miércoles, 18 de junio de 2014

Buitres por Elías Quinteros

BUITRES


Elías Quinteros

La legitimación por parte de la magistratura estadounidense de la conducta de los «fondos buitres», es decir, de los fondos que compraron títulos de la deuda pública de la Argentina, a un porcentaje ínfimo de su valor nominal, con el propósito de reclamar judicialmente el cobro de la totalidad de ese valor, avala la práctica de la especulación financiera en su grado más elevado de avaricia e inmoralidad. A su vez, la convalidación de esta clase de prácticas, a costa de los derechos del noventa y tres por ciento de los acreedores que renegociaron con el gobierno nacional el cumplimiento de los compromisos externos y aceptaron la reducción del sesenta y cinco por ciento del capital adeudado, la disminución de los intereses y la prolongación de los plazos de pago, santifica de un modo inconcebible la actuación carroñera de una de las expresiones actuales del egoismo más descarnado. Pero, aquí, no estamos ante una cuestión jurídica ni ante una cuestión financiera. Aquí, estamos ante una cuestión política. Y, desde esta perspectiva, tenemos que analizar lo sucedido. Quienes no escuchan las razones de la Argentina y, por lo tanto, de un Estado que honra con normalidad los compromisos asumidos desde la reestructuración de su deuda; quienes no escuchan las razones de los acreedores que tuvieron la sensatez de bajar el nivel de sus pretensiones para que el país pudiese recuperar su capacidad de pago y, con ello, pudiese abonar lo adeudado de una manera razonable; quienes no escuchan las razones de los Estados que reestructuraron sus deudas en el pasado reciente, a semejanza del nuestro; quienes no escuchan las razones de las naciones y de los organismos internacionales que ven con preocupación la situación creada; y quienes no escuchan las razones del sistema financiero en general; emiten un mensaje: un mensaje que dice con claridad y contundencia que ellos están por encima de los demás. Y quienes justifican mediante una resolución judicial a quienes piensan de esa manera exteriorizan de un modo inequívoco que están a su servicio, aunque traten de mantener una imagen de independencia e imparcialidad.

Sin duda, esto tiene una finalidad disciplinadora. El sector más insaciable del mundo de las finanzas a escala planetaria utilizó a la justicia estadounidense o, dicho de otra manera, a la justicia del «Imperio», para manifestar que no está dispuesta a permitir que ninguna nación se oponga a su voluntad. La satisfacción de sus pretensiones por el gobierno de Cristina Fernández y, en consecuencia, el pago en efectivo de la totalidad de lo reclamado por medios judiciales sentaría un precedente peligroso ya que el resto de los «fondos buitres» que tienen títulos de la deuda argentina y la totalidad de los acreedores que admitieron la reestruturación de esa deuda podrían efectuar un reclamo similar: algo que desangraría las reservas del Banco Central, debilitaría el instrumento que previno más de una «corrida financiera» y crearía las condiciones adecuadas para el estallido de una crisis económica de dimensiones indescriptibles. Por otra parte, el sometimiento del país a este chantaje indisimulado implicaría un golpe terrible para la región y un debilitamiento inevitable para el Mercado Común del Sur (MERCOSUR), la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR), y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC). Incluso, la onda expansiva podría afectar los vínculos existentes entre Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica: los países que son conocidos por la sigla «BRICS». Esto, digámoslo sin rodeos, sería la revancha por la Cumbre de las Américas de Mar del Plata; por la actitud de Hugo Chávez, Luiz Inácio Lula da Silva y Néstor Kirchner en esa ocasión; por el papelón de George Bush; y por el entierro del Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA).

La existencia de unos fondos que, por ejemplo, desafían al gobierno de los Estados Unidos, a los gobiernos de Europa y al Fondo Monetario Internacional (FMI), resulta preocupante porque demuestra que nadie controla el comportamiento de los exponentes más codiciosos del poder financiero: unos exponentes que actúan desde hace un tiempo, sin ningún tipo de culpa, como el matón de un barrio que se encuentra sujeto a sus caprichos. En medio del proceso que rige la evolución del capitalismo, las manifestaciones más aptas y, por ende, las que se adaptan con una comodidad mayor a las transformaciones de su medio dominan a las restantes. Y, en la etapa actual de dicho proceso, tales manifestaciones, según parece, se hallan representadas por estos fondos que se dedican a carroñear y carroñear con una libertad ilimitada. El lunes a la noche, a horas del pronunciamiento de la Corte Suprema de los Estados Unidos que rechazó la apelación interpuesta por el gobierno nacional y, por tal motivo, de la confirmación de la decisión de la Corte de Apelaciones del Segundo Circuito que había ratificado el fallo del juez Thomas Griesa, Cristina Fernández, a través de la Cadena Nacional, presentó el asunto en sus justos términos. Así, en un pasaje de su discurso, ella dijo que había que distinguir entre «lo que es una negociación» y «lo que es una extorsión». Y, luego, agregó que lo acontecido era la «convalidación de un modelo de negocio a escala global» que iba a producir «tragedias inimaginables». En realidad, los titulares de los «fondos buitres» —que coinciden políticamente con los dueños de los medios comunicacionales que defienden su causa, con los simpatizantes del «Tea Party» que atienden sus pedidos y con los integrantes de la magistratura que aceptan sus argumentaciones—, tienen dos objetivos. Por un lado, quieren cobrar el valor total de sus títulos. Y, por el otro, quieren escarmentar a la Argentina.

Nuestro país no es un ejemplo elogiable para ellos. Por el contrario, la decisión de pagar lo adeudado de una forma que no afecte el crecimiento económico ni la inclusión social es algo inadmisible, desde su punto de vista. Inexorablemente, su actitud lleva a una repetición de lo vivido en el año 2001: incumplimiento de los compromisos externos; crisis económica; desocupación; reducción de los salarios y de las jubilaciones; desatención estatal de las cuestiones relativas a la educación, a la salud y a la asistencia social; debilitamiento del gobierno; desacreditación del sistema democrático; etc. Por eso, la instrumentación de las medidas necesarias para que los acreedores que intervinieron en la reestructuración de la deuda puedan cobrar en la Argentina, sin ninguna clase de inconvenientes, implica la recuperación de una porción de nuestra soberanía que fue cedida durante la vigencia del neoliberalismo. Repetimos lo dicho al principio. Lo resuelto por la Corte Suprema de los Estados Unidos legitima la práctica de la especulación financiera en su grado más elevado de avaricia e inmoralidad: circunstancia que atenta contra la justicia y, además, contra las posibilidades económicas del país. En este punto, no podemos proceder irreflexiva e irresponsablemente. Tenemos que pagar. Esa es la verdad. Sin embargo, esa verdad no significa que debamos descuidar a los acreedores que contemplaron la situación de la Argentina, para atender al chantaje de unos fondos que sólo piensan en ellos mismos.

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