jueves, 6 de febrero de 2014

El momento de la revancha por Elías Quinteros

EL MOMENTO DE LA REVANCHA

Elías Quinteros

El problema actual de la Argentina no es económico aunque algunos indicadores sugieran lo contrario. El problema es político. Quienes pujan por el precio del dólar y de las mercaderías no tienen la intención de conformarse con el incremento de su margen de ganancia. Quieren más que eso. Pretenden doblegar al gobierno nacional, mediante la desestabilización general de la economía, a fin de volver a los tiempos del neoliberalismo. Por eso, las medidas técnicas del Palacio de Hacienda que tienden a contener el alza de la divisa estadounidense y de los productos de los supermercados no pueden resolver la cuestión de fondo. Esta cuestión, a raíz de su gravedad, demanda la decisión política de enfrentar dentro del marco democrático a quienes poseen tal pretensión y, por ende, a los partidos políticos, los medios comunicacionales y los sectores de la magistratura, la universidad y la «intelectualidad» que hablan por ellos. Pedir la comprensión de las corporaciones económicas; reprender públicamente a los representantes de las organizaciones sindicales; confiar de un modo desmedido en las organizaciones juveniles; y reunir al «estado mayor», es decir, a los ministros y a los gobernadores para que se limiten a respaldar con su presencia el discurso oficial; no parece el camino más adecuado. Por el contrario, las dificultades del momento exigen el retorno de la mística perdida; la reconstrucción de la alianza política y social que posibilitó los logros kirchneristas; y la recuperación de la «calle» por las masas populares y, en particular, por las agrupaciones sindicales y estudiantiles. ¿Quién puede decir con honestidad que la economía argentina se encuentra al borde del abismo cuando los niveles de producción, empleo, consumo y recaudación demuestran lo opuesto? ¿Quién puede hacer eso cuando los «señores del campo» retienen su producción agraria, cuando el Banco Central conserva unas reservas razonables, cuando las casas de electrodomésticos venden televisiones y aparatos de aire acondicionado a un ritmo vertiginoso y cuando diez millones de personas veranean en los lugares más diversos del país? Sin duda, la economía local no está en un punto óptimo. Pero, tampoco se halla en un nivel desastroso. Por ese motivo, detrás de las críticas de índole económica que son lanzadas contra la Casa Rosada, encontramos a los que pretenden voltear y, en su defecto, sojuzgar a Cristina Fernández.

Frente a un contexto tan delicado, el anhelo de ver un poco de mesura en los empresarios que juntaron la plata con una pala durante la década kirchnerista; y en los sindicalistas que presenciaron el crecimiento del empleo, de los salarios y de las organizaciones que están a su cargo, durante el período señalado; resulta ingenuo y, por instantes, triste; si nuestra mandataria compara a esos empresarios con el escorpión que pica a la rana que lo lleva a través de un río porque tal acto forma parte de su naturaleza; y si, después, cuestiona a esos sindicalistas por la actitud de los trabajadores que esperan una recomposición salarial que acompañe el avance de la inflación. Aquí, debemos efectuar una distinción. No podemos equiparar la «cadena nacional» que convoca a la defensa del «modelo de país» que está vigente, con la «cadena» que «pasa la pelota» al ciudadano común y que, en consecuencia, pretende que éste no compre dólares, no posibilite el aumento de los precios y no desee aumentos salariales que sean elevados. Hoy, la comprensión, el apoyo y la participación de la sociedad son fundamentales. No obstante, eso no significa que el Estado deba permitir que la intervención de la ciudadanía se convierta en un conjunto de acciones improvisadas, desconectadas y, en definitiva, estériles. En esta oportunidad, el gobierno nacional debe actuar con firmeza. O, dicho de otra forma, debe enviar un mensaje claro y contundente para que el desasosiego no se apodere de la población como en el supuesto de la cuestión policial o de la cuestión energética. Al fin y al cabo, el pronunciamiento de las fuerzas provinciales; el acuartelamiento de las mismas; la desprotección de zonas urbanas y rurales; la creación de «zonas liberadas»; la producción de saqueos; la obtención de aumentos salariales de proporciones considerables por parte de los efectivos sublevados; el incremento del consumo eléctrico como consecuencia del calor extremo; la producción de apagones imprevistos, reiterados y prolongados; el descubrimiento de la falta de inversión en las redes de distribución; la ineficiencia en el manejo de la crisis; y la ausencia de sanciones evidentes y ejemplificadoras ante la inconducta de las empresas prestatarias; configuran un «sapo» intragable.

Los que suponen que todo se reduce a lo visible (aumento de la fuga de dólares, aumento de la cotización del dólar oficial, devaluación, retención de la producción agropecuaria, aumento de los precios en general e incumplimiento del acuerdo celebrado con los empresarios), no ven lo oculto. Y, al igual que en otras ocasiones, lo oculto es lo deseado por los sectores que apuestan al fracaso del gobierno aunque eso implique la ruina y la miseria para el grueso de la sociedad argentina. En este punto, la disputa es por el poder real y, además, por el poder simbólico. O sea, los que enfrentan la política gubernamental quieren ganar. Quieren que el triunfo sea completo. Y quieren que todos perciban que ellos son los triunfadores. Por lo visto, no desean que lleguemos con tranquilidad al recambio presidencial. Su intención, más allá de las «cortinas de humo» que aparecen de tanto en tanto, consiste en minar el camino, obstaculizar la marcha y sabotear la gestión, para que el país extinga sus recursos y el pueblo pierda su esperanza y su capacidad de resistencia y lucha. Los plazos se agotan poco a poco. La tregua concertada con las «patronales del campo», tras el conflicto del año 2008, se debilita lentamente. Y los que aceptaron las condiciones de esa tregua con el ánimo de los que aceptan una impertinencia sienten que el momento de la revancha se aproxima. Innegablemente, el gobierno incurrió en más de un error y, en especial, en los últimos meses. Pero, la ciudadanía no puede actuar como si no tuviese una cuota de responsabilidad. Muchos de los que no confían en el peso a pesar de los diez años de estabilidad económica son ciudadanos comunes. Y muchos de los que adquieren productos remarcados, tras protestar por el incremento de los precios, también lo son. Infaustamente, mientras la «gente» (expresión que dice mucho y que, a la vez, no dice nada), descuide su bolsillo, la defensa de la moneda y del ingreso no resultará un trabajo sencillo y liviano.

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