un chocolate bien caliente. No fue creado para que invadamos las calles; ni
para que llenemos la Plaza
de Mayo; ni para que escuchemos el discurso de una presidenta que nos habla
desde un escenario; ni para que aplaudamos las interpretaciones de unos
artistas populares que nos obsequian sus canciones; ni para que riamos, cantemos,
bailemos y sintamos que somos felices. En otras palabras, no fue creado para
los militantes políticos, sindicales o sociales; ni para las parejas de
enamorados; ni para los padres que salen con sus hijos, aunque estos sean
pequeños; ni para los abuelos.
De acuerdo a
su visión de las cosas, la imagen de las masas populares, de la simbología
peronista y del humo blanco que denuncia la presencia de los puestos que venden
«choripanes», ordinariza la fecha. La afea. La arruina. Y, en definitva, la convierte
en algo vergonzoso. En cambio, de acuerdo a nuestra perspectiva, sucede todo lo
contrario. Desde que un hombre asumió la presidencia sin dejar sus convicciones
en la puerta de la Casa Rosada,
recobramos la noción de «patria». Por esa razón, muchos que asociaban esa
noción con experiencias absurdas o dolorosas y que, en consecuencia, no creían
en ella, llevan la escarapela con orgullo. Contemplan la bandera con respeto. Cantan
el himno con pasión. E, incluso, ven a los «patricios», a los «granaderos» y a
los militares en general, con una simpatía que no era frecuente en otros
tiempos. Esto no es casual. Tampoco es gratuito. Es el resultado de una serie
de transformaciones políticas, económicas y sociales que beneficiaron a
millones de personas. Obviamente, no estamos en un paraíso. Ni nadamos en un
mar de dinero. Ni tenemos todo lo que anhelamos. Sin embargo, mejoramos desde
el 2003. Y esperamos mejorar más y más con el paso del tiempo. Quizás, para
algunos, tales cuestiones no sean trascendentes. Sin embargo, para nosotros, lo
son. Y, por esa causa, celebramos el «25 de Mayo», de una manera tumultuosa y
bochinchera, desde hace varios años.
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