EL
MOMENTO DE LA REVANCHA
Elías Quinteros

Frente a un
contexto tan delicado, el anhelo de ver un poco de mesura en los empresarios
que juntaron la plata con una pala durante la década kirchnerista; y en los
sindicalistas que presenciaron el crecimiento del empleo, de los salarios y de
las organizaciones que están a su cargo, durante el período señalado; resulta
ingenuo y, por instantes, triste; si nuestra mandataria compara a esos
empresarios con el escorpión que pica a la rana que lo lleva a través de un río
porque tal acto forma parte de su naturaleza; y si, después, cuestiona a esos
sindicalistas por la actitud de los trabajadores que esperan una recomposición
salarial que acompañe el avance de la inflación. Aquí, debemos efectuar una distinción.
No podemos equiparar la «cadena nacional» que convoca a la defensa del «modelo
de país» que está vigente, con la «cadena» que «pasa la pelota» al ciudadano
común y que, en consecuencia, pretende que éste no compre dólares, no posibilite
el aumento de los precios y no desee aumentos salariales que sean elevados. Hoy,
la comprensión, el apoyo y la participación de la sociedad son fundamentales. No
obstante, eso no significa que el Estado deba permitir que la intervención de
la ciudadanía se convierta en un conjunto de acciones improvisadas, desconectadas
y, en definitiva, estériles. En esta oportunidad, el gobierno nacional debe actuar
con firmeza. O, dicho de otra forma, debe enviar un mensaje claro y contundente
para que el desasosiego no se apodere de la población como en el supuesto de la
cuestión policial o de la cuestión energética. Al fin y al cabo, el pronunciamiento
de las fuerzas provinciales; el acuartelamiento de las mismas; la desprotección
de zonas urbanas y rurales; la creación de «zonas liberadas»; la producción de
saqueos; la obtención de aumentos salariales de proporciones considerables por
parte de los efectivos sublevados; el incremento del consumo eléctrico como
consecuencia del calor extremo; la producción de apagones imprevistos, reiterados
y prolongados; el descubrimiento de la falta de inversión en las redes de
distribución; la ineficiencia en el manejo de la crisis; y la ausencia de sanciones
evidentes y ejemplificadoras ante la inconducta de las empresas prestatarias;
configuran un «sapo» intragable.
Los que suponen que
todo se reduce a lo visible (aumento de la fuga de dólares, aumento de la
cotización del dólar oficial, devaluación, retención de la producción
agropecuaria, aumento de los precios en general e incumplimiento del acuerdo celebrado
con los empresarios), no ven lo oculto. Y, al igual que en otras ocasiones, lo
oculto es lo deseado por los sectores que apuestan al fracaso del gobierno aunque
eso implique la ruina y la miseria para el grueso de la sociedad argentina. En este
punto, la disputa es por el poder real y, además, por el poder simbólico. O sea,
los que enfrentan la política gubernamental quieren ganar. Quieren que el
triunfo sea completo. Y quieren que todos perciban que ellos son los
triunfadores. Por lo visto, no desean que lleguemos con tranquilidad al
recambio presidencial. Su intención, más allá de las «cortinas de humo» que aparecen
de tanto en tanto, consiste en minar el camino, obstaculizar la marcha y sabotear
la gestión, para que el país extinga sus recursos y el pueblo pierda su esperanza
y su capacidad de resistencia y lucha. Los plazos se agotan poco a poco. La
tregua concertada con las «patronales del campo», tras el conflicto del año
2008, se debilita lentamente. Y los que aceptaron las condiciones de esa tregua
con el ánimo de los que aceptan una impertinencia sienten que el momento de la
revancha se aproxima. Innegablemente, el gobierno incurrió en más de un error
y, en especial, en los últimos meses. Pero, la ciudadanía no puede actuar como
si no tuviese una cuota de responsabilidad. Muchos de los que no confían en el
peso a pesar de los diez años de estabilidad económica son ciudadanos comunes.
Y muchos de los que adquieren productos remarcados, tras protestar por el
incremento de los precios, también lo son. Infaustamente, mientras la «gente» (expresión
que dice mucho y que, a la vez, no dice nada), descuide su bolsillo, la defensa
de la moneda y del ingreso no resultará un trabajo sencillo y liviano.
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