BUITRES (V)
por Elías Quinteros
Si usted quiere ser el administrador de
un fondo de inversión que, valga la redundancia, invierta su capital o, por lo
menos, una parte del mismo en los títulos de una deuda pública, siga las siguientes
recomendaciones:
1. Elija un país quebrado desde la
perspectiva económica, es decir, un país que no puede afrontar sus compromisos
externos. Compre una parte de los títulos devaluados de su deuda soberana a un
veinte o un treinta por ciento de su valor nominal. No pague más. Siga mi
consejo. Después, aguarde hasta que ese país reestructure su deuda y, por
encima de todo, hasta que la economía de ese país mejore. Reclame el cien por
ciento del valor de los títulos que estén en su poder. Y, si no logra su
propósito, entable una demanda judicial. No se preocupe por la actitud del juez
que le toque en suerte. Por lo general, los países deudores acuerdan
oportunamente que los conflictos vinculados a su deuda pública sean tratados
por magistrados extranjeros que suelen comprender las argumentaciones de los
acreedores.
2. Tenga un poco de paciencia. No sea
ansioso. Tarde o temprano, le darán la razón. Al fin y al cabo, sus papeles
están en regla. Pero, cuando ese momento llegue, no afloje. El país deudor va a
tratar de conmoverlo. Sus gobernantes van a pedirle que piense en los
empresarios que van a perder sus empresas, en los comerciantes que van a perder
sus comercios, en los empleados que van a perder sus empleos, en los propietarios
que van a perder sus viviendas y, especialmente, en los ancianos que van a perder
la posibilidad de asistir a un banco para cobrar sus jubilaciones, en los enfermos
que van a perder la posibilidad de asistir a un hospital para tratar sus
dolencias y en los chicos que van a perder la posibilidad de asistir a una
escuela para incrementar sus conocimientos. Sin embargo, manténgase firme. Usted
no es responsable del destino de los demás. Los habitantes de ese país no van a
estar mal por su culpa. Van a estar mal por culpa de los gobiernos que los
endeudaron. Por ende, no pueden reclamarle nada. Y, en cambio, sólo pueden
hacer una cosa: pagar. Eso es todo.
3. Cuidado. Los acreedores que acordaron
con ese país la reestructuración de su deuda soberana no lo van a mirar con
simpatía. Mas, no les haga caso. ¿Usted los obligó a reducir la cuantía de lo
reclamado? ¿Usted los obligó a disminuir el monto de los intereses? ¿Y usted
los obligó a extender los plazos de los pagos? No. Entonces, no tienen que
quejarse. Quien actúa como un tonto tiene que aprender a soportar las
consecuencias de sus tonterías. Seguramente, con el transcurso del tiempo, van
a comprender la magnitud de su equivocación. Cuando eso acontezca, van a tratar
de imitarlo. Van a reclamar la totalidad de lo adeudado. Y van a atiborrar los
juzgados con sus demandas. Pero, no van a aguantar la duración de un pleito
judicial, ni la desvalorización de los títulos que están en sus manos. Por eso,
van a procurar deshacerse de ellos. Y, cuando dicha situación acontezca, usted
entrará en escena. No obstante, tenga presente una recomendación. No se
engolosine. Sólo pague por esos papeles un precio razonable. O, dicho con más
precisión, sólo pague el veinte o el treinta por ciento de su valor.
4. Usted tiene que comportarse como una
persona de carácter, como una persona que nació para mandar. Por ello, no debe
escuchar los pedidos, ni las sugerencias, ni las insinuaciones de nadie. Y, en
particular, no debe prestar atención a las mujeres (aunque éstas dirijan
naciones u organismos financieros de escala internacional), ni a los hombres de
color (aunque estos tengan sus despachos en casas que están pintadas de
blanco), ni a los ancianos (aunque estos digan que hablan en nombre de Dios),
ni a los exponentes del populismo y el izquierdismo (aunque estos ocupen sillones
presidenciales), ni a los burócratas (aunque estos formen parte de organismos
internacionales). Todos quieren lo mismo. Todos pretenden que usted pierda su
dinero. Y, con toda franqueza, el mundo no va a cambiar si le impiden cobrar lo
suyo. Quizás, los que pronuncian discursos apocalípticos estén en lo correcto.
Y, por lo tanto, el asunto de las deudas soberanas termine generando catástrofes
económicas, problemas sociales, crisis institucionales e, incluso, luchas
fratricidas. Mas, eso no es nuevo. Y, por otra parte, abre un abanico de
oportunidades para la gente con iniciativa porque las facciones enfrentadas
necesitan armas. Las armas cuestan. Y los gobiernos acostumbran endeudarse para
obtenerlas: lo cual representa la posibilidad de adquirir más títulos.
5. No olvide que los países deudores no
son tan pobres como suelen afirmar cada vez que deben saldar una deuda. Tal
vez, no dispongan de dinero en efectivo. Sin embargo, algunos tienen petróleo.
Otros tienen gas. Otros tienen minerales. Y otros tienen agua. Es decir, todos
pueden responder con algo. Y los países deudores, además, no pueden caer en la
injusticia de retener sus recursos naturales bajo la tierra, mientras el mundo
los reclama para que la gente común pueda iluminar una vivienda, manejar un automóvil,
beber una gaceosa y utilizar un teléfono celular. Ese egoismo no condice con la
solidaridad que es reclamada por sus representantes. Por el contrario, pone de
manifiesto su doble discurso. Por un lado, dicen que no pueden pagar. Y, por el
otro, esconden los recursos que pueden desinteresar a sus acreedores y mejorar
a la humanidad.
6. Usted siga adelante. No mire hacia
atrás, ni hacia los costados. No escuche a ninguno que cuestione su proceder.
Usted no es un especualdor sino un hombre de negocios. En consecuencia, actúe
como tal. Y, si alguien dice que usted es un ser insensible, financie una
fundación que fomente el arte, defienda la vida de las ballenas o atienda las
necesidades de los pobres de Africa. Lo repito. Sea duro, tan duro como pueda,
tan duro como una roca. Y, si las cosas no resultan del modo esperado a pesar
de mis consejos, no me critique. Sin duda, cometió una equivocación. Por eso,
venda sus títulos mientras estos puedan reportarle una ganancia. Y empiece de
nuevo.